Mucha gente, incluyéndome a mí, opina que “Héroes Fuera de Órbita” (1999) fue una de las mejores películas de Star Trek jamás realizadas aun cuando en realidad era una parodia de aquella franquicia. El director y guionistas de ese film comprendieron lo que hizo grande a Star Trek mejor de lo que lo hicieron tantos otros directores y guionistas que participaron en las películas de la franquicia, salieran éstas adelante o se quedaran en meros proyectos. Pues bien, el productor, guionista y director Seth McFarlane demostró con su serie “The Orville”, que él era uno de esos pocos elegidos.
Al ver el tráiler de la serie y leer la premisa de partida
(las aventuras de la nave del título, comandada cuatrocientos años en el futuro
por el capitán Ed Mercer en su primer mando al frente de una nave de
exploración), lo más lógico era pensar que iba a tratarse de una parodia de
Star Trek. Al fin y al cabo, no parecía descabellado que el concepto y tono de
“Héroes Fuera de Órbita” pudiera trasladarse a un formato televisivo. Y viendo
los dos primeros episodios, esa impresión pareció confirmarse.
Lo que nadie pudo anticipar es que McFarlane supiera
reconocer los límites que le imponía la comedia y decidiera trascenderlos para
desarrollar una serie de space opera en la que se mezclaban e interrelacionaban
dramas personales, problemas políticos de ámbito galáctico y aventuras que
respetaban los clichés trekkies (anomalías cósmicas, los peligros de influir en
sociedades menos avanzadas, alienígenas extraños y/o peligrosos, tradiciones de
otras civilizaciones de ética cuestionable, rescates de naves o miembros de la
tripulación varados en planetas diversos…), todo ello presentado con
introspección, emoción y optimismo. “The Orville” es space opera de calidad y,
para muchos aficionados, fue en su momento la mejor serie de “Star Trek” sin
ser parte de la franquicia oficial.
La escena de apertura muestra a Ed Mercer (Seth McFarlane)
regresando a casa, donde encuentra a su esposa Kelly Grayson (Adrianne Palicki)
en la cama con Darulio (Rob Lowe), un extraterrestre azul o
"retepsiano". Tras un año sumido en la depresión y a pesar de su irregular
historial, le ofrecen de forma algo inexplicable su primer mando importante, el
de la Orville. Como piloto elige a su mejor amigo, Gordon Malloy (Scott Grimes)
y, cuando sube a bordo el primer día, conoce a los oficiales que le secundarán:
el teniente John LaMarr (J. Lee), que actúa como navegante y que trabaja codo
con
codo con Malloy; el teniente comandante Bortus (Peter Macon), un moclano,
una especie alienígena cuyo único género es el masculino; la doctora Claire
Finn (Penny Johnson Jerald), oficial médica de la nave; la teniente Alara Katan
(Halston Sage), jefa de seguridad y perteneciente a la especie xelayana, unas
diez veces más fuerte que los humanos. Pero lo que no se esperaba es que, junto
a él en el puente, como segundo a de abordo, se fuera a sentar su exesposa Kelly,
lo que crea desde el principio una situación cuando menos incómoda.
Hay otro miembro de la oficialidad que no es ni humano ni
alienígena. Se trata de Isaac (Mark Jackson), el especialista en ciencia e
ingeniería de la nave. Isaac es una forma de vida mecánica procedente de
Kaylon-1, un planeta cuyos únicos habitantes son sofisticados robots. A lo
largo de toda la temporada, deja bien claro que considera a los humanos –y al
resto de las especies- como seres inferiores a él, pero, al mismo tiempo, le fascinan
y utiliza su tiempo de servicio a bordo de la Orville para estudiarlos. Sus
compañeros tratan de enseñarle las reglas que rigen el comportamiento humano,
aunque su cerebro artificial no siempre pueda asimilarlas o comprenderlas, como
cuando Malloy intenta enseñarle a gastar una broma, lo que termina en la
amputación de su pierna.
El objetivo de la serie, obviamente, es el de narrar aventuras por el espacio, pero, en el fondo, su ambición es la de aproximarse lo más posible, aunque con un tono más ligero e irreverente, a las series de “Star Trek”. Y en este sentido, da en la diana.
Seth MacFarlane siempre se había declarado un gran
aficionado de “Star Trek: la Nueva Generación”, así que no es de extrañar que,
puestos a homenajear una obra televisiva de CF, optara por ese programa, del
cual tomó un gran número de conceptos, perfiles de personajes y estilo visual.
Todos los miembros de la tripulación visten elegantes trajes de diferentes
colores que representan distintos niveles de autoridad y tareas. Varios de los
personajes son réplicas de los clichés recurrentes de “La Nueva Generación”,
como Bortus, que se parece mucho al klingon Worf; o Isaac, un trasunto de Data
que interpreta al “outsider” que contempla la especie humana con ojo clínico
emitiendo juicios contundentes y poco favorables. Los Borg se han convertido
aquí en los Krill y el maquillaje con el que se caracteriza a muchas especies
alienígenas remite claramente al que se estilaba en las series de Star Trek. La
disposición del puente, las armas, las lanzaderas, el diseño de la tecnología, el
contexto galáctico, la propia Orville… recuerdan inmediatamente a la franquicia
creada por Gene Roddenberry.
Pero más interesante que las similitudes con Star Trek son
los aspectos que la diferencian. Y el primero son los propios personajes.
Superficialmente, como he apuntado antes, hay un parecido entre Bortus y Worf
en cuanto a la interpretación y ciertos rasgos (como la falta de sentido del
humor, la actitud sombría y las habilidades guerreras). Pero en el fondo, son
personajes completamente diferentes. Como su raza es exclusivamente masculina, su
pareja estable es también del mismo sexo masculino: Klyden (Chad Coleman). En
el tercer episodio, “El Caso de una Niña”, ambos conciben una hija, pero surge
un grave problema. En su sociedad, nacer hembra se considera una especie de
aberración, de malformación. En tal caso, se insta a los padres a realizarle a la
bebé una operación de cambio de sexo para convertirla en varón so pena de
crecer marginad
a de cualquier actividad social. Por eso, Bortus intenta
persuadir a la doctora Finn para que realice la operación y, al negarse ella,
acude directamente al capitán Mercer para que salga en su defensa. Sin embargo,
éste también se niega, convencido de que este tipo de intervenciones en una
criatura de tan corta edad es, como mínimo, poco ético. En cambio, y alineado
con el resto de la tripulación, intenta persuadir a Bortus para que deje que la
bebé crezca como mujer y, más adelante, cuando ella tenga la edad suficiente,
tome la decisión por sí misma.
Cuando Bortus plantea sus dudas a Klyden, éste le revela
que nació hembra y que se alegra de que sus padres tomaran la decisión de
cambiarle el sexo ya que, de lo contrario, no le habría conocido. El episodio
culmina con una audiencia en su planeta natal, Moclus, donde él y la
tripulación de la Orville exponen sus argumentos sobre por qué debería
permitírsele a la bebé seguir siendo niña. Es un episodio sobresaliente y uno
de los mejores de toda la serie.
El creador de la serie, Seth MacFarlane, resulta convincente
en su papel del capitán Ed Mercer, un hombre normal y corriente y, aún así,
heroico. A pesar de contar con una larga carrera, Mercer no exhibe el tipo de
personalidad carismática y con autoridad que suele asociarse con los
comandantes de naves espaciales en el universo de Star Trek. No es un gran lector
ni erudito de ningún tema; no es un veterano curtido ni tiene alguna habilidad
especial que resulte conveniente cada tantos episodios. Al contrario, es un
oficial de carrera que, claramente, sufre de baja autoestima y que, poco a poco,
aprende a ser el tipo de líder que la tripulación necesita que sea. Es
precisamente esa sensación que transmite de ser alguien sencillo y normal
–aunque con una brújula moral bien calibrada- lo que lo convierte en un personaje
con el que es fácil simpatizar.
La forma en que la serie explora su evolución es a veces
sorprendente, como en el episodio “Las Dagas de Cupido”, donde se revela con
absoluta normalidad y sin fanfarrias su bisexualidad; o en el capítulo “Krill”,
donde se encuentra en la imposible posición de salvar una colonia humana a
costa de miles de vidas krill. Su solución dista mucho de ser perfecta, y el
remate del episodio no sólo destruye casi toda la buena voluntad que se había granjeado
sino que tendrá graves consecuencias para el futuro, tal y como se verá en temporadas
posteriores. Pero, aunque su triunfo sea discutible y sin duda amargo, nadie
puede negarle su esfuerzo por tratar de hallar una salida diferente.
Por otra parte, su antigua relación conyugal con Kelly
Grayson da lugar a divertidos y al tiempo realistas intercambios verbales entre
ambos mientras se ven obligados a afrontar su problemático pasado y descubrir
cómo superarlo para funcionar como un equipo de mando eficaz. Aunque su arco es
razonablemente predecible, está desarrollado con cierta gracia, como cuando las
circunstancias parecen acercarlos a una reconciliación en el mencionado
episodio, “Las Dagas de Cupido”. El antiguo amante reptesiano de Grayson,
Darulio, reaparece para prestar su ayuda en las negociaciones de un tratado de
paz. Allí se revela que su especie, cuando entra en celo, libera una feromona
que hace que quienes están a su alrededor sientan una atracción irresistible
hacia él. Después de que tanto Grayson –otra vez- como Mercer sucumban a su influencia,
éste le pregunta a Darulio si estaba en celo cuando se acostó con su exesposa
un año antes, a lo que responde: "Quizás".
Otra relación que funciona bien en pantalla es la que
Mercer mantiene con su viejo amigo Gordon Malloy. Ambos tienen un fuerte
vínculo que resulta muy creíble y que en ocasiones recuerda al que tuvieron
Kirk y McCoy en la serie original. Siendo el “payaso residente” de la nave, las
irreverentes travesuras de Malloy son otra fuente de momentos cómicos bien interpretados
por un Scott Grimes que siempre parece disfrutar dando vida al personaje. Éste
también tiene buena química con el navegante John LaMarr, con quien urde bromas
pesadas a otros tripulantes desprevenidos.
Ahora bien, hubiera sido muy sencillo para McFarlane
colocar a su personaje en el centro de todos los episodios. Pero no fue así. Al
contrario, Ed suele ser el principal blanco de las bromas y en algunos
episodios apenas está presente. De hecho, en "En el Pliegue” y “La Regla
de la Mayoría”, apenas interviene más que para aportar un toque dramático al
principio y al final de los episodios con el propósito de resolver las tramas;
el resto del tiempo, la acción se la cede a otros personajes.
Kelly, interpretada por Adrianne Palicki, es uno de los
mejores personajes de la serie: hábil, tenaz, valiente y con principios,
constituye una excelente elección como Primera Oficial. Su papel en “Si las
Estrellas Aparecieran” es contundente y Palicki lo interpreta con la fuerza, intensidad
y desparpajo propios de su personaje. Pero es que, además, es un complemento
importante para muchos otros personajes más allá de Ed, como Alara o la doctora
Finn.
Uno de los personajes más entrañables del elenco central es
la jefa de seguridad xelayana interpretada por Halston Sage: la teniente Alara
Kitan. Nacida en un planeta con mayor gravedad que la terrestre, posee una
fuerza sobrehumana en entornos gravitatorios similares a la Tierra, lo que la
convierte en alguien a tener en cuenta a pesar de su corta estatura y
apariencia delicada. Aunque posee atributos físicos incontestablemente alienígenas,
Sage logra infundirle una personalidad afectuosa y sencilla que la hace
sumamente simpática. Además, Alara protagoniza algunas de las historias más
interesantes de la temporada, incluyendo el episodio “Actuación de Mandato”,
donde debe afrontar las dificultades y dilemas que surgen tras asumir la
comandancia de la nave en ausencia del capitán y el primer oficial; y un
episodio, “Tormenta de Fuego”, que explora las consecuencias emocionales que le
provoca su incapacidad de salvar la vida de un compañero de tripulación debido
a una fobia personal.
En cuando a la doctora jefe de la Orville, Claire Finn,
interpretada por Penny Johnson Jerald (veterana de Star Trek, donde participó
en quince episodios de “Espacio Profundo Nueve” dando vida a Kassidy Yates), es
quizá la oficial más veterana, madura y serena de a bordo y sus opiniones
suelen ser las más sensatas, sólo superada en este aspecto por Isaac que, en su
calidad de inteligencia artificial, es pura lógica (lo que a su vez le lleva a malinterpretar
las ilógicas idiosincrasias de sus compañeros dando lugar a una gran cantidad
de situaciones cómicas). Claire, en su calidad de doctora, pero también amiga,
actúa asimismo como psicóloga residente para varios oficiales y su amistad con
Alara es una de las mejores relaciones de la serie.
En el episodio dedicado a ella, “En el Pliegue”, Jerald
tiene la oportunidad de darle a su personaje una nueva faceta más dura. Separada
de sus hijos y de Isaac debido a un accidente de la lanzadera en un planeta, Claire
debe escapar de su captor y ayudar a mantener a los demás con vida el tiempo
suficiente para que llegue el rescate. Hay un momento, hacia el final del
episodio, en el que le enseña a su hijo mayor a usar un arma y la última
instrucción que le da antes de que los enemigos se les vengan encima es: “Colócala en “aturdir”. Puede que ellos no
respeten la vida, pero nosotros sí". Sin duda, los doctores McCoy,
Crusher, Bashir, EMH y Phlox estarían orgullosos.
En cuanto a las estrellas invitadas en episodios
individuales, parece que MacFarlane se dedicó a llamar a sus amigos para
preguntarles si les gustaría participar en su criatura. Así, varios de los
actores que aparecen puntualmente habían trabajado ya anteriormente con el
productor: Rob Lowe, cuyo regreso propició el propio MacFarlane; Scott Grimes
presta su voz a Steve en “Padre de Familia”; Norm MacDonald y Mike Henry
pusieron sus voces a personajes de esa misma serie; y tanto Liam Neeson como
Charlize Theron aparecieron en "Mil Maneras de Morder el Polvo” (2014),
dirigida por McFarlane.
Otro factor diferencial de “The Orville” respecto a las
primeras series de Star Trek es el humor. Star Trek siempre ha sido bastante
formal, pero como MacFarlane es guionista de comedia, imprime esa faceta en
"The Orville". Debo confesar que no soy seguidor de “Padre de Familia”,
su otro gran proyecto. Sí, es una serie de animación graciosa, pero a menudo da
la sensación de estar vadeando por una cloaca de bromas ofensivas y de mal
gusto buscando algún diamante que sólo aflora de vez en cuando.
Ahora bien, “The Orville” está misericordiosamente libre de
la mayor parte de ese tipo de humor. El primer y segundo episodios están un
poco más cargados que el resto de humor sarcástico e inmaduro, como chistes
sobre la frecuencia con la que los extraterrestres necesitan orinar, si el
navegante puede o no llevar bebidas alcoholicas al puente y lo mal enfocado en
pantalla que aparece el comandante Krill mientras amenaza con destruir la
Orville. Sin embargo, a medida que avanza la serie, los guiones empezaron a
equilibrar con mayor acierto el drama, la acción, el suspense y el humor,
utilizando este último como aderezo en lugar de como ingrediente principal de
cada historia. Ya en el tercer episodio, por ejemplo, el mencionado “El Caso de
una Niña”, los protagonistas se ven envueltos en un interesante debate de
trágicas consecuencias sobre el choque entre la ética, la cultura y la
tradición en el que el humor tiene poca cabida.
Con todo, el resultado neto cómico de la temporada es
bastante irregular. Los episodios "La Regla de la Mayoría” y “Krill”, por
ejemplo, se escribieron poniendo el foco en el navegante y el piloto
respectivamente, John Lamarr y Gordon Malloy. Ninguno funciona del todo en lo
que respecta al humor. En “La Regla de la Mayoría”, el drama y el suspense
derivan de un momento absurdo en el que John, un oficial altamente capacitado,
cree que es una buena idea frotarse obscenamente en público contra una estatua
en un mundo alienígena cuya cultura desconoce. Asimismo, "Krill", que
en muchos sentidos es el episodio más oscuro de la temporada, se ve lastrado
por las estupideces de Gordon. Existe una línea muy fina entre, por una parte,
usar el humor para aumentar o reducir la tensión, y, por otra, conseguir que
ésta quede diluida por completo. A pesar de los esfuerzos de J. Lee y Scott
Grimes, esos episodios cruzan esa línea en varios momentos.
Aunque la serie, conforme fueron avanzando los episodios y
las temporadas, iría adoptando un tono más dramático en cuanto al contexto
político en el que operan sus personajes, seguiría habiendo bastantes momentos
cómicos con los que aligerar la tensión, aunque cada vez menos forzados y mejor
equilibrados con los dramáticos, de modo que ambos se complementan en lugar de
contrarrestarse mutuamente. Gran parte del humor proviene, por una parte, de
las interacciones entre los personajes principales, cuyo trato a bordo es mucho
más informal –y quizá algo más realista- que el que mantenían Jean-Luc Picard y
sus oficiales. Y, por otra, del choque entre el ideal utópico de esa Tierra del
futuro y la entraña
ble torpeza de su personal. En "Actuación de Mandato”, cuando
Alara se da cuenta de que se ha quedado al mando y no tiene ni idea de cómo
actuar, lo primero que hace es correr a la cantina, pedir un tequila y
bebérselo de un trago. En las escenas iniciales de "Las Dagas de Cupido”,
Bortus proporciona uno de los momentos más divertidos con su elección de
canción para el karaoke. “The Orville”, como serie, y la Orville como
tripulación alcanzan su mejor nivel cuando son más honestos: gente con talentos
excepcionales, sí, pero imperfectos y entregados a un trabajo imposible que
desempeñan lo mejor que pueden con el equipo y las capacidades con los que
cuentan.
La serie no fue bien recibida en su primera temporada. Ciertos
críticos atacaron con saña la mezcla de drama y comedia, quizás porque no
encaja del todo en el patrón ni de la típica parodia ni del drama convencional
de ciencia ficción, sino que MacFarlane los combina de una forma, digamos, algo
inusual. Sin embargo, “The Orville” no es tanto una parodia al uso como un
homenaje a Star Trek por parte de alguien que claramente ama la serie y quiere
hacerle justicia sin perder por el camino su derecho a reírse de ciertos
clichés. De esta forma, algunos episodios son más cómicos que dramáticos, otros
tienen al espectador en suspense y otros le animan a reflexionar sobre lo que
en la historia se cuenta. De hecho, ese cóctel fue, precisamente, lo que llamó
la atención favorablemente de muchos aficionados al género, que la destacaron
por encima de otros productos derivados con un tono más sombrío, como la
contemporánea “Star Trek: Discovery”. “La Regla de la Mayoría”, por ejemplo,
combina humor, drama y suspense. Hay algo importante en juego, el teniente
LaMarr corre auténtico peligro, sus intentos por salvarse son cómicamente
vergonzantes y, además, incluye un mensaje relevante sobre nuestro mundo
actual. Es todo lo que debería ser una comedia dramática televisiva sustanciosa
y al tiempo desenfadada.
En lo que sí se parecen la franquicia Star Trek y “The
Orville” es en la inclusión en sus guiones de temas de actualidad “disfrazados”
de CF. Por ejemplo, el origen de los mitos y religiones y la forma en que
moldean las sociedades en el episodio final, “Loca Idolatría”, en la que
Grayson cura con su tecnología a una joven de un planeta con una civilización
muy primitiva, transformándose automáticamente en objeto de adoración a lo
largo de siglos. También la religión está presente en el cuarto episodio, “Si
las Estrellas Aparecieran”, de la que hablo un poco más enseguida.
Quizá el mejor de estos episodios alegóricos sea el que ya
he mencionado antes, el séptimo: “La Regla de la Mayoría”, en el que la Orville
descubre un planeta cuya sociedad se asemeja mucho a la Tierra de comienzos del
siglo XXI. Por imperativo legal, toda la población debe llevar visibles unas
insignias con una flecha verde y una roja, que indican su grado de aceptación o
rechazo social. Y es que cualquier persona puede votar a favor o en contra de
otra según su comportamiento. Pero este concepto, al ampliarlo, da lugar a aberraciones
todavía peores. Si se produce un escándalo público, el “culpable” (determinado
como tal por la votación popular) está obligado a hacer una "gira de
disculpas" y el público puede votar decidiendo su destino según le
convenza su arrepentimiento o no. Si los votos negativos se mantienen por debajo
de 10.000.000, se salva; si se supera ese umbral, se le aplica un "correctivo
social", básicamente una lobotomía. El teniente LaMarr, debido a su
estúpida iniciativa antes apuntada, acaba engullido por ese sistema. El
capítulo es un inteligente y corrosivo análisis de la sociedad que estamos
construyendo a través de la utilización irresponsable de las redes sociales
para fustigar impunemente a terceras personas o, por el contrario, premiarles
por estupideces.
No todo es perfecto en esta primera temporada de “The
Orville”. Una queja habitual es la del reciclado de ciertas tramas ya vistas en
la franquicia Star Trek. Es posible, aunque también es verdad que esa serie no
tuvo problemas desde el principio en echar mano de ciertos clichés y tramas de
CF que los aficionados ya habían podido leer en las revistas pulp desde hacía
muchos años. Esto no será un problema para quien no sea un gran conocedor ni
del universo Star Trek ni de la historia de la CF; e incluso así, no importa
tanto la adopción de ideas y conceptos preexistentes como el tratamiento que se
les da.
Eso sí, independientemente del origen de las premisas de
los episodios de “The Orville”, no se puede negar que algunos de los desenlaces
son algo decepcionantes. Por poner un ejemplo, en “Si las Estrellas Aparecieran",
la tripulación de la Orville descubre una enorme nave con una biosfera
artificial en su interior: hierba, árboles, ciudades, granjas... Sus habitantes
nunca han visto la noche ni las estrellas porque el techo de la nave (la
estructura interior) muestra constantemente el cielo diurno. No se dan cuenta
de que están en una nave y, salvo un pequeño y ferozmente perseguido grupo de
herejes llamados Reformistas, todos veneran a una deidad llamada Dorahl (que
resulta ser el antiguo capitán fallecido mucho tiempo atrás). La tensión social
entre los Reformistas y la teocracia gobernante alcanza su punto álgido cuando
la llegada de los tripulantes de la Orville precipita los acontecimentos. En
los momentos finales del episodio, los recién llegados encuentran la manera de
abrir el techo corredizo de la nave, permitiendo así que los habitantes vean el
cielo nocturno y dándole la razón así a los Reformistas. Buenas noches. Fin.
Misión cumplida. Todas las tensiones sociales se han disipado. La verdad vence
a la ignorancia.
Es un final insatisfactorio por facilón y perezoso. No se
puede simplemente pulsar un interruptor y evaporar siglos de falsas creencias, ruptura
social y dictadura teocrática. Esos desgraciados ni siquiera sabían qué eran
las estrellas. ¿Qué pasaría en la vida real si nuestro cielo fuera reemplazado
de repente por algo extraño, como una estructura de ladrillos? Probablemente y
para empezar, estallarían disturbios. No hay una solución rápida y definitiva a
ese conflicto que divide la sociedad. La opción que presenta MacFarlane en su
guion no sólo es difícil de creer, sino que queda a un paso del deus ex
machina, algo imperdonable incluso en una comedia. Y no es este el único
episodio en el que tal cosa ocurre.
Entre otros aspectos mejorables –y estos son, claro, una
cuestión de gustos- se encuentra el irregular diseño de las naves. Ni la
Orville ni sus lanzaderas me parecieron tener líneas y volúmenes
particularmente atractivos. Las lanzaderas Krill son impresionantes, su
destructor no tanto. Y la música no es que sea un homenaje al tema principal de
“La Nueva Generación” sino un plagio descarado.
“The Orville”, ya en su primera temporada, resultó no ser
un “simple” intento de reciclar el tono de “Héroes fuera de Órbita”, sino que
demostró tener más ambición y saber cómo lograr trascender las expectativas,
equilibrando entretenimiento y reflexión, humor y drama. Experimentó una rápida
evolución en los conceptos y personajes presentados en el piloto, más rápida,
de hecho, que en cualquier otra serie anterior de Star Trek, a la que siempre
le costó demasiado hallar su rumbo y perfilar los personajes. Esta primera
temporada ya ofrece el sentido de la aventura del Star Trek clásico, el estilo
de “La Nueva Generación”, la continuidad de “Espacio Profundo Nueve”, la
calidad de los títulos de apertura de “Voyager”,
la participación de varios guionistas y directores de la franquicia (Brannon
Braga, Johnathan Frakes, Andre Bormanis, David A.Goodman, James L.Conway o
Robert Duncan McNeill) y, al igual que “Star Trek: Discovery”, se distancia lo
suficiente de la franquicia de los 90 como para establecer un nuevo comienzo
sin el lastre de los antepasados inmediatos.
Paradójicamente dado que en buena medida se trata de un
entrañable homenaje-actualización de una serie que ya contaba treinta años
realizada por un productor con la obvia fantasía de ser héroe espacial (no en
vano se reserva el papel principal), los doce episodios que conforman la
primera temporada de “The Orville” son una propuesta refrescante gracias a sus
personajes, el buen trabajo a la hora de crear el vasto universo que los rodea,
los excelentes efectos especiales y lo atrevido de sus historias, que no
esquivan temas tan actuales como polémicos. Desde su primera temporada, “The
Orville” superó su pretensión original, creciendo y evolucionando rápidamente
para ser una réplica casi perfecta de Star Trek gracias a que supo comprender,
incorporar y transmitir perfectamente y sin exagerarlos el espíritu original,
los valores y las dinámicas de las mejores series de esa franquicia.
(Continúa en la entrada siguiente)
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