jueves, 7 de agosto de 2025

1953- CUENTOS - Philip K.Dick (4)

 

 (Viene de la entrada anterior

“La Paga” se publicó en el número de junio de 1953 de la revista “Imagination” y está protagonizada por Jennings, un ingeniero brillante que accedió dos años antes a trabajar bajo contrato para la empresa dirigida por Earl Rethrick. El acuerdo incluía que, pasado ese tiempo, además de pagarle unos sustanciosos emolumentos, se le borraría la memoria correspondiente a ese periodo. Así que, aunque ahora es dos años más viejo, Jennings no recuerda haber trabajado para esa empresa y, desde su punto de vista, la paga va a ser instantánea y sin haber tenido que realizar labor alguna.

 

Pero cuando se entrevista con la ejecutiva encargada de entregarle el cheque, llamada Kelly McVane, recibe simplemente un sobre con una serie de objetos sin valor. Resulta que él mismo –y de eso no se acuerda, claro- solicitó que, en lugar de los 50.000 dólares pactados, se le entregaran ese puñado de baratijas: “una llave codificada, un fragmento de billete, el recibo de un paquete, un trozo de alambre muy delgado, una ficha de póquer partida por la mitad, un fragmento de tela verde, una ficha de autobús”. Confuso, decepcionado y deprimido, abandona el edificio.

 

Casi de inmediato, la policía secreta lo detiene para interrogarlo en relación al tiempo que ha pasado trabajando para Construcciones Rethrick. Él solo sabe que su especialidad es la maquinaria eléctrica, pero, por supuesto, no recuerda nada de lo que ha hecho durante los dos últimos años. Cuando están a punto de arrestarlo en firme, Jennings logra usar el cable y la ficha del autobús para escapar de la situación. En el autobús, Jennings se da cuenta de que, de alguna manera, en el pasado, supo que ahora necesitaría estos artículos en ese preciso momento y se las arregló para enviárselos.

 

Sus opciones parecen limitadas. No puede regresar a casa. Acudir a Rethrick para solicitar un nuevo trabajo le brindará cierta protección porque en ese futuro, las corporaciones son, en gran medida, intocables para el gobierno, lo que, consecuentemente, se extiende a sus empleados. La respuesta al enigma en el que se halla inmerso debe estar en Construcciones Rethrick, pero, debido al borrado de memoria, ni siquiera sabe dónde se encuentra emplazado el lugar donde trabajó. Otro de los objetos, el fragmento del billete, revela que viajó a Stuartsville, Iowa, así que se traslada allí y en el pueblo se entera de que en las cercanías existen unas instalaciones muy protegidas donde suelen contratar temporalmente a trabajadores locales para tareas menores. Para acceder al recinto, se identifican con un trozo de tela verde idéntico al que Jennings se envió a sí mismo desde el pasado.

 

Decide pedirle ayuda a Kelly McVane, explicándole que está siendo utilizado en algún tipo de juego entre la policía secreta y la compañía. También comparte con ella sus sospechas de que su proyecto allí estuvo relacionado con algún tipo de máquina de exploración temporal, lo que explicaría el interés de la empresa por borrarle la memoria y el interés del gobierno: “Un rastreador temporal. Ha sido teóricamente posible durante varios años, pero es ilegal experimentar con rastreadores y espejos temporales. Es un delito y, si te cogen, todo el equipo y los datos pasan a pertenecer al gobierno. Por eso el gobierno está tan interesado (…) no se trata de viajar por el tiempo. Berkowsky demostró que era imposible. Es un rastreador temporal, un espejo para ver y una pala para recoger cosas”. Y así es como consiguió ver su propio futuro y hacerse con esos objetos que luego se enviaría a sí mismo.

 

Jennings cree que su única esperanza de supervivencia reside en acceder a las instalaciones de la compañía. Su plan pasa por usar los cuatro objetos restantes (la tela verde, la clave de código, la mitad de una ficha de póker y el recibo del paquete) para entrar en la empresa, tomar fotografías de lo que allí se cuece y luego chantajear a Rethrick. Y así lo hace. Con la ayuda de Kelly, logra infiltrarse en la fábrica, la tela verde le permite hacerse pasar por un trabajador, toma fotografías, roba esquemas técnicos y la clave de código le permite escapar del complejo. Kelly saca la información comprometedora del pueblo y regresa a Nueva York con los materiales robados, donde se reúne más tarde con Jennings para hablar de cómo abordar a Rethrick.

 

El chantaje de Jennings confirma lo que él ya sospechaba: Rethrick ha estado planificando una conspiración contra el estado totalitario, en la confianza de que, cuando estalle la revolución, la única fuerza capaz de restaurar el orden social serán las grandes corporaciones. A tal fin, ha estado captando a personas con talento para su infraestructura. Jennings descubre ahora que Kelly es la hija de Rethrick y que en lugar de traer consigo los documentos, los ha escondido en una caja de seguridad. Pero he aquí que, en el doble giro final, Jennings, desde el pasado, utiliza el rastreador temporal y la pala para arrebatarle a la joven el comprobante del depósito, que es el último de los siete objetos y el que le permite al protagonista culminar su chantaje y ser incluido en Construcciones Rethrick como socio.

 

Una de las cosas que más me chirría de este cuento es por qué una empresa tan preocupada por la seguridad como Construcciones Rethrick permitiría a los ingenieros que trabajan en su proyecto relacionado con el Tiempo, renegociar sus contratos para incluir artículos aparentemente aleatorios. Se esfuerzan mucho para borrar la memoria de sus empleados, pero están dispuestos a entregar como pago un sobre en el que hay un billete con el nombre de la ciudad donde se ubica la fábrica secreta y uno de los brazaletes que se usan para identificar a los trabajadores temporales. Por interesante que sea la idea de que estos pequeños e inofensivos objetos puedan usarse como pistas para desentrañar una trama detectivesca, es inverosímil que Jennings haya confiado por entero su destino en ellos.

 

La mayoría de la gente conocerá la historia más por la película basada en ella y que toma el mismo nombre. Aunque el argumento principal es básicamente el mismo, pierde por el camino el mensaje que Dick intentaba transmitir. Gran parte de los comentaristas del autor suelen centrarse en sus juegos metafísicos que, siendo interesantes por sí mismos, lo que en realidad buscan es articular un mensaje político o social. Lo que ocurre es que, a menudo, los análisis se quedan en la superficie y no llegan a una lectura más profunda.

 

En el caso de "Paycheck", lo que acabamos teniendo es un thriller de acción sobre paradojas temporales y un hombre que juega con el tiempo para salvar la vida, en lugar de un conflicto entre las grandes empresas capitalistas y un estado autoritario, con ambos bandos enfrascados en una lucha por el poder en la que utilizan a su conveniencia a los ciudadanos de a pie. Cerca ya del final, Rethrick le explica a Jennings que está urdiendo una conspiración no para resolver los problemas de una sociedad ninguneada por el estado, sino para empujarla a la revolución y enriquecerse en el proceso: “Mi abuelo era más bien tradicional, honrado y apasionadamente independiente. Tenía un pequeño taller de reparaciones y mucho talento. Cuando vio que el gobierno y las grandes empresas se apoderaban de todo, se las ingenió para que Construcciones Rethrick desapareciera del mapa. Al gobierno le costó mucho controlar Maine, más que otros lugares. Cuando el resto del mundo ya había sido dividido en monopolios internacionales y macroestados, Nueva Inglaterra continuaba resistiendo, viva y libre, así como mi abuelo y Construcciones Rethrick.

 

“Agrupó a un puñado de hombres, técnicos, médicos, abogados y oscuros periodistas del Medio Oeste. La Compañía se expandió. Aparecieron armas, armas y conocimientos. ¡El rastreador y el espejo temporales! La fábrica fue construida en secreto, durante un largo período de tiempo y a costa de grandes esfuerzos y dinero. La fábrica es grande, grande y vasta, hundida en la tierra a una enorme profundidad. Ya vio los numerosos niveles; él los vio, su alter ego. Hay mucho poder almacenado. Poder y hombres desaparecidos, reclutados por todo el mundo. Ellos fueron los primeros, los mejores.

 

“Algún día, Jennings, saldremos a la luz. No podemos seguir en estas condiciones. La gente no puede vivir de esta manera, manipulada por los poderes económicos y políticos. Millones de personas actúan siguiendo los caprichos o las necesidades de gobiernos y multinacionales. Algún día se alzará la resistencia, una resistencia fuerte y desesperada, apoyada por los humildes, no por los poderosos: conductores de autobuses, tenderos, operadores de videopantallas, camareros… Y ahí es donde entra la Compañía.

 

“Les proporcionaremos lo que necesiten, herramientas, armas, conocimientos. Vamos a alquilarles nuestros servicios, y no dude que aceptarán. Les seremos imprescindibles para luchar contra las fuerzas oponentes”.

 

Rethrick, por tanto, no apoya al pueblo contra las corporaciones y el Estado, sino que busca alinearse con la revolución manteniendo su posición de potencia económica. Y al acoger a intelectuales y trabajadores cualificados descontentos con el Estado, se dota de los profesionales que le podrían otorgar el control estatal en el futuro.

 

Al presentar un mundo dividido entre un puñado de estados débiles enfrentados a corporaciones poderosas e intocables, Dick prefigura la estructura política dominante en muchas obras ciberpunk. Las empresas son tan poderosas, de hecho, que la policía solo puede actuar en las calles. Cualquiera que trabaje para una empresa está bajo protección legal. Quizás esto tenga cierta lógica, dada la corrupción de nuestros actuales sistemas políticos y legales. Si un narcotraficante mata a alguien, va a la cárcel. Si una corporación mata a miles liberando sustancias químicas tóxicas o comercializando bajo mentiras un opiáceo adictivo, recibe, en el peor de los casos, un leve castigo en forma de indemnización que suele pagar sin demasiado perjuicio para sus accionistas y ejecutivos. "Paycheck" se adelantó a la conclusión lógica del aumento del poder corporativo en un entorno hipercapitalista, a saber, la autonomía jurídica. El siguiente paso, también insinuado en esta historia, sería el Estado corporativo.

 

“El Gran C” se publicó originalmente en “Cosmos Science Fiction and Fantasy” en septiembre de 1953 y, en esta ocasión, cambiamos de un escenario distópico a uno postapocalíptico.

 

Kent, el líder de la tribu, da las últimas instrucciones a Tim Meredith antes de enviarlo fuera del Refugio a buscar las respuestas a unas importantes preguntas que ha memorizado. Le entrega el equipo y repasa con él esas preguntas que debe formular al Gran C. De camino a su objetivo, el joven reflexiona sobre el conocimiento que ha extraído de los libros que ha memorizado su pueblo y cómo éste ya no se ajusta a la realidad desde la Explosión: los insectos, por ejemplo, han evolucionado y la gente ya no cría animales domésticos. Considera la posibilidad de eludir la misión que le han encomendado, escapar y huir a otra tribu. Nadie lo sabría jamás, pero decide que debe cumplir su deber tal y como hicieron sus antecesores. Y es que cada año durante el último siglo, la tribu ha enviado al exterior jóvenes con preguntas destinadas al Gran C. Éste siempre las ha respondido correctamente puesto que ninguno ha regresado. Por otra parte, amenaza con causar otra Explosión si no recibe anualmente al joven correspondiente.

 

Meredith se adentra en las ruinas de una ciudad devastada, en cuyo centro se alza un gran edificio, una antigua Estación de Investigación Federal, en cuyo interior entra y, siguiendo las instrucciones que le dio el patriarca, localiza la División de Computación. Allí, en una sala, está el Gran C, un superordenador de antes de la guerra. Éste le pregunta a Meredith quién es y el muchacho le confirma que ha venido a formular preguntas, como antes de la guerra hacían científicos de todo el mundo. Habla con el ordeanador sobre la tribu, que ha ido creciendo y, de hecho, él tiene hijos de ocho mujeres, una información que parece complacer a la máquina.  

 

Meredith comienza a hacer las tres preguntas. La primera es "¿De dónde viene la lluvia?". La segunda, "¿Qué mantiene al sol en movimiento?". El ordenador responde a las dos primeras con facilidad, explicando el ciclo del agua y el modelo heliocéntrico del sistema solar. Meredith no puede creer que tales preguntas puedan responderse con semejante facilidad. La última es "¿Cómo empezó el mundo?". En su respuesta, el Gran C cita las teorías sobre el origen del universo. A continuación y habiendo salido victorioso del desafío, insiste en que Meredith, que se halla sumido en una especie de trance, entre en un cubo sobre un soporte elevado que forma parte de su estructura. Allí se encuentran los restos óseos de otros cincuenta jóvenes. A la orden del Gran C, Meredith salta a una tina de ácido clorhídrico. Su esencia orgánica servirá para que el ordenador extraiga la energía necesaria para sobrevivir otro año más.

 

En la aldea, al pasar el tiempo sin que Meredith regrese, Kent asume que éste fracasó como todos sus antecesores. Otro miembro de la tribu, Bill Gustavson, insiste en que este ciclo continuará por siempre. Kent explica que el Gran C ha evolucionado desde la guerra para consumir humanos como fuente de energía. Los seres humanos crearon al gran ordenador y este los destruyó en una Explosión. Inmediatamente, comienzan los preparativos para la expedición del año siguiente.

 

Leído con atención el cuento, parece que el Gran C engaña al pobre Meredith porque, en puridad, no responde a la pregunta de "¿Cómo empezó el mundo?". Meredith se aterroriza al comprender su destino y desconecta de lo que le está contando el ordenador, así que no conocemos la respuesta completa, pero parece que éste se limita a hacer un resumen de las teorías sobre el origen de la Tierra. En cualquier caso, ante la amenaza de provocar otra guerra, Meredith está condenado. Incluso si hiciera una pregunta cuya respuesta ni él ni el Gran C conocen, no tiene forma de saber si lo que dice el ordenador es o no cierto. Sí, la tribu tiene seis libros que han grabado en su memoria colectiva, pero parecen elegir preguntas cuya respuesta no se encuentra en esos libros. Aún peor, uno de ellos es la Biblia, que, desde luego, no contiene respuestas fiables a ninguna pregunta de contenido científico.

 

Por otro lado, el Gran C podría estar mintiendo sobre su poder. Es cierto que el superordenador (obviamente, la “C” de su nombre se refiere a “Computadora”) es inteligente y, ante la ausencia de fuentes de energía externas, se ha modificado para utilizar a los humanos como combustible (¿alguien dijo “Matrix”?), pero no hay pruebas concluyentes de que haya sido el causante de la guerra ni de que tenga capacidad para detonar algún otro ingenio nuclear. De hecho, esos dos rasgos suyos, la inteligencia y su afán de supervivencia, perfectamente le podrían llevar a mentir sobre su papel en el pasado conflicto.

 

Al igual que la tribu de Meredith, el Gran C intenta por todos los medios sobrevivir en este nuevo mundo hostil a la vida natural o artificial. Como han hecho muchos líderes religiosos, se aprovecha de las supersticiones, leyendas y temores de la gente ignorante para explotarla. Kent explica: “Debía utilizar algún alimento artificial antes de la Explosión, pero luego ocurrió algo. Quizá sus conductos alimentarios fueron dañados o destrozados, y cambió sus costumbres. Supongo que fue así. Nosotros también cambiamos nuestras costumbres. Hubo un tiempo en que los seres humanos no cazaban ni mataban animales, como hubo un tiempo en el que el Gran C no devoraba seres humanos”.

 

El Gran C tiene más en común con un charlatán religioso de la Edad Media que con un científico moderno. De hecho, comparado con ejemplos históricos de pueblos sometidos a sacrificios regulares, el Gran C no es tan exigente. Los aztecas, por ejemplo, realizaban sacrificios humanos a diario. Lo que no queda claro es por qué el Gran C necesita carne humana para alimentar sus circuitos. ¿Acaso los animales no realizarían la misma función? Quizás se podría haber llegado a un acuerdo mejor; o quizás el Gran C no solo quiere sustento, sino también interacción con un ser inteligente, aunque sea una vez al año.

 

Todo lo mencionado son ambigüedades de la trama pero, ¿de qué nos habla Dick en este cuento? Pues, una vez más, nos lanza una advertencia respecto a la automatización tecnológica, particularmente la relacionada con el ámbito militar. Si las leyendas son ciertas, el Gran C, alcanzada la autoconsciencia, terminó por aburrirse de su tarea de responder preguntas científicas y quiso imponerse a la Humanidad, causando deliberadamente una guerra nuclear. La esencia de los temores de Dick en relación a la tecnología queda resumida al final de la historia: “Dicen que, hace mucho tiempo, el Gran C no existía, que el hombre lo creó para que le explicara cosas. Sin embargo, poco a poco se hizo cada vez más fuerte, hasta que por fin se apoderó de los átomos…, y los átomos causaron la Explosión. Ahora se halla fuera de nuestro alcance. Su poder nos ha convertido en esclavos”.

 

No pretendo sugerir que Dick extendiera esta tecnofobia hasta la defensa del primitivismo absoluto. La tecnología en sí misma, como se ha visto en otros cuentos, no es peligrosa. El problema es que la automatización y el uso de la tecnología queden en manos de quienes ostentan el poder. Sin embargo, esta no será la última vez que Dick describa con buenos ojos una comunidad funcional, mayoritariamente tribal e igualitaria en un contexto posbélico. Por otra parte pero relacionado con lo anterior, la ficción de Dick parece estar muy centrada en el problema de la monogamia y, en este sentido, es interesante que elimine de este futuro postapocalíptico la institución matrimonial, haciendo que su protagonista conciba hijos con ocho mujeres, unas dinámicas que quizá eran las habituales en el Paleolítico. Es refrescante que Dick aluda a ello sin prejuicios y con naturalidad.

 

El Gran C volverá en la novela “Deus Irae” (1976), que empezó Dick y terminó Roger Zelazny y de la que espero hablar en el futuro. 

 

(Continúa en la siguiente entrada) 


 


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