En la década de los 80 y primeros 90, Arnold Schwarzenegger no sólo fue uno de los iconos del cine de acción sino un actor que cambió el género y lo imprimió a fuego en el recuerdo de toda una generación de espectadores. Sin embargo, a finales del pasado siglo, su estrella había empezado a declinar tras participar en una serie de fracasos comerciales como “El Último Gran Héroe” (1993) o “Batman y Robin” (1997). Durante ese periodo, el actor se esforzó sin éxito por recuperar su estatus de héroe de acción en películas como “Eraser” (1996) o “El Fin de los Días” (1999). Tampoco “El Sexto Día”, para el que se rodeó de un director y unos actores secundarios a priori competentes en un último intento de replicar glorias pasadas, le trajo a Schwarzenegger el éxito que esperaba aun cuando pueda considerársele el mejor film de entre los que protagonizó esos años.
En un no muy lejano futuro, la sociedad vive
rodeada de todo tipo de avances tecnológicos, desde helicópteros que se
convierten en jets a novias holográficas domésticas. El más significativo, sin
embargo, ha llegado en el campo de la clonación, con la que se reemplazan
mascotas muertas o copian órganos para trasplantes. La clonación de humanos
completos, sin embargo, fue prohibida en los Estados Unidos por la llamada Ley
del Sexto Día.
En ese contexto, el piloto de helicópteros comerciales
y dueño de su propia empresa de vuelos chárter, Adam Gibson (Arnold Schwarzenegger),
se enfrenta al dilema de si clonar o no al recientemente fallecido perro de su
hija. Personalmente, está en contra de esas prácticas, pero, por otra parte,
quiere evitarle la angustia a la niña. El día de su cumpleaños, cuando llega a
su casa tras terminar un trabajo para el millonario Tony Goldwyn (Michael
Drucker), descubre que su mujer e hija están en compañía de un doble suyo que
le ha reemplazado en su rol de esposo y padre. Mientras trata de asimilar la
idea de haber sido clonado, se ve envuelto en una conspiración urdida por Replacement
Technologies, la compañía dirigida por Goldwyn que, obviamente, ha comenzado a
violar las leyes éticas y experimentar con clones humanos completamente
formados.
Para evitar que el error cometido por esa
empresa salga a la luz, Goldwyn envía unos operativos en su busca y Gibson se
ve obligado a huir para salvar la vida. Su férrea determinación, ingenio y
habilidad se ponen a prueba con unos asesinos que, cada vez que mueren, son inmediatamente
clonados y enviados de vuelta a su labor. Con su familia, su vida y su propia
identidad en juego, Adam va a tener que luchar desesperadamente por recuperar su
existencia y averiguar por qué fue víctima de una clonación ilegal. Pero ¿y si
no estuviera solo en esa misión? ¿Y si pudiera reclutar a alguien que lo
conociera como él mismo se conoce?
“El Sexto Día” parece un intento deliberado de
invocar el futuro imperfecto descrito en otro de los títulos más recordados de
Schwarzenegger, “Desafío Total” (1990), añadiendo a la mezcla unas gotas de
“Blade Runner” (1982). Como en la película dirigida por Paul Verhoeven, el
protagonista es aquí un hombre corriente cuyo mundo se vuelve del revés de un
momento al siguiente y que se ve obligado a huir mientras afronta un confuso
laberinto de cuestiones relacionadas con su identidad. Pero mientras que “Desafío
total” era un excéntrico thriller futurista que describía una realidad tan
brutal como lo era su protagonista con sus adversarios, “El Sexto Día” se queda
muy corto en ingenio, ambición transgresora y violencia.
La película transcurre con razonable fluidez
gracias a la labor del director canadiense Roger Spottiswoode, quien
previamente había dirigido títulos interesantes como “El Tren del Terror”
(1980), “Bajo el Fuego” (1985) o una de las entregas de James Bond, “El Mañana
Nunca Muere” (1997). El amante del cine de acción encontrará aquí todas las predecibles
persecuciones (en helicóptero, en coche), explosiones y tiroteos, pero sin que
lleguen a saturar por completo la película ni ahogar la trama. Trama que, por
otra parte, presenta no pocos agujeros (por ejemplo, por qué fue necesario
clonar a Gibson; seguramente una compañía tan poderosa podría haberlo hecho
desaparecer con mucha mayor facilidad) e imposibilidades que podrían haber
tenido un pase en el cine de serie B de los 40 o los 50 de la centuria pasada,
pero que en el siglo XXI rayaban ya lo ofensivo.
En aquella época, la clonación estaba en boca
de todos. La oveja Dolly, el primer mamífero clonado, nació en julio de 1996 y
su existencia se reveló al mundo un año después (por cierto, fue clonada a
partir de células extraídas de la glándula mamaria de una oveja adulta, así que
su nombre era una referencia jocosa a la muy generosamente dotada cantante Dolly
Parton). Los temores que surgieron sobre las implicaciones éticas de este
desarrollo, aireados especialmente por grupos religiosos, fueron noticia de
primera plana durante cierto tiempo. Pero en su intento de darle un barniz de
ciencia ficción al concepto, “El Sexto Día” combina la ciencia real de la
clonación con la absurda fantasía de transferir de un cuerpo humano a su clon la
personalidad y recuerdos completos del original. En realidad, un clon, aunque
genéticamente idéntico a una criatura anterior, sigue siendo una forma de vida
única. En el mundo futurista que nos plantean en la película, la clonación
equivale a una especie de resurrección de entre los muertos al estilo
Frankenstein.
Lo que a priori sería el punto fuerte de la
historia, esto es, la confusión de identidad, acaba desaprovechado por un guion
(escrito por Cormac y Marianne Wibberley) que prefiere jugar sobre seguro abrazando
por completo la fórmula del thriller más trillado, marginando la
caracterización y nunca profundizando en la cuestión de la identidad tan
acertada y profundamente como lo hiciera, por ejemplo, “Blade Runner”. Planteando
una premisa y desarrollo iniciales que sin duda resultan intrigantes, el guion
no sabe capitalizarlos y la trama va perdiendo interés conforme avanza.
La principal diversión que puede extraerse de
la película (al menos en la primera mitad) es la misma que suele proporcionar
el ciberpunk, a saber, los ingeniosos dispositivos y aspectos de la cultura del
futuro que se hallan dispersos por toda la trama: plátanos con sabor a nachos,
referencias a una mujer presidenta del país y las Guerras de la Selva Tropical,
una visita a una tienda de clonación de mascotas, Simdolls perturbadoramente realistas
con cabello auténtico, neveras inteligentes, vehículos autónomos, novias
digitales y, en una comisaría, un abogado y un psicólogo virtuales. Ahora, todo
esto son básicamente adornos que halagan a la vista pero que contribuyen poco o
nada a la trama.
Por otra parte, “El Sexto Día” es una película
que se muestra confusa respecto al dilema ético central, a saber, la clonación
humana. Por una parte, se detecta un claro tono conservador que considera –como
lo hace su protagonista- que esa práctica desafía la divina providencia. En un
momento dado, el malvado empresario interpela al héroe: "¿Quién debería decidir estas cosas?", a lo que éste responde
contundentemente: "¡Dios!".
En resumen, que desafiar el orden natural es un ultraje moral; que las cosas
están mejor como están, esto es, imperfectas; y que el pecado de arrogancia
contra Dios anula cualquier beneficio que pudiera aportar la tecnología de
clonación. En este sentido, “El Sexto Día” se alinea con las películas de científicos
locos de la década de 1930, que acababan siendo víctimas de sus impíos
procedimientos, desde resucitar a los muertos hasta trasplantar cerebros pasando
por alargar la vida.
Pero es que, aunque quien practica aquí la
clonación es un multimillonario corrupto y asesino, los argumentos que éste
aporta defendiendo el uso de esa tecnología son mucho más sólidos y concretos
que las vagas reticencias religiosas del héroe nominal. Es más, el clon de éste
cuenta con los atributos positivos del original, lo que contradice extrañamente
todo lo que la película ha estado defendiendo. Así que el espectador termina
sin saber cuál es exactamente el mensaje que pretende transmitir la historia
respecto a la clonación humana, básicamente porque los guionistas tampoco
parecen tener una idea clara al respecto.
Como muchas de las películas más modernas de
Arnold Schwarzenegger, “El Sexto Día” trató de venderse como una cinta de
acción con una línea políticamente correcta en cuanto a la violencia. La
publicidad previa al estreno mostró al actor asegurando que no quería figurar
en el poster sosteniendo un arma, como si eso compensara de algún modo en la
cantidad de armas que luego sí utilizan todos los personajes durante gran parte
de la película. Hay una escena particularmente divertida en este sentido en la
que Gibson, intentando rescatar a su familia, les dice a dos guardias: “Mi hija está al otro lado de esa puerta. No
quiero exponerla a ninguna violencia explícita, ya tiene suficiente en los
medios”. En fin, un momento a caballo entre lo absurdamente incoherente y
lo autoparódico.
En relación con esto mismo, otro problema es
lo errático del tono. Algunos de los momentos de acción son tan disparatados
que anulan cualquier suspense que pudieran tener. Por algún motivo, director y
productor accedieron a un montaje horrendo, con unas transiciones torpes y
dolorosamente ancladas en el cambio de siglo. Añádase a esto unos efectos
visuales de segunda, un mal elegido Robert Duvall que interpreta su papel como
si estuviera en una película mucho mejor, y un Michael Rapaport en modo comedia
de los 2000, esto es, incómodamente sórdido para la sensibilidad actual
A pesar de tantos fallos, todavía le quedaba a
Schwarzenegger algo de su vieja magia como para evitar la completa espantada de
sus seguidores. Obviamente, se divierte actuando y, por supuesto, encuentra el
momento para lanzar algunas de sus “ingeniosas” y contundentes réplicas. "El
Sexto Día" funciona mejor como una película “tontorrona” de Schwarzenegger
aderezada con elementos de ciencia ficción que como una propuesta mínimamente seria
en torno a la clonación. También puede destacarse el cuarteto de asesinos que
le siguen la pista liderados por el siempre repelente Michael Rooker,
progresivamente más cabreados por sus sucesivas muertes.
“El Sexto Día” es una muy irregular película que
intenta combinar la acción explosiva con una historia admonitoria contra la
manipulación del ADN humano y el uso amoral de la clonación. Lo cual no deja de
tener su punto de ironía porque terminó siendo un clon de inferior categoría de
“Desafío Total”. Es un thriller sin suspense, con una trama de acción que no
llega a conectar con el espectador y momentos cómicos fallidos, donde no parece
haber nada demasiado importante en juego y cuya violencia y contenido sexual fueron
probablemente diluidos en postproducción. Para fans incondicionales del exculturista
austriaco y el cine de acción noventero en su fase crepuscular.
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