domingo, 11 de septiembre de 2016

1968- 2001: UNA ODISEA ESPACIAL - Arthur C.Clarke




De Arthur C.Clarke se ha dicho que fue uno de los escritores de ciencia ficción que mejor supo predecir el futuro en sus novelas, al menos en lo que a tecnología se refiere. Está entre los autores del género que más reconocimiento y éxito acumuló en el siglo XX y quizá el más “duro” de los escritores de ciencia ficción “dura”: era capaz de imaginar conceptos y escenarios que, siendo plausibles y sólidamente anclados en la ciencia, eran al tiempo maravillosos e inspiradores. Fue el responsable, a través de su colaboración con Stanley Kubrick para “2001: Una Odisea Espacial”, de hacer que el viaje interplanetario, algo que entonces apenas estaba empezando a desarrollarse, pareciera algo completamente verosímil y cercano.


El origen de la obra que nos ocupa lo debemos buscar en un relato corto titulado “El Centinela”, que Clarke presentó a un concurso literario organizado por la BBC en 1948. Se trataba de un cuento en el que unos astronautas llegaban a la Luna y encontraban un artefacto alienígena, el cual mandaba una señal al espacio avisando que los terrestres, por fin, habían alcanzado el suficiente nivel de desarrollo tecnológico como para haber pisado nuestro satélite… “El Centinela” ni siquiera fue seleccionado para entrar a concurso, pero tres años después, en 1951, se incluyó en antologías de relatos tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña. Y ahí se quedó hasta 1964. Fue en ese año cuando Clarke conoció a Stanley Kubrick durante la presentación de un libro en Nueva York. El cineasta quería sacar adelante el proyecto de una película de ciencia ficción como no se había visto antes y tras zambullirse de lleno en la literatura del género a la búsqueda de obras y autores que pudieran servirle de base e inspiración, encontró a Clarke. Éste se quedó impresionado por la férrea determinación del realizador, que deseaba “crear una obra de arte que despertaría emociones de maravilla, asombro…incluso, si fuera preciso, terror”.

La idea de transcendencia alrededor de la cual está construida la historia de “2001” proviene de “El Fin de la Infancia” (1953) –y de otras obras, puesto que éste es uno de los temas favoritos del escritor- pero los derechos cinematográficos de esa novela ya habían sido vendidos hacía tiempo. Así que, para articular la trama, Clarke le ofreció a Kubrick seis relatos cortos, de los cuales éste eligió “El Centinela”. Sobre éste, ambos creadores elaboraron una historia, un proto-guión o proto-novela, entiéndase como se quiera, que sirvió no sólo para dar forma al proyecto de cara a conseguir dinero de los estudios cinematográficos, sino para que ambos, escritor y cineasta, elaboraran a partir de ella sus diferentes interpretaciones: la literaria y la cinematográfica. Aunque Clarke escribió la novela ya en 1964, no fue publicada hasta cuatro años después, coincidiendo más o menos con el estreno de la película.

La novela se abre con un grupo de homínidos que viven en las llanuras africanas de hace tres millones de años. Sus principales preocupaciones son encontrar comida, sobrevivir a la escasez y la sequía, evitar a los depredadores y mantener a raya a un grupo rival de congéneres. Un día, al despertar, encuentran entre ellos un Monolito transparente que comienza a experimentar con sus mentes, sondeando sus capacidades y potencial. Fruto de
esas pruebas, uno de los homínidos, Moonwatcher, desarrolla la primera chispa de verdadera inteligencia y entrando así en el camino de la evolución tecnológica. Fabricar la primera herramienta a partir de un simple hueso permite al grupo añadir carne a su hasta entonces magra dieta, defenderse de los depredadores y, eventualmente, matar al líder del grupo rival. El Monolito, de origen alienígena, ha provocado un salto evolutivo que, con el transcurso de los milenios, acabará dando lugar al Homo sapiens. Este pasaje termina con estas significativas palabras: “Ahora era él el amo del mundo, y no estaba del todo seguro sobre lo que hacer a continuación. Más ya pensaría en algo”.

La historia salta a continuación al año 1999 (todavía muy en el futuro cuando se escribió el libro), donde encontramos al doctor Heywood Floyd, un científico que viaja a la base norteamericana de
la Luna para investigar unas anomalías magnéticas detectadas en el cráter Clavius de ese satélite. Éstas resultan estar provocadas por un Monolito similar –aunque de color negro- al que había modificado la psique de los homínidos eras atrás. Cuando el Monolito, que ha sido desenterrado por los científicos, queda expuesto por primera vez a la luz del Sol, envía una potente señal de radio a Japeto, una de las lunas de Saturno. El artefacto resulta ser una especie de sistema de alarma que avisa a quienquiera que esté escuchando al final de la señal, de que el hombre ha llegado a la Luna.

La siguiente parte de la novela nos traslada dieciocho meses más tarde. La nave Discovery se dirige a Saturno en misión exploratoria de carácter astronómico. De los cinco humanos que transporta, dos astronautas, Frank Poole y Dave Bowman, controlan la rutina diaria de la nave mientras sus tres compañeros duermen en hibernación. HAL 9000, el ordenador con inteligencia artificial, es quien realmente dirige el vehículo. En un momento determinado, HAL empieza a registrar fallos de funcionamiento que culminan con su motín y el asesinato de Poole y los científicos hibernados. Bowman consigue desconectar las funciones superiores de la computadora y continuar el viaje. Sólo entonces se entera de que la auténtica misión consiste en investigar el destino de la señal emitida por el Monolito de la Luna dos años antes. La existencia de ese artefacto y todas sus implicaciones han sido mantenidas en
riguroso secreto para evitar un posible pánico de la población mundial. Meses después, encuentra un gran Monolito en Japeto, abandonando la Discovery, introduciéndose en él e iniciando un viaje sin retorno hacia el próximo paso evolutivo de nuestra especie.

La mayoría de la gente conoce “2001: Una Odisea Espacial” a través de su versión cinematográfica, una película que, aunque no recibió críticas unánimes en su estreno, hoy ha pasado a estar considerada una obra maestra del séptimo arte. Es, también, una película polémica y difícil de entender. Kubrick hizo de ella un espectáculo visual, apoyándose casi exclusivamente en las imágenes para narrar una historia que, sin apenas diálogos, con fuertes elipsis y un montaje experimental, dejaba al espectador confuso acerca de lo que se estaba queriendo transmitir.

¿La solución?: leer la novela de Clarke, que ofrece una versión formalmente menos sutil y bella, pero también infinitamente más clara, de (casi) todo lo que ocurre: la relación entre el Monolito y los homínidos, la locura de HAL, el viaje y destino final de Bowman… Clarke nunca fue amigo de las florituras estilísticas y toda la historia se narra con su característica funcionalidad y frialdad.

Decir que este libro trata de temas de altos vuelos sería una obviedad. Desde los peligros de crear tecnología que puede volverse contra nosotros hasta la evolución de nuestra especie y su lugar en el universo, “2001” es una novela de ideas y grandes conceptos más que de acción y aventura. Los personajes, como es habitual en la literatura de Clarke, son planos y fríos, meras herramientas con las que transmitir su mensaje e impulsar la trama. Como la película, la historia transcurre con un ritmo deliberadamente pausado, aunque no lento. El sentido de la maravilla que transmite proviene no tanto de las escenas de acción –de las cuales, propiamente dicha, sólo hay una: los esfuerzos de Bowman por sobrevivir al ataque de HAL- como de las detalladas descripciones de los impresionantes paisajes planetarios: las hipnóticas pautas de colores de la atmósfera de Júpiter, el enigmático Saturno y sus bellos anillos, los increíbles planetas y estrellas que se encuentra Bowman más allá de la Puerta Estelar, la cercana superficie de la Luna… Puede que Clarke nunca pusiera el pie en otro planeta, pero su talento descriptivo hizo que muchos lectores visitaran con sus mentes planetas y lunas extraterrestres.

Es más, para ser una novela de ambiciones temáticas tan amplias, “2001: Una Odisea Espacial”
presta una minuciosa atención a los pequeños detalles de la navegación y la vida en el espacio: el aprovechamiento de los tirones gravitatorios, el encuentro con un asteroide, la puntual utilización de los motores, la mecánica de las órbitas, la aproximación a los satélites de Saturno…. En una época en la que la Nueva Ola, preocupada por el espacio interior, la experimentación formal y la prosa opaca, se adueñaba de la ciencia ficción, Clarke permaneció fiel a su filosofía, hija de la Edad de Oro: el interés, riqueza y esencia del género son las ideas por encima de la forma o la belleza con que se articulen. Jamás quiso o supo escribir de otra manera.

Como muchísimas novelas de CF, “2001” mezcla la presciencia en algunos aspectos tecnológicos con la incapacidad de analizar las tendencias políticas o culturales a medio plazo. Clarke, por ejemplo, describe lo que sin duda hoy vemos como el antecedente de Internet: “Tenía mucho en qué ocupar su tiempo, aun cuando no hiciese más que sentarse y leer. Cuando se aburriese de los informes y memorándums y minutas oficiales, conmutaría la clavija de su bloque de noticias, poniéndola en el circuito de información de la nave y pasaría revista a las últimas noticias de la Tierra. Uno a uno conjuraría a los principales periódicos electrónicos del mundo; conocía de memoria las claves de los más importantes, y no tenía necesidad de consultar la lista que estaba al reverso de su bloque. Conectando con la unidad memorizadora de reducción, tendría la primera página, ojearía rápidamente los encabezamientos y anotaría los artículos que le interesaban. Cada uno de ellos
tenía su referencia de teclado, al pulsar el cual, el rectángulo del tamaño de un sello de correos se ampliaría hasta llenar por completo la pantalla, permitiéndole así leer con toda comodidad. Una vez acabado, volvería a la página completa, seleccionando un nuevo tema para su detallado examen. (…) en unos pocos milisegundos podía ver los titulares de cualquier periódico que deseara (…). El texto era puesto al momento automáticamente cada hora; hasta si se leía solo las versiones inglesas, se podía consumir toda una vida no haciendo otra cosa sino absorber el flujo constantemente cambiante de información de los satélites-noticiarios.””

En cambio, en otros aspectos, Clarke fue superado tanto por los nuevos descubrimientos en diferentes ámbitos de la ciencia como por los acontecimientos políticos o sociales. En la primera parte, por ejemplo, toma el concepto de los homínidos de un relato propio, “Encuentro al Amanecer”, que se publicó en 1953. Sin embargo, nuestro conocimiento de la evolución humana ha mejorado mucho en el último medio siglo, ofreciéndonos un cuadro bastante más detallado del árbol familiar de nuestra especie así como del medio ambiente en el que vivieron nuestros ancestros, su dieta y otros aspectos de la ecología. Un antropólogo moderno no vería más que errores en la apertura de la novela. En los
segmentos que transcurren en el futuro abundan también los fallos y errores de cálculo. No consiguió prever determinados desarrollos sociales, políticos y tecnológicos. Por ejemplo, en la novela no aparece más mujer que la azafata que atiende al doctor Heywood durante su vuelo a la Luna. Clarke no debió pensar que el movimiento de liberación de la mujer y su inclusión en todos los estratos profesionales llegaría a ninguna parte. Puede que sintiera que no comprendía suficientemente bien la mentalidad femenina y optara por excluir al sexo femenino de la trama (Asimov tenía problemas en el mismo sentido) pero, habida cuenta de lo irrelevantes que resultan las caracterizaciones de los personajes en esta trama, ello no hubiera significado una gran diferencia.

Tampoco Clarke pudo imaginar que el mundo en el nuevo siglo vería un equilibrio de potencias muy diferente del existente en la década de los sesenta. Así, en “2001” la Guerra Fría se mantiene prácticamente en los mismos términos después de casi tres décadas, quizá porque en aquel momento se consideraba que esa situación era una especie de “foto fija” que podría perpetuarse casi indefinidamente, ignorando el carácter voluble y de continua evolución de la Historia. También el viaje espacial en la novela está mucho más avanzado de lo que lo estuvo realmente en 2001 –y, de hecho, de lo que lo está hoy día-. Eso sí, Clarke, como he apuntado más arriba, detalla con meticulosidad la mecánica de los viajes interplanetarios: la diferencia entre masa y peso, las consecuencias de la ausencia de gravedad o de la exposición de un cuerpo al
vacío, la inercia, los problemas del desplazamiento por el espacio, cómo usar el baño de una nave espacial… Está claro que éste era el territorio que Clarke dominaba y en el que se sentía más cómodo.

La verdadera estrella de la novela no son los humanos que aparecen en ella, sino HAL 9000, una inteligencia artificial que resulta mucho más cercana que los gélidos y distantes astronautas, de los que nada se nos revela. De alguna forma, esta parte del libro es la respuesta de Clarke a las historias de robots de Asimov. En ellas se proponían diferentes escenarios en los que el comportamiento de los robots parecía entrar en conflicto con las directrices de su programación. HAL presenta un problema similar, convirtiendo lo que se preveía un viaje monótono y tranquilo en una auténtica pesadilla. Ciertamente, la película obtiene mejores resultados a la hora de transformar a HAL en una máquina terrorífica, pero la novela no le anda muy a la zaga. El aislamiento de la tripulación y el hecho de que HAL sea quien efectivamente controle muchas de las funciones de la nave, crean una atmósfera de claustrofobia y paranoia. Clarke, el eterno optimista respecto al potencial último de nuestra
especie, nos avisa claramente de los riesgos que conlleva diseñar y utilizar una tecnología que, en el fondo, no comprendemos, un tema que ha formado parte de la CF desde el “Frankenstein” (1818) de Mary Shelley.

No es ése el único aspecto acerca del cual se muestra pesimista Clarke. Por ejemplo, no cree que la noticia de la existencia de una inteligencia extraterrestre fuera a ser acogida con esperanza o entusiasmo: “Existía, al parecer, una profunda veta de xenofobia en muchos seres humanos por lo demás normales. Vista la crónica mundial de linchamientos, pogroms y hechos similares, ello no debería haber sorprendido a nadie”. Es más, la naturaleza humana, inalterada desde la época de nuestros ancestros homínidos por mucho que la tecnología haya avanzado tanto, sigue siendo proclive al tribalismo y las luchas por el poder: “Bowman se preguntaba si el peligro del choque cultural era la única explicación del extremo secreto de la misión. Algunas insinuaciones hechas durante su instrucción, sugerían que el bloque USA-URSS esperaba sacar tajada de ser el primero en entrar en contacto con extraterrestres inteligentes. Desde su presente punto de vista, pensando en la Tierra como en una opaca estrella casi perdida en el Sol, tales consideraciones parecían ahora ridículas.

Clarke se muestra confiado en cuanto a lo que el progreso técnico podrá conseguir. El futuro de “2001” es uno en el que, aunque el viaje a la Luna no es todavía algo cotidiano, ya existe allí una base permanente perfectamente operativa en la que incluso nacen niños, una nueva generación que no tiene un interés particular en visitar el planeta de sus padres; grandes estaciones espaciales orbitan la Tierra; la hibernación y los motores de plasma permiten que los hombres viajen a Saturno… Eran los sueños propios de la expectación que provocaron los logros de la NASA en plena Carrera Espacial. La culminación del programa Apolo, llevar al hombre a la Luna, estaba a la vuelta de la esquina y esa euforia se trasladó a muchas obras de ciencia ficción de la época.

Pero, al mismo tiempo, el progreso en la exploración del Universo no ha solucionado ni mucho menos los problemas de la Tierra en ese futuro soñado por Clarke. Así, “Aunque el control de la natalidad era barato, de fiar, y estaba avalado por las principales religiones, había llegado demasiado tarde; la población mundial había alcanzado ya la cifra de seis mil millones… el tercio de ellos en China. En algunas sociedades autoritarias hasta habían sido decretadas leyes limitando la familia a dos hijos, pero se había mostrado impracticable su cumplimiento. Como
resultado de todo ello, la alimentación era escasa en todos los países; hasta los Estados Unidos tenían días sin carne, y se predecía una carestía extendida para dentro de quince años, a pesar de los heroicos esfuerzos para explotar los mares y desarrollar alimentos sintéticos”.

Tan candentes como los avances en el programa espacial fueron a finales de los sesenta la carrera de armamentos y la proliferación nuclear, y ello también tiene su reflejo en la novela: “Con la necesidad, más urgente que nunca, de una cooperación internacional, existían aún tantas fronteras como en cualquier época anterior. En un millón de años, la especie humana había perdido poco de sus instintos agresivos; a lo largo de simbólicas líneas visibles solo para los políticos, las treinta y ocho potencias nucleares se vigilaban mutuamente con beligerante ansiedad. Entre ellas, poseían el suficiente megatonelaje como para extirpar la superficie entera de la corteza del planeta” (….) A pesar de que —milagrosamente— no se habían empleado en absoluto las armas atómicas, tal situación difícilmente podía durar siempre. Y ahora, por sus propias e inescrutables razones, los chinos estaban ofreciendo a las naciones más pequeñas una capacidad nuclear completa de cincuenta cabezas de torpedo y sistemas de propulsión. El precio estaba por debajo de los 200.000.000 de dólares, y podían ser establecidos cómodos plazos de pago. Quizás estaban tratando solo de sacar a flote su hundida economía, trocando en dinero contante y sonante anticuados sistemas de armamento, como habían sugerido algunos observadores. O tal vez habían descubierto métodos bélicos tan
avanzados que no necesitaban ya de tales juguetes; se había hablado de radiohipnosis desde satélites transmisores, y de chantajes por enfermedades sintéticas para las cuales sólo ellos poseían el antídoto”.

Desde luego, la ceguera del Hombre, su incapacidad para gestionar el medio ambiente o sus propias relaciones sociales es tal que parece imposible que pueda avanzar más allá de su estadio actual si no es con ayuda externa, en este caso alienígena. Y, desde luego, Clarke plantea una inteligencia extraterrestre verdaderamente extraña a nosotros. Toda la parte final, en la que Bowman viaja por extraños pasadizos espacio-temporales, llega a planetas insólitos y contempla formas de vida que medran en la superficie de una estrella, parece una especie de sueño. Es esa parte final quizá lo más flojo de “2001”. Puede que ello responda a su indefinición, ya que Clarke intentaba describir algo que, en el fondo, tenía más que ver con la mística que con la ciencia; y, desde luego, la transformación de Bowman y la naturaleza de la inteligencia alienígena eran cosas ajenas a la experiencia humana. Kubrick prefirió mantenerse en el terreno de lo enigmático y recurrió a la alegoría y la poesía (mediante una secuencia muy extraña en sus composiciones, montaje o iluminación) para dejar al lector confundido. El propio Clarke afirmó en al menos una entrevista que no tenía ni idea de lo que Kubrick había querido decir al final de la película.

El instinto de Clarke, por el contrario, le empujaba a tratar de describir la experiencia de la
metamorfosis de Bowman con un mayor realismo. Ese renacimiento, visto a través de los ojos –o la mente- del astronauta, tampoco consigue darnos una idea precisa acerca de lo que está sucediendo exactamente o el tipo de ser en el que se ha transformado el astronauta: “las entrelazadas perspectivas de moviente luz, titilaron agónicas y dejaron de existir, al trasladarse David Bowman a un reino de consciencia que hombre alguno había experimentado antes. Al principio, pareció como si el mismo tiempo corriera hacia atrás. Estaba dispuesto a aceptar hasta esta maravilla, antes de percatarse de la más sutil verdad (…) Pero la criatura apenas se dio cuenta de ello, al adaptarse al dulce resplandor de su nuevo ambiente. Necesitaba aún, por un poco de tiempo, esta concha de material como foco de sus poderes. Su indestructible cuerpo era en su mente la imagen más importante de sí mismo; y a pesar de todos sus poderes, sabía que era aún una criatura. Y así permanecería hasta que decidiera una nueva forma o sobrepasara las necesidades de la materia”.

En cualquier caso, lo que parece decirnos Clarke es que ese siguiente paso en la evolución de la Humanidad irá en la dirección de prescindir del cuerpo a favor de una supermente, una idea que
no carecía de precedentes ya fuera en la historia de la CF o del ocultismo. Además de la insistencia de la influyente espiritista del siglo XIX, Madame Blavatsky, en que nuestra especie evolucionaría hacia lo sublime, el propio Clarke había ya expuesto una idea muy similar en su novela, ya mencionada anteriormente, “El Fin de la Infancia” (1953), en cuya conclusión los niños de la Tierra “evolucionaban” en una explosión que aniquilaba el planeta, metamorfoseándose y fusionándose en una Supermente que marcharía luego a explorar el cosmos. Sin duda, cuando Kubrick se acercó a Clarke para pedirle su colaboración, tenía en mente esta novela. Así, en cierto modo, “2001” constituye una revisitación de “El Fin de la Infancia”, en la que, por cierto, también aparecían unos alienígenas encargados de supervisar el nacimiento de una nueva especie humana que acabara desplazando al Homo sapiens.

Clarke deja abiertos algunos enigmas, probablemente porque ni él mismo pudo imaginar las
respuestas. ¿De dónde proviene exactamente esa inteligencia extraterrestre? ¿Cuáles son sus intenciones en realidad? ¿Las podemos comprender siquiera? ¿Cuáles son los poderes del nuevo Bowman? De hecho, su regreso a la Tierra al final del libro es, como mínimo, ambiguo (ATENCIÓN: SPOILER). Tras destruir todo el armamento nuclear y provocar el pánico en la población del planeta, se siente tan inseguro respecto a sus nuevas capacidades como el homínido del principio. De hecho, el libro termina con las mismas frases que reproduje algo más arriba: “Luego esperó, poniendo en orden sus pensamientos y cavilando sobre sus poderes aún no probados. Pues aunque era el amo del mundo, no estaba muy seguro de qué hacer a continuación. Más ya pensaría en algo”. Un final, en definitiva, que puede ser visto como alarmante y ominoso o, con igual validez, francamente esperanzador. (FIN SPOILER).

Clarke continuaría escribiendo secuelas de “2001” hasta un total de tres, siendo la última ellas “3001: Odisea Final” (1997), una novela que, como sus predecesoras en la saga, empleaba continuidad retroactiva. De acuerdo con el propio Clarke, aunque cada libro del ciclo transcurría en años subsiguientes, las corrientes temporales eran
distintas. Una forma fácil y cómoda de no tener que dar explicaciones de las inconsistencias a los aficionados meticulosos.

“2001: Una Odisea Espacial” es una de las novelas más conocidas y leídas de la historia de la Ciencia Ficción. Sin duda, ello se debe a su conexión con la película de Kubrick y es discutible que hubiera alcanzado tal rango de no haber existido aquélla. La película fue en su momento –y sigue siéndolo hoy- un experimento vanguardista con una factura visual que medio siglo después sigue resultando impresionante. La novela de Clarke no disfruta de las mismas cualidades y tampoco se encuentra entre sus obras más interesantes. Carece de la elegancia formal de la película de Kubrick y sus descripciones de las maravillas planetarias, siendo evocadoras, carecen de la poesía de las imágenes que se pueden ver en el film. De hecho, la novela fue ignorada por los principales galardones del género (a diferencia de “Cita con Rama”, que en 1974 arrasó con todos los premios posibles). Es una novela influyente, sí, pero la sombra de la película oscurece sus méritos.

Quizá la cuestión es que ambas, novela y película, no puedan ser completamente disfrutadas por
separado. Siempre y cuando uno sea un lector capaz de asumir sin problemas pasajes algo lentos y la ausencia de personajes con carisma, “2001”, la novela, puede ser la clave que le permita entender los crípticos enigmas que plantea la película de Kubrick. Ambas obras, al combinarse, funcionan de forma óptima. El que puedan complementarse tan bien se debe, obviamente, a que dimanan del mismo texto, pero también porque la prosa clara, desnuda y directa de Clarke completa el sentido poético que impregna la cinematografía de Kubrick.


5 comentarios:

  1. Excelente reseña del libreo del sr. Clarke, yo no lo he leído , pero tu me has motivado a leerlo. Felicidades por escribir así.

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  2. Gracias por tu comentario. En cualquier caso, como recomiendo en el artículo, creo que lo mejor es complementarlo con la película... Un saludo

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  3. ¡Excelente artículo!

    Personalmente disfruté mucho de esta novela y de su primera secuela.

    La película, como bien dices, sufre mucho de la carencia de explicaciones algo más detalladas, que pueden despistar mucho al espectador (¿qué función tienen los monolitos? ¿que tiene que ver la segunda parte de la película con lo que nos han contado en la primera?), pero no deja de ser una maravilla técnica, visual y sonora que, en una de esas tardes en las que no me importa su ritmo lento y pausado, me sigue maravillando.

    También disfruto de la secuela cinematográfica, por su temática exploratoria y estilo visual de los ochenta, pese al muy excaso contenido de la historia y el llevado a exceso mensaje de cooperación entre la URSS y los EEUU, que si no recuerdo mal en la novela se referenciaba de una manera de lo más natural, y en la película se llevó gran parte del protagonismo y nos regaló un epílogo (sin querer hacer spoilers, me refiero a la última parte del mensaje que reciben los protagonistas) rayando en lo ridículo.

    Las siguientes secuelas literarias, las recuerdo con poco afecto, me inclino a pensar en que se escribirían por poco más que necesidad de cumplir con algún contrato, ya que me parecen muy flojas en una bibliografía por lo demás excelente, que estiran la idea original de manera poco coherente, con conceptos poco originales, y sin acabar de cerrar lo que podría haber sido una excelente saga.

    PS: en el tercer párrafo se te ha colado un "El fin de la eternidad" en lugar de "El fin de la infancia", por si quieres arreglarlo. Me pregunto qué obra maestra o engendro habría salido de juntar a Asimov y Clarke en un "El fin de la infancia eterna".

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  4. Error arreglado y gracias por mencionarlo. Comentaré próximamente "2010", la secuela, y la película de Peter Hyams adaptación de la misma. Con el resto creo que no me meteré. En realidad, el primer libro era una historia cerrada en sí misma, independientemente de que se aclarasen ciertos enigmas o no. ¡Qué manía con quererlo explicar todo a base de sagas multivolumen! ("Pórtico" de Frederik Pohl o la Fundación de Asimov son otros ejemplos).

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  5. Aunque no es algo que hayas nombrado mucho a mi lo que mas me gustó del libro eran las descripciones de los fenomenos cosmicos de manera muy bella y lo bien que sientes a traves de las letras lo poco que son los astronautas respecto al universo

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