jueves, 19 de octubre de 2023

1987- WYRMS – Orson Scott Card

 

Uno de los rasgos definitorios de la obra de Orson Scott Card es su inclinación a reflexionar sobre grandes temas universales, como la Fe, el Destino o la Redención (en la saga de Ender) o el Yo y el Sentido de la Existencia (en la serie de Alvin Maker). Dado que el autor suele embarcarse en largas disquisiciones filosóficas, esto puede ser considerado una virtud o un defecto en función del gusto y expectativas del lector.

 

En 1987, tras el paseo triunfal que habían supuesto tanto “El Juego de Ender” (1985) como “La Voz de los Muertos” (1986), Card publica “Wyrms”, una novela autoconclusiva que fue distinguida por el New York Times como Mejor Libro del año y en la que continuó desarrollando algunos de los temas ya abordados en los dos libros de Ender, como la forma en que los individuos y las comunidades, aun perteneciendo a especies y culturas muy diferentes, pueden aprender a coexistir en armonía y respeto mutuo.

 

Los seres humanos, a bordo de una gran nave espacial, llegaron al planeta Imakulata para fundar una colonia religiosa de credo griego ortodoxo. Esto conllevó el exterminio de los habitantes originales de ese mundo, los Wyrms, aunque no sin que antes éstos tomasen el control de la mente del Capitán y le obligaran a destruir desde la órbita los yacimientos metálicos del planeta, lo que condenó a las futuras generaciones de hombres a vivir en una civilización tecnológicamente primitiva y con pocas posibilidades de desarrollo. Así, la comunidad humana, aunque es la especie dominante del planeta, se halla estancada en una suerte de permanente medievo, si bien ejercen una posición de dominio o incluso abuso respecto a otros nativos del planeta, como los geblings, los huelfos o los gaunts, con sus respectivas características físicas y mentales, pero todos curiosamente parecidos a los hombres, una “casualidad” que, como se revela al final, no es tal cosa.

 

Desde la época de los primeros colonos, los Heptarcas humanos han gobernado a todas las especies en una línea de descendencia casi ininterrumpida construyendo una civilización modelada a partir de la Grecia clásica. Existe una profecía, supuestamente pronunciada por el Capitán de la Nave Estelar, según la cual la séptima hija de dos séptimas hijas del primer Heptarca se convertirá en la madre de Kristos, quien se erigirá bien como el salvador, bien como el destructor de la humanidad en Imakulata.

 

Paciencia es esa hija profetizada, la única descendiente viva del legítimo Heptarca, el Señor Paz, que fue privado de su derecho al trono una generación atrás y que ahora sirve como fiel esclavo diplomático al hombre que ocupa el puesto de gobernante, el Rey Oruc. Escondidos a plena luz, Paz inculca a su hija, que a la sazón tiene trece años, que la Casa del Heptarca a la que sirven es el mundo entero, y que derrocar al rey actual sólo serviría para provocar una sangrienta guerra civil.

 

Pero Oruc no puede confiar en Paz y su hija, temeroso como es de que se cumpla la profecía del Capitán y la certeza de que el antiguo linaje sigue teniendo muchos fieles en la sombra más que dispuestos a apoyar el regreso del legítimo Heptarca. Durante años mantiene a padre e hija muy próximos a él, sin dejar que ambos abandonen el recinto del Palacio al mismo tiempo, vigilando en todo momento sus palabras y actos y poniendo a prueba continuamente su lealtad. Paciencia ha llegado a la adolescencia sin gozar ni un solo momento de intimidad y soledad con su padre, por lo que con quien ha desarrollado una relación más cercana es con Ángel, el esclavo de Paz encargado de velar por ella. Desde su más tierna infancia, Paciencia, instruida tanto por su progenitor como, sobre todo, por Ángel, ha aprendido cómo enmascarar sus emociones, hablar todos los idiomas de Imakulata, asesinar con sigilo y desenvolverse con naturalidad en los entresijos del poder.

 

Cuando el ya anciano Señor Paz muere, el Heptarca no tarda en enviar asesinos para que acaben con su hija, pero esto ya había sido previsto por su padre y Ángel, que realizan los preparativos necesarios para que ella escape. Paciencia se reúne con su mentor y, en compañía de un creciente número de aliados de diferentes extracciones sociales y especies, emprende un azaroso viaje hacia la ciudad de Cranning, desde donde una llamada telepática procedente del último Wyrm oculto, el Unwyrm, la impele a reunirse con él para aparearse y engendrar una nueva raza que acabará definitivamente con la Humanidad.

 

Card elige una estructura y estilo que remite inequívocamente a la mitología y las leyendas y que ha sido heredado por infinidad de obras del género fantástico: el viaje iniciático de un adolescente al que se le revelan su herencia y derecho de nacimiento, así como su destino profetizado como figura decisiva en la historia de su pueblo (en este caso, tanto podría ser un mesías como un destructor); le acompaña un sabio y fiel mentor; reúne en torno a sí un variopinto grupo de aliados, cada uno de los cuales dispone de habilidades y conocimientos que resultarán imprescindible llegado el momento de la verdad; encuentra el amor; aprende mucho sobre el mundo que habita, su pasado y la naturaleza de la amenaza que le espera al final del trayecto; una amenaza de un poder inmenso a la que deberá enfrentarse física y espiritualmente para culminar en una iluminación y metamorfosis que consuman su destino. Todo ello, además, sirve de apoyo para explorar algunas grandes cuestiones filosóficas como el Bien y el Mal, el Determinismo o el Libre Albedrío, el Deber, la Individualidad, la Paz y la Guerra, la Solidaridad…

 

Llevando los tropos propios de la Fantasía al terreno de la CF, Card describe en términos “racionales” un mundo alienígena complejo tanto biológica como socialmente. Tanto, de hecho, que la novela bien podría haber doblado su extensión si el autor hubiera querido describir con mayor detalle ese universo, interesante y rico en ideas y enigmas, como por ejemplo el destino de los Sabios humanos, científicos obligados mentalmente años atrás a acudir a la ciudad de Cranning y de los que nunca más se supo; el misterio que rodea el origen común de las especies que ahora conviven incómodamente en Imakulata; las cabezas de los antiguos consejeros de los Heptarcas, conservadas vivas en tarros gracias a unos gusanos que les obligan a decir la verdad siempre que sus conocimientos sean requeridos por el gobernante (algo muy parecido a lo que doce años más tarde presentaría “Futurama”); la relación simbiótica en la que viven las especies nativas del planeta (algo que ya había sido abordado en “La Voz de los Muertos”); el Cetro de los Heptarcas o piedra mental, un cristal orgánico que, “cuando es implantado en el cerebro humano por encima del nódulo límbico, desarrolla cristales más pequeños que penetran en cada porción del cerebro. La mayor parte de éstos son pasivos y recogen las ideas y los recuerdos más importantes. Sin embargo, unos cuantos le permiten al humano recibir los recuerdos previamente almacenados en el cristal por sus ocupantes anteriores”…

 

Por desgracia, gran parte de las “explicaciones” científicas cojean de manera flagrante. Empezando por la destrucción, por parte del Capitán, de todos los depósitos de mineral metálico del planeta. ¿Cómo puede lograrse tal cosa y menos desde el espacio? Quizá Card se resistiese a recurrir al argumento de “planeta escaso en metales pesados” que ya había utilizado en “Un Planeta llamado Traición” (1979), pero su alternativa no tiene ningún sentido. El concepto de los gusanos de las cabezas en conserva es divertido pero igualmente implausible. La genética que sustenta toda la historia adolece del mismo problema y el tema del control mental del Unwyrm no se explica en absoluto, ni su espectacular alcance e intensidad ni la forma en que puede “lavar” el cerebro de los Sabios, por ejemplo.

 

Pero el principal inconveniente de “Wyrms” no son tanto esas tambaleantes muletas “científicas” como que, a partir de una premisa y un arranque prometedores, la trama se dispersa y alarga en exceso a lo largo de sus trescientas y pico páginas, perdiendo parte de su energía inicial, entre otras cosas por culpa de algunos excesivamente largos pasajes ético-filosóficos en forma de sermones píos pronunciados por uno de los personajes, Voluntad, creyente en la antigua religión de los primeros colonos devenido luego una suerte de taoísta sui generis. Desafiar a los lectores con el planteamiento y discusión de dilemas morales de difícil solución es algo que, como dije al principio, forma parte de la idiosincrasia de Card como autor y, aunque no tengo nada en contra de ello, en este caso me parece que ralentiza excesivamente la acción en algunos puntos y lo acerca en demasía a una nada sutil alegoría religiosa (empezando por los propios nombres de los personajes: Paz, Paciencia, Voluntad, Ruina, Ángel…)

 

Por otra parte, no todos los personajes del amplio reparto revisten el mismo interés, por no hablar de que la mayoría de ellos son tan inverosímilmente hábiles en sus especialidades como contradictorios. Oruc, el usurpador, es tan cruel y paranoico como buen gobernante y, a la postre, comprensivo y leal; el Señor Paz es noble, ilustrado y recto, pero también un asesino sin escrúpulos; pese a vivir en un mundo medieval, el gebling Ruina es perfectamente capaz de practicar cirugía cerebral; Voluntad no solamente es un guerrero y estratega imbatible sino un filósofo sabio y un ejemplo de templanza…

 

La propia Paciencia tiene tantos talentos (lingüísticos, diplomáticos, físicos y como agente secreta) que no solamente resulta fácil olvidar que no es más que una adolescente sino que, debido a algunas de sus cualidades menos ejemplares (en concreto, la de hábil y despiadada asesina desde tierna edad) puede ser complicado simpatizar plenamente con ella pese a su innegable valentía.

 

En realidad, Paciencia no es sino otro más de los geniales, precoces y alienados adolescentes que Card ha colocado en el centro de muchas de sus novelas, desde la saga de Ender a “El Maestro Cantor” (1980) pasando por “Un Planeta llamado Traición” y la saga de Alvin Maker. Parece evidente que estos jovencitos mesiánicos, indistinguibles de los adultos, cuyas habilidades y talentos les suponen tanto una bendición como una carga y que se ven abocados a realizar grandes sacrificios para salvar a su pueblo o su especie, encajan en un molde lleno de significancia personal para Card. Puede que en ello tengan que ver sus propias creencias religiosas (fue misionero mormón de 1971 a 1973) o quizá las experiencias de su propia infancia. Porque Card fue también una suerte de niño prodigio que asistió a clases para superdotados, tocaba varios instrumentos, era un lector voraz y escribió su primera historia a los diez años; una historia, por cierto, que, muy reveladoramente, trataba de un niño de gran inteligencia víctima de acoso escolar.

 

Si bien la mayoría de personajes cuentan con momentos en los que pueden brillar, no exhiben el suficiente carisma como para hacer olvidar que, en el fondo, el motor de la trama es algo tan poco científico como una profecía (que, para colmo, resulta ser cierta) y que de lo que se trata es de un alienígena que quiere penetrar sexualmente con sus tentáculos a una princesita adolescente y virgen. Cabe preguntarse si Card tuvo originalmente algo mejor en mente y acabó perdiéndolo en algún momento de la maduración de la obra.

 

“Wyrms” es una novela que combina aventura y reflexión pero que puede dividir a los lectores. Habrá quien la encuentre inteligente, original y rica en reflexiones profundas; mientras que otros criticarán sus problemas de ritmo, sus agujeros de guion, la superficialidad de esas mismas reflexiones o su tufillo a espejo sobre el que los adolescentes frustrados puedan proyectar sus fantasías de poder. Probablemente, será del gusto no solamente de quienes disfrutaron con los libros de Ender (con los que, ya lo he comentado, comparte perfil de personaje y temas) y sean conocedores y seguidores más o menos fieles de su autor, sino a aquéllos que gusten de las obras híbridas de los géneros fantástico y de CF.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario