Tras haberse hecho con una temprana reputación desde mediados de los 70 gracias a sus cuentos y novelas cortas, Orson Scott Card publica su primer libro… que nada tenía que ver con la CF sino con la educación infantil: "Listen, Mom and Dad...": Young Adults Look Back on Their Upbringing (1977). Gracias a ello, recibió adelantos por los manuscritos de sus dos siguientes novelas, estas sí, obras de CF: “La Saga de Worthing” y “Un Planeta llamado Traición”.
Ambas fueron publicadas en 1979 aunque Card, que las consideraba propias de un principiante, las reescribiría más adelante. En el caso que nos ocupa y con cincuenta páginas adicionales que trataban de aclarar mejor algunos puntos del argumento, volvió a salir a la venta en 1988 con el título “Traición”.
La trama tiene como protagonista a Lanik, heredero del trono de la Familia Mueller que gobierna su propio reino, uno de los muchos que existen en el planeta Traición. Los habitantes de ese mundo son los descendientes de los líderes y seguidores de una rebelión que, 3.000 años antes, aspiró a establecer un gobierno de la élite intelectual (con ellos mismos a la cabeza, por supuesto). La mayoría pertenecían a un estrato relativamente pequeño de la población: políticos, banqueros, científicos, financieros, físicos, médicos, psicólogos, teólogos, miembros de la alta sociedad, ingenieros, filósofos… A medida que la República galáctica iba tomando forma, se sintieron decepcionados y temeroros por lo que consideraban el gobierno de las masas ignorantes. Ellos creían ser los legítimos administradores y custodios del conocimiento.
Por nobles que parecieran sus intenciones, su rebelión fracasó y el castigo fue el exilio a Traición, un planeta cuya peculiaridad es la casi ausencia de metales, lo que les ha obligado a vivir desde entonces en una civilización de tipo medieval. Las espadas son de madera, los cuchillos de vidrio… La tecnología conocida por los humanos en ese punto no puede avanzar más allá sin metales y es por eso que ahora los habitantes de Traición dependen de los Embajadores, transmisores de materia instalados por el gobierno galáctico. La relación comercial entre las dos partes es muy sencilla: cada reino deposita una ofrenda en su Embajador local y, si al gobierno galáctico le interesa lo que recibe, envía a cambio una cierta cantidad de metal, generalmente hierro.
No existe otra comunicación más allá de este comercio a ciegas. Cada nación está tratando de encontrar desesperadamente algo valioso con lo que comerciar para obtener suficiente metal como para construir una nave espacial y escapar del planeta (porque no han olvidado de dónde proceden y la razón por la que están allí), aunque en la práctica se ven obligados a utilizar el mineral para fabricar armas y defenderse o intentar conquistar a sus vecinos: “El auténtico enemigo era el hierro; no el hierro para las naves estelares para escapar de Traición y regresar al resto de la raza humana. Hierro para derramar la sangre de los soldados y hacerlos morir… Eso era lo que nos estaba destruyendo. Porque, ¿qué otra elección teníamos? Si tenía algo, cualquier cosa que pudiera vender a los Embajadores a cambio de hierro, entonces una Familia se situaba en una posición de ventaja sobre todas las demás. Y por eso era necesario a cada familia proteger su independencia aplastando a todas las demás Familias que pudieran desarrollar o hubieran desarrollado algo que los Embajadores pudieran comprar”.
Los distintos "países" de Traición llevan el nombre de los conspiradores originales y, como he dicho, están poblados por los descendientes de aquellos y los seguidores que les acompañaron al exilio. Una vez asentados continuaron profundizando, hasta donde los recursos del planeta les permitían, en aquellos campos del conocimiento en el que se habían especializado originalmente. Después de un centenar de generaciones, muchos de esos clanes habían avanzado en esas disciplinas mucho más allá de lo que jamás hubiérase creído posible. Los “geólogos”, por ejemplo, pueden percibir, comunicarse y controlar la consciencia latente en la piedra no extraída de la corteza terrestre y en todos los minerales que la componen. Los “psicólogos” son tan hábiles en el control de su propia perspectiva que pueden ralentizar o acelerar su tiempo personal (aunque no invertirlo), experimentando un minuto como si durara horas o viviendo días en un parpadeo.
En cuanto a Lanik, su antepasado había sido un genetista y la élite gobernante de su pueblo fue modificada genéticamente para curar rápidamente cualquier herida, llegando incluso a regenerar miembros perdidos. Este “superpoder” les proporciona a los Mueller no sólo ventaja militar (son casi inmortales en el campo de batalla) sino la mercancía que intercambiar por hierro. Y es que un cierto número de ellos nacen como "regenerativos radicales": “Cuando algo era cortado de un regenerativo radical, volvía a crecer, se hiciera lo que se hiciese. Los regenerativos radicales volvían a reproducir cualquier imposible miembro, y le añadían otro más, hasta que morían bajo la abrumadora masa de sus excrecencias”. Lo que se hace con ellos es apartarlos y utilizarlos de “ganado”, extirpándoles los órganos, tejidos o miembros que regeneran incontrolablemente para venderlos a cambio del preciado metal (este concepto recuerda inevitablemente al inolvidable cuento de Cordwainer Smith, “Un Planeta Llamado Shayol”, incluido en su saga de “Los Señores de la Instrumentalidad).
Por desgracia para Lanik, cuando llega a los dieciséis años, descubre que es un regenerador radical: “Había soportado tener cuatro brazos, una nariz extra, y dos corazones latiendo sin cesar antes de que el cirujano me pasara bajo su bisturí para eliminar los excesos. Pero aún podía pretender que eran simplemente cosas de la adolescencia, tan sólo los extraños desórdenes químicos que podían hacer pensar a un Mueller normal en configuraciones regenerativas. Esta pretensión terminó cuando empecé a desarrollar un par de senos más bien voluptuosos.
—No son simplemente senos —dijo Homarnoch, el cirujano de la Familia—. Lo siento, Lanik. Son ovarios. De por vida”.
Esto no sólo le incapacita automáticamente para suceder a su padre, sino que le condena a vivir y padecer en los terribles corrales: “Los corrales eran mantenido bajo profusa iluminación veintisiete horas al día. Miré a través de la alta ventana de observación a los cuerpos esparcidos por la suave hierba. Aquí y allá los cuerpos que se revolcaban levantaban nubes de polvo. Los estuve mirando hasta que la comida del mediodía fue distribuida en los comederos; todos iban desnudos. Algunos de ellos se parecían a los demás hombres. Otros tenían pequeñas excrecencias en varias partes de sus cuerpos, o defectos escasamente apreciables desde aquella distancia… Tres tetas, o dos narices, o dedos de más en manos y pies.
Y luego estaban aquellos listos para la recolección. Observé a una criatura que avanzaba pesadamente hacia el comedero. Sus cinco piernas no se movían a un tiempo, y agitaba torpemente sus cuatro brazos para mantener el equilibrio. Una cabeza extra colgaba inútilmente de su espalda, y una segunda columna vertebral surgía de su cuerpo curvándose como una serpiente chupadora que estuviera rígidamente aferrada a su víctima”
Para evitarle tal horror y/o que muera asesinado por su propio hermanastro, su padre, que en el fondo lo ama profundamente, opta por exiliarlo y lo envía en secreto a la nación rival de Nukumai, donde aparentemente han hallado una mercancía que intercambiar por hierro y están expandiendo rápidamente su territorio, lo que los podría convertir en una amenaza directa para los Mueller. Como Lanik tiene pechos y su juventud aún no ha perfilado claramente su masculinidad, se hace pasar por una mujer originaria del lejano matriarcado de Bird y se presenta en Nukumai como emisaria de esa nación.
Lanik descubre que Nukumai, cuyos habitantes viven en las ramas de inmensos árboles, está comerciando con conocimientos de física obtenidos por sus científicos, pero no antes de que lo descubran y tenga que huir. En el proceso, lo destripan y de su cuerpo, mientras se regenera, crece un duplicado completo al que mata (o eso cree él). Y es entonces cuando comienzan las verdaderas aventuras de Lanik.
Es capturado por piratas y abandonado en la tierra de Schwartz, donde la historia da un paso más de la CF a la Fantasía. El Schwartz original había sido geólogo y, como he apuntado antes, sus descendientes son capaces de controlar las rocas con sus mentes y subsistir exclusivamente de la luz solar. También pueden manipular casi toda la materia y "curan" a Lanik de su regeneración radical para luego enseñarle sus habilidades conectadas íntimamente con el planeta. Curiosamente, son pacifistas porque a la tierra le repele la violencia (una antropomorfización que solo sirve para anclar aún más la historia en el reino de la fantasía), así que no puede convencerles de que se unan a él en la campaña que debe iniciar para enfrentarse a los enemigos de su propia Familia.
Cuando Lanik intenta a continuación regresar a su hogar, descubre consternado que su doble (al que creyó haber matado) ha estado combatiendo del lado de los Nukumai, destruyendo su reputación en el proceso. La situación le obliga a él, a su padre y a su amante –junto a una menguante porción de sus más fieles partidarios- a refugiarse en la tierra boscosa de los Ku Kuei, donde descubren que éstos pueden controlar el flujo del tiempo, otra habilidad mágica que Lanik aprende.
A medida que se desarrolla la historia, la odisea del protagonista va ampliando su escala e intensidad, desembocando en batallas a gran escala producto de un agravamiento en la rivalidad entre clanes.
Siendo ya capaz Lanik de manipular el tiempo y la materia, la narración necesita a continuación un adversario con poderes a la misma altura. Y éste llega en la forma de los habitantes de Anderson, que pueden generar ilusiones que engañan a los sentidos ajenos (el Anderson revolucionario había sido un político y el líder de la rebelión, un maestro del engaño, por tanto). Lanik, gracias a su control del tiempo, es inmune a sus poderes y se pone manos a la obra para aniquilar a todos los agentes insidiosos de ese territorio.
Al final de toda esa ordalía, Lanik ha comprendido que el hierro no es sólamente la llave que –vía una nave estelar- daría la libertad a tal o cual Familia, sino una herramienta de la que se sirve el gobierno galáctico para mantener a los diferentes clanes en un estado de perpetua corrupción y rivalidad. Al final, él y su verdadera amada utilizan sus poderes para ralentizar su tiempo personal hasta que todos los que conocen han muerto y ellos se convierten en leyendas. Este es un recurso frecuente en la obra de Card, presente tanto en “La Saga de los Worthing” como en el ciclo de Ender, y que consiste en distanciar al héroe de su propia época sin aumentar su longevidad física. Por otra parte, no es esta la única novela de Card en la que la CF roza o pisa de lleno la Fantasía: “Hijos de la Mente” (1996), “El Maestro Cantor” (1980) o “Wyrms” (1987) también recurren a tropos, escenarios o herramientas propias de ese último género.
“Un Planeta Llamado Traición” narra un viaje iniciático en el que un joven despojado de familia, comodidades y futuro, debe encontrar su auténtica identidad y propósito vital además de enfrentarse a la presión de las expectativas depositadas en él y su responsabilidad como heredero gobernante. El autodescubrimiento de Lanik está inserto y relacionado con un contexto de agitación política generalizada. Cada etapa de ese viaje pone de manifiesto las injusticias y corrupción de una sociedad oprimida, aislada o autolimitada por su pasado y unas normas inflexibles.
También, en un mundo repleto de seres peculiares, Lanik aprenderá tanto el valor como las limitaciones de sus poderes regenerativos, que resultan ser un arma de doble filo. Y, como en todo “Camino del Héroe”, su periplo le llevará a encontrar aliados, enemigos, traidores y guías, afrontar desafíos y sufrir pérdidas de seres queridos. Sus esfuerzos por conciliar libertad y responsabilidad le llevan a situaciones moralmente ambiguas en las que la separación entre el bien y el mal se difuminan. A través de diversas pruebas física y espiritualmente muy dolorosas, aprende que el autosacrificio puede conducir a una profunda transformación personal y colectiva. Su odisea culmina con él ya adulto y sabio, señor de unos poderes que lo convierten, de facto, en un dios y convertido en el catalizador de un cambio absoluto para todo el planeta.
Los temas que aborda aquí Card, por tanto, son los de la Identidad, la Libertad y las consecuencias del ejercicio del poder, yuxtaponiendo el viaje personal del protagonista con la problemática política y social del mundo en el que vive. Pero, aunque desde luego es una novela ambiciosa, también muerde más de lo que puede masticar y delata la relativa bisoñez de su autor. La narrativa es completamente líneal, limitándose a seguir a Lanik conforme viaja y adquiere sus diferentes capacidades, como si fuera un videojuego por etapas. Los diversos pueblos que han obtenido poderes, lo han hecho sin explicación razonable, describiéndoseles simplemente como personas que, con el tiempo, se han familiarizado tan extraordinariamente con el área de conocimiento que dominó su antepasado que han desarrollado capacidades sobrenaturales relacionadas con ella (excepto los propios Mueller, que obtuvieron sus poderes regenerativos mediante manipulación genética). Muchas de las incógnitas que plantea la historia se pasan por alto o ignoran, lo que puede suponer cierta insatisfacción para el lector más exigente.
La revisión que años después efectuó Card no consiguió arreglar otros problemas del libro: un interés amoroso poco convincente; falta de personajes femeninos sólidos y ciertas contradicciones en la caracterización. Optando por la narración en primera persona, Card no consigue mantener una línea coherente para el protagonista, haciendo que éste se adapte a la historia en lugar de impulsarla. Así, Lanik puede ser, según convenga a la trama, brutal o sentimental, impulsivo o reflexivo, vulgar o caballeroso.
Pero si se es capaz de pasar todo esto por alto, “Un Planeta Llamado Traición” es una novela disfrutable. Card tiene un estilo ágil que transporta al lector con facilidad de capítulo en capítulo e incluye ideas y conceptos, quizá no muy bien explicados, pero al menos sí imaginativos. Encontramos también ya desde esta temprana incursión en la narrativa larga uno de sus rasgos característicos: la exploración de los personajes y los dilemas morales a los que se enfrentan es más nuclear que la descripción detallada del universo en el que evolucionan. Además, y pese a desarrollarse en un contexto en buena medida deudor de la Fantasía Epica medievalizante, plantea cuestiones que mantienen su vigencia en nuestro presente tecnológico, como lo pernicioso de nuestros instintos chovinistas; los extremos a los que llegan los individuos arrastrados por su necesidad de pertenencia a un colectivo; o el valor de la vida dentro de una cultura de poder rígidamente jerarquizado.
Como segunda incursión en la narrativa larga de un autor todavía joven, “Un Planeta llamado Traición”, como mínimo, es entretenido y puede ser recomendable para cualquiera que disfrute de la obra de Card, aunque como introducción al autor existan mejores opciones.
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