lunes, 29 de septiembre de 2025

2017- THE ORVILLE (2)

 

(Viene de la entrada anterior)

 

Parece un hecho indiscutible que cualquier serie de televisión que aborde el futuro de la Humanidad en el espacio haya de compararse con Star Trek. Esto tiene sentido, dados su papel pionero en el subgénero y la enorme influencia cultural y estética que la franquicia en su conjunto ha ejercido en la ciencia ficción televisiva. Este ascendiente se puso de manifiesto de manera especial entre 2017-2018, cuando estalló una efímera polémica en internet entre los fans de “Star Trek: Discovery” y los de “The Orville”, alrededor del mérito de cada una de las series en tanto que herederas más capacitadas para perpetuar el legado de Star Trek.

 

Los fans de “Discovery” consideraban que The Orville era una serie mediocre y escasamente graciosa, plagada de chistes burdos y plagios flagrantes; mientras que los seguidores de “The Orville” criticaban a “Discovery” acusándola de ser una versión oscura y pesimista de Star Trek, que alteraba la historia de la franquicia sin justificación y que, al igual que las películas de Abrams y “Star Trek: Picard”, se obsesionaba con revivir y reinterpretar el pasado. Como suele ocurrir en estas ciberpolémicas, ambas posturas esgrimían argumentos válidos. Sin embargo –y esto es una opinión personal- considero que la segunda temporada de “The Orville” sí demostró que MacFarlane podría ser un mejor custodio del legado de Star Trek que Abrams y sus películas o las iteraciones contemporáneas de la veterana franquicia gracias a su giro hacia un estilo más reflexivo, optimista y socialmente comprometido.

 

En cualquier caso, más allá de esas polémicas un tanto estériles y en el mundo real, ante el buen resultado de la primera temporada de “The Orville” y confiando en las posibilidades de una segunda, la cadena Fox, aunque con menos bombo que en su estreno, dio via libre para una segunda tanda de 14 episodios emitida de diciembre de 2018 a abril de 2019

 

En su primera temporada, había resultado algo difícil separar “The Orville” de las series de Star Trek que se estrenaron desde finales de los 80 hasta comienzos del siglo XXI. Obviamente y como ya dijimos, McFarlane extrajo mucha de su inspiración de aquellos programas, pero lejos de ser una mera parodia al estilo de su otra serie, “Padre de Familia”, lo que imaginó aquí fueron historias de una hora de duración con un tono ligero y momentos cómicos, pero con un sustrato claramente dramático que iba consolidándose episodio tras episodio. Los elementos reminiscentes de Star Trek (desde el ritmo a la escenografía o el vestuario, la tecnocháchara, ciertos tropos, la política galáctica, la nave y su funcionamiento y hasta la distribución de roles y diversidad del cuerpo principal de personajes, apelaban a los fans nostálgicos de Star Trek –muchos de los cuales no se cansaban de decir que era una serie más “Star Trek” que lo que últimamente había venido siendo “Star Trek”-, pero algunos críticos esperaban que “The Orville” encontrara un estilo propio en lugar de imitar el de otras series de éxito.

 

El primer episodio, “Ja´loja”, escrito y dirigido por McFarlane, satisface, en cierto modo, esa expectativa. Un chiste aparentemente casual de Gordon en el episodio piloto se recupera ahora para que sirva de motor principal de la trama. Cuando se presentó inicialmente a Bortus, se mencionó que su especie, compuesta solo por machos, orina una vez al año. Resulta que, para los Moclanos, este evento anual es un rito sagrado, similar a una fiesta de cumpleaños y al que se invita a todos los seres queridos.

 

Así que la tripulación de la Orville se dirige al planeta natal de Bortus para que pueda llevar a cabo el ritual en cuestión. Por el camino, reclutan a Janel Tyler (Michaela McManus), cartógrafa de materia oscura, cuyo atractivo complicará la relación entre Ed y Kelly. Mientras tanto, otros miembros de la tripulación deben enfrentarse a sus propios desafíos personales: Alara no encuentra pareja; la doctora Finn tiene problemas con su hijo Marcus; Malloy necesita ayuda de LaMarr para mejorar sus relaciones con las mujeres; y Ed tiene que aceptar que Kelly ha superado la ruptura cuando ésta empieza una relación con el maestro de abordo, Cassius (Chris J. Johnson).

 

Como puede verse, es un episodio centrado en los personajes. Las tramas secundarias —normalmente con mayor carga emocional y algunos momentos de humor, que, en general, ofrecen una visión bastante realista de la vida a bordo de la Orville— son un ejemplo de ello. “Ja´loja” es un episodio bien elaborado y de tono tranquilo, aunque dista de ser perfecto. McFarlane sigue teniendo algunas dificultades para equilibrar seriedad e irreverencia. El enfoque de la serie hacia la ceremonia Ja’loja refleja bien su estilo al abordar las distintas razas alienígenas: el guionista aprovecha su imaginación para crear estas especies, pero, más a menudo de lo que quizá sería deseable, las características que las hacen únicas se utilizan para generar risas... hasta que,  de repente, se toman en serio. Así, cuando Bortus, con total circunspección, anuncia su deseo de realizar el ritual tradicional, Ed intenta tomárselo con formalidad, pero la tripulación no deja de hacer bromas al respecto. El tono no es del todo malintencionado y el ritual en sí se representa con cierto respeto. Sin embargo, esto refleja una cierta confusión sobre el tipo de humor con el que quiere adornarse la serie.

 

Dicho esto, la incorporación de Jason Alexander (irreconocible bajo una enorme cabeza escamosa) como Olix, el nuevo camarero de la nave, sugiere que McFarlane quería darle a la segunda temporada más escenas en esa localización, un lugar donde los personajes interactúan más relajadamente y se hacen confidencias que no tienen lugar en el puente de mando (Olix, de todas formas, no aparecería más que en dos episodios de la segunda temporada).

 

La primera temporada se había centrado en presentar y describir a los personajes, sus interrelaciones y el mundo en el que habitaban a base de episodios básicamente autoconclusivos. Aunque sobre todo en los primeros capítulos, la serie vino marcada por la habitual mezcla de humor irreverente y referencias a la cultura popular que caracteriza a MacFarlane, también incluyó varios episodios que no hubieran desentonado en absoluto en “La Nueva Generacion” o “Voyager”, demostrando el potencial de la serie para explorar la complejidad emocional de los personajes.

 

La segunda temporada abraza, explora y aprovecha esa diversidad y complejidad. Es cierto que el humor, más ligero y sutil, no desaparece por completo; pero sí contribuye a que los personajes resulten más cercanos y, paradójicamente en algunos casos, más humanos. En general, “The Orville” evita la tentación a la que algunas series de Star Trek han sucumbido a lo largo de su historia, esto es, crear personajes tan irreprochables, eficaces, fiables y moralmente perfectos, que terminan pareciendo artificiales.

 

Si bien en esta segunda temporada gran parte de la carga cómica recae en el piloto Gordon Malloy, está repartida también entre los demás personajes, lo que hace que la tripulación de la nave parezca más natural y humana, alejándose de la imagen estereotipada de perfección aséptica que a veces transmitían los oficiales de cualquiera de las Enterprise. En resumen, que, en su segunda temporada, The Orville se consolida como una serie que se apoya en personajes con una vida interior rica y llena de emociones no siempre y necesariamente positivas. MacFarlane comprende a la perfección lo que le dio a Star Trek su encanto e identidad, y lo aplica a “The Orville” pasado por su filtro personal. Es consciente de que lo que hizo que Star Trek fuera tan querida por tanta gente durante tanto tiempo y en tantos lugares no fueron las tramas, las escenas de acción ni los combates espaciales. Tampoco su enfoque en la exploración de temas sociales. Al igual que las mejores entregas de Star Trek, “The Orville” brilla porque sus personajes no son solo una tripulación, sino una familia unida por lazos emocionales -expresados ​​a través de la empatía, el interés, el humor, la ira, la exasperación, el miedo, el amor y la alegría-, lazos que pueden fortalecerse o debilitarse en momentos de crisis.

 

Y crisis personales no faltan en la temporada. En el episodio “Instintos Primitivos”, la misión de la nave para rescatar los restos de una civilización amenazada por la expansión de su estrella roja se ve comprometida por un virus informático que infecta los sistemas de toda la nave. ¿El origen del virus? Un programa de pornografía en realidad virtual usado por Bortus, quien ocultaba a su marido, Klyden (Chad Coleman), tanto su adicción a la pornografía como su creciente distanciamiento emocional, que comenzó cuando el segundo forzó la cirugía de cambio de sexo en la hija de ambos, Topa, tal y como se vio en la primera temporada. Las tensiones en su relación generan conflictos continuos durante el resto de la temporada.

 

Podría parecer sencillo, incluso necesario, pero lo cierto es que muchas series de CF mantienen las relaciones personales separadas de las tramas de los episodios individuales o el arco argumental de temporada. Es lo que ocurrió, sin ir más lejos, en la primera temporada de “The Orville”, de la que podrían eliminarse las relaciones sentimentales de los personajes y sus arcos personales sin que las historias principales que se narraban en cada episodio experimentaran grandes cambios. Pero en esta segunda temporada, al integrar estos elementos interpersonales en las tramas, la serie se transforma por completo.

 

El enfoque de “The Orville” sobre los moclanos había sido cuestionable desde el principio. En esta temporada, se profundiza todavía más en el dilema de si es ético tratar de forzar cambios en las culturas cuyos ideales y tradiciones difieren o incluso se oponen a los propios. Si en el primer año se había abordado el tema de las niñas moclanas, ahora se explora la infidelidad, la heterosexualidad y (de nuevo), las cuestiones de género entre los moclanos, culminando en el capítulo "Santuario", en el que la Unión se ve en la tesitura de decidir entre proteger la libertad de las hembras moclanas que huyen de la persecución de su sociedad masculina o mantener la alianza con el imperio moclano en un momento en el que la amenaza Kaylon los hace muy valiosos en su calidad de fabricantes y suministradores de armamento.

 

El capítulo termina con un acuerdo que, en esencia, permite a las mujeres moclanas vivir libres en un aislado planeta, pero la Unión ni reconoce esa libertad oficialmente (y, por tanto, no se compromete a defenderla por la fuerza si fuera necesario) ni protege a las niñas que puedan nacer en el futuro ni a los padres que deseen que sus hijas vivan una vida plena como mujeres. Sería como si el Norte hubiera renunciado a librar la Guerra Civil norteamericana si los sudistas dejaban de perseguir a los esclavos huidos, pero al mismo tiempo seguían consintiéndolos en las plantaciones. Es difícil saber si la serie pretende mostrar que la Unión se resignó a un trato moralmente reprobable para conservar a su aliado más fuerte, o si realmente creía que era un acuerdo justo. Este es un aspecto en el que “The Orville” se aleja de la visión utópica de las primeras series de “Star Trek”. Ni el futuro ni la Unión son tiempos e instituciones justas. Sí, hay tecnología maravillosa, pero los intereses en juego siguen siendo los mismos y en tiempos de crisis los valores y principios morales son los primeros en abandonar el barco.

 

En el episodio “Lo Único que Quedará en la Tierra serán los Peces”, vemos a Mercer disfrutando de una relación romántica con la teniente Janel Tyler; pero ese romance se desmorona cuando se revela que ella es, en realidad, Teleya (Michaela McManus), una agente Krill disfrazada de humana, enviada a capturar a Mercer para obtener los códigos del sistema de defensa de la Unión. Ambos se ven obligados a colaborar para sobrevivir a un ataque de otra especie y en ese trance descubren cierto respeto mutuo. Mercer decide liberar a Teleya con la esperanza de que ese acto de generosidad mejore las relaciones con su pueblo, una decisión que tendrá graves consecuencias en el futuro. Es un capítulo de gran carga emocional, tanto por la sensación de traición y violación de la confianza que siente Mercer, como por los complejos y contradictorios sentimientos de Teleya hacia él.

 

En “Hogar”, la teniente Alara Kitan, jefa de seguridad, descubre que su fuerza sobrehumana se está debilitando por haber permanecido demasiado tiempo en un entorno de gravedad similar a la de la Tierra, mucho menor que la de su planeta natal, Xelaya. Por motivos médicos e insegura acerca de su valía, regresa a su planeta y, tras un momento de crisis en el que un antiguo paciente del padre de Alara (Robert Picardo, el doctor de “Star Trek: Voyager”) busca venganza, la muchacha decide quedarse allí y renunciar a su puesto en la Orville.

 

Aunque los guionistas le dieron a Alara una despedida muy emotiva, permitiéndole reencontrarse con una familia que, por fin, la acepta como es, supuso una decepción que la salida de la actriz Halston Sage, porque en la primera temporada se había hecho un esfuerzo notable para construir su personaje y explorar sus capacidades más allá de su fuerza física, por ejemplo, su liderazgo. Con todo, la incorporación de su compatriota Talla Keyalli (interpretada por Jessica Szohr), sin llegar a llenar su hueco, no salió mal entre otras cosas porque su carácter, edad y experiencia encajan mejor con los del resto del núcleo central de oficiales de la Orville, mientras que Alara a veces parecía una alférez recién alistada.

 

Por otra parte, los guionistas supieron esquivar el riesgo de marginar a John LaMarr tras su promoción a jefe de ingeniería, un puesto que le alejaba del puente de mando. Sin embargo, ese movimiento resultó ser un acierto, ya que equilibró la narrativa. Gracias a ello, los guionistas pudieron aprovechar el hecho de que John era amigo y confidente del resto de la tripulación para incorporar el aspecto técnico de la ingeniería de la Orville sin tener que recurrir a personajes secundarios.

 

La segunda temporada carece de un hilo argumental que conecte todos los episodios, pero sí hay una relación en particular que señala los momentos más dramáticos. La oficial médica de la Orville, la doctora Claire Finn, se enamora del oficial científico Isaac que, como vimos en la entrada anterior, es un Kaylon, una criatura perteneciente a una raza de seres artificiales tecnológicamente muy desarrollados que fue enviado a la Orville para observar la vida orgánica y enviar informes a su planeta natal de cara a que allí consideraran su incorporación a la Unión. Inicialmente, Isaac admite la relación romántica con Finn como parte de su estudio de los humanos, pero termina desarrollando un genuino vínculo emocional con ella.

 

Esta relación toma un giro inesperado en el doble episodio "Identidad", cuando Isaac, repentinamente, se apaga. Los conocimientos de Lamarr no le permiten identificar ni el problema ni, por tanto, la solución, así que la Orville viaja hasta el planeta hogar de esa especie, Kaylon 1, para que reparen a su tripulante. Lo que se descubre allí es una revelación al estilo de “Battlestar Galactica”: los Kaylon exterminaron a la especie humanoide que los creó y ahora planean invadir la Unión y destruir toda vida orgánica inteligente. Toman el control de Isaac y de la Orville, y envían una enorme flota a la Tierra para aniquilar a los humanos. La batalla espacial resultante entre los Kaylon, la flota de la Unión y los reptilianos y fanáticos religiosos Krill (presentados como enemigos en la primera temporada y ahora aliados por conveniencia) es una de las más elaboradas y mejor filmadas de la historia de la ciencia ficción televisiva. Finalmente, la invasión se frustra gracias a los fuertes lazos que Isaac había forjado con los hijos de Claire, lo que le lleva a recuperar su propia identidad, rebelarse contra su especie y ayudar a la Unión a derrotar a los Kaylon, resignándose a vivir exiliado de su mundo.  

 

En su segunda temporada, “The Orville” explora numerosos tropos y tramas tradicionales de la ciencia ficción, a menudo aportándoles un enfoque que, si bien no es completamente novedoso, al menos sí está desarrollado con frescura y ritmo. Es el caso del final de temporada, dividido en dos episodios (“Mañana, y mañana y mañana” y “El Camino no Elegido”) y para el que se recupera un clásico de la CF y, en especial, de todas las series de Star Trek: la línea temporal alternativa. Tras hablar con Ed sobre su decisión de mantener una relación profesional en lugar de reavivar el antiguo romance, Kelly visita al comandante John LaMarr, ascendido a ingeniero jefe. John e Isaac están experimentando con un dispositivo de desplazamiento temporal y, cuando una anomalía gravitacional lo activa, la proximidad de Kelly y su preocupación por el pasado hacen que aparezca en la Orville una versión más joven de ella. Esta Kelly no sólo es siete años más joven, sino que es la Kelly resacosa que acaba de tener su primera cita con Ed.

 

La aparición de la joven Kelly genera todo tipo de tensiones interpersonales, especialmente con la Kelly del presente. La comandante Grayson considera a la teniente Grayson una joven ingenua y presumida; y su versión joven se siente decepcionada por no verse en el futuro como la comandante que imaginaba llegaría a ser algún día. La Kelly mayor también se siente incómoda cuando Ed le dice que quiere tener una relación con la Kelly menor. Sin embargo, no tarda en descubrir que él mismo ha cambiado mucho en los últimos siete años y la antigua compatibilidad ya no existe así que rompe con ella. En ese momento, los Kaylon atacan y la joven Kelly desempeña un papel clave para salvar la nave. Cuando todos parecen haber alcanzado un cierto equilibrio, John e Isaac informan de que han encontrado la manera de devolver a la joven Kelly a su tiempo. La Dra. Finn borra su memoria y Kelly despierta en su apartamento, siete años en el pasado. Cuando el joven Ed la llama al día siguiente para invitarla a una segunda cita, ella se niega. El borrado de memoria no funcionó, y en lugar de dar inicio a la relación con Ed, decide evitarla. Esa decisión acaba teniendo graves e inesperadas consecuencias.

 

“El Camino no Elegido” marca, como he dicho, el final de la temporada y comienza con Ed y su mejor amigo, el teniente piloto Gordon Malloy, buscando un replicador de alimentos en un puesto abandonado de la Unión, cuando son descubiertos por los Kaylon. Logran escapar por los pelos, y descubrimos que esa especie de robots inteligentes han conquistado la mitad de la galaxia en menos de un año. Se encuentran con una nave de saqueadores tripulada por lo que debería ser la tripulación de la Orville: la Dra. Finn y sus compañeros, John LaMarr, Talla Keyali y Kelly Grayson. Esta es la Kelly que abandonó su compromiso con Ed y que conserva todos los recuerdos de lo que para ella fue una realidad alternativa.

 

Como Kelly y Ed nunca se casaron, ella, atormentada por la culpa de haberle sido infiel, nunca convenció al viejo amigo de su padre, el almirante Halsey (Victor Garber), para que lo nombrara comandante de la Orville. Isaac, por tanto, tampoco se integró nunca en la tripulación de la misma manera que lo hizo en la línea temporal “original”, por lo que, llegado el momento, no hizo nada para impedir que los Kaylon usaran la Orville para destruir las defensas de la Tierra. Como guarda memoria de su breve vida en la realidad alternativa, la Kelly madura que vemos ahora es perfectamente consciente de que cometió uno de los mayores errores de la Historia y ha estado intentando remediar la situación reuniendo a la tripulación de la Orville de esa otra realidad. La Dra. Finn explica que el cerebro de Kelly padece deficiencia de una proteína específica que contrarrestó la alteración de la memoria. Podría volver a repetir el proceso con una inyección de esa proteína si logran llegar a la Orville, que está en el fondo del océano Pacífico.

 

La tripulación consigue la proteína tras una peligrosa incursión a un planeta donde se encuentra una base secreta de la Resistencia (con una bienvenida aparición de Halston Sage como Alara en esta línea temporal), y luego se dirigen a la Tierra. El episodio anterior había concluido con un final inesperado y sorprendente, y, si bien “El Camino no Elegido” incluye algunas escenas e imágenes impactantes (como una Tierra completamente devastada por cráteres y las cabezas de los drones Kaylon, capaces de matar instantáneamente), el desenlace se reduce a una fórmula predecible. La Dra. Finn vuelve al pasado para borrarle la memoria a Kelly (saltándose, eso sí, el manido discurso sobre el bien común, etc.), y cuando Ed la llama (otra vez) en el pasado, ella acepta salir con él de nuevo.

 

Una de las razones principales para crear versiones diferentes de personajes conocidos en realidades alternativas es explorar aspectos de su personalidad que antes habían permanecido ocultos; o resaltar su esencia mediante interpretaciones muy diferentes de ellos. En el episodio “Tapiz”, de “Star Trek: La Nueva Generación”, por ejemplo, cuando Q le muestra a Picard lo malgastada que habría estado su vida si no hubiera sido alguien siempre dispuesto a correr riesgos. Ahora bien, en este episodio final de la segunda temporada de “The Orville”, cuando el Ed alternativo afirma haber comandado un puesto avanzado de la Federación, pero no una nave espacial, no se percibe la sensación de que haya desperdiciado su potencial. Por otra parte, no cabe duda de que Mercer es una buena persona y muy leal a sus amigos, un personaje con el que podemos identificarnos fácilmente, sea cual sea la realidad que habite. Uno de sus rasgos definitorios es su relación con Kelly. Este episodio no nos revela nada nuevo sobre el personaje, pero sí refuerza este vínculo. Ed ama a Kelly, independientemente de la realidad en la que ambos se conozcan.  

 

“El Camino no Elegido” funciona bien como episodio de fin de temporada a pesar de no conseguir escapar del todo de los convencionalismos de este tipo de narrativas. Los diálogos son dinámicos, los efectos especiales aportan un marco sobresaliente y los personajes resultan simpáticos. La trama propiamente dicha no nos ofrece nada nuevo, pero, al menos, cuenta la historia de forma amena y entretenida.

 

En general, la segunda temporada de “The Orville” marca un cambio a mejor respecto a la primera en cuanto al equilibrio entre humor, desarrollo de personajes y drama. El humor es más sutil y está mejor integrado con el desarrollo de los personajes y las tramas, lo cual redunda en una serie más sólida y entretenida. Aquello en lo que había acertado el programa en su primera temporada, a saber, explorar temas complejos de una manera más profunda y sustancial de lo habitual en televisión, lo refina en la segunda. Si bien los guiones, los efectos visuales y la música siguen bebiendo generosamente de otras series de CF, sobre todo las pertenecientes a la franquicia de Star Trek, al menos mantienen una calidad notable y, en general, funcionan más como cariñosos homenajes que como simples plagios o imitaciones.

 

Los episodios de la segunda temporada de “The Orville” confirmaron a aquellos que aún lo dudaban, que no se trataba simplemente de una serie-parodia al estilo de “Padre de Familia”, sino un excelente ejemplo de serie televisiva de ciencia ficción centrada en los personajes, con historias emotivas y profundas con las que demostraba que, para narrar la historia de la exploración del espacio no era necesario renunciar al humor, el tono ligero o el reconocimiento de las debilidades humanas. Estos rasgos de carácter, que forman parte indisoluble del mundo emocional de nuestra especie, se utilizan para crear interesantes tramas y evoluciones de los personajes, haciendo de éstos criaturas de ficción con las que el espectador puede identificarse. En “The Orville”, MacFarlane supo aprovechar de forma dramática e ingeniosa tanto nuestros vicios como nuestras virtudes al tiempo que celebraba el espíritu de exploración y descubrimiento que caracteriza a la Humanidad.

 

(Finaliza en la siguiente entrada)

 

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