La década de 1890 fue la que marcó el nacimiento del cine. Los avances en el campo de la fotografía llevaron a William K. Dickson, de la American Edison Company, a inventar la primera cámara de cine funcional en 1891, y en 1893 el kinetoscopio, el primer dispositivo con mirilla para ver películas. La primera sala de kinetoscopio se inauguró en Nueva York en 1894. Las primeras películas que se exhibieron en sus diez máquinas tenían una duración inferior a un minuto, una película por máquina. Todas las películas se grabaron en el primer estudio cinematográfico del mundo, el Black Mariah.
Nuevas cámaras de película y máquinas de mirilla comenzaron
a desarrollarse en Europa, principalmente en el Reino Unido, Francia, Polonia y
Alemania, además de Australia. Poco después y de forma independiente, varios
inventores comenzaron a experimentar con el cine como medio de entretenimiento
masivo, descubriendo formas de proyectar películas en una pantalla. Sin
embargo, fueron los hermanos Lumière en París quienes, a finales de 1895,
realizaron la proyección pública más famosa, convirtiendo rápidamente la ciudad
en la capital internacional de la producción cinematográfica.
Si bien los Lumière fueron los primeros gigantes de la
industria cinematográfica, pronto dos grandes compañías parisinas tomaron el
relevo: Pathè, una compañía de fonógrafos; y Gaumont, fabricante de placas
fotográficas. Sin embargo, la compañía que realmente revolucionaría el cine fue
un estudio independiente llamado Star Film, dirigido por el actor, propietario
teatral y mago escénico Georges Méliès. Éste combinó sus trucos escénicos con
exquisitas escenografías teatrales y una fascinación infantil por la narrativa
de aventuras, convirtiéndose en el pionero de muchos de los trucos de efectos
especiales que serían básicos en la industria cinematográfica durante las
décadas siguientes, como el stop motion, las pinturas mate, las dobles
exposiciones, la fotografía sobre pantalla negra, la pantalla dividida o la
perspectiva forzada. También trasladó a la gran pantalla efectos escénicos,
como el humo y la pirotecnia.
Otros pioneros en este campo fueron los franceses Alice Guy
Blaché y Ferdinand Zecca, los británicos Robert W. Paul y Walter R. Booth, así
como los estadounidenses Edwin S. Porter y Wallace McCutcheon. Pero fue Méliès
quien lideró el movimiento con películas cada vez más largas y elaboradas,
inspiradas directamente en un estilo teatral francés, el féerie, conocido por
sus tramas fantásticas y espectaculares efectos visuales, que incluían
espléndidos paisajes y efectos mecánicos. El estilo féerie combinaba música,
baile, pantomima y acrobacia, así como transformaciones mágicas creadas por
diseñadores y técnicos de escena. El primer éxito internacional de Méliès fue
su adaptación de “La Cenicienta” en 1899, seguida de una nueva versión del mito
de Juana de Arco en 1900, convirtiéndolo rápidamente en el cineasta más exitoso
e imitado del mundo.
Sin embargo, la década de 1890 no aportó demasiada ciencia
ficción a la gran pantalla. Tres películas que podrían considerarse al menos proto-ciencia-ficción
se rodaron en los últimos años del decenio: “La Charcutería Mecánica” (1895), de
Louis Lumière; y “Gugusse y el Autómata” (1897) y “El Sueño del Astrónomo”
(1898), ambos de Méliès. La más importante de estas fue la última, porque duraba
más de dos minutos y contaba una historia sustancial con un arco dramático
claro. También presentaba la cara en la luna, algo con lo que Méliès había
jugado en películas anteriores y que se convertiría en un tropo tan imitado y
usado que se ha convertido en el símbolo definitorio de los primeros 15 años de
la Historia del Cine.
La década de 1890 estuvo dominada por un gran optimismo
tecnológico. Junto con el cine, los dos inventos que destacaron por encima del
resto fueron el automóvil y el avión. El primero ya estaba en producción
comercial en 1890, y durante la década se crearon innovaciones como el motor
diésel. Inventores de todo el mundo experimentaban con el vuelo, y se lograron
varios avances cruciales que permitirían a los hermanos Wright surcar los
cielos en 1903. Esta confianza en el avance tecnológico se manifestó abiertamente
en las primeras películas, que representaban máquinas mágicas como la de “La
Charcutería Mecánica”.
Pero a pesar de que el proyector de cine convirtió las
películas en un medio de comunicación masivo gracias a ofertarlo a precios
populares, tenían la reputación de ser un entretenimiento de baja estofa. Se
solían proyectar sobre todo en ferias junto al bebé de dos cabezas y la mujer
barbuda. Pocos actores serios se aventuraban en el cine y ningún director de
escena con un mínimo de dignidad soñaría con rebajarse al nivel del mago teatral
o el malabarista circense.
Y muy pronto, tras la sorpresa y maravilla iniciales, el
apetito del público por los trucos y las imágenes en movimiento se desvaneció.
Los noticiarios cinematográficos, que mostraban escenas recreadas o incluso
documentales de la guerra greco-turca, la hispano-estadounidense y la filipino-estadounidense,
así como de asuntos internos como el caso Dreyfus, las numerosas huelgas tanto
en Estados Unidos como en Europa incitadas por el creciente movimiento obrero,
el socialismo y el anarquismo, así como los movimientos por la templanza y sufragista,
cautivaron al público durante un tiempo. Sin embargo, estos noticiarios también
perdieron pronto su atractivo y, al entrar en el siglo XX, la incipiente
industria cinematográfica se enfrentó a una crisis y a una posible desaparición,
confirmando que, como los Lumière habían pensado, no se trababa sino de una
moda pasajera. En busca de una solución, los estudios observaban con gran
interés las películas de fantasía, cada vez más largas, producidas por figuras
como Alice Guy Blaché, y en particular Georges Méliès.
En el ámbito literario, la ciencia ficción —aunque este
término no se había acuñado todavía y solía utilizarse el de “romance
científico”- se iba conformando como un género propio. En las décadas de 1860 y
1870, el escritor francés Julio Verne se había consolidado como el maestro de
la novela de aventuras con sus Viajes Extraordinarios, y en la década de 1890 seguía
siendo un escritor muy productivo, tanto en su faceta de novelista como en la
de dramaturgo. “Robur el Conquistador” se estrenó en 1886, una novela que
inspiraría muchas otras ficciones de aviación. Si bien para entonces había
escrito sus obras más famosas, algunas de las novelas de esta última fase se
adentraban claramente en la CF, como “La Isla a Hélice" (1895), “El Secreto de Maston” (1889), “La Esfinge de los Hielos” (1897) o “Ante la Bandera”
(1896).
Si Verne fue el gran maestro del romance científico, su
preeminencia fue desafiada en estos años por un recién llegado de origen
británico, socialista y antiimperialista: H.G.Wells, cuya gran imaginación, formación
en ciencias y conciencia política le sirvió para aportar a sus relatos un
subtexto político, ético y social. Entre 1895 y 1900 publicó cinco de sus seis
primeras, y quizás las más importantes, obras de ciencia ficción: “La Máquina del Tiempo” (1895), “La Isla del Doctor Moreau” (1896), “El Hombre Invisible”
(1897), “La Guerra de los Mundos” (1898) y “Cuando el Durmiente Despierta”
(1899). En 1901 publicaría la sexta: “Los Primeros Hombres en la Luna”.
Por su parte, “Frankenstein”, de Mary Shelley, seguía siendo muy leído y un visitante asiduo de los escenarios teatrales. Edgar Allan Poe ya era considerado un clásico. En 1886, Robert Louis Stevenson continuó su legado con “El Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Y en 1897, Bram Stoker publicó “Drácula”. Durante el siglo XIX habían sido muchos los autores que se habían adentrado en la CF, pero el género seguía sin tener presencia en estas primeras películas, una ausencia que se prolongaría durante la primera década del siglo XX, con la única excepción de Verne.
En lo que se refiere al cine de CF, la década de 1890 podría considerarse principalmente un mero ensayo. Sólo sería más adelante cuando el género irrumpió en la industria como parte de un deseo más amplio de experimentación en cuanto a técnicas y temas.
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