En el curso de las últimas tres décadas, el director y guionista Alexander Payne ha cosechado una considerable atención, reconocimiento y premios gracias a películas como “Ruth, una Chica Sorprendente” (1996), “Election” (1999), “A Propósito de Schmidt” (2002), “Entre Copas” (2004), “Los Descendientes” (2011) o “Nebraska” (2013), dramas realistas a menudo protagonizados por individuos atravesando crisis de la mediana edad. Ese currículo le ameritó a Payne con tres nominaciones al Oscar al Mejor Director y una nominación y dos premios para Mejor Guión Adaptado. A continuación, decidió probar suerte en el cine de género con “Una Vida a lo Grande” (aunque había coguionizado años antes “Parque Jurásico III", 2001). Fue un intento de expandir su horizonte creativo con un melodrama de ciencia ficción coescrito con su colaborador habitual, Jim Taylor. Ambos ultimaron los detalles durante el paréntesis que el director se tomó entre 2004 y 2011.
El Instituto Evardsen de Noruega presenta públicamente
un procedi
miento que permite reducir el tamaño de los seres humanos a unos 12
centímetros. El propósito de esta larga investigación ha sido el de hallar una
solución para que la Humanidad pueda vivir de forma sostenible consumiendo
menos recursos y deteniendo el cambio climático.
Diez años después, Paul Safranek (Matt Damon),
terapeuta ocupacional, vive en Omaha con su esposa Audrey (Kristen Wiig).
Aspiran a comprar una nueva casa, pero los precios son prohibitivos. Durante
una reunión de exalumnos, se reencuentran con una pareja que se ha sometido al proceso
de reducción y, ante el entusiasmo que tran
smiten, deciden visitar Ociolandia, una
de las muchas comunidades de personas que han decidido emprender una nueva vida
como personas diminutas. De hecho, es la más lujosa de esas nuevas ciudades. Allí
descubren que, dado que el coste de los recursos que necesitan para vivir
(comida, energía, materiales para las casas) es muy pequeño, sus actuales
ahorros se multiplican por cien, lo que les permitirá comprar un hogar
palaciego. Convencidos, deciden someterse al procedimiento.
Sin embargo, al despertar tras las varias
horas que dura el tratamiento, Paul d
escubre que Audrey, en el último momento, tuvo
dudas y se echó atrás. Esto supone un golpe devastador para él, dado que el
procedimiento es irreversible y, por tanto, se encuentra solo en un lugar en el
que había soñado vivir con su esposa. Para colmo, el consecuente divorcio le
priva de la mitad de sus ahorros y, consecuentemente, ha de reducir su nivel de
vida en Ocioland, abandonando la mansión inicialmente escogida por un
apartamento y trabajando como operador en un call-center.
Paul se encuentra al borde de la depresión:
sin alicientes, alienado, trabajando en algo que no le
motiva y sin alguien que
le brinde auténtico apoyo emocional. Y entonces, conoce al extravagante vecino,
Dusan Mirkovic (Christoph Waltz), que le atormenta con el bullicio de sus
frecuentes fiestas. A la mañana siguiente de una de ellas, un resacoso Paul
conoce a una de las limpiadoras de Dusan, la refugiada vietnamita Ngoc Lan Tran
(Hong Chau), que fue reducida forzosamente por su gobierno como castigo por su
activismo disidente y que ha terminado trabajando de empleada doméstica de los
ricos de Ocioland. A través de ella, Paul descubre toda una comunidad que vive
muy precariamente fuera de los muros de la ciudad y que se gana la vida
haciendo los trabajos más duros para los acaudalados vecinos que prefieren
ignorarlos.
Tras romper accidentalmente la pierna
ortopédica de Ngoc Lan, Paul se ve
obligado a hacerse cargo de sus trabajos de
limpieza, descubriendo una conexión entre ambos y recuperando una motivación
para vivir ayudando desinteresadamente a los más desfavorecidos.
Dusan tiene un amigo, Joris (Udo Kier), que posee un pequeño yate de lujo. Los cuatro viajan hasta la primera comunidad de gente reducida, fundada en un aislado fiordo noruego por el inventor del revolucionario procedimiento, el doctor Jørgen Asbjørnsen (Rolf Lasgard). Se trata de un colectivo agroganadero que viven como alegres hippies ecologistas que se están preparando para el inminente apocalisis que va a provocar la liberación de un volumen letal de metano en la Antártida.
El tema de la miniatur
ización humana siempre
ha ejercido una fascinación especial en el público cinematográfico, desde las
diversas versiones de “Los Viajes de Gulliver” (1726) hasta películas como “Doctor Cíclope” (1940), “El Increíble Hombre Menguante” (1957), “Viaje Alucinante”
(1966) o “Cariño, He Encogido a los Niños” (1989), pasando por la serie de
televisión “Tierra de Gigantes” (1968-70). Sin embargo, la miniaturización no ha
sido precisamente uno de los temás más abordados por la CF y, de hecho, los
únicos títulos recientes de cierta relevancia al respecto han sido los
protagonizadas por el superhéroe de la Marvel Ant-Man (2015-2023).
El tema de la miniaturización humana siempre
plantea problemas de plausibilidad desde un punto de vista científico.
Suponiendo que fuera posible
reducir a una persona a aproximadamente una
decimocuarta parte de su tamaño, casi toda su masa corporal tendría que ir a
alguna parte. Esto deja dos opciones: la extracción o la compactación, pero
ambas presentan problemas significativos. La eliminación de masa corporal
también implica la eliminación de tejido cerebral, lo que significa que reducir
a alguien al tamaño de un hamster o una rana le dejaría con una capacidad
cerebral equivalente. Otra opción sería la compactación, pero aumentar la
densidad de la masa corporal para que ocupara un espacio menor significaría incrementar
sustancialmente su peso en un área reducida, de modo que probablemente dejaría
huellas en el suelo y tendría dificultades para manejar sin romperlos objetos
cotidianos con similar diseño a sus equivalentes “grandes”.
Otro problema a considerar es que, si bien la
persona sería mucho más pequeña, las leyes de la física seguirían actuando co
n
normalidad. En la película esto se observa en las escenas de Noruega, donde la
estela del barco de Joris en el fiordo parece poco natural, un intento de
simular el movimiento del agua alrededor de una maqueta de barco. Sin embargo,
también surgirían otros obstáculos, como la cuestión de si una persona de
tamaño diminuto podría procesar alimentos y aire cuando las moléculas pasarían
a ser, repentinamente y en términos relativos, mucho mayores de lo que un
cuerpo normal está acostumbrado a procesar.
La película también presenta la
miniaturización como solución global a los problemas de consumo de recursos.
Para Paul y Audrey, miniaturizarse es
la solución para poder comprar una casa
digna. La idea de que ser más pequeño implica usar menos recursos y, por lo
tanto, ahorrar dinero y reducir el deterioro del ecosistema, parece, en el
mejor de los casos, producto de la ingenuidad económica. Es de suponer que, si
tal realidad llegara a materializarse, las grandes empresas se apresurarían a
aprovechar el auge de las miniaturizaciones, inflando los precios: alguien
tendría que diseñar todas las casas, muebles y ropa en miniatura, y procesar
los alimentos, por ejemplo. La escasez de mano de obra especializada encarecería
enormemente dichos productos desde el principio.
Por norma general, suele ser aconsejable desconfiar
de un director ajeno al género que decide probar suerte en él, especialmente
cuando insiste repetidamente en que su película no es de CF (lo cual solo
demuestra que, en su opinión, es perjudicial para su estatus y carrera que se
le asocie
con un género al que considera inferior). Sin embargo, Payne presenta
la premisa de forma directa y clara, logrando que todo el mundo la acepte de
forma natural, maravillados, sí, pero sin caer en la histeria: reencuentros con
viejos amigos que se han encogido, fiestas de despedida para quienes se someten
al tratamiento, presentaciones comerciales y reuniones inmobiliarias para
comprar una casa, adecuación de los transportes públicos… Presentar un cambio
disruptor en la realidad y mostrar de qué forma modela la sociedad, es propio
de la buena ciencia ficción.
Sin embargo, tras presentar la premisa, la
película pierde ritmo en cuanto l
a acción se traslada a Ocioland. Los films
sobre miniaturización mencionados anteriormente mostraban a sus protagonistas viviendo
una serie de aventuras en el mundo de los adultos. Buena parte de la
fascinación que ejercen proviene de una doble fuente. Por una parte, el sentido
de lo maravilloso que nos ofrece un cambio de perspectiva radical sobre lo que
consideramos “normal”. Y, por otra, ver cómo los personajes solucionan los desafíos,
a veces existenciales, inherentes a un mundo diseñado para gente de tamaño
mucho mayor.
Ahora bi
en, en “Una Vida a lo Grande”, después
de que Paul se someta al proceso de miniaturización, el mundo “grande”
desaparece casi por completo, con lo cual el problema que la diferencia de
escala supone para los personajes no lo es en absoluto. Hay una escena de Paul
firmando los papeles del divorcio con una gran pluma, otra en la que lleva una
rosa gigante a una fiesta, su incursión en el barrio marginal construido
alrededor de las chozas de los trabajadores y algunas mariposas de tamaño
natural al final. Pero eso es todo. Payne abandona todas las posibilidades que
le ofrece la premisa tomando en cambio una dirección muy diferente.
Es por eso que “Una Vida a lo Grande” resulta
desconcertante si se intenta analizar como una película de CF. Plantea
elementos argumentales que cualquier otra película habría aprovechado al
máximo, pero, en cambio, opta por ignorarlos,
desviándose hacia la crítica
social primero y un escenario pre-apocalíptico después. Casi cualquier otro
guionista habría narrado un gran drama sobre la carrera por encontrar una
solución al inminente fin del mundo o habría considerado la llegada al refugio
como la última y única esperanza para la supervivencia de la especie. En
cambio, Alexander Payne plantea el apocalipsis fuera de cámara y luego sólo utiliza
el refugio para obligar a Paul a elegir entre un futuro ambiguo o el amor cierto
y presente.
A mitad de
trama, ya lo he apuntado, la
película da un giro inesperado cuando Paul descubre una importante comunidad de
marginados sociales y económicos que malviven en unas estructuras similares a
naves industriales fuera de los muros perimetrales de Ocioland. Varios críticos
calificaron la película como sátira, aunque, personalmente, no me quedó claro
qué es exactamente lo que creían que satirizaba porque, normalmente, en el
género satírico, hay humor y un objetivo claro. Otra película bien podría haber
expresado su indignación ante la desigualdad social mostrando cómo ese utópico
mundo en miniatura replica los vicios e injusticias del “grande”. Pero
Alexander Payne tampoco parece interesado en explorar ese aspecto.
Por el contrario, su atención se centra en crear
un drama romántico: primero, la secuencia cómica en la que Paul se ve obligado
a trabajar como “esc
lavo” de Ngoc tras romperle accidentalmente la pierna
ortopédica; y luego una, no del todo convincente, en la que, de forma
excesivamente repentina, se enamora de ella. Paul es, por tanto, otra variante
del protagonista prediclecto de Payne: el hombre de mediana edad que encuentra
un nuevo sentido a su vida tras una crisis existencial. Siendo Matt Damon un
actor veterano y sólido, sin duda queda eclipsado aquí por la actuación de Hong
Chau, quien dota a todas sus escenas de una determinación vibrante y una
emoción a menudo conmovedora, a pesar de su inglés chapurreado.
Algo le sucedió a Alexander Payne durante los
siete años que transcurrieron entre el rodaje de “Entr
e Copas” (2004) y su
siguiente proyecto, “Los Descendientes” (2011). Y ese algo fue su divorcio de
la actriz Sandra Oh. Aunque no puedo saber en qué medida le afectó esa
separación a título personal, sí intuyo que influyó en su trabajo como cineasta
porque en “Los Descendientes”, “Nebraska” y “Una Vida a lo Grande” se repite la
figura del personaje masculino atormentado por alguna arpía. Las mujeres
pasaron de ser uno de los mejores aspectos de las películas de Payne a
convertirse en personajes chillones y desagradables. En el caso que nos ocupa, Tran
es alguien brusco, amargado, cortante, mandón y exigente cuya preocupación por
el bienestar ajeno no termina de ser convincente.
Por otra parte, Tran funciona como la llave
con la que Paul abre la puerta a la otra cara del proyecto utópico del que
forma parte. El problema es que Paul lleva dos años viviendo en Ocioland antes
de quedar impactado cuando descubre la faceta oscura y poco edificante de esa
supuesta utopía. ¿Quién demonios creía
que limpiaba las mansiones de esa ciudad
en miniatura? ¿Quién creía que preparaba la comida y atendía las mesas en los
restaurantes? Esta revelación, lejos de aclararle un enigma, le hace parecer un
completo imbécil, otro estadounidense ciego a la realidad que ni siquiera se digna
a imaginar que los lujos de que disfruta puedan tener un precio. Sin embargo,
la película se empeña en no presentarlo bajo esa luz negativa sino como un
pobre ingenuo bienintencionado. (Hay otras preguntas relacionadas con esto,
como ¿por qué accedieron esas personas a ser miniaturizadas cuando ello no iba
a mejorar su situación económico/social? ¿Quién pagó el caro procedimiento
reductor en su caso?).
Y, de nuevo, como en el caso de la premisa de
CF, la película tampoco aprovecha su potencial satírico. A Paul nunca se le
juzga aun cuando todo parezca estar planteado como una sátira sobre la i
nconsciencia
del estadounidense medio respecto al daño que su estilo de vida inflige a otras
personas y lugares. No, Payne lo presenta como un alma bondadosa en busca de
sentido para su vida y el resto de personajes están allí sólo para ayudarlo a
descubrir quién es y qué quiere. Así, Tran se convierte en un simple recurso con
el que mostrar cómo se explota a algunas personas primero y luego como interés
amoroso no del todo plausible. Ni siquiera al final queda claro cuál es su rol.
La última vez que aparece en la historia la vemos sentada en un coche tocando
la bocina para que Paul se dé prisa. No es un personaje con auténtica entidad
sino sólo un catalizador para el desarrollo de Paul.
La estructura argumental de “Una Vida a lo
Grande” es muy débil, pero podría haber funcionado de haberse desarrollado
mejor algunos aspectos en lugar de desecharlos por completo. Por ejemplo, en la
campaña promocion
al, se presentó a Kristen Wiig como coprotagonista de Damon,
pero apenas aparece en un tercio de la película. Al espectador le cuesta caer
en la cuenta de que la historia pretende tratar sobre el proceso de
autodescubrimiento de Paul ante la posibilidad de la extinción global. Pero no
funciona, básicamente porque Paul no es un personaje convincente. Tiene
potencial, pero el guion no sabe explotarlo y, al final, lo que tenemos es un
melodrama ligero con un concepto ambicioso sin desarrollar hasta sus últimas
consecuencias y un humor superficial.
Payne siempre ha jugado peligrosamente a rozar
los clichés más absurdos de las sitcoms, encontrando siempre la forma de
esquivarlos o subvertirlos. Pero en “Una Vida a lo Grande” tropieza en esa fina
línea y cae de bruces víctima de
su indecisión respecto a la dirección a tomar.
Ese problema se refleja especialmente en el protagonista. Paul es un individuo
plano y torpe que no tiene motivaciones ni anhelos claros. Se limita a existir.
Se puede escribir un personaje que se comporte así, pero hay que usar otros
elementos para darle contraste y matices y Payne no lo hace. No seguimos su
peripecia porque disfrutemos de su compañía, sino porque nos da lástima y, como
la película repite al menos tres veces, es patético. Es una historia sobre su
crecimiento personal, de don nadie a alguien independiente que sabe lo que
quiere; pero, en lugar de celebrar la vida, lo único que obtenemos al final es
un protagonista que se conforma con ser un poco menos patético.
El resultado de todos esto
s problemas en la estructura
y guion de la película fue el primer batacazo oficial en taquilla de Alexander
Payne, recaudando 55 millones sobre un presupuesto de 76, el tercer fracaso
económico de Paramount ese año tras “¡Madre!” y “Suburbicon” (por cierto,
también protagonizada por Damon), todas ellas cintas con conceptos ambiciosos
insertos en guiones mediocres.
Al final, “Una Vida a lo Grande” es una película errática que colapsa bajo el peso de sus excesivos 135 minutos de metraje y el escaso carisma de su protagonista. Al igual que un episodio de “La Dimensión Desconocida” o “Black Mirror” pero sin giro final, la historia comienza con una premisa intrigante y varias ideas muy interesantes, pero luego se olvida de todas ellas para centrarse, sin conseguirlo, en la construcción de un personaje a través, primero, de la concienciación social, después del amor y, por último, de su elección ante un próximo fin del mundo. Aún peor es si se llega a ella engañado por el mensaje erróneo que transmite su material promocional. Es una tragicomedia de ritmo lento que recuerda más a un drama de Steven Spielberg (al estilo de, por ejemplo, “La Terminal”, 2004) que a “El Increíble Hombre Menguante”, pero que se queda en un collage de grandes ideas sin refinar.

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