domingo, 13 de julio de 2025

1948- A LA CAÍDA DE LA NOCHE – Arthur C Clarke

 

 

"A la Caída de la Noche”, de acuerdo a los estándares actuales, se consideraría una novela corta; y no solo por su extensión de unas 40.000 palabras, sino por lo esquemático de sus personajes, su historia esquemáticamente desarrollada y la narrativa indirecta que se utiliza en muchos pasajes. Con todo, es una obra muy significativa en tanto en cuanto Clarke introduce en ella varias de las ideas y temas que se convertirán en recurrentes dentro de su obra: la evolución humana, el desarrollo de las capacidades cognitiva e intelectual, la función de los sistemas de creencias, la inteligencia artificial, las inteligencias sobrehumanas o la curiosidad por lo que nos espera en las estrellas.

 

El joven Alvin vive en Diaspar, la ciudad más grande y también, hasta donde saben sus habitantes, la última de la Tierra. Más de mil millones de años en el futuro, el planeta, tras una guerra contra unos invasores alienígenas mucho tiempo atrás, se ha convertido en un desierto, sin agua superficial, plantas ni otros mamíferos aparte de los humanos. Los habitantes de Disapar, aislada de su entorno, confían y dependen de una maravillosa tecnología que les abastece de todo lo que necesitan para vivir cómodamente, pero la cual ya no son capaces de entender, mucho menos replicar o reparar. Por suerte, esas máquinas fueron diseñadas para durar eternamente, pero la Humanidad misma se está estancando. (Es interesante que Clarke le pusiera a su ciudad principal un nombre que, en inglés, se lee como una mezcla de "diaspora", “Diáspora”; y "despair”, “Desesperación").

 

Todos en la ciudad conocen a Alvin porque es el último niño nacido allí desde hace un milenio. Tiene unos 17 años y no se explica por qué nació dado que, siendo la población prácticamente inmortal, debe existir algún tipo de control de natalidad. Tan solo sabemos que su juventud y excepcionalidad lo convierten en una celebridad muy consentida. Su tutor, el anciano Jeserac, le enseña la vasta historia de la Humanidad. En el remoto pasado, los hombres llegaron a alcanzar las estrellas, pero su expansión se vio detenida trágicamente por una guerra contra los mencionados Invasores. Derrotados rápidamente, los humanos accedieron a permanecer por siempre en su planeta natal para no arriesgarse de nuevo a sufrir la ira de los Invasores. Por ello, el pueblo de Diaspar se ha conformado con permanecer dentro de los confines no solo de la Tierra, sino también de su ciudad.

 

Sin embargo, Alvin siente curiosidad por lo que hay más allá de Diaspar y su afán explorador le lleva a viajar hasta los limites de la ciudad, a la Torre de Loranne, donde encuentra una misteriosa inscripción que lo lleva a consultar con Rorden, el Archivero Mayor. Éste duda respecto a si ayudar o no al joven, pero finalmente emprenden juntos una investigación que culmina con el descubrimiento de un antiguo sistema de transporte oculto bajo la superficie de Diaspar y un mapa que muestra todas las antiguas ciudades de la Tierra, ahora engullidas por el desierto.

 

A bordo de un tren supersónico todavía operativo, Alvin llega a la ciudad de Lys, donde descubre una raza de humanos mortales con habilidades telepáticas altamente desarrolladas que viven en un paraíso rural. Allí, conoce a Theon y a su madre, Seranis. Ésta, aunque con amabilidad, le advierte de que solo tiene dos opciones: quedarse en Lys el resto de su vida o, si decide regresar a Diaspar, someterse a un borrado de memoria para que nadie en esa ciudad conozca de su existencia y evitar así el riesgo de una contaminación cultural.

 

Sin embargo, Seranis se apiada de Alvin y accede a demorar tal decision durante cinco días, mientras ella trata de encontrar una solución con el Consejo que gobierna la ciudad. Durante ese tiempo, Alvin y Theon hacen amistad rápidamente y deciden explorar zonas de Lys a las que nadie ha ido en los últimos tiempos. Su viaje les lleva a desvelar aún más secretos sobre el pasado de la Tierra. Fortalecido por los nuevos conocimientos y con los recursos obtenidos como resultado de los mismos, Alvin escapa de Lys y regresa a Diaspar, donde recluta a Rorden para la misión de reunificar ambas ciudades, una misión que acabará revelando la verdad definitiva de la historia de la humanidad y allanando el camino hacia un futuro más brillante.

 

“A la Caída de la Noche” es, básicamente, una novela juvenil que se sustenta en la trama y las ideas por encima de los personajes. Si bien el tema de la historia no es del todo original (un rebelde que se alza contra una sociedad fosilizada), Clarke lo presenta como una exaltación del indomable espíritu humano. Como es habitual en los relatos juveniles, el protagonista, aunque de espíritu emprendedor e independiente, cuenta con la ayuda de un mentor mayor y más sabio (Rorden) y un muchacho de su edad (Theon).

 

Por otra parte, en el transcurso de todas las aventuras que vive Alvin, incluyendo su primera travesía por el desierto, su encuentro con robots, el viaje al espacio o el contacto con una inteligencia pura, nunca se tiene la sensación de que ni él ni sus compañeros corran peligro alguno. En cada etapa, descubre nuevas maravillas y piezas del rompecabezas en que se ha convertido el pasado que todos dan por sentado. Los humanos de Lys, por ejemplo, han preferido mantener una esperanza de vida cercana a la nuestra y en vez de la inmortalidad han perfeccionado sus dotes intelectuales y mentales. El viaje a las ruinas de Shalmirane, en la cima de una montaña, revelan más pistas y misteriosos artefactos, todo lo cual conduce al descubrimiento de una nave espacial, una tecnología que los humanos creían desaparecida hacía quinientos millones de años. Mientras tanto, las acciones de Alvin obligan a Diaspar y a Lys a establecer una comunicación y empezar a colaborar.

 

Clarke era un convencido defensor del avance científico y tecnológico y, como prueba de su fe, tenemos que su protagonista en esta novela, Alvin, afirma que nunca se aventurará personalmente otra vez en el espacio sino que enviará a naves controladas por “un robot” con la misión de buscar a los humanos perdidos. En las ficciones de Clarke, las únicas invenciones infalibles y enteramente beneficiosas para la Humanidad son el producto final de largos periodos de desarrollo. Esta idea se materializará en novelas como “Regreso a Titán” (1974) o “El León de Comarre” (1949). Pero su misma perfección ilustra el problema al que se enfrentan sus usuarios y beneficiados, esto es, el mantenimiento del estancamiento y la apatía que inicialmente habían aborrecido.

 

Y es que, si los humanos del futuro, piensa Clarke, evitan la autodestrucción o sobreviven a diversos tipos de calamidades externas, su civilización se enfrentará a otra crisis: tras haber resuelto todos los problemas importantes y mejorado al máximo la tecnología, las sociedades sucumbirán al estancamiento, el aburrimiento y la decadencia. Las sociedades futuras, aparentemente utópicas, que describe Clarke en varias de sus novelas y cuentos ofrecen en realidad una crítica al pensamiento utópico propio de la CF, argumentando que, por muy segura, próspera o pacífica que sea una sociedad, la estabilidad y la ausencia de desafíos u objetivos acabará siendo un cáncer espiritual.

 

Clarke imagina cuatro maneras en que los humanos del futuro podrían responder a las consecuencias negativas de su existencia "utópica". En primer lugar, los más desesperados podrían suicidarse para poner fin a sus vidas monótonas y carentes de sentido. En el borrador original de "A la Caída de la Noche", toda una civilización futura elegía esta salida, tal y como descubría el protagonista al descubrir "un monumento a los últimos de la raza (humana), que han sacrificado la vida tras agotar todo el conocimiento del Universo". En segundo lugar, podrían recurrir a diversiones artificiales para evadirse de la vida real. En "El León de Comarre", por ejemplo, la gente viajaba a la ciudad del mismo nombre para sumergirse en las sedantes realidades virtuales que allí se ponían a su disposición. En tercer lugar, los ciudadanos podrían dedicarse a dos actividades que la tecnología no puede eliminar (o así lo veía Clarke entonces): las artes y la política. En "El León de Comarre", la mayoría de los ciudadanos optan por convertirse en "artistas y filósofos" o "abogados y estadistas".

 

Finalmente, algunos rebeldes, insatisfechos con la fosilización de la sociedad en la que viven, podrían esforzarse por impulsar a la Humanidad hacia el progreso. Es el caso que podemos ver en "El León de Comarre", el cuento "El Camino Hacia El Mar" (1951) o "A la Caída de la Noche". La lucha de sus respectivos protagonistas acaba en éxito y aunque Clarke concluye cada historia antes de describir el renacimiento de la civilización, los elementos esenciales de ese proceso quedan claros.

 

En primer lugar, tenemos a un joven ambicioso que se enfrenta a los conservadores adultos que insisten en que todo debe permanecer invariable. Es comprensible que este tema le resultara particularmente cercano a un Clarke todavía joven que se esforzaba por convencer a sus mayores de la importancia de investigar el viaje espacial; y es igualmente comprensible que un Clarke ya maduro abandonara esos protagonistas en favor de otros que, como él, habían dejado atrás sus mejores años.

 

En segundo lugar, se da un paso clave que implica el redescubrimiento del conocimiento perdido del glorioso pasado de la Humanidad. Alvin descubre un olvidado pero todavía operativo sistema de transporte subterráneo que lo conduce a la ciudad olvidada de Lys y localiza una nave espacial aún funcional. Durante su viaje por el espacio, encuentra y lleva a la Tierra a la inteligencia incorpórea llamada Vanamond, quien informa a sus anfitriones sobre su verdadera historia. El título del capítulo final, "Renacimiento", es una significativa referencia a un período de nuestro propio pasado en el que el redescubrimiento del conocimiento antiguo desencadenó una renovación cultural.

 

En tercer lugar, la información recién obtenida del pasado inspirará nuevas investigaciones e iniciativas. Así, Alvin se unirá a otros humanos para "reconstruir su mundo" y que la Humanidad pueda recuperar su antigua grandeza. Finalmente, dadas las propias inclinaciones de Clarke, ese futuro Renacimiento, como es de esperar, pasará por un renovado compromiso con los viajes espaciales. Aunque, como he dicho, Alvin decide no volver nunca al espacio, enviará un representante robot para buscar a los humanos perdidos por la galaxia.

 

Aun así, incluso si la Humanidad supera el estancamiento y avanza hacia un futuro glorioso, su destino final sigue siendo la extinción, ya ocurra cientos, miles o millones de años en el futuro. Aunque "A la Caída de la Noche" nos permite imaginar que Diaspar y Lys sobrevivirán y que otros humanos supervivientes regresarán a su mundo de origen, se revela que "al final del Universo, Vandamonde y la Mente Loca deberán enfrentarse entre los cadáveres de las estrellas", presumiblemente mucho tiempo después de que los humanos hayan desaparecido, claro.

 

Al parecer, Clarke solo veía una salida para la supervivencia a largo plazo de la Humanidad: evolucionar en seres diferentes. En "En las Profundidades" (1957), se sugiere que tal transición podría producirse de forma natural. Hay un personaje que asegura que, al carecer de los "vínculos" naturales con el espacio que los humanos sí tienen con el mar, "nunca nos sentiremos en casa allí, al menos mientras seamos hombres", implicando que los humanos podrían evolucionar hacia una nueva especie que sí podría "sentirse como en casa" en el espacio. Pero cuando Clarke intenta describir tales transformaciones, estas se llevan a cabo mediante una intervención alienígena, como en "2001: Una Odisea del Espacio" (1968) -aunque sus secuelas reimaginan al transformado David Bowman tan solo como un solitario mensajero de los alienígenas, no como el primer representante de una nueva especie-. Un proceso similar se describe en "El Fin de la Infancia" (1953), una de las tres novelas (las otras son "A la Caída de la Noche" y "La Ciudad y las Estrellas") que ofrecen el retrato más extenso realizado por Clarke a la hora de imaginar posibles destinos para la Humanidad.

 

Durante su primera década como escritor profesional, Clarke ya mostró esa pasión por el océano que luego ocuparía un lugar destacado en otras novelas (como “En las Profundidades”) y en su propia vida, dedicándose al buceo y escribiendo ensayos sobre el tema. En varias de estas primeras narraciones realiza diversas observaciones sobre cómo las masas de agua planetarias pueden afectar a las personas, probablemente rememorando sus visitas infantiles a la playa de Minehead. Desde su punto de vista, la gente se siente casi instintivamente atraída por el mar.

 

En "A la Caída de la Noche", después de examinar imágenes del pasado de la Tierra, Alvin "pensó de nuevo en el desierto que rodeaba a la isla que era Diaspar y su mente regresó al mundo que había sido la Tierra. Volvió a ver las grandes superficies de las aguas azules, infinitas, mucho más grandes que las tierras secas, cuyas olas llegaban rodando para acariciar las playas arenosas y doradas. En sus oídos parecía resonar todavía ese rumor de las aguas rompiendo contra las playas, que Había cesado hacía ya medio millón de años". Aunque también recuerda los "bosques y praderas" y las "bestias extrañas" del pasado de la Tierra, es el océano lo que le causa una honda impresión. Mientras está en Lys, contempla y se acerca repetidamente a sus cuerpos de agua; después de llegar, "caminó por las orillas del lago y dejó que el agua cálida acariciara sus dedos al deslizarse por entre ellos"; y, fascinado por un pez –animal que nunca había visto-, finalmente "Alvin se libró del encanto del lago y continuó su camino por la sinuosa carretera". Viajando por el desierto alrededor de Lys, encuentra que "más maravillosa incluso que estas (montañas) era la cascada", a cuya descripción dedica un párrafo. Al regresar a Lys desde el espacio, observa que "de pronto, bajo sus pies, estaba Lys con sus bosques y sus ríos interminables conformando una panorámica de tan incomparable belleza que por un instante deseó no adelante seguir y quedarse allí para siempre. Hacia el Este, el suelo aparecía como sombreado y entre aquellas sombras destacaban los grandes lagos como trozos de noche. Pero hacia el Oeste, las aguas parecían temblar, bailar, despidiendo chispas de luz con una tan amplia de colores como él jamás había llegado a imaginarse". En la conclusión de la novela, se nos dice: "Si llegaba a ver realizado uno de los sueños de Alvin y, en efecto, todavía seguían existiendo las grandes plantas transmutadoras, no tendrían que transcurrir muchos siglos antes de que los océanos volvieran a existir de nuevo".

 

Otro de los temas recurrentes en la obra de Clarke es la religión: su papel en la sociedad, la influencia que ejerce sobre los individuos, su capacidad para despertar los peores instintos y justificarlos con grandes principios, el futuro de las creencias… En “A la Caída de la Noche”, un viajero espacial al que se conoce como el Maestro, funda en la Tierra un culto basado en la creencia en el regreso, algún día, de los Grandes: “Los Grandes nunca volvieron. Poco a poco, el poder del movimiento fue decreciendo hasta desaparecer y el pueblo de Lys se trasladó a las montañas antes de refugiarse en Shalmirane. Pero incluso allí, algunos no perdieron por completo su fe y se conjuraron para que, por larga que fuese la espera, siempre hubiera alguien dispuesto a dar la bienvenida a «Los Grandes» cuando éstos se dignaran llegar. Hacía ya mucho tiempo que el hombre había descubierto el modo de vencer al tiempo y ese conocimiento sobrevivió aun cuando muchos otros se perdieron quizá para siempre. Dejando sólo un número reducido de los suyos para vigilar Shalmirane, el resto de los que aún creían en «Los Grandes» entraron en el dormir sin sueños de la animación suspendida. El número de éstos fue decreciendo a medida que los durmientes fueron despertados para sustituir a los que habían muerto, pero los vigilantes que esperaban la llegada de «Los Grandes» no perdieron la fe en el Maestro. A juzgar por las palabras que éste había pronunciado, ya en la agonía, podía suponerse casi con certeza que «Los Grandes» vivían en los planetas de los Siete Soles, así que en los últimos años se llevaron a cabo varios intentos de enviar señales a ese Jugar del espacio. Hacía ya mucho tiempo que esas señales habían pasado a convertirse en un rito sin significado práctico alguno”.

 

Otro tropo sobre el que Clarke volvió una y otra vez a lo largo de su carrera fue el de los alienígenas. Se sentía cómodo con la idea de que diferentes especies extraterestres podrían avanzar y evolucionar de maneras distintas. Esa idea la encontramos en “A la Caída de la Noche”: “La filosofía que subrayaba esos experimentos parecía ser ésta; el contacto con otras especies le había mostrado al hombre hasta qué punto la visión que una raza tiene del mundo depende de su cuerpo físico y de los órganos de sus sentidos. De esto se deducía que una imagen cierta del Universo sólo puede conseguirse — si es que resulta posible en algún caso — por una mente que esté libre de tales limitaciones... es decir, una mente pura. Esta idea fue compartida por la mayor parte de las antiguas religiones y muchos la consideraban como el objetivo principal de la evolución”.

 

Sin embargo, esos mismos científicos hubieron de admitir que también podrían existir otros caminos hacia la perfección: “el Imperio acababa de tener sus primeros contactos con una civilización muy avanzada y extraña al otro lado de la curva del Cosmos. Esa civilización, si los indicios que tenemos son correctos, se había desarrollado dentro del plano puramente físico mucho más de lo que podría creerse posible. Al parecer hay más de una solución para el logro de la inteligencia suprema”.

 

En cuanto al estilo, Clarke adopta una prosa de aspiración lírica con la que evocar esa sensación de Historia e inmensidad del Tiempo con la que quizá trataba de remedar a su admirado Olaf Stapledon. Es una opción que algunos rechazarán por considerarla innecesariamente recargada, mientras que otros sintonizarán con la intención del escritor. Por otra parte, aunque el libro no tiene humor, algunos pasajes no pueden sino, con la perspectiva que da el tiempo, hacernos sonreir por su ingenuidad, como aquélla en la que Rorden le dice a Alvin que las computadoras de la ciudad (que tras millones de años no han llegado ni al nivel de nuestros actuales móviles) necesitarán tiempo para encontrar la informacion solicitada:

 

“—No hay nadie en el mundo que pueda explicárselo. Todo lo que sé es que este aparato es un Asociador. Si se le proporciona un conjunto de datos, el memorizador electrónico los compara con la suma total del conocimiento humano archivado hasta sacar las consecuencias lógicas y dar una respuesta adecuada.

—¿Lleva mucho tiempo?

—En ocasiones he tenido que esperar hasta veinte años antes de conseguir la respuesta. ¿No desea sentarse? —añadió con voz solemne y acorde con la expresión de sus ojos”.

 

Como obra de interés histórico, "A la Caída de la Noche" es una lectura recomendable por sus ideas e imaginación (recordemos que fue escrita en los años 40). Pero, en otros aspectos, no serán pocos los lectores que puedan sentirse decepcionados al esperar otra cosa si llegaron aquí atraídos por el ilustre nombre de Clarke. Su prosa es todavía de principante, la mayoría del texto es narrativo o descriptivo, apenas hay diálogos, lo que a veces le da cierto tufillo a ensayo. Las dos ciudades, Lys y Diaspar, que eligieron caminos opuestos para sobrevivir, se reúnen al final, pero el desenlace se siente en exceso apresurado y con demasiada información encajada de manera artificial. Se omiten momentos dramáticos solo para, más adelante, hacer referencia a ellos, como uno entre Vanamonde y Theon, que se pasa por alto y solo se menciona después en un flashback.

 

Es tentador atribuir todos estos problemas al formato para el que escribió Clarke, a saber, una revista pulp que le ofrecía poco espacio para desarrollar sus ideas. Sin embargo, no estoy seguro de que esa fuera la causa o, al menos, la única. Sí, a veces, la exigencia de brevedad genera estructuras extrañas que, si bien son gramaticalmente correctas, no demuestran la fluidez de la que Clarke era capaz. Pero aquí los problemas residen más en la propia historia más que en el estilo. La trama abarca periodos y distancias inimaginables, y esta inmensa escala contrasta negativamente con una prosa ligera. Clarke no profundiza lo suficiente en la historia y los eventos se suceden con demasiada rápidez, sacrificando por el camino la caracterización de los personajes a las exigencias de la trama. Todos los personajes son bastante unidimensionales, incluyendo el protagonista. Debido al magro reparto, nunca lo vemos interactuar con los ciudadanos normales y corrientes de su ciudad. En general, Diaspar da la sensación de ser una gran ciudad vacía con seis habitantes, todos hombres. El único personaje femenino, Seranis, es la líder del Consejo de Gobierno de la ciudad de Lys pero no se la ve hacer nada acorde con su cargo y autoridad. En Diaspar no se menciona ni a una sola mujer, ni siquiera a la madre de Alvin, aun cuando hizo algo tan inusual en esa sociedad como dar a luz.

 

“A la Caída de la Noche” había sido la segunda novela de Clarke tras “Preludio al Espacio” (1951), pero la discrepancia de estilo entre ambas se explica porque la primera, aunque se publicó en forma de novela en 1953, se había serializado originalmente en “Startling Stories” en 1948. Posteriormente, en 1956, Clarke, consciente de los fallos que había cometido, la amplió y modificó publicándola como “La Ciudad y las Estrellas”.

 

Aunque cuentan la misma historia y frecuentemente utilizan un lenguaje idéntico, "A la Caída de la Noche" y "La Ciudad y las Estrellas" ofrecen un contraste fascinante dado que cada una de ellas tiene sus propias virtudes y defectos. A pesar de los temas maduros que aborda, "A la Caída de la Noche" es básicamente una novela juvenil, protagonizada por un muchacho que, de forma harto improbable, supera a sus mayores y, en solitario, transforma por completo su sociedad. La historia avanza con la ilógica febril de un sueño, recordando otras novelas de finales de la década de 1930 (cuando Clarke comenzó a escribir la novela). Su aura de energía y entusiasmo lleva a muchos a considerarla como la mejor versión de la historia y, aunque originalmente consideró "La Ciudad y las Estrellas" como superior, Clarke bien pudo haber llegado a estar de acuerdo con esa apreciación, ya que permitió a Gregory Benford escribir una secuela de esta novela pero rechazó la propuesta de Damien Broderick para hacer una continuación de "La Ciudad y las Estrellas".

 

Ésta última consigue darle a la historia más plausibilidad, ofrece nuevas y fascinantes ideas y está escrita con mayor atención y habilidad por un autor experimentado. Sin embargo, sigue siendo la historia de un joven que, en esta ocasión, es narrada por un hombre mayor, y su enfoque más sereno y ritmo pausado parecen estar algo en desacuerdo con lo que es principalmente una especie de cuento de hadas tecnológico.

 

El primer borrador de "A la Caída de la Noche" se ha perdido, aunque sí se conserva una descripción que nos revela que el héroe se llamaba inicialmente Raymond, no Alvin; y que abandonaba Diaspar en un "crucero aéreo", no utilizando un sistema de trenes subterráneos; su viaje espacial no le llevaba al encuentro de Vanamonde, sino a un monumento en el que se explicaba, como he dicho antes, que la Humanidad se había suicidado.

 

Sin embargo, la versión finalmente publicada conservó la esencia de la historia, incluida la visión del mundo de un típico adolescente: el estancamiento y la decadencia se abaten sobre sociedades compuestas principalmente por adultos y dominadas por ellos. El remedio viene en la persona de un joven singularmente cualificado para sacar al mundo de su autocomplacencia. En los primeros capítulos, Alvin es descrito repetidamente como un "niño", aunque cuando comienzan sus verdaderas aventuras ya han pasado tres años desde que se nos lo presentara inicialmente. Tras idear un plan para apoderarse del robot del viejo Maestro, la novela señala: “Solo una persona muy joven pudo haber pensado en ello, pues el asunto exigiría al máximo toda la confianza de Alvin”. Éste no comprende que su juventud le otorga ventajas especiales en su búsqueda.

 

Sin embargo, en Diaspar, aunque con poca frecuencia, sí nacen niños con regularidad; y Lys está llena de ellos, lo cual no la ha salvado de caer en el estancamiento. Resulta poco verosímil que solo Alvin, entre todos estos jóvenes que podrían haber cambiado sus sociedades, lo consiga. “A la Caída de la Noche” aborda esta cuestión de dos maneras. Primero, se describe a Alvin como un “atavismo, un regreso a las grandes eras”, que, por alguna razón, carece de la tendencia al conservadurismo con la que parecen nacer sus conciudadanos. En segundo lugar, al revisar sus improbables éxitos, Alvin teoriza que “incontables veces en épocas pasadas, otros como él debieron haber llegado casi tan lejos”; Alvin “simplemente, fue el primero en tener suerte”. Al emplear el término “afortunado”, Alvin reconoce que debe su éxito a varias coincidencias improbables, en particular, el descubrimiento fortuito de un anciano cultista que posee un robot con información esencial, como la ubicación de una nave espacial.

 

Cuando años más tarde Clarke intentó presentar una versión más plausible de su novela juvenil, abordó otro tema espinoso: la improbable estabilidad de la sociedad de Diaspar. Se puede asumir lógicamente que los humanos del futuro podrían disfrutar de periodos de cientos de años de estabilidad y autocomplacencia, como ocurrió en nuestro propio pasado y se exponía también en "El León de Comarre" y "El Camino Hacia el Mar". Pero es que Diaspar permanece exactamente igual durante quinientos millones de años, lo que es de todo punto imposible.

 

Así, En "La Ciudad y las Estrellas", Clarke aportaba una explicación en la forma de una recreación simulada del antiguo líder de la ciudad, Yarlan Zey: Diaspar había sido diseñada para ser perpetuamente estable. Sus fundadores, tras haber contemplado horrorizados el caos de la expansión humana por las estrellas, anhelaban paz y estabilidad, por lo que establecieron un sistema mediante el cual el mismo grupo de personas habitaría la ciudad una y otra vez, renaciendo repetidamente y recuperando gradualmente sus recuerdos de vidas pasadas hasta terminar su existencia mil años después. Además, “rediseñaron el espíritu humano, despojándolo de la ambición y las pasiones más intensas, para que se conformara con el mundo que ahora poseía”. Así, la aversión general de los ciudadanos a la idea de abandonar Diaspar es una compulsión innata, que al final de la novela solo puede superarse mediante un programa de condicionamiento con realidad virtual. Clarke, por tanto, añadió con esta novela otra forma en la que los humanos podrían autodestruirse: reestructurando artificialmente su sociedad para asegurar una estabilidad eterna.

 

Hay más diferencias y similitudes entre las dos novelas, pero sobre el resto hablaré en la futura entrada que haré sobre “La Ciudad y las Estrellas”.

 

“A la Caída de la Noche” es una novela juvenil recomendada para cualquier amante de la CF de la Edad de Oro que busque un relato en el que se exploren de forma ligera grandes ideas relacionadas con el futuro de la Humanidad y que abogue sin reservas por la necesidad de explorar en busca de conocimiento y respuestas para los misterios del Universo.

 

Dado que Clarke reescribiría esta novela de juventud como “La Ciudad y las Estrellas”, cabe preguntarse si merece la pena dedicarle tiempo o invertirlo en su versión más “madura”. Desde luego, si se quiere profundizar en la figura y obra de Clarke, la respuesta es que deberían leerse ambas. Pero incluso aunque éste no sea el caso, “A la Caída de la Noche” tiene entidad propia. Clarke a menudo se sentía desconcertado e incluso exasperado porque la versión original seguía siendo leída y apreciada después de haberse molestado en “mejorarla” y relanzarla como “La Ciudad y las Estrellas”. Quizá no supo ver que aquélla es más sencilla, concisa y quizás más directa que la versión ampliada y reescrita. Admito que tiene sus fallos, y entiendo que los lectores más jóvenes se pregunten a qué viene tanto alboroto con esta obra y no les impresione lo más mínimo el estilo de escritura poco sofisticado ni la trama lineal. Pero, si bien es innegable que es una típica narración de aventuras para varones jóvenes, desprende una energía cautivadora y un entusiasmo contagioso.

 

Aunque me gusta más “La Ciudad y las Estrellas”, sobre todo porque le permite a Clarke desarrollar mejor sus ideas, “A la Caída de la Noche” tiene, en su simplicidad, su propio encanto: la historia no se extiende demasiado, transmite su mensaje sin complicaciones y deja claro el potencial que tenía su autor en aquel momento de su carrera.

 

 

 

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