Mientras el cine de los años cincuenta del pasado siglo, apoyándose en los nuevos efectos especiales, el Technicolor o el Cinemascope, se atrevía con ambiciosas visiones de la humanidad al borde de la destrucción ante invasiones alienígenas o monstruos mutados, la contribución de la televisión al género hubo de posponerse hasta el comienzo de los sesenta. Al menos en su vertiente adulta, porque como ya comenté en artículos anteriores dedicados a programas pioneros de la ciencia ficción televisiva, ésta formó parte del nuevo medio desde sus mismos inicios. Eso sí, antes del advenimiento de las antologías pensadas para un público adulto al estilo de “La Dimensión Desconocida” (1959) o “Rumbo a lo Desconocido” (1963), la principal oferta tenía como público objetivo a los niños y adolescentes.
Buck Rogers, que había nacido en el ámbito de los comics de prensa en
1929, fue el primer héroe de la CF en saltar con éxito a otros medios,
incluyendo la televisión, donde tuvo una serie de 39 episodios de 1950 a 1951.
Su contrapartida, Flash Gordon, también estuvo presente en la pequeña pantalla:
el mismo número de capítulos de 1953 a 1954. Y, mientras tanto, el pionero
continuaba sobreviviendo: “El Capitán Video y sus Video Rangers”, que había
empezado a emitirse en 1949, se mantendría en antena hasta 1955.
Las cadenas se dieron cuenta de que ese público infantil y juvenil de
clase media, poco exigente pero con una capacidad de consumo considerable
gracias a la recuperación económica de la posguerra, podía exprimirse de
múltiples maneras. A los muchachos les encantaba pertenecer a clubes de sus
héroes televisivos favoritos y comprar merchandising relacionado con ellos. Y
así, surgieron programas fuertemente esponsorizados como “Patrulleros del
Espacio” (1950-55), “Rod Brown of the Rocket Rangers” (1953-54), “Captain Z-Ro”
(1955-56), “Rocky Jones, Space Ranger” (1954) o la que ahora nos ocupa, “Tom
Corbett, Cadete del Espacio”, que debutó el 2 de octubre de 1950 como respuesta
de la CBS al gran éxito que había obtenido su competidora, Dumont, con “Capitán
Video”.
“Tom Corbett” fue una creación de Joseph Greene, uno de esos autores
todoterreno que en los años treinta, cuarenta y cincuenta tocaban todos los
medios y formatos en busca de trabajo. A menudo como “fantasma” o bajo
seudónimo, escribió cuentos y novelas para las revistas pulp, comic-books
(“Aquaman”, “Green Arrow”, “Hawkman”…), tiras de prensa (como el “Johnny Comet”
dibujado por Frank Frazzetta) y seriales de radio. Precisamente, “Tom Corbett”
es una derivación de uno de estos últimos que había escrito previamente, “Tom
Ranger and Space Cadets”, emitido en 1946. Reescribió esos guiones para una
tira de comic que no llegó a cuajar y, finalmente, vendió la idea como programa
televisivo y tomando como nueva fuente de inspiración
una de las novelas juveniles de Robert A.Heinlein, “Cadete del Espacio” (1948), de la que ya hablé en otra entrada.
El excelente piloto Tom Corbett (Frankie Thomas) y sus compañeros cadetes de la Academia del Espacio del siglo XXIV, eran enviados a diferentes misiones en las que adquirían la experiencia y conocimientos que eventualmente les permitirían entrar en la Guardia Solar, una fuerza de mantenimiento de la paz de la Alianza Solar, Federación compuesta por la Tierra y sus colonias en Venus, Marte y Titán, la luna de Saturno.
A bordo de su nave, la Polaris, Tom y su tripulación –compuesta por el
inteligente artillero Roger Manning (Jan Merlin) y el navegador venusiano Astro
(Al Markin)- rara vez habían de vérselas con supervillanos al uso. A diferencia
de las peripecias del “Capitán Video”, las del trío protagonista eran más
aventuras de exploración y descubrimiento en las que las principales amenazas
eran fuerzas naturales. No era este el único punto donde ambos programas
diferían. Lo que hacía destacar a “Tom Corbett” sobre otros héroes de las space
operas americanas de aquellos años en cualquier formato (literatura, comic,
seriales cinematográficos o televisión) era que su protagonista era solo un
cadete, un adolescente cumpliendo con su deber lo mejor que podía. Una figura,
en fin, con la que los adolescentes podían identificarse fácilmente (a pesar de
que el actor ya había cumplido los treinta años).
Además, “Tom Corbett” tenía más presupuesto y mejores efectos
especiales (como ingravidez o planos de despegues rodados en directo utilizando
distintos trucajes) que “Capitán Video”. Los productores incluso contrataron
como consultor técnico a un experto en cohetes como Willy Ley (quien, por
cierto, ya había realizado la misma labor en otra película clásica del género
como “La Mujer en la Luna”, 1929, de Fritz Lang) con el fin de mantener la
tecnología a un nivel, si no probable, al menos sí plausible.
La serie fue inmensamente popular y sus 89 episodios se emitieron en
Estados Unidos desde 1950 a 1955, formando parte de la programación de las cuatro
cadenas nacionales que había entonces y llegando incluso, durante un breve
periodo, a emitirse simultáneamente en dos de ellas (la NBC y la ABC). Se
realizó también un serial radiofónico en la ABC (1952) con las voces del
reparto televisivo, dos veces a la semana; se lanzó toda una línea de juguetes,
disfraces, discos, juegos, una colección de ocho libros (1952-56, escritos por
diversos autores anónimos bajo el seudónimo genérico de Carey Rockwell)… y
comics, claro, que quizá sea lo que ha envejecido mejor de toda esta oferta
multimedia.
La serie de prensa debutó el 9 de septiembre de 1951 como plancha dominical a color y como tira diaria a blanco y negro un día después. Estaba dibujada por el veterano Ray Bailey y escrita por Paul S.Newman, siguiendo muy de cerca el espíritu e historias de los episodios de la televisión. Las páginas dominicales mostraban episodios cotidianos de la vida en la Academia Espacial, donde los tres protagonistas se adiestraban bajo la tutela del Capitán Strong, así como muestras de las maravillas que nos aguardaban en el futuro, como la estación espacial de la Luna o el Puerto de Venus. Las tiras diarias, por su parte, narraban las aventuras propiamente dichas a bordo de la Polaris, ya fuera repeliendo invasiones alienígenas, persiguiendo a contrabandistas en la cara oculta de la Luna o sofocando una rebelión en Marte propiciada por el traidor Conde Venger, cuyas naves se enfrentaron a la Polaris en una batalla que constituyó el punto álgido de la serie. Tras un tiempo, las dominicales pasaron a integrarse en la continuidad de las diarias.
Aunque las historias estaban compuestas a base de tópicos de la space
opera, el dibujo era muy notable, excelente en algunas ocasiones. Bailey sabía
cómo dibujar naves espaciales, aceras rodantes, ciudades futuristas y otras
maravillas. Su fuerte, sin embargo, era el dibujo de mujeres, una habilidad que
había aprendido de su mentor, Milton Caniff. La tira llegó a su fin en
septiembre de 1953.
También hubo una serie de comic-books publicados por Dell, arrancando
en un título de antología, “Four Color” (febrero 52) con nuevas historias
autoconclusivas no basadas en los episodios televisivos. Tres números después, Corbett
obtuvo cabecera propia, que comenzó con el número 4. Cuando ya el programa se
acercaba a su final y la popularidad del personaje menguaba, los derechos
fueron comprados por Prize Comics tras el número 11, que publicó tres números
más. En 1990, Eternity Comics resucitó el título con un estilo manga, publicando
dos miniseries de cuatro números cada una; y, testimonio a la inesperada
perdurabilidad del personaje –y quizá a la falta de ideas nuevas en el mercado
editorial americano-, entre 2009 y 2013, Bluewater Comics editó otras dos
miniseries de longitud igual a las anteriores.
Tanto “Tom Corbett” como otras series de CF televisiva contemporáneas
han envejecido mal y son difícilmente recuperables para un público moderno.
Pero, aunque en general eran técnicamente mediocres, hay que reconocerles el
mérito de haber demostrado que la televisión era un medio adecuado para el
género. De hecho, más que las posteriores antologías adultas como “La Dimensión
Desconocida”, fueron estos modestos programas juveniles los que, con el tiempo
y la evolución pertinentes, darían lugar a “Star Trek” en 1966. Pero eso es
otra historia.
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