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martes, 20 de enero de 2015
1944- SIRIO - Olaf Stapledon
Aunque los primeros escritores de ciencia ficción del siglo XX se preocuparon más por imaginar cuál sería el siguiente estadio de evolución del hombre, también hubo quien pensó que otras criaturas o formas de vida podrían experimentar mutaciones. Algunos de los primeros ejemplos de este tipo de narración fueron “La isla del doctor Moreau” (1896) de H.G.Wells, “Más allá de la cueva de la esfinge” (1933), de Murray Leinster; “La isla de Proteo” (1936), de Stanley G.Weinbaum; o “El Fiel” (1938), debut de Lester del Rey. Más adelante, Clifford D.Simak plantearía en “Ciudad” (1952) la posibilidad de que los perros inteligentes se adueñaran del planeta tras la marcha del hombre. Y en “Onda Cerebral” (1953), Poul Anderson imaginaba qué pasaría si todos los seres de la Tierra, animales incluidos, dieran un enorme salto intelectual tras sufrir los efectos de un campo de energía cósmico.
Ya fuera esa inteligencia incrementada producto de un azar biológico o cósmico o de un experimento científico, de lo que se trataba en último término era de reflexionar sobre lo que significa ser humano. ¿Es suficiente para ello la inteligencia tal y como la conocemos? ¿Ha de ser ésta completamente humana? ¿Qué papel juegan en eso que entendemos por humanidad los sentimientos, la ética o la religión?
Pero quizá el relato de ciencia ficción más conmovedor sobre animales inteligentes -y quizá el primero cuyo protagonista es uno de ellos- sea “Sirio”. Lo cual resulta chocante dado que su autor, el magnífico Olaf Stapledon, solía adoptar en sus obras un tono frío y distante. “Sirio” fue la excepción: su novela más humana a pesar de estar protagonizada por un perro.
viernes, 2 de agosto de 2013
1937- HACEDOR DE ESTRELLAS - Olaf Stapledon
Giordano Bruno (1548-1600) fue un pensador italiano que, inspirado por el modelo copernicano del Sistema Solar, impartió clases por diversos países europeos, especialmente en las naciones protestantes del norte. Cuando llegó a Venecia en 1591, fue arrestado por la Inquisición, interrogado y finalmente ejecutado en 1600. Ciertamente, la magia y el misticismo jugaban un papel tan importante en el pensamiento de Bruno como la ciencia, pero en el fondo, sus ingeniosas especulaciones sobre la naturaleza del universo eran pura ciencia ficción. Su obra “Sobre el Universo Infinito y los Mundos” (1584) imagina al cosmos como una infinita pluralidad de mundos, cada uno de los cuales puede asimilarse a un organismo vivo. El propio Universo, por tanto, estaba vivo.
Tres siglos después, un escritor y profesor de Filosofía de la Universidad de Liverpool, Olaf Stapledon, tuvo conocimiento de esa maravillosa interpretación del universo (aunque no a través de los textos del propio Bruno, sino mediante los filósofos idealistas alemanes del siglo XIX) y decidió escribir un libro basado en ella. A Bruno lo quemaron por enseñar tales herejías. A Stapledon se le considera un clásico imprescindible de la ciencia ficción, un autor de gran profundidad intelectual y, según muchos, la principal mente imaginativa del siglo XX.
martes, 7 de mayo de 2013
1935- JUAN RARO - Olaf Stapledon
A finales de los años treinta y principios de los cuarenta, la cultura popular se vio sorprendida por el auge de lo que iba a convertirse en un género nuevo, hijo legítimo de la ciencia ficción, la fantasía, la aventura y el folletín: el superheróico, protagonizado por justicieros con vistosos uniformes y en posesión de capacidades sobrehumanas. Pero el tema del superhombre precedía en unos cuantos años a ese fenómeno todavía hoy vigente. Fue tratado en primer lugar en la literatura de ciencia ficción y con una profundidad y lucidez que el comic tardaría décadas en alcanzar.
La idea del posthumano ha fascinado a la ciencia ficción moderna desde sus comienzos, suscitando cuestiones sobre el destino del hombre, la vida en el Universo y el sentido de ambas. Desde que Darwin enunciara su famosa y controvertida teoría, los autores más audaces se han apoyado en los dos puntales de la biología, la evolución y la genética, para desarrollar sus especulaciones.
jueves, 4 de octubre de 2012
1930-LA ÚLTIMA Y LA PRIMERA HUMANIDAD - Olaf Stapledon
Mientras los escritores norteamericanos deslumbraban a los lectores de las publicaciones pulp con sus seriales de sencillas aventuras espaciales, héroes cósmicos, mundos perdidos y malvados alienígenas, un desconocido filósofo inglés tejía una ambiciosa historia del futuro de proporciones nunca vistas hasta entonces y raramente igualadas en las décadas por venir. Olaf Stapledon (1886-1950) fue, a pesar de su nombre escandinavo, un escritor británico que se inspiró en los grandes filósofos del siglo XIX, especialmente Schopenhauer y Oswal Spengler, para escribir una original e imaginativa crónica del futuro que se convertiría en el modelo para intentos similares de otros autores, como Robert A.Heinlein, Isaac Asimov o Larry Niven.
Stapledon nació cerca de Liverpool, una ciudad eminentemente industrial de escasa tradición intelectual. Su familia, dedicada a los negocios navieros, gozaba de una buena posición económica que le garantizó una educación de calidad en Abbotsholme School y el Balliol College de Oxford, donde se licenció en Historia Contemporánea. Su primera infancia transcurrió en Port Said, Egipto, en la oficina comercial que la familia mantenía en esa localidad. Sus ideas pacifistas le disuadieron de servir en el frente durante la Primera Guerra Mundial, pero sí cumplió allí una misión como conductor de ambulancias de la Sociedad de Amigos. Tras la guerra, ejerció labores docentes como profesor, entre otras asignaturas, de filosofía -campo en el que se doctoró en 1925 en la Universidad de Liverpool-- para la Asociación Educativa de los Obreros y como profesor externo de la Universidad. Sus escritos académicos, sin embargo, no encontraron demasiado eco en una intelectualidad británica dominada por el londinense grupo de Bloomsbury, que siempre rechazó a Stapledon por su origen de provincias.
Fue entonces, en 1926, durante unas vacaciones en la costa de Gales, cuando recibió la inspiración para la que sería su primera obra de ficción. La visión de unos leones marinos acurrucados en un peñasco barrido por las inclementes olas del océano, le recordó la propia existencia de la especie humana, un ser frágil y batido por los vaivenes de una historia cósmica cuya vastedad nos resulta inabarcable. Nuestra existencia racial no es más que un parpadeo en la Historia del Universo, un episodio insignificante y efímero. Así nació en su mente la idea de crear una historia mítica del futuro de la Humanidad que nos proporcionara una perspectiva nueva de los tiempos que nos toca vivir y abriera nuestras mentes a la consideración de nuevos valores o un nuevo análisis de los que ahora aplicamos (propósito éste compartido por la ciencia ficción en general).
La primera parte del libro es un recuento de los primeros siglos del futuro claramente inspirado por el estilo de H.G.Wells -un autor con quien mantenía correspondencia y con el que reconocía tener una gran deuda literaria e ideológica- en el que combina la capacidad proyectiva desarrollada como historiador y su preocupación de filósofo por el análisis de los fundamentos últimos que impulsan a la sociedad y al individuo. En esos tiempos "salvajes" de la Primera Humanidad, los elevados ideales cosmopolitas de la especie no consiguen vencer los violentos impulsos tribales. Europa se ve arrastrada a devastadoras luchas intestinas -augurando quizá la próxima Guerra Mundial- entre Francia e Italia, Francia e Inglaterra y Alemania y Rusia. Mientras tanto, la influencia financiera, comercial y cultural de Estados Unidos se globaliza aun cuando la mayor parte de su población permanece obsesionada por la prosperidad material y la acumulación de prestigio y poder. Enfrente sólo se alza una China dominada por un partido único (recordemos que aún debían transcurrir dos décadas hasta que el comunismo pasara a regir el destino de ese país) que sitúa a la colectividad por encima del individuo.
Es cierto que las "predicciones" políticas puntuales de Stapledon quedaron rápidamente sobrepasadas por los acontecimientos históricos (en este caso el ascenso del nacionalsocialismo hitleriano durante los años treinta). Pero, en primer lugar, el escritor no pretendía erigirse en profeta del futuro sino reflexionar sobre el fondo de algunos temas del momento. Por otra parte, aun cuando haya cosas que nos parezcan totalmente implausibles a corto o medio plazo, no es menos cierto que resulta imposible adivinar el destino de nuestra especie dentro de cien años y que cualquier escenario podría ser factible si dejamos que transcurra el tiempo suficiente. Después de todo, recordemos que hace mil años, la perspectiva de que los salvajes vikingos suecos pudieran convertirse en una de las naciones más desarrolladas del planeta era algo inconcebible para los "civilizados" francos de entonces; o que la idea de que Norteamérica ocuparía un día el papel de potencia mundial le hubiera resultado una enloquecida fantasía a Felipe II.
Aunque introduzca ideas interesantes que de una forma u otra han resultado materializarse en nuestra época, esos primeros capítulos son los que han soportado peor el paso del tiempo debido en buena medida a las presunciones raciales y nacionalistas que hacía el autor: aunque eran algo asumido con normalidad entonces, resultan extrañas e incluso repugnantes a nuestras mentes (al menos, espero, a la mayoría).
Pero pronto, a medida que el horizonte temporal se aleja y la narración avanza a pasos agigantados hacia el futuro lejano, aquélla se vuelve más fantástica y asombrosa. Pasan los siglos, los milenios y los millones de años, las razas se suceden en ciclos, alcanzan grados variables de civilización, cada una distinta de la anterior, con sus respectivos valores y sistemas de comprensión del universo, para hundirse de nuevo en el salvajismo. Ocurren cataclismos naturales y provocados, masivas reestructuraciones de la corteza terrestre, cambios climáticos, guerras religiosas y nucleares, la invasión de una raza marciana de carácter gaseoso y mente colectiva, la terraformación y emigración de Venus ante la prevista caída de la Luna... y, sobre todo, la paulatina evolución biológica de la especie humana hacia configuraciones más perfectas, ya sea de forma natural o forzada mediante la ciencia.
Hasta dieciocho especies diferentes de "humanos" nos describe Stapledon en un periodo que abarca dos mil millones de años, la última de ellas una raza de telépatas que se ha asentado en Neptuno y que, próxima a ser barrida por la expansión del Sol, diseminan sus esporas por el Universo con la esperanza de que la semilla humana pueda encontrar un mundo habitable. Pero antes, uno de esos avanzados seres contacta telepáticamente y a través del tiempo con un miembro de nuestra especie, la Primera Humanidad, transmitiéndonos a través de él esta fascinante historia.
Resulta casi imposible resumir lo que en ocasiones se ha calificado como "Biblia de la Ciencia Ficción" tal es la cantidad de ideas que Stapledon vuelca en ella. De un solo capítulo de la obra cualquier autor mediano podría haber extraído ideas para una docena de novelas. Stapledon elaboró una serie de líneas temporales a escala con las que el lector podía angustiarse al comprobar la insignificancia de nuestra orgullosa civilización cuando se contempla en relación a la historia del planeta, pasada y futura. Por ejemplo, toda la trayectoria de la Quinta Humanidad y sus herederos en Venus es más larga que toda la historia anterior de la Humanidad sobre la Tierra.
La novela tiene influencias directas de "La guerra de los mundos" (1898) de Wells y el ensayo "El Juicio Final" (1927) del biólogo J.B.S.Haldane, en el que planteaba la colonización de Venus. Stapledon escribió a Wells tras la publicación de esta obra afirmando que él mismo no era un asiduo lector de romances científicos. Sin embargo, en 1937 contaría a un entrevistador que había leído a Wells, Julio Verne y Edgar Rice Burroughs. El propio Wells se vio, a su vez, influido por Stapledon y escribió su propia historia del futuro en "The Shape of Things to Come" (1933).
En el prefacio de la obra, Stapledon, evocando la teoría evolutiva de Darwin, sugiere que cualquier intento de extrapolar el futuro del hombre debe "tener en cuenta todo lo que la ciencia contemporánea tiene que decir acerca de la propia naturaleza humana y su entorno físico". Efectivamente, el autor incorporó aquí las más recientes teorías astronómicas y biológicas, sintetizando una especie de epopeya mítica ligada a la cultura científica del siglo XX. En palabras del propio Stapledon, la meta no debía ser sólo "crear ficción estéticamente admirable, sino un mito".
Había sido Francis Bacon quien puso las bases para una ciencia militante y agresiva, una ciencia que desentrañara las leyes del mundo natural para ponerlo al servicio del hombre. En 1927 se descubrió que podía provocarse la mutación de las células reproductoras mediante la exposición a los rayos-X. Ello abrió la puerta a un escenario incluso más radical: la mejora del hombre podía alcanzarse a través de la mejora biológica de la propia especie.
El primer y más denostado defensor de la manipulación genética en humanos fue el primo del propio Charles Darwin: Francis Galton. Fue él quien popularizó la palabra eugenesia. En "La Última y la Primera Humanidad" Stapledon -al fin y al cabo hijo del emergente mundo de la genética- expone un largo catálogo de prácticas eugenésicas tendentes a la mejora de la especie: hombres voladores, acuáticos, telépatas, grandes cerebros sin movilidad, émpatas naturales... Por ejemplo, una de las causas de la caída de la Primera Humanidad fue su fracaso a la hora de diseñar un programa eugenésico: "En los tiempos primitivos la inteligencia y salud mental de la raza se habían preservado gracias a la incapacidad para sobrevivir de sus miembros. Cuando el humanitarismo se puso de moda y los débiles fueron atendidos a expensas del erario público, esta selección natural desapareció. Y como esos desafortunados eran incapaces de ejercer la prudencia y la responsabilidad social, se reprodujeron sin trabas y amenazaron con infectar a toda la especie con su podredumbre”. Así, la inteligencia humana fue declinando constantemente. "Y nadie lo lamentó".
Después llegó el irresistible ascenso de la Tercera Humanidad. Con su redescubrimiento de la eugenesia, concentraron sus esfuerzos en aquello que distingue al hombre del resto de los seres: su mente. El clímax de su proyecto fueron los Grandes Cerebros. Carentes de cuerpo, alimentados artificialmente y dedicados exclusivamente a la mejora intelectual, primero ayudarán a sus creadores pero no tardarán en esclavizarlos y eliminarlos. Finalmente, aplican sus fríos intelectos sobre ellos mismos, creando una nueva especie, la Quinta Humanidad, excelsos en las artes, la ciencia, la filosofía y perfectamente proporcionados en cuerpo y mente. Capaces de viajar mentalmente hacia atrás en la corriente temporal para experimentar la totalidad de la experiencia humana, fueron sin duda la más perfecta especie que jamás pisó la Tierra.
En el amplio periodo que cubre "La Última y la Primera Humanidad" se suceden muchas utopías, pero en todas ellas acecha el germen de su propia destrucción, incluso en aquellas en las que durante largos periodos de tiempo se erradica todo tipo de inclinación negativa, como el individualismo, el fascismo, el ansia de acumulación material o la intolerancia religiosa. Al final, nada perdura para siempre y esa civilización es sustituida por la siguiente. El interés de Stapledon reside no tanto en el estudio de las utopías, su evolución política o el desarrollo de la tecnología como en la exploración en clave mítica de las bases espirituales y pragmáticas del pensamiento humano y el conflicto permanente entre el materialismo científico y la religión trascendente (dos extremos ejemplificados en Jesus y Sócrates).
Una vez tras otra, los hombres, sean cuales sean sus formas, luchan por sobrevivir al entorno y a ellos mismos y mejorar como especie. Hay éxitos, pero casi siempre efímeros. Resulta asimismo interesante la aproximación que hace a la inteligencia alienígena en la forma de los marcianos, sugiriendo que, aunque lejos de parecerse a los humanos, tienen tanto derecho a luchar por su supervivencia como nosotros. Esta cuestión se vuelve a repetir -aunque de forma inversa- cuando la Quinta Humanidad, amenazada por la caída de la Luna a la Tierra, escapa a Venus y comienza su terraformación, modificándose a sí misma biológicamente al tiempo que extermina despiadadamente a las especies nativas.
Y al final, cuando se cierra el libro, lo que queda es una sensación de vértigo, de insignificancia en el gran escenario cósmico. Nos separan tres mil millones de años de la aparición de la vida en la Tierra. En ese tiempo, nacieron y se extinguieron infinidad de especies y sólo muy recientemente, el ser humano salió caminando de las llanuras africanas para aprender a hablar, fabricar herramientas, construir ciudades, transmitir el conocimiento de generaciones pasadas y comenzar a escudriñar los misterios del Universo. Pero no vivimos aislados del ecosistema planetario y éste cambia, no siempre a nuestro favor. El hombre y todos sus logros, pasará; llegará un momento en el que, ya sea por nuestra mano o por un cataclismo, la civilización desaparecerá; el Homo sapiens se extinguirá, como tantas especies antes que él, o deberá evolucionar. Sea como sea, la vida que ahora conocemos y que tan inmutable nos parece, no perdurará millones de años. Y a eso es a lo que nos enfrenta Stapledon de la forma más cruda: a la transitoriedad de nuestra vida como especie.
El libro es único en su género y aunque me he referido a él como novela, en realidad no se ajusta a la estructura tradicional de lo que entendemos comúnmente como tal, con un argumento definido desarrollado a través de personajes adecuadamente caracterizados. El estilo es desapasionado, distante, no hay apenas diálogo y aún menos personajes individuales; los auténticos protagonistas son la Humanidad y el Universo. La ausencia de protagonistas o siquiera de un argumento, su apabullante óptica temporal y sus reflexiones filosóficas son quizá las razones que alejan a Stapledon de una mayor aceptación por parte del lector medio.
Puede que Olaf Stapledon sea un escritor más denso y menos conocido y adaptable a otros medios que, por ejemplo, su contemporáneo Edgar Rice Burroughs. Pero su influencia no fue menor. En un tiempo en el que no existía la etiqueta "ciencia ficción" con la que relegar a una obra al sótano de la "subcultura", su novela-ensayo fue leída y apreciada por autores e intelectuales de todo tipo y condición. Arthur C.Clarke declaró que fue gracias a ella que decidió convertirse en escritor de CF; un joven Brian Aldiss confesó haber robado el libro para poder terminar de leerlo; Cordwainer Smith se inspiraría en él para crear su saga de Los Señores de la Instrumentalidad; C.S.Lewis, H.P.Lovecraft, Virginia Woolf, Gregory Benford o científicos como el biólogo Julian Huxley o el astrónomo Arthur Eddington se sintieron conmovidos y fascinados por la visión de Stapledon.
El relativo éxito de esta obra permitió a Stapledon vivir de su pluma. En 1932 se publicó una secuela, "Last Men in London", en la que uno de esos Últimos Hombres regresa mentalmente al pasado y se une simbióticamente con un londinense del siglo XX. Sirviéndose de su nexo telepático, el ser del futuro tratará de elevar el nivel de conciencia de la especie y acelerar su evolución en un intento de evitar los desastres venideros.
El foco de esta "segunda parte" es más modesto, concentrándose en la exposición de las reformas políticas y sexuales que Stapledon compartía con Wells. Aquél, nacido una generación después que Wells, vivió muy condicionado por el cataclismo humano que supuso la Gran Guerra, y todo su trabajo de los años treinta, como el de muchos intelectuales ingleses, estuvo teñida de miedo, desesperación y el deseo de que se produjera algún tipo de transformación apocalíptica. El narrador de “Last Men inLondon” puede que nos hable desde la lejana perspectiva de dieciocho generaciones de evolución humana en un remoto futuro, pero todavía considera 1914 como la crisis espiritual central de nuestra era y, de hecho, la condenación de nuestra especie, un episodio cuya consecuencia sería “una especie de neurosis racial”. En esta ocasión, la fusión de perspectivas individuales y cósmicas convirtieron a este libro en uno de sus trabajos más difíciles de asimilar.
Stapledon, no obstante, aún tenía mucho que decir respecto al futuro. Si en "La última y la primera Humanidad" había recorrido dos mil millones de años, en "Hacedor de Estrellas" (1937) ese periodo ocuparía tan sólo un párrafo y en lugar de razas y especies, ampliaría su ambicioso recorrido conceptual para narrar el nacimiento y muerte de estrellas, galaxias y del propio Universo a lo largo de cientos de miles de millones de años. En próximos artículos analizaremos esa y otras obras de este nunca suficientemente valorado autor, obras que se cuentan entre lo más importante del género y que tuvieron un impacto directo y perdurable en el desarrollo de muchos de sus temas clásicos, desde la terraformación a la ingeniería genética.
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