Desde 1950, cuando Corea del Norte invadió Corea del Sur, la Guerra
Fría no había hecho sino calentarse, valga la expresión. Políticos y ciudadanos
corrientes de Occidente y, especialmente, Estados Unidos, vivían preocupados,
primero, por la infiltración comunista que temían acabara por minar su sistema
capitalista y democrático; y, segundo, por esa espada de Damocles que era la
bomba nuclear. Esta ansiedad, en muchos casos, degeneró en paranoia y se filtró
al mundo de la ficción, incluido, claro está, el cine. La CF demostró ser un
vehículo perfecto para comentar la situación, transformando la bomba atómica en
monstruos destructores y a los comunistas en alienígenas insidiosos que lavaban
el cerebro de los humanos y cuyo único fin era la dominación absoluta.