domingo, 3 de agosto de 2025

1953- CUENTOS - Philip K.Dick (2)



(Viene de la entrada anterior)

  

“Los Infinitos” apareció en el número de mayo de 1953 de “Planet Stories” y comienza con la presentación del equipo de exploración que viaja a bordo de una nave inmersa en una competición no oficial entre la Tierra y el Triunvirato de Júpiter. Cuanto más éxito tengan en el mapeo de asteroides y planetas, mayor será su premio al regresar a la Tierra. Cuando llegan a un asteroide para su estudio, el comandante Crispin Eller y su segundo al mando, Harrison Blake encuentran motivos para preocuparse. Ese cuerpo celeste tiene condiciones aptas para la vida, pero no hay ni rastro de ella, algo que contradice la teoría predominante, según la cual la vida debería surgir en cualquier lugar con condiciones ideales para la misma debido a la universalidad de partículas bacterianas a la deriva. Aunque ambos oficiales difieren respecto al curso a seguir, deciden enviar hámsters a la superficie para ver qué pasa con ellos.

 

La oficial científica, Silvia Simmons, prepara los animalitos mientras Blake muestra su disconformidad con Eller respecto a su decisión de marcharse del lugar, alegando que, aunque no le supera en rango, sí en experiencia en el espacio. Cuando Simmons anuncia que los hámsteres aparentemente han muerto, un destello de luz deja a los tres inconscientes. Despiertan al cabo de un par de días, concluyendo que la causa fue algún tipo de erupción radioactiva proveniente del asteroide. Ahora sí, Blake coincide en que el aterrizaje fue una mala idea y la tripulación hace planes para regresar a casa con la esperanza de que allí puedan tratar los posibles efectos sobre sus cuerpos que se deriven de ese evento, el cual, en caso de ser recurrente, debió de ser la razón de la inexistencia de vida.

 

Muy pronto, los tres comienzan a experimentar cambios: pierden uñas y cabello, disminuye su estatura y sus rasgos faciales se atrofian. Aunque sus cerebros parecen intactos, les preocupa que, al regresar a la Tierra, esas transformaciones sean irreversibles y les traten como a monstruos de feria. Blake es el primero en notar que algunas de esas alteraciones son, en realidad, mejoras. Una simple prueba demuestra que sus cerebros han crecido, lo que sugiere que la radiación no los está matando sino acelerando su evolución.

 

Simmons y Eller aceptan los cambios no sin darse cuenta de un serio peligro. Si regresan a la Tierra millones de años más evolucionados que sus antiguos congéneres, no podrán resistir la tentación de dominar el planeta y guiar el desarrollo humano. También les preocupa que Blake, como fue alcanzado por la radiación antes que ellos, se encuentre en un estadio todavía más avanzado, lo que le dará el poder de dominar la nave y a ellos mismos. Aun peor, éste deja claro que quiere regresar a la Tierra para convertirse en un dictador que guíe a la Humanidad hacia el dominio de la galaxia. Se desencadena así una lucha interrumpida por la llegada de cinco seres de energía que desintegran a Blake…. y que resultan ser los hamsters del laboratorio, que, como fueron los primeros afectados por la radiación del asteroide, han evolucionado millones de años más que la tripulación. Revierten a Eller y Simmons a su estadio original y les permiten regresar a la Tierra.

 

La idea central de esta historia es la de la evolución teleológica, esto es, con un fin concreto en el horizonte, normalmente hacia un ser más perfecto. Es interesante como recurso literario pero también un guiño a las teorías antidarwinistas de la evolución o anticipo de los argumentos actuales del “diseño inteligente”. La evolución, hasta donde se sabe, no tiende a la perfección última del ser, sino que es un mecanismo adaptativo al entorno. Si la inteligencia permite la supervivencia de los más aptos, se transmitirá a los descendientes; si no es necesaria, no surgirá (ahí están los cocodrilos, que no han evolucionado prácticamente nada en los últimos doscientos millones de años). Por eso no hay razón alguna para creer que los posthumanos vayan a ser más avanzados o inteligentes que los humanos. Dick solía ser bastante descuidado a la hora de integrar en sus historias la ciencia y la tecnología, aplicando sólo las teorías que le resultaban narrativamente más útiles. Sin embargo, este cuestionable enfoque no debe distraernos de lo que esencialmente es un cuento sobre los peligros de la exploración espacial, los encuentros con fenómenos extraterrestres y el poder en general.

 

Al principio del cuento, Black regaña a Eller por su impertinencia: “Escucha, Eller, tengo diez años más que tú. Me alisté cuando eras un chiquillo. Para mí no eres más que un petimetre insignificante”. Esta actitud de resentimiento es la que Blake adopta en el climax de la historia. Durante un momento, se convierte en el arquetipo de supervillano: “Hemos de volver por su propio bien. -Blake rió en voz baja-. Les podemos ayudar mucho. En nuestras manos, su ciencia cambiará, y ellos también, porque les transformaremos. Haremos que la Tierra sea más fuerte, más poderosa. El Triunvirato quedará indefenso ante la nueva Tierra, la Tierra que nosotros construiremos. Los tres transformaremos la raza, haremos que se expanda a lo largo y ancho de la galaxia. La humanidad será un simple material que nosotros moldearemos. El azul y el blanco ondearán en todas partes. en todos los planetas de la galaxia, y no en miserables pedazos de roca. Haremos una Tierra fuerte, Eller, una Tierra que gobernará el universo”.

 

Pero, como he dicho, las pretensiones de Blake se verán frustradas por unas criaturas superiores, los hamsters del laboratorio. No se si la intención de Dick fue la de hacer una referencia a la parábola del Evangelio de San Mateo en la que Jesús les dice a sus apóstoles que “Los Últimos serán los Primeros” pero, en cualquier caso, la intencionalidad moral no es la misma. Los antiguos hamsters son "más avanzados", más poderosos y, por lo tanto, dictadores de facto, adoptando la misma actitud de dominación respecto a sus antiguos amos que la que un padre impone a sus hijos cuando son pequeños e inmaduros.

 

Por supuesto, si este sentimiento fuera universal, la exploración interplanetaria sería peligrosa por dos razones. En primer lugar, los humanos podrían asumir que los extraterrestres son más avanzados y, por tanto, deberíamos someternos a ellos o, como mínimo, seguir sus directrices y ejemplo. Y en segundo lugar y no excluyendo el peligro anterior, los alienígenas podrían verse a sí mismos como guías de nuestro futuro y justificar de este modo una dictadura benevolente. Quizás sean los seres supuestamente "más evolucionados" también los más impertinentes y pretenciosos.

 

Una última observación sobre la situación geopolítica. A menudo, Dick ambienta sus historias en mitad de una guerra o conflicto entre la Tierra y alguna potencia externa. A veces se trata de Próxima Centauri, otras veces la Luna y en ocasiones los planetas exteriores. Dejando de lado la guerra con los auténticos extraterrestres de Próxima, Dick parece apuntar a que los humanos “de frontera”, aquellos que se establezcan en la Luna o en otros mundos del Sistema Solar, desarrollarán una cultura y estructura social propias, lo que inevitablemente desembocará en conflictos con la Tierra. Esta idea volverá a aparecer en otros cuentos y novelas.

 

“La Máquina Preservadora” apareció en el número de junio de 1953 de “Fantasy & Science Fiction” y su protagonista es un tal doctor Laberinto, atormentado por lúgubres pensamientos sobre lo que percibe como una decadencia imparable de la civilización humana. La causa específica de estas preocupaciones nunca se revela directamente en la historia, pero sí se insinúa indirectamente: “Un bombardero sobrevolaba. Las bombas caían, convirtiendo al edificio en ruinas, derrumbando las paredes, que se desmoronaban, dejando sólo escombros”. Recordemos que este cuento se escribió y publicó en pleno apogeo de la Guerra Fría, que, como ya estamos viendo, alimentó muchos de los relatos que escribió Dick en este periodo.

 

En cualquier caso, “Laberinto se preocupaba mucho. Amaba la música y no podía acostumbrarse a que un día no existieran Brahms ni Mozart, que no se pudiera disfrutar de la música de cámara, suave y refinada, que hace pensar en las pelucas, en los arcos frotados con resma, en las velas que se derretían en la semioscuridad. El mundo sería seco y lamentable sin la música. Árido e inaguantable. De esta forma comenzó a concebir la idea de la Máquina Preservadora”. Ese ingenio tiene la función de preservar para la posteridad la música, codificándola en el material genético de los animales. Envía el proyecto para su consideración a diferentes científicos e ingenieros y, al final, es una universidad del Medio Oeste la que decide fabricar el prototipo de acuerdo a sus especificaciones y enviárselo.

 

Para su primera prueba, Laberinto utiliza el Quinteto en sol menor de Mozart. La máquina produce un ave que se parece mucho a un pavo real. Una pieza de Schubert se transforma en una especie de oveja. La música de Beethoven se traduce biológicamente en una suerte de escarabajo. Si bien algunas criaturas son sorprendentes, todas parecen sintonizar con algunos de los sentimientos que inspira la pieza musical correspondiente: “Al insecto Brahms le gustaba andar solo, y prontamente se alejó de su vista, preocupándose por eludir al animal Wagner, que había salido unos instantes antes. Este era grande, y tenía muchos colores profundos. Parecía tener un humor de mil diablos, y Laberinto se atemorizó un poco, tal como les sucedió a los insectos Bach. Estos eran animalitos redondos, una gran cantidad de ellos, que se obtuvieron al procesar los cuarenta y ocho preludios y fugas. También estaba el pájaro Stravinsky, compuesto por curiosos fragmentos”.

 

Laberinto deja libres a estas criaturas en un bosque y observa su desarrollo. Pero se horroriza al descubrir que parecen estar evolucionando muy rápidamente hacia nuevas configuraciones biológicas centradas en la lucha por la supervivencia. Las criaturas musicales se enfrentan en un combate a muerte, como depredadores y presas (naturalmente, el animal de Wagner es el superdepredador). Con cada giro de la historia, Laberinto (y quizás el lector) se siente cada vez más desconcertado y consternado por los resultados de las transmutaciones, que frustran por completo sus expectativas para estas criaturas musicales, que esperaban serían, de alguna manera, más dignas, más dóciles.

 

El sabio melómano se da cuenta de que la música es una expresión de la belleza que no puede sobrevivir a la lucha por la supervivencia. Estas criaturas se basan en música excelsa compuesta por humanos, pero, una vez libradas a su suerte, se imponen las despiadadas reglas de la naturaleza a las que nada importa la perfección o el arte.

 

Aunque el experimento fracasa, estas criaturas no se reproducirán ni perturbarán la ecología. Por mera curiosidad, el sabio reintroduce el insecto Bach en la máquina y programan el proceso inverso para ver cómo la evolución ha transformado la música. Lo que obtienen no son sino desagradables distorsiones sin sentido. Para su desesperación, Laberinto comprende que las culturas humanas no pueden preservarse artificialmente.

 

“La Máquina Preservadora” es una historia muy corta de apenas diez páginas, pero temáticamente muy densa. Empezando por la idea de partida, extraña y desafiante. El de la transformación ya era incluso entonces un cliché muy trillado en la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Pero lo que nos presenta Dick es algo completamente diferente. Es sinestesia literal: en lugar de escuchar notas musicales o melodías que provocan sensaciones físicas, cambios de humor o percepciones visuales, lo que tenemos aquí es la transferencia de algo puramente conceptual y abstracto a una forma y existencia literales, una criatura viva que podemos ver y tocar. Es una idea con una fuerte carga filosófica en su núcleo, con resonancias de la Teoría de las Formas de Platón y sobre lo que Dick seguiría experimentando mas adelante en obras como “Ubik”, en la que objetos y lugares experimentan una regresión hacia formas más puras y conceptualmente ideales de sí mismas. En fin, una idea que, de nuevo, es científicamente absurda (empezando porque no son las criaturas las que evolucionan sino las poblaciones), pero que da lugar a implicaciones de lo más interesantes que, al fin y al cabo, es lo que a Dick le interesa.

 

La preocupación de Laberinto en relación al destino de la cultura humana no es un temor infrecuente. Siempre hay quienes piensan, en cualquier época, que se encuentran al borde de una Edad Oscura y que sería necesario encontrar la forma de preservar el patrimonio cultural de la misma forma que hicieron los monasterios durante la Edad Media hasta la recuperación del legado en el Renacimiento. Pero el protagonista de este cuento no puede evitar sentirse pesimista: “El hecho de que sus animales musicales podrían defenderse ya no quería decir nada para él, puesto que la razón por la cual las había creado, impedir que las cosas bellas se brutalizaran, estaba sucediendo ahora en ellas mismas”.

 

Dick había trabajado –y pasado una temporada relativamente feliz de su vida- en una tienda de discos antes de que pudiera ganarse la vida escribiendo. Él mismo era un melómano y en “La Máquina Preservadora” bien podría estar haciendo una crítica a la tecnología de reproducción musical y los efectos que ello tenía sobre la propia percepción de la música. Aunque la tecnología (en la forma de discos y reproductores o emisiones radiofónicas y televisivas) estaba  permitiendo a las masas acceder a la música –o, quizá sería más acertado decir, consumirla-, también destruyó el aura que rodeaba su interpretación en directo. Sin embargo, también es cierto que la tecnología de reproducción musical en formatos físicos reduce la probabilidad de que al menos esa parcela de la cultura humana desaparezca por completo en el futuro. Por ejemplo, los libros tienen un potencial de conservación claramente mayor que todo el material subido a internet o almacenado electrónicamente.

 

Por último, hay que tener en cuenta que los gustos musicales de Dick no se ajustaban a las modas vigentes en el siglo XX, así que quizá esta historia también fuera un ataque metafórico contra el modernismo musical. Por ejemplo, el pájaro que se crea a partir de las partituras de Stravinsky tiene un aspecto extraño y su descripción de la horrible música que se extrae a partir de los animales evolucionados bien la podrían suscribir los melómanos más conservadores respecto a cierta música clásica moderna: “Era espantosa. Nunca había oído nada igual. Era distorsionada y diabólica, sin ningún sentido o significado, excepto, tal vez, una rara familiaridad que jamás debió haber estado presente en algo así”.

 

“Sacrificio” apareció en el número de julio de 1953 en “Fantasy & Science Fiction”, aunque fue vendido por Dick a Anthony Boucher un año antes con el título de “Aquél que Espera” (fue el editor quien decidió, por su cuenta y riesgo, cambiar el título para su publicación definitiva).  

 

Un hombre sale de su casa y oye a las orugas que lo vigilan. Es capaz de escuchar y entender sus conversaciones, por lo que sabe qué criaturas suponen una amenaza para él. Los pájaros no le harán nada, pero de las arañas no está tan seguro.

 

Las hormigas discuten su plan de ataque contra el gigante. Tirmus tiene dudas. Aunque el gigante puede comprender a los insectos, otros como él no lo tomarían en serio, por lo que no hay peligro de que divulgue sus planes. Tras una votación, la Colina decide marchar contra el gigante.

 

De regreso a su hogar, el hombre ve una araña que le advierte que no entre en su casa. No le hace caso y es atacado por una gran cantidad de hormigas. Las combate rociándolas con agua. Es la primera vez que le atacan en su propia casa.

 

Una araña distinta a la que le advirtió, le informa de en un acre de tierra hay 2.5 millones de arañas y numerosas hormigas, sus peores enemigas. Resulta que las hormigas dominaron la Tierra hasta la llegada de los humanos provenientes del espacio exterior. Tras una gran guerra, los humanos olvidaron su conquista del planeta y los insectos se degradaron y dividieron en diferentes "tribus". Las arañas, criadas por los humanos, fueron sus aliados más fieles y eficaces y mantuvieron vivas las hostilidades contra las hormigas. Otra araña, una viuda negra, advierte al hombre de que habrá problemas, pero que podrán salvar la situación. El hombre se siente aliviado hasta que descubre que las arañas hablaban de la Humanidad, no de sí mismo…

 

Este cuento nos revela la existencia de una larga guerra entre la Humanidad y los insectos, un conflicto largo tiempo olvidado por los invasores, pero profundamente arraigado en la psique y la estructura social de los colonizados. El contexto histórico de la historia sugiere una alegoría de la descolonización. La capacidad del hombre para comprender el lenguaje de los insectos le otorga un conocimiento especial sobre sus motivos y perspectiva. La mayoría de los humanos son indiferentes a los insectos e incapaces de verlos como una amenaza existencial. Sin embargo, cuando éstos se unen, forman una fuerza imparable. Algunos de los insectos, como las arañas, fueron criados para apoyar al régimen invasor y poseen un conocimiento más profundo de la auténtica realidad. Los invasores, que han interiorizado su victoria, son en su mayoría indiferentes al pasado y las víctimas.

 

Todo esto parece muy similar a la experiencia colonizadora de los británicos en, por ejemplo, la India (a la que habían concedido la independencia en 1947); o la de los franceses en Argelia (cuya guerra ya se estaba cocinando) o Indochina (donde ya habían estallado las hostilidades contra las fuerzas independentistas). Cuando se publicó el cuento, había movimientos independentistas y anticoloniales por todo el mundo. Ahora bien, esta es una interpretación personal (posiblemente una sobreinterpretación) porque es difícil probar que este fuera el subtexto pretendido por Dick, algo también aplicable a la posible lectura ecológica del cuento. En los relatos en los que mostró preocupación por el medio ambiente, Dick sugirió el impacto que la actividad humana tiene sobre el planeta, pero la hipótesis de que la Tierra pudiera sanarse a sí misma atacando a la humanidad —insinuando la hipótesis de Gaia que James Lovelock postuló en 1969 y publicó diez años después— era entonces poco común.

 

En notas a este relato escritas en 1976, Dick dijo que trataba sobre los límites de la paranoia. La idea le vino a la mente cuando se preguntó si una mosca que le zumbaba cerca de la oreja se estaría riendo de él. Aunque es una interpretación algo más banal, probablemente sea más fiel a la intención original de Dick y, en cualquier caso, resulta refrescante leer sobre una conspiración urdida por las víctimas y con la que todos podemos simpatizar, en lugar de que sean las víctimas los paranoicos y/o afectados por una conspiración orquestada por una clase dominante.

 

(Continúa en la entrada siguiente) 

 


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