martes, 13 de junio de 2023

1972- PICNIC JUNTO AL CAMINO – Arkady y Boris Strugatsky

La mayoría de las historias de Primer Contacto entre alienígenas y humanos se basan en el más puro antropocentrismo, esto es, la asunción de que los extraterrestres encontrarán nuestra especie lo suficientemente interesante como para molestarse en contactar y relacionarse con nosotros. En el peor de los escenarios, ese “interés” es nuestra aniquilación, decidiendo los aliens que primero deben borrarnos de la faz del planeta antes de ocuparlo; en el mejor, los visitantes son amistosos y el establecimiento de un sistema de comunicación deriva en entendimiento y beneficio mutuos.

 

Pero, ¿y qué pasa si los alienígenas son tan diferentes de nosotros, tan ajenos a nuestra experiencia, que no nos tienen en cuenta y, por lo tanto, no hacen intento alguno por comunicarse o, si lo hacen, es fútil? Es lo que Stanislaw Lem planteó tan brillantemente en “Solaris” (1961) o Thomas Disch en “Los Genocidas” (1965). Y una variación sobre esa misma premisa: ¿Qué ocurriría si los aliens se limitan a venir a la Tierra y marcharse tan rápido que ni les vemos ni ellos se dan cuenta de que nosotros estamos aquí? Ese es el escenario que nos plantea “Picnic Junto al Camino”, una de las novelas más intensas y desasosegantes de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky.

 

Han pasados varios años desde “La Visita”, cuando unos alienígenas (que, según ciertos cálculos, provenían del sistema de Deneb, en la constelación del Cisne), aterrizaron brevemente en seis zonas desperdigadas por toda la Tierra y, con la misma rapidez, se marcharon. Las regiones en las que estuvieron, conocidas como Zonas, fueron evacuadas, aisladas y sometidas a estudio y vigilancia. Se han transformado en un paisaje extraño, pesadillesco, punteado de ruinas y restos de la ocupación humana intercalados con trampas invisibles de origen extraterrestre que retuercen las leyes físicas conocidas, como los graviconcentrados, que aplastan al incauto; los picacarne, cuyo nombre no requiere mayor explicación; la jalea de brujas, un gas letal y espeso; y otros igualmente exóticos como los así-así, ojos de langosta, servilletas castañeteantes…

 

Pero los alienígenas dejaron también atrás artefactos que, aunque no se sabe bien cuál era su función original ni de lo que son capaces, sí contienen tecnologías muy valiosas de las que empresas y militares han venido extrayendo diversas aplicaciones. Las Zonas también afectan a los humanos que viven en las ciudades adyacentes de formas que tampoco nadie puede comprender: de vez en cuando, algunos cadáveres despiertan y se convierten en zombis que deambulan por las calles; los hijos de quienes pasan mucho tiempo en las Zonas nacen con terribles mutaciones; aparecen extrañas plagas y muchos quedan ciegos tras escuchar un intenso sonido… Aún más raro: aquellos que vivían en esas localidades en el momento de la Visita y se mudan luego a otras ciudades, se llevan con ellos un “efecto desastre” que causa abundantes muertes entre quienes les rodean.

 

Se han expuesto diversas explicaciones para todos estos fenómenos y objetos. Jamás nadie ha visto ningún extraterrestre, pero hay quien sugiere que esas Zonas representan una especie de avanzadilla para un primer contacto físico, un lugar donde los aliens ofrecen a los humanos las herramientas necesarias para acometer un gran salto tecnológico y construir un dispositivo con el que devolverles la señal. Otra hipótesis es que la Zona sí está habitada por seres invisibles que están preparando a la humanidad para el futuro o, según otros, una invasión. Pero al menos uno de los científicos más eminentes, Pilman, no cree que haya existido jamás propósito alguno: según él, los visitantes conformaban un grupo equivalente a nuestros domingueros que se detuvieron en la Tierra para disfrutar de un picnic y que ya nunca volverán:

 

“Imagine un bosque, una pradera. Un coche sale de la ruta y se de él baja un grupo de gente joven, con botellas, cestos de comida, radios a transistores y máquinas fotográficas. Encienden fuego, arman carpas, ponen música. Por la mañana se marchan. Los animales, los pájaros y los insectos que los han estado observando horrorizados durante la larga noche vuelven a salir de sus escondrijos. ¿Y con qué se encuentran? Nafta y aceite derramados en el pasto. Válvulas y filtros usados, estropajos, bombitas quemadas y alguna llave inglesa que alguien olvidó. Manchas de aceite en el estanque. Y también, por supuesto, las basuras de costumbre: corazones de manzana, envolturas de caramelos, restos chamuscados de la hoguera, latas, botellas, un pañuelo, una navaja, periódicos destrozados, monedas, flores marchitas recogidas en otra pradera”.  

 

En resumen, los humanos pueden comprender los objetos que los alienígenas dejaron atrás tanto como el pájaro o el conejo del símil una lata de comida vacía: “Hay objetos a los cuales hemos hallado utilidad. Los empleamos, pero casi con seguridad no les damos el uso que les daban los visitantes. Estoy seguro de que en la gran mayoría de los casos estamos martillando clavos con microscopios”

 

Como he dicho, las poblaciones cercanas a las Zonas ven su existencia profundamente alterada. Una de ellas es Harmont, una pequeña ciudad ficticia que parece estar emplazada en una antigua zona industrial norteamericana (quizá Canadá o algún punto del norte-medio oeste de Estados Unidos) convertida ahora en una Zona. Es la sede del Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres, un centro de investigación que atrae a cientos de nuevos pobladores. A su alrededor proliferan, como en las ciudades fronterizas de otros tiempos, bares y burdeles. Harmont se ha convertido también en una atracción turística, aunque la Zona es demasiado peligrosa para cualquiera que no sea un experimentado y adiestrado científico…o un merodeador.

 

Los Merodeadores (en la traducción inglesa, “Stalkers”) son buscavidas y aventureros que han llegado a Harmont atraídos por la posibilidad de beneficio y que están dispuestos a arriesgar sus vidas en el empeño. Por las noches, se dedican a internarse clandestinamente en las Zonas burlando la vigilancia para conseguir exóticos objetos extraterrestres que luego venden en el mercado negro. Como tantos aspirantes y novatos mueren en su primera incursión, los que sobreviven más tiempo se convierten en figuras casi legendarias. Uno de ellos es el protagonista de la novela, Rendrick Schuhart, más conocido como Red (los Merodeadores portan orgullosos sus apodos, que les emparentan con los antiguos pistoleros del Oeste).

 

Sin embargo, en el momento en que comienza la narración, Red lleva algún tiempo trabajando como ayudante de laboratorio en el Instituto de Harmont, cuya misión es la de estudiar la Zona y todo lo que ella contiene. Ser un merodeador significa actuar al margen de la ley y, además de jugarse la vida con los múltiples peligros que acechan en la Zona, correr el riesgo de ser descubierto, atrapado y encarcelado por las autoridades, dejando desvalida a su esposa Guta. Siendo un hombre de familia, Red se siente razonablemente satisfecho cuando aprovecha la oportunidad para escapar de esa precariedad aplicando su conocimiento y recursos legalmente para el Instituto hasta el punto de considerar el abandono de su otra actividad nocturna, con la que obtiene un sobresueldo al modesto salario que allí le pagan.

 

La novela cuenta tres periodos diferentes de la vida de Red, cada uno de ellos marcado por una incursión desastrosa a la Zona. Es a través de los ojos y reflexiones de este hombre sencillo, de escasa educación pero leal a su familia y compañeros, que el lector descubre cómo es la Zona y de qué forma afecta a quienes viven a su sombra, una perspectiva ampliada y contrastada por las del laureado científico Valentine Pilman y Noonan, un burócrata consumado.

 

Después de que lidere una expedición oficial a la Zona que acaba con la muerte de su amigo y protector, el científico Kirill, Red no tiene otra opción que volver plenamente a sus actividades de merodeador. Tras una incursión en la que salva la vida de otro colega, Burbridge, cuyas piernas habían quedado fundidas por jalea de brujas, es detenido y encarcelado por traficar con objetos extraídos de la Zona. Durante su estancia en la cárcel nace su hija Monita que, como tantos niños del lugar, es una mutante (en su caso, tiene el cuerpo totalmente cubierto de pelo).

 

Cuando transcurre el tiempo y Monita pierde la capacidad de hablar, Red no tarda en encontrarse en la clásica posición del criminal “profesional” siempre a la espera de dar el gran golpe que le permita abandonar esa vida y asegurar el futuro de su esposa e hija. Desde hace tiempo circula una leyenda entre los merodeadores relacionada con la Bola Dorada, un supuesto artefacto de la Zona capaz de conceder cualquier deseo. Así que sólo es cuestión de tiempo que Red acabe yendo a buscar ese Santo Grial que puede acabar con todos sus problemas, aunque sea aceptando a Burbridge como socio y a su hijo como acompañante.

 

Con menos de doscientas páginas, “Picnic junto al Camino” es una obra corta que prescinde de todo lo que no es esencial. El misterio de la Visita alienígena nunca trasciende el nivel de meras teorías dispersas a lo largo de la narración, pero es que la solución al enigma no es el centro de interés de la novela. Como ya dije al principio, los Strugatsky, fieles a ese pesimismo y resignación eslavos, optan por la “escuela inefable”: debe asumirse que lo auténticamente alienígena no puede ser conocido ni, por tanto, comprendido. Lo verdaderamente importante aquí es cómo lo que los visitantes dejaron atrás ha cambiado las vidas de un conjunto de personajes, que han pasado a ser dependientes de ese legado quizá involuntario de unos seres que jamás verán ni entenderán, creando toda una subcultura a su alrededor.

 

Y es que “Picnic Junto al Camino”, como sucede con gran parte de la ciencia ficción gestada en la Europa del Este, se parece poco a lo que normalmente asociamos con el género producido en Estados Unidos o Gran Bretaña. No pone tanto el foco en la acción o la tecnología como en las meditaciones filosóficas sobre las consecuencias que sobre el espíritu y la sociedad tienen los avances tecnológicos, utilizando como decorado más o menos camuflado el sistema político-social autoritario, hiperburocratizado y estancado económicamente que padecían la mayor parte de los ciudadanos más allá del Telón de Acero. Este desencanto puede percibirse, por ejemplo, bajo la forma de unos protagonistas que sólo confían en sí mismos para sobrevivir, desarrollando su propio código moral y observando, reflexionando y eventualmente comprendiendo las fortalezas y debilidades de la condición humana; en esa institución gubernamental de investigación que no parece tener demasiado éxito a la hora de convertir sus hallazgos de la Zona en beneficios para el pueblo; o en las mafias de militares y policías corruptos que controlan la venta de objetos en el mercado negro.

 

Es esta una historia sin héroes ni supertecnología salvadora. Como sucedía con el químico Prokop de “Krakatika” (1927) del checo Karel Capek o el Iljon Tichy de “Congreso de Futurología” (1971), del polaco Stanislaw Lem, el protagonista de “Picnic Junto al Camino” no es alguien excepcional sino un individuo normal y corriente que trata de salir adelante en unas circunstancias muy peculiares. Además, y también distanciándose de gran parte de la CF occidental, bajo todo el sustrato filosófico y los significados simbólicos, los autores despliegan un negro sentido del humor, encajando furtivos ataques a la burocracia y encontrando el lado absurdo y cómico de los eventos cotidianos.

 

Tampoco el tratamiento que recibe el protagonista es el usual en las novelas del género. Así, existe una considerable contradicción entre la generosa y afectuosa actitud que Red muestra con su familia o ese compañero merodeador al que salva la vida en la Zona arriesgando la propia, y lo que al final debe hacer para sobrevivir en ella y alcanzar su objetivo. Es fácil distraerse con todos los extraños artefactos y fenómenos que salen a su paso, pero el auténtico misterio reside en sus motivaciones. A veces da la impresión de que ni siquiera es él mismo. Su marco ético es confuso o, como mínimo, cambiante, dado que a veces se le retrata como alguien cariñoso y preocupado por el prójimo y en la escena siguiente como alguien violento y despiadado. La propia estructura de la novela, que intercala amplias elipsis, deja huecos en el desarrollo del protagonista que el lector debe llenar.

 

“Picnic Junto al Camino” es un clásico del género por derecho propio, pero más allá del mismo es conocida por haber sido la base de la prestigiosa película “Stalker” (1979), del realizador ruso Andrei Tarkovski y con guion también de los Strugatsky. Se trata de una de esas cintas que inevitablemente polariza al público: o bien se queda uno dormido de puro aburrimiento media hora después del comienzo, o queda hipnotizado durante los 161 minutos de su metraje, cautivado por su lúgubre imaginería onírica y su existencialismo eslavo. Es una película icónica que figura en todos los manuales de cine de CF y cuya sombra oculta muchas veces la novela que la inspiró. De hecho, algunos editores han utilizado como ilustración de cubierta uno de los icónicos fotogramas del film, e incluso el título del mismo.

 

Pero “Picnic Junto al Camino” es una obra que difiere bastante de “Stalker”. Tarkovski sólo sugería los peligros y maravillas de la Zona a través de la sugestión, las reacciones de los actores y una fotografía vívida y meticulosa. Así, por ejemplo, podemos ver al Merodeador arrojando piezas de metal a un camino para determinar la ruta más segura, tal y como hacía Red en la novela; pero Tarkovski nunca verbaliza lo que está buscando o tratando de evitar: sólo a través de su expresión y la forma en que habla a los dos personajes que le acompañan imaginamos que debe ser algo muy malo.

 

En la novela, los autores son también muy cuidadosos respecto a lo que eligen mostrarnos y cuándo. Desde el comienzo, el lector tiene claro que la Zona es un lugar peligroso, pero aparte del funesto destino de Kirill en la primera expedición, no se explicita mucho más de ese terror sugerido. No será hasta la última incursión de Red que la narración exponga abiertamente todos los horrores que contiene el lugar. La mayor parte del libro se centra en perfilar la situación personal y profesional de Red, cómo se relaciona con su familia, las autoridades y sus colegas.

 

Aun cuando “Stalker” y “Picnic Junto al Camino” siguen sus respectivas historias en direcciones y con tonos diferentes –la primera, una especie de poema épico de deseo y lucha; la segunda un thriller de robos y terror con pizcas de costumbrismo-, ambas se sustentan en un poderoso sentimiento de nostalgia, un anhelo por encontrar el sentido al papel que desempeña el hombre en el cosmos.

 

Tengo que admitir que hube de releer las últimas páginas de la novela varias veces para tratar de comprender qué es lo que querían decir los autores… sin estar seguro de haberlo conseguido. La Bola Dorada que persigue Red Schuhart simboliza el anhelo, falso quizás, de que su desesperada súplica sea algún día respondida y sugiere que esa ilusión es lo que continúa empujando a la especie humana hacia adelante, enfrentándose a un universo indiferente: “Soy un animal, ustedes lo saben. No tengo palabras, no me las enseñaron. No sé cómo se hace para pensar, porque los hijos de puta no me enseñaron a pensar. Pero si ustedes son en verdad... todopoderosos... omnisapientes... ¡bueno, adivínenlo! ¡Mírenme dentro del corazón! Sé que allí encontrarán cuanto necesitan. Tiene que ser. ¡Nunca vendí mi alma a nadie! Averigüen ustedes qué es lo que deseo... ¡No puede ser que desee algo malo! Maldición, no se me ocurre nada, nada, salvo esas palabras que él dijo... ¡Felicidad para todos, gratuita, y que nadie quede insatisfecho!”.

 

Ese segmento final parece sugerir que incluso un individuo envilecido y alienado socialmente puede rebelarse y plantar cara ante la indiferencia o la corrupción de las personas y las instituciones. Hasta ese punto, la historia había consistido básicamente en una narración lineal y bastante nítida de las peripecias de Red, poniendo especial atención a la forma en que su interacción con la Zona había influido en él y su manera de relacionarse con otros. Entonces, de forma un tanto brusca, condensado en las dos páginas finales, aflora el significado profundo de la historia dejando al lector confuso ante un final abierto y ambiguo.

 

“Picnic Junto al Camino” tuvo una historia de publicación bastante retorcida. No en vano, estamos hablando de autores que tuvieron que escribir en la era soviética, cuando todo lo que allí se producía debía someterse a la revisión y censura gubernamentales. Sin embargo y a decir de los hermanos, sus problemas derivaron menos de la censura tradicional del gobierno que de una objeción institucional al lenguaje grosero y a la descripción brutal de una realidad desagradable. En cualquier caso, el Partido Comunista opinó que no seguía la línea política exigida y efectuó importantes recortes en su primera publicación en una revista literaria en 1972. No apareció en forma de libro hasta 1977 y ello en Estados Unidos y no en Rusia. El texto resultante del trabajo censor fue, por decirlo de forma generosa, insatisfactorio y hubo que esperar hasta los años 90, tras el derrumbe del régimen soviético, para disponer de una edición “restaurada” con el texto original y, por tanto, fiel a las intenciones y estilo de los Strugatsky.

 

¿Qué vieron los censores soviéticos en “Picnic Junto al Camino” que no les gustó? Quizá –y si fue así no les faltó razón- una fábula del desencanto que desde los años 60 empezaba a cundir en la élite intelectual y política comunista del continente europeo, a uno y otro lado del Telón de Acero, cuando tuvo que enfrentarse a la disolución del movimiento reformista al que aspiraban y que, según decían, había sido traicionado no tanto por el régimen de Breznev como por la desaparición del sustrato moral y espiritual que había dado origen al régimen soviético.

 

Aunque los Strugatsky se sentían profundamente decepcionados por los límites que se imponía a la élite científica bajo el régimen de Breznev e incorporaban a sus ficciones la influencia de escritores como Kafka, que subrayaban la eterna lucha contra unos obstáculos infranqueables, su crítica en “Picnic Junto al Camino” no está tanto dirigida hacia un sistema político concreto como a la sensación de hastío que percibían tanto en las sociedades del bloque Occidental como en el Comunista, un hastío fruto de la búsqueda de satisfacciones puramente materiales y la abdicación de cualquier aspiración moral; el triunfo, en definitiva, del realismo pragmático sobre el idealismo utópico. Así, una de las cuestiones que plantea la novela es si el futuro existe verdaderamente separado del presente o, por el contrario, ha quedado embebido y fosilizado dentro de él, como la tecnología extraterrestre diseminada por las Zonas.

 

“Picnic junto al Camino” no se ajusta al molde de las novelas tradicionales y anglocéntricas de CF. Es un libro que, entretenido en cuanto a los eventos que narra, trata de ir algo más allá de la mera evasión. Y esto es algo que debe tener en cuenta el lector a la hora de abordar su lectura. Si lo que busca es acción y suspense convencionales, deberá encontrarlos en otro sitio porque los puntos fuertes de este libro son la atmósfera y los personajes por encima de la trama. La obra de los Strugatsky es importante e influyente para la historia del género, pero también ambigua, melancólica, enigmática y muy personal, obligando al lector a revisarla atentamente –o volver sobre ella más de una vez- para apreciarla, rellenar sus huecos y comprenderla como se merece.

 

 


3 comentarios:

  1. Tenía una edición en español de esta novela, con otro título, pero cometí el error de prestarla y nunca me fue devuelta. Recuerdo poco de la lectura, a la que llegué luego de la película, sí la confusión que me generó al ser una ciencia ficción tan diferente a la "habitual". Gracias por la reseña.

    Saludos,
    J.

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  2. A medida que han ido pasando los años, los libros de ciencia ficción (y en general la literatura) van dejando cada vez menos poso debido a las horas de vuelo que acumulamos, y que lleva a que poco sea lo realmente nuevo. Pero esta novela, que la leí hace relativamente poco tiempo, me dejó una impresión muy honda. Como dices, triste, desesperanza, pero también una oda a la lucha de la gente corriente para salir adelante. Aunque siempre he entendido el libro principalmente como una crítica al consumismo y al materialismo. Una de esas novelas que recomendaría sin dudarlo

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    1. Cierto, los años -los que cumple uno- hacen más difícil que surja la sorpresa. Gran parte suena a ya leído o visto. Cosas de la edad,...

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