A comienzos de 1982, Alan Davis estaba lejos de ser el autor de prestigio internacional que hoy reconocemos gracias a sus trabajos con los principales superhéroes de Marvel y DC. Por entonces llevaba una vida de lo más corriente y carente de expectativas: tenía una esposa y una hija pequeña y trabajaba durante el día en una fábrica de la pequeña ciudad de Corby, donde había nacido y vivido hasta entonces. Su afición por el dibujo de comics la cultivaba por las noches y fines de semana, al principio realizando colaboraciones para diversos fanzines y, algo más adelante y gracias a una combinación de felices coincidencias, apoyo familiar e iniciativa propia, para la filial de Marvel en Gran Bretaña (“Capitán Britania”) y la revista “Warrior” (“Marvelman”, más tarde renombrado “Miracleman”), editada por Quality. En ambos seriales tuvo la inmensa fortuna de trabajar con su tocayo Alan Moore, colaboración que fructificó en dos de los seriales más relevantes del comic británico de los 80.