(Viene de la entrada anterior)
El volumen 3, que comprende los números 21 a 29 de la colección regular más un par de especiales, nos sitúa a mitad de la saga del superhéroe nombrado alcalde de la ciudad de Nueva York y, por tanto, hora de que Vaughan y Harris suban la apuesta. Los tres hilos centrales de la serie (el periodo de ejercicio de Hundred en su cargo, su pasado como superhéroe y el misterio que rodea el origen de sus poderes) empiezan ahora a entrelazarse e interaccionar de formas diversas e interesantes. Desde el principio, cabía la duda de cómo Vaughan iba a conseguir equilibrar todos esos planos narrativos tan diferentes –cada uno con sus propios temas y personajes- en una colección que no iba a ir más allá del medio centenar de números. A medida que las cosas empiezan a tomar impulso, ya queda claro en cuál de estos hilos se va a centrar Vaughan sobre los demás.
En cierto sentido, muchas de las cosas más interesantes que acontecen
en este volumen lo hacen en un segundo plano. Los principales problemas de
Hundred no son aquellos que se le presentan como alcalde (en este caso, la posible
legalización de la marihuana), sino aquellos momentos en los que colisionan su
pasado con su presente. Por ejemplo, la madre de un hombre al que arrestó en
sus días de superhéroe se suicida a lo bonzo en las escaleras del Ayuntamiento
después de que su hijo muera en la cárcel tratando de detener una reyerta.
Estas tragedias cotidianas que ponen en entredicho la labor del personaje como
justicieron son momentos que funcionan bastante bien.
Menos interesante resulta la subtrama de la conspiración oculta
relacionada con un universo alternativo –que es lo que, al fin y al cabo,
amerita la calificación de este comic como CF-. En uno de los primeros números
de la colección, un agente de la Agencia de Seguridad Nacional menciona que la
serie de televisión “Expediente X” retrató a esa institución como un puñado de
incompetentes, haciéndola reticente a investigar los extraños poderes de
Hundred. Sin embargo, lo cierto es que “Ex Machina” tiene más puntos en común
con “Expediente X” (que por aquel entonces acababa de finalizar su primera
etapa, totalizando 9 temporadas) de los que le gustaríar reconocer a Vaughan:
la combinación de lo fabuloso y lo mundano, un toque de comedia negra, la
naturaleza banal de la mayoría de los horrores y la gran conspiración de fondo.
Aunque esa comparativa quizá sea, pensándolo mejor, algo injusta. Chris Carter, el creador de “Expediente X”, iba claramente improvisando sobre la marcha, sin una idea definida sobre cómo evolucionaría el arco argumental una o dos temporadas después, no digamos ya la década que acabó durando el programa. Por el contrario, todo apunta a que Vaughan tenía todo cuidadosamente planeado antes de que el primer número saliera a la venta
Ya en el ecuador de la serie, empiezan a introducirse rápidamente
pistas sobre la verdadera naturaleza de los poderes de Mitchell Hundred. Un
misterioso viajero que emerge del río en el puerto va a por sus seres queridos
para atraerlo, afirmando provenir del mismo presente pero de una realidad
alternativa en la que la Guerra Fría nunca terminó. La revelación de que el
accidente de Mitchell estuvo vinculado a un plano dimensional alternativo puede
explicar cómo pudo escuchar una canción de Nirvana que nunca fue grabada.
De nuevo, los aspectos más interesantes de la colección siguen siendo
los relacionados con el tiempo que Hundred estuvo en el cargo gracias a su
popularidad como héroe justiciero. Pero esa es una reputación que le hace
sentirse atrapado, incluso tras mejorar el apoyo del electorado tras el ataque terrorista
del volumen anterior. Cuando un comentario casual sobre su consumo de marihuana
provoca un huracán de indignación mediática, Hundred no puede culpar a la
prensa por aferrarse a esa historia sensacionalista en lugar de buscar otra más
importante. “Estamos permitiendo que unos
porreros pacíficos saturen el sistema cuando hace tan solo unos meses nos
atacaron terroristas (…) Pero no culpo a los medios por ocuparse más de mis
chorradas que de esa pobre mujer. Después de lo del matrimonio gay, están a la
espera de mi próxima “hazaña”. Están convencidos de que sólo busco titulares.
Así que probablemente crean que mis comentarios eran un adelanto a mi anuncio
de que soy el primer alcalde de una gran ciudad en estar a favor de los porros”.
Vaughan dedica tiempo al debate sobre la legalización de la marihuana.
Aunque todos los personajes se declaran en mayor o menor medida a favor de la
legalización, el guionista está más interesado en el debate en sí que en el
fondo del asunto. Es esta una cuestión, la de las drogas, que con frecuencia
exacerba los ánimos y hace descarrilar el sentido común y la imparcialidad.
Michell pregunta a su personal: "Millones
de neoyorquinos adultos han fumado hierba antes, así que deberíamos poder
hablar de ello como adultos ¿no?". Los debates sobre el consumo y
legalización de drogas suelen derivar en los argumentos más extravagantes y
sensacionalistas y, así,, la oficina de Hundred no puede ni aproximarse a
controlar el debate público y mucho menos exponer su bien razonada postura.
Vaughan hace una labor ejemplar vinculando el desarrollo de la serie con los debates y problemas sociales que estaban presentes en su entorno en aquel momento. Sus diálogos demuestran lo bien que conoce la historia de Nueva York (los alcaldes y sus logros, eventos significativos, tragedias, organización administrativa y política), pero consigue integrar toda esa sabiduría en el guion de una forma tan natural e interesante que la ciudad se convierte, en cierto modo, en un personaje más.
Es difícil leer algunos de los argumentos que expone Vaughan y no
mostrarse de acuerdo con él, teniendo la seguridad, además, de que pocos
funcionarios electos se atreverían a suscribirlos públicamente. Por ejemplo,
Hundred debe decidir qué hacer con la Zona Cero. "Podéis hacerlas más fuertes y más seguras. Pero las torres deberían ser
exactamente como eran (…) Puede que las torres gemelas parecieran dos cajas
gigantes de galletitas saladas, pero se convirtieron en parte de Nueva york, en
una parte crucial. Si tenemos la capacidad de darle a nuestra ciudad herida una
mano protésica, ¿por qué pegarle un garfio en el muñón? (…) Cualquier cosa que
construyamos va a suponer un riesgo, pero yo preferiría que fuera un testimonio
de nuestra capacidad de recuperación y no una lápida gigante lo que se cerniera
sobre Manhattan”. Cuando Vaughan proyectó la serie, estaba precisamente en
el candelero local el qué hacer con la Zona Cero, una polémica que se saldaría
en 2006 con el comienzo de las obras del nuevo World Trade Center.
Vaughan también tiene cosas que decir del otro género al que pertenece
la historia: los superhéroes. Ya he mencionado que el guionista se muestra casi
optimista respecto a las historias de superhéroes en el sentido de que la
actividad de Hundred como vigilante con poderes y equipo avanzado sin duda
salvó más vidas que su periodo de mandato como alcalde de Nueva York. Ahora es
el momento de profundizar un poco más en esa aproximación, expresando
simultáneamente su desconfianza hacia las máscaras, un sentimiento que coincide
con la similar aversión de Garth Ennis hacia los héroes con capa. “Racionalicé el ocultar mi identidad como una
forma de proteger a la gente que amaba…Pero en el fondo, sólo estaba
avergonzado por mi propia incompetencia. Si quieres hablar de individuos
impopulares que viven en sociedades intolerantes, mira a Martin Luther King.
¿Alguna vez llevó un puñetero disfraz? Arriesgó su carrera, su familia, su
vida..porque sabía que los estadounidenses no darían una mierda por gente que
no fuera lo bastante valiente como para mostrar tan abiertamente su identidad
como sus ideas. (…) El anonimato es el modo más rápido y eficiente para dejar
que los demás sepamos que tú y tus creencias carecéis de valor”. El
problema es que esa sensata reflexión, expresada en el Especial Halloween,
queda hasta cierto punto neutralizada al venir justo después de un número que
culmina con una doble página en la que la Gran Máquina salva la segunda torre
del World Trade Center y al avión que iba a estrellarse contra ella, lo que
viene a demostrar que los superhéroes, después de todo, sí marcan la diferencia
en los mundos en los que viven.
También es interesante que se aborde explícitamente el hecho de que
Mitchell podría haber manipulado las votaciones que le dieron la victoria. Aparentemente
pasó la noche de las elecciones en un tanque de privación sensorial pero no
está nada claro que esa medida de autocontención sirviera efectivamente para
impedirle usar sus poderes y afectar a la electrónica del proceso electoral. Al
fin y al cabo, en el volumen anterior, durante la crisis de rehenes en la que
se vio envuelto personalmente, fue capaz de extender aquéllos hasta el otro
extremo de la ciudad, una hazaña que no había sido imaginada por nadie hasta el
momento. Sea como sea, es valiente por parte de Vaughan introducir esa
ambigüedad y reconocer las dificultades que tendría un individuo como su
personaje para postularse a un cargo público, tanto a la hora de refrenarse en
el uso de sus poderes como a enfrentarse a la sospecha de que podría haberse
servido de ellos en su propio beneficio.
(Continúa en la siguiente entrada)
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