sábado, 11 de septiembre de 2021

1969- CRIATURAS DE LUZ Y OSCURIDAD – Roger Zelazny

Durante la primera etapa de su carrera como escritor de Ciencia Ficción y Fantasía –y de manera más indirecta y esporádica, a lo largo de la misma y hasta su muerte-, Roger Zelazny recurrió a culturas, mitologías y leyendas de la Antigüedad como fuente de inspiración para sus ficciones. “El Señor de la Luz” (1967) integraba la mitología hindú; y en “Tú, el Inmortal” (1965), los mitos griegos. Con “Criaturas de Luz y Oscuridad” se cierra esta primera trilogía que situó a Zelazny como un escritor con un gusto especial por adaptar antiguos mitos y leyendas en marcos narrativos propios de la Ciencia Ficción y la Fantasía. En obras y años posteriores volvería a utilizar esa misma herramienta en “Ojo de Gato” (1982, mitos navajos), “La Máscara de Loki” (1990, leyendas nórdicas) o “Lord Demon” (1992, mitología china).

 

Los protagonistas de “Criaturas de Luz y Oscuridad” son las deidades del Antiguo Egipto (Osiris, Isis, Anubis, Set, Thoth), enzarzadas en una guerra interplanetaria en el lejano futuro –o quizá en el presente, pero en mundos extraterrestres- con el objetivo de amasar poder. La narrativa, no obstante, mezcla ese plano épico-mitológico con otro más, digamos, realista. Diferentes versiones de la especie humana habitan los Mundos Intermedios, cuyos destinos supervisan los dioses destruyendo o creando vida según lo estiman necesario. Algunos de esos planetas son más avanzados que otros, siendo los dioses quienes controlan su desarrollo. Como dice Anubis: “Podemos esterilizar a una o a las seis razas de cualquier mundo que elijamos, y durante todo el tiempo que juzguemos conveniente. Y lo podemos hacer de un modo parcial o total. Igualmente, podemos manipular las expansiones demográficas y diezmar las poblaciones (…) Por el fuego. O el hambre. O la peste. O la guerra”.

 

El libro comienza con una escena tan sobrecogedora como desconcertante. Un hombre activa una especie de templo futurista, reanimando un sinfín de cadáveres, que parecían reposar en cámaras de criogenización, para que participen en un siniestro baile. El lugar es la Casa de la Muerte de Anubis. Ese hombre, guardián de las instalaciones, vive atormentado porque no recuerda quién fue ni qué hizo cuando vivía en los Mundos Intermedios. Anubis le había prometido revelárselo si le servía durante mil años, periodo que ya ha vencido. El dios le obliga a luchar contra una suerte de guerrero zombi como prueba de su fuerza, le bautiza como Wakim y luego le encomienda una última misión en los Mundos Intermedios: matar al Príncipe Que Fue Mil.

 

Como suele ser habitual en las obras de Zelazny, no se explica de forma lineal y clara el marco general y el contexto en los que se desarrolla la acción, sino que va dejando pistas y descripciones parciales diseminadas por la trama para que el lector, armado de paciencia y atención, junte las piezas del puzzle. El segmento clave de información es un poema épico titulado “La Cosa Que Aúlla en la Noche” y que se encuentra situado más o menos a mitad de la novela. Éste nos dice que el universo estuvo una vez gobernado por el dios Thoth, encargado de mantener el equilibrio. Con el tiempo, delegó parte de sus tareas en otras deidades, sus Ángeles, encargándoles la administración de las Estaciones que rodeaban los Mundos Intermedios, una especie de grandes naves o instalaciones espaciales especializadas en el control de ciertas fuerzas universales: la Casa de la Muerte, la Casa de la Vida, la Casa del Fuego…

 

Thoth recubrió el universo conocido con un campo de energía que iba expandiendo gradualmente, creando vida allá donde sólo había existido oscuridad. Pero en un momento determinado de esa exploración y apertura de nuevos “territorios”, en un planeta remoto, Thoth despertó una fuerza malvada, “La Cosa Que Aúlla en la Noche”, tan poderosa que casi aniquiló a su esposa, Isis, y consumió toda la galaxia. Mientras trataba de contener a la criatura, se desentendió de sus labores de supervisión y los Ángeles se rebelaron, luchando entre sí por llenar el vacío de poder.

 

Set, el hijo de Thoth –que por una anomalía espacio-temporal, también es su padre- combatió contra la criatura en un planeta desierto y justo cuando iba a obtener la victoria, Osiris, uno de los Ángeles, desencadenó sobre los luchadores el Martillo Que Pulverizaba los Soles, un arma devastadora que casi mató tanto a Set como a la criatura. El hermano de Thoth, Tifón, desapareció sin dejar rastro, aunque en el curso de la novela reaparece como la sombra de un caballo, una forma de vida que contiene en sí misma algo llamado Abismo de Skagganauk, una especie de agujero negro.

 

La Cosa Que Aúlla en la Noche sobrevivió a la explosión. Y también Thoth que, destronado por sus antiguos lugartenientes, no tuvo más opción que contener precariamente a su fenomenal adversario hasta que pudiera encontrar una forma de destruirlo. Consiguió revivir la esencia de su esposa y ponerla a salvo en un mundo sólo conocido por él. Y luego dispersó las letales armas del poco fiable Set por todo el Universo con el fin de evitar que las encuentre en el caso de que reaparezca. Habiendo perdido su poder sobre los Ángeles, Thoth es ahora conocido como el Príncipe Que Fue Mil.

 

Y ése es el objetivo de Anubis. Quiere servirse de Wakim, a quien dota de poderes convirtiéndolo en una especie de superciborg, para eliminar al Príncipe, ya que puede convertirse en una amenaza a su posición de Señor de la Casa de la Muerte. Mientras tanto, Osiris gobierna sobre la Casa de la Vida y otros inmortales vagabundean entre los mundos, escondiendo su verdadera naturaleza a los humanos.

 

Osiris, por su parte, tampoco desea el retorno del Príncipe Que Fue Mil y envía a su propio campeón, su hijo Horus, para encontrarlo y eliminarlo. Tanto Anubis como Osiris son usurpadores y aunque coexisten y cooperan hasta cierto punto, ni se gustan ni confían mutuamente por lo que Wakim y Horus no coordinan sus esfuerzos y siguen caminos diferentes en sus pesquisas.

 

Empieza así una aventura un tanto desordenada en la que se van a mezclar dioses, brujos y criaturas fantásticas enzarzadas en un conflicto de proporciones desmesuradas. Como va desvelándose en el curso de la intriga, ni Anubis es del todo sincero ni el mundo se divide claramente entre el Bien y el Mal o siquiera la Vida y la Muerte. La narración discurre a un ritmo endiablado y una escala cósmica, sucediéndose combates cada vez más explosivos en los que interviene armamento tan avanzado que parece mágico: Guantes de Poder, Varitas de Fuego Azul, Sombras Mortales, hombres que se transforman en máquinas y viceversa o Fugas Temporales (cuando un luchador se desplaza por el tiempo, generando versiones futuras de sí mismo).

 

Que los seres divinos de esta novela lo sean de verdad o que antaño fueran humanos (como era el caso en “El Señor de la Luz”), no es lo importante. Los auténticos temas que –muy de pasada, eso sí- se tocan en esta novela son los de la engañosa naturaleza antagónica de la misma existencia: Vida y Muerte, Caos y Orden, Luz y Oscuridad, Verdad y Mentira, Arriba y Abajo… Y a la batidora se añaden también la resurrección y la redención, la necesidad de un caos que atempere el orden –y viceversa- y de una muerte que permita avanzar la vida, la unidad íntima que conecta todo el universo…

 

Como sucede en “El Señor de la Luz”, los dioses son seres caprichosos, impredecibles, egoístas y codiciosos. Anubis, en especial, es un auténtico villano; y aquellos que, teóricamente, podrían calificarse de “héroes” lo son sólo tibiamente. Defender el Bien no significa en el contexto de este libro abrazar los valores normalmente asociados a ese concepto sino tan solo oponerse a la destrucción de toda vida. El problema con los personajes es que son más arquetipos que seres verdaderamente complejos y, además, no hay ninguno con el que el lector pueda identificarse realmente.

 

La obra de Zelazny está caracterizada por dos nociones muy próximas. Por una parte, la instrumentalización del Hombre y su civilización por parte de seres extraídos de la mitología. De la misma forma que las “divinidades” hindúes de “El Señor de la Luz” derivaban sus poderes e influencia de los Atributos y una ideología autoritaria, Anubis, Osiris y Thoth gobiernan en “Criaturas de Luz y Oscuridad” por medio de las Mareas tecno-mágicas y en base a una dualidad Vida-Muerte. En la Casa de la Muerte, Anubis va arrancando a su sirviente sin nombre –más tarde Wakim- sus brazos, su virilidad y su pensamiento, reemplazándolos con sustitutos mecánicos. Es una escena interesante en la que el dios hace observaciones dignas de reflexión sobre la naturaleza de la Vida:

 

“El hombre puede empezar y acabar de muchas maneras. Algunos empiezan como máquinas y poco a poco se ganan su condición de seres humanos. Otros pueden acabar como máquinas, perdiendo su carácter humano poco a poco a lo largo de su vida. Lo perdido, puede ser siempre recuperado. Lo ganado, puede ser siempre perdido. Wakim, ¿qué eres, un hombre o una máquina? (…) Podrías ser una máquina a la que he decidido, por un tiempo, dar forma humana para luego devolverla a su envoltura de metal; lo mismo podrías ser un hombre a quien me ha complacido convertir en máquina”.

 

Y esto se une con otro segmento posterior en el que se citan unas supuestas escrituras herejes de carácter metafísico que reflexionan sobre la naturaleza de la vida artificial: “Todo el mundo sabe que algunas máquinas hacen el amor, dejando aparte los escritos metafísicos de San Jakes el Mecanófilo, que sitúa al hombre como el órgano sexual de la máquina que le ha creado, y como necesario para el cumplimiento del maquinismo; produciendo generaciones y generaciones de máquinas, el hombre sirve así de multiplicador en la sucesión de las diferentes fases de la evolución mecánica, hasta que acabe de cumplir su función, se alcance la perfección y al fin pueda tener lugar la Gran Castración. San Jakes es, naturalmente, un hereje. Como se ha demostrado en tantas ocasiones que no pueden citarse, toda máquina necesita un genitor”.

 

El segundo elemento que permea la obra de Zelazny es su fe en el imperativo humano por la libertad. El sirviente sin nombre de Anubis es desmembrado, reconstruido y bautizado como Wakim. A pesar de ello, de haber visto borrada su mente y cambiado su cuerpo, su esencia original no sólo se conserva, sino que, hacia el final de la novela, resurge y toma el control. Una situación paralela a la de ese extravagante personaje que es el General de Acero, símbolo indestructible del espíritu rebelde de los oprimidos, aparentemente aniquilado en incontables ocasiones, pero siempre vuelto a la vida para seguir luchando contra los enemigos del libre albedrío.

 

Los enemigos contra los que se alzan los protagonistas de la novela son los arrogantes autonombrados dioses y amos del universo. Después de que Anubis explique a Wakim cómo las Mareas de la Vida y la Muerte determinan el destino de los mundos bajo el control de su Estación, aquél replica:

 

“—¿Y por qué tú, Anubis, así como Osiris, tenéis el control?

—Hay cosas que no te corresponde saber.

—¿Y los Mundos Intermedios aceptan fácilmente vuestro control?

—Lo descubren al nacer y lo descubren al morir. El control trasciende sus objeciones, pues es necesario para la perpetuación de su existencia. Es una ley natural, y es absolutamente imparcial y se aplica con el mismo rigor a todos aquellos que son juzgables”.

 

En resumen: los mortales no debemos conocer ciertas cosas, la ley universal no lo permite y no se la debe cuestionar. Lo que no es sino un interés propio y egoísta disfrazado de Ley Suprema y contra el que se alza la llama de la libertad individual, inextinguible y espontánea.

 

La fe en esta naturaleza contestataria de la Humanidad tiene mucho de romántica, de ingenua incluso. Pero hay otro subtexto en la novela que tiene más de postmodernismo que de romanticismo. El Príncipe Que Fue Mil, aunque apenas recibe caracterización, sí se le presenta como un modelo de pluralismo, siendo no tanto un controlador como un equilibrador e intérprete de las Mareas. No es casual que el otro nombre de Thoth en la mitología griega sea el de Hermes, el dios de la escritura, la ciencia, la magia e incluso la justicia. Es Hermes el que da nombre a la hermenéutica, el arte de la interpretación, explicación y traducción de la comunicación escrita, verbal y no verbal. A diferencia de las ideologías supuestamente neutrales de Anubis y Osiris, que apoyan su poder en frías estadísticas y números, el Príncipe-Thoth encarna una perspectiva más humana en la que interviene el amor, la libre elección y la experimentación.

 

Como ya he apuntado algo más arriba, la relación entre el hombre y la máquina y la fusión de ambos ocupa un lugar central en el libro. Está el Wakim cibernetizado, claro, pero también las máquinas eróticas de Bliss, las Placer-Ord: “un ordenador que, como un oráculo, puede contestar a un montón de preguntas, y de un modo efectivo, durante todo el tiempo que el usuario sea capaz de mantener el debido estado de estimulación”; el guerrero semimecánico Dargoth, la alfombra tejida de células nerviosas humanas que tiene Osiris…

 

En un pasaje inquietante, se describe una forma “cibernética” de prostitución: “Todo el mundo sabe que las máquinas hacen el amor. No en el sentido primario, naturalmente, de algunos hombres o mujeres quienes, por razones de tipo económico, alquilan sus cuerpos por períodos de uno o dos años a una de esas compañías comerciales que les unirían a máquinas, les alimentarían mediante transfusiones, arrebatados isométricamente, sumergida su consciencia (o incluso no desconectada, en ciertos casos), llamados a sufrir injertos cerebrales que susciten los movimientos adecuados durante períodos que no deben exceder los quince minutos por moneda insertada, en los divanes de los grandes clubes de placer (práctica cada vez más en boga en los mejores hogares lo mismo que en los más baratos apartamentos de las peores esquinas) para disfrute y distracción de sus semejantes. No. Las máquinas hacen el hombre merced al hombre, pero hay mucha transferencia de funciones, y su amor es generalmente de tipo platónico”.

 

Zelazny gustaba de experimentar formalmente en sus novelas. En este caso, narrador utiliza el tiempo presente, el capítulo final está escrito como si fuera una escena teatral y otros varios adoptan la forma de largos poemas. Aunque no está escrito en verso, “Criaturas de Luz y Oscuridad” sí tiene una clara cualidad poética: las frases son largas y rítmicas, como si su propósito fuera el ser leídas en voz alta. A ello se añade el contenido metafórico y metafísico de pasajes como el inicial, donde Anubis desvela a Wakim los secretos de la Vida y la Muerte. El punto de vista, la estructura dramática o la adscripción conceptual y estilística a un género determinado no son lo importante y la arquitectura del texto se apoya en la acumulación de escenas hacia un clímax espectacular punteadas de líricas descripciones. De hecho, el propio Zelazny declaró haberlo abordado como un ejercicio de escritura más que como una obra pensada desde el principio para ser publicada.

 

Siendo Zelazny un gran admirador de la antigua poesía épica, encontramos aquí una narrativa muy libre; tanto, de hecho, que en muchas ocasiones da la impresión de ser más un borrador que una novela terminada o de haber sido escrita de tirón bajo la influencia de drogas blandas. Como en un viejo poema épico transmitido de generación en generación y modificado, alterado y adornado con el paso de los siglos, la continuidad es irregular, los personajes están burdamente caracterizados y –y esto es marca de la casa en la literatura “mitológica” de Zelazny- se encuentran chirriantes anacronismos que sacan al lector de ese mundo mágico-científico.

 

Así, encontramos un pasaje de tono épico como este: “Un tifón se levanta ante un signo de Set y los rayos golpean sin descanso. El suelo, demolido, se derrumba. Set y la criatura golpean simultáneamente y, por debajo de ellos, el continente queda destruido. Los océanos empiezan a hervir y una aurora boreal y multicolor recubre todo el firmamento. Tres aguijones de luz blanca atraviesan a la criatura y la bestia retrocede hasta el ecuador. Set la sigue; a sus espaldas, el caos. Una tormenta sobre el ecuador, y a través del cielo, y la vara estrellada repite sus latigazos...”. Y unas líneas después, se hace referencia a Pompeya o Guy Fawkes, devolviéndonos de golpe a nuestro mundo y nuestra era. Es un choque de estilos que, y esto depende del gusto de cada cual, no acaba de funcionar bien para mí.

 

Relacionado con esto, Zelazny mezcla de manera inconsistente y nada explicada diferentes mitologías. La principal es la egipcia, sí, pero se insertan también conceptos de la griega o la nórdica, así como invenciones míticas del propio autor. Así, tenemos a Tifón, el Cerbero, un minotauro, las Nornas y ese extraño personaje que es el General de Acero. Soy consciente de que la Fantasía deja gran libertad creativa al autor. Pero también de que cuanto más definidas son sus ideas, mejor es la presentación que aquél puede hacer de las mismas. La mitología egipcia es lo suficientemente rica en conceptos, leyendas y criaturas como para escribir series enteras de novelas, así que recolectar e integrar aleatoriamente elementos de otras cosmogonías, más que enriquecer la novela, provoca la distracción del lector, especialmente si tenemos en cuenta que estamos ante una obra que apenas llega a las doscientas páginas.

 

La novela tiene un ritmo muy dinámico, cierto, pero Zelazny no consigue encontrar un punto de equilibrio que le permita insertar momentos más sosegados que le sirvan al lector como espacio para reflexionar sobre lo que acaba de ocurrir y las consecuencias que puedan sobrevenir. No ha concluido una batalla épica cuando ya se está preparando el siguiente enfrentamiento, se trazan las líneas de la siguiente intriga y se reformulan los bandos en contienda. No hay tiempo para que los personajes evolucionen de forma coherente. Por supuesto, esto puede ser una virtud para quienes busquen una aventura rápida encaminada a un clímax final. En cambio, quienes disfrutan saboreando tanto la acción como el contexto o los personajes, es posible que tengan problemas con los continuos saltos espaciales y temporales, los aleatorios cambios de alineación de los contendientes y las aparentemente caprichosas inserciones de nuevas deidades. Parece, repito, una novela con ideas fascinantes, pero a la que le falta pulir varios aspectos y llenar huecos.

 

Al final, yo calificaría “Criaturas de Luz y Oscuridad” como una novela de interés medio y resbaladiza categorización formal, estilística e incluso de género. Este “poema épico de Ciencia Ficción” empieza con fuerza e interés y termina sin aliento y despeinada; presenta un planteamiento moderadamente original (que luego veríamos repetido en otras obras como la novela “American Gods” (2001) de Neil Gaiman –admirador declarado de Zelazny-; o los comics de la “Trilogía deNikopol” (1980) de Enki Bilal) en el cual se enmarca una historia que discurre a un ritmo endiablado y a una escala galáctica. Como en “El Señor de la Luz”, Zelazny consigue mantener el delicado equilibrio entre Ciencia Ficción y Fantasía, pero sin dar en esta ocasión con una historia y una prosa tan consistentes.

 

 


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