jueves, 7 de noviembre de 2024

2004- EX MACHINA – Brian K Vaughan y Tony Harris (4)

 


(Viene de la entrada anterior)

Lo extraño del cuarto y penúltimo volumen (con los números 30 a 40 de la colección original) de este sobresaliente comic de ciencia ficción, política y superhéroes es lo divertido que resulta su lectura. No estoy sugiriendo, ni mucho menos, que los tres primeros recopilatorios no estén al mismo nivel, pero este cuarto desprende una sensación de alegría propia de autores que están disfrutando con su trabajo y que controlan plenamente el tono y dirección de su obra. En el volumen anterior, el lector podía legítimamente temer que la subtrama de la "conspiración" acabara apoderándose de la saga cuando el final se aproximara, pero la verdad es que aquí sigue siendo tan fascinante e impredecible como al principio.

 

Comenté en una entrada anterior que “Ex Machina” corría el peligro de sucumbir bajo el peso de su ambición: una maxiserie de cincuenta números que aspiraba a ser un thriller conspirativo, un misterio con elementos de CF, una historia de superhéroes y un ensayo político. Es una combinación de géneros dispares cuando menos arriesgada porque cada uno de ellos exige cosas diferentes al guionista y al dibujante. Pero a estas alturas, Vaughan y Harris demuestran haber entendido perfectamente cómo lograr lo que pretendían.

 

En este cuarto volumen, los autores juegan con las distintas líneas argumentales entrelazándolas de maneras interesantes. Tenemos un viaje al Vaticano, una justiciera imitadora de la Gran Máquina, recuerdos del pasado y, rodeándolo todo, la sensación de que Nueva York es una entidad casi viva. El propio Vaughan hace un uso cómico de la fórmula posmoderna y se introduce a sí mismo y a Tony Harris en la historia como un par de autores de comic que tratan de hacer uno sobre Hundred. En ese episodio, combina la ironía maliciosa y la burla autodirigida (“No me va mucho el rollo metalingüístico en plan Grant Morrison. Ver a los creadores dentro de un comic es que saca de la historia, ¿sabes?) con el relato personal de su propia experiencia de los ataques del 11-S (o al menos eso es lo que parece).

 

Es una idea tan inteligente como honesta. Resulta difícil para los neoyorquinos relatar lo que sucedió ese día de una manera objetiva, incluso para quienes sólo lo vieron por televisión. Fue una experiencia profundamente personal y Vaughan parece aceptar la dificultad de describir aquel día de forma completa y ordenada. Tanto en los volúmenes anteriores como en este, se nos muestran fragmentos de la tragedia, pero nunca el panorama completo, tal vez porque ni cincuenta números sean suficientes para hacerle justicia.  Sin embargo, el relato que hace el propio Vaughan supone la exploración más completa e íntima de aquel suceso que ha ofrecido la serie. Al introducirse él mismo en su historia, no tiene que preocuparse por ser fríamente objetivo o brindarnos la crónica pormenorizada en todas sus facetas. Lo único que importa aquí es que conozcamos su testimonio.

 

Sin embargo, no es ese el único elemento que vincula la serie con Nueva York. En esta colección tenemos episodios como “Los Mejores del Mundo”, que interpreta la ciudad a través de los ojos de la jefa de policía; o el arco argumental “Juego Sucio”, en el que la Gran Máquina consigue resucitar la pasión por la ciudad de una joven guía turística. Como en casi todos los números, vemos viñetas que subrayan lo extraña y maravillosa que puede ser esa urbe, con La Gran Máquina persiguiendo a un fugitivo hasta un lugar tranquilo o impidiendo que un par de estudiantes universitarios sacrifiquen un pollo. Vaughan y Harris consiguen tarnsmitir todo lo que de extraño, maravilloso y vibrante tiene la ciudad tanto por el día como por la noche.

 

Por supuesto, sigue habiendo en juego asuntos de índole política, como la controvertida intersección de ésta con la religión. Aunque Vaughan parece a veces un poco ingenuo al respecto, maneja bien el tema. Es interesante ver cómo la religión católica (aunque podría haber servido cualquier otra de las mayoritarias) ve a un hombre capaz de ordenar a las máquinas hacer su voluntad. Temo que seas el anticristo”, le confiesa un sacerdote, mientras el Papa mismo planea realizar “un exorcismo”. Aunque, para ser justos, hay que decir que el guion de Vaughan es cuidadoso y meditado y reconoce que sus personajes habitan un mundo con leyes diferentes a las del nuestro; después de todo, el alcalde Hundred recibe la visita de un fantasma tan solo unos números después.

 

Mientras tanto, Hundred está considerando el futuro de su carrera: nada menos que aspirar a presidente de Estados Unidos, un destino que parece habérsele profetizado en una epifanía experimentada durante su visita al Vaticano. A estas alturas, Mitchell ya ha empezado a manifestar un sustrato cínico que no era evidente al comienzo de su mandato y que le impele a albergar ambiciones que todavía no está dispuesto a compartir abiertamente. Después de todo, descarta a otros candidatos para reemplazarlo porque “todos quieren mi puesto, lo que los descalifica inmediatamente”. Si Mitchell realmente creyera en su propio argumento, se autodescalificaría para la presidencia del país.

 

Además de la política, Vaughan sigue jugando con el concepto del superhéroe. Cualquier ficción superheroica en la que el personaje principal salva de la destrucción a la segunda torre del World Trade Center no puede mostrarse demasiado cínica con la idea de ponerse un disfraz ridículo, pero, aún así, el guionista no rechaza por completo la infantilidad de esa propuesta. Cuando en la ciudad empiezan a proliferar héroes y villanos disfrazados, la Comisaria de Policía Amy Angotti exclama: “¡Crios…Sois todos unos críos!”. Hasta el sensato vicealcalde de Hundred, Wylie, tiene sus propias ideas raciales en relación a la identidad superheróica de su jefe: “La Gran Máquina no era más que un blanco paternalista con cargo de conciencia que pensó que podía caer en picado desde los cielos para salvar a la gente inocente del gueto”.  

 

Sin embargo, el resumen de todas esas visiones contrapuestas parece ser que tal vez ninguna de ellas sea necesariamente mala. Si bien a veces hacer realidad una fantasía puede ser peligroso (como es el caso de la acosadora de Mitchell, “Problema”), también hay lugar en el mundo para un poco de tolerancia. La comisaria Angotti firma la paz con Mitchell construyendo lo que se podría denominar una “Máquina-Señal”, aunque no funcione. Y Mitchell y sus amigos hicieron mejor trabajo manteniendo a raya a los criminales disfrazados que el Departamento de Policía de Nueva York.

 

También hay espacio para la diversión y los guiños. Cuando durante su “visión” divina en el Vaticano se le aparece “El Creador”, éste resulta tener los rasgos de Alan Moore. Enfrentado a un suceso inexplicable, Mitchell le dice a Wylie: “He leído suficientes comics de EC como para solucionar esto por mí mismo”.

 

Tal vez el mejor ejemplo de este sentido del humor referencial que practican guionista y dibujante sea la forma en que se involucran en la historia en el capítulo final, “Implacable”, mientras compiten por los derechos para hacer un comic autobiográfico del alcalde Hundred. Como he dicho, esta entrega le sirve a Vaughan para exponer sus propios recuerdos del 11-S, pero también para tomarse un respiro en clave de humor autoparódico. Cualquier guionista que admita resignadamente ser confundido con “Brian Bendis” sólo por ser también calvo, es digno de elogio. Cuando Vaughan se encuentra con Harris en un parque y empieza a divagar sobre la historia de la ciudad tal y como lo hacen sus personajes, Harris le interrumpe: “Como vuelvas a mencionar un solo dato irrelevante más, te atizo”, quizá expresando lo que muchos lectores también han sentido leyendo este comic. El alcalde Hundred admite conocer el trabajo previo de Vaughan: “Bueno, ¿eres tú el del libro sobre el chico al que persiguen lesbianas en moto?”. Solo un cómic tan bien meditado y escrito puede permitirse el lujo de ser tan autoconsciente y, aún así, no dejar de ser entrañable.

 

A sólo un puñado de números de su conclusión, “Ex Machina” sigue siendo un comic inteligente, divertido, muy bien dibujado y que nunca se toma a sí mismo demasiado en serio. Puede que nunca haya conseguido hacer sombra al comic sobre “el tipo perseguido por lesbianas en moto" (“Y, el Último Hombre”) pero aun así es una lectura muy recomendable.

 

(Finaliza en la siguiente entrada)


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