miércoles, 2 de julio de 2025

1956- LA TIERRA CONTRA LOS PLATILLOS VOLANTES-Fred Sears




Si hay una película que captura y condensa a la perfección el cine de ciencia ficción de serie B de los años 50 es “La Tierra contra los Platillos Volantes”. Es una amalgama muy acertada de los principales elementos argumentales de sus mejores predecesoras: “Ultimátum a la Tierra” (1951), “Invasores de Marte” (1953), “La Guerra de los Mundos” (1953), “Vinieron del Espacio” (1953) y “La Humanidad en Peligro” (1954). El guion rescata lo mejor de cada una de estas películas, pero sin que parezca un burdo plagio, sino integrándolo en un producto con personalidad propia, aunque resulte extrañamente familiar. De hecho, aunque la película bebe mucho de la mencionada “La Guerra de los Mundos”, mientras que en ésta George Pal se limitó a actualizar la novela de H.G.Wells, “La Tierra contra los Platillos Volantes” captura el zeitgeist de su propia época en forma del miedo a los ovnis que sentían muchos estadounidenses en aquel entonces y que, sin duda, está detrás de gran parte del cine de invasiones alienígenas de los años 50.

 

La película comienza con un formato de falso documental. Por todo el mundo se informa de avistamientos de ovnis. El doctor Russell Marvin (Hugh Marlowe) y Carol (Joan Taylor), tras contraer matrimonio, se dirigen de vuelta a su trabajo en la base militar de Skyhook, desde donde se lanzan cohetes con satélites. En la carretera, les sale al encuentro un platillo volante que emite un extraño sonido, grabado accidentalmente por el dictáfono en el que Marvin estaba dejando constancia de sus progresos. Coincidiendo con el lanzamiento de otro cohete ese mismo día, reciben la visita del padre de Joan, el general Hanley (Morris Ankrum), que les informa de que el motivo por el que no han conseguido establecer contacto con los satélites una vez puestos en órbita es porque una fuerza desconocida los ha derribado.

 

Esa misma noche, desciende en los terrenos militares un platillo del que sale un pequeño grupo de humanoides. El ejército les dispara y derriba a uno de ellos (que es recogido y devuelto a la nave por sus compañeros), pero nada pueden hacer las armas convencionales contra el escudo magnético que protege al vehículo propiamente dicho. Los alienígenas arrasan toda la zona, matan a todo el mundo y abducen al general. Un extraño dispositivo cristalino en el techo de la cubierta interior del ovni resulta ser un traductor universal a través del cual una voz alienígena incorpórea (Paul Frees) pregunta al oficial por qué los humanos abrieron fuego a pesar de que los extraterrestres le habían enviado un mensaje a Marvin pidiéndole reunirse con ellos en las instalaciones de lanzamiento a una hora y fecha específicas. Hanley explica que el Dr. Marvin solo escuchó un zumbido en la grabación.

 

Mientras tanto, Russell y Carol, que monitorizaban el lanzamiento desde un búnker subterráneo, han quedado atrapados bajo las ruinas del complejo y están a la espera de que les rescaten antes de que el aire empiece a enrarecerse. Cuando las baterías de la grabadora que Russell utiliza como diario empiezan a fallar, se reproduce a baja velocidad la grabación que hizo del sonido alienígena, ahora sí, entendiendo el mensaje allí contenido.

 

Sin embargo, tras ser rescatado, Russell es puesto bajo arresto domiciliario en un hotel, con el mayor Huglin (Donald Curtis) como “niñera”, a la espera de que la cadena de mando militar apruebe la petición del científico de organizar una nueva reunión. La noche siguiente, Russell, utilizando un aparato de radioaficionado, envía en secreto un mensaje a los extraterrestres, los cuales le ordenan presentarse en una playa al cabo de seis horas. Con Huglin, Carol y un agente de policía pisándole los talones, conduce al lugar de la cita y encuentra un platillo. Los cuatro entran en él y se reencuentran con el general Hanley o, más bien, con una versión lobotomizada porque los extraterrestres le han extraído toda la información de su cerebro relativa a los secretos y armamento militar de Estados Unidos.

 

Según revelan los propios alienígenas, provienen de un planeta muerto y pretenden colonizar la Tierra. Podrían tomar el planeta por la fuerza puesto que sus naves son invulnerables a las armas humanas y están equipadas con rayos letales, tal y como ya han demostrado trágicamente. Sin embargo, prefieren no gobernar sobre un planeta arrasado y, a tal fin, quieren que Russell organice una conferencia con los líderes mundiales en Washington, tras la cual todos deben presentar la rendición. Le conceden 56 días para que cumpla tal misión, luego atacarán Washington.

 

Russell, Carol y el Mayor Huglin son liberados (el policía acabó desintegrado tras un arranque de furia que le llevó a disparar al cristal traductor), pero en lugar de planear la rendición, el científico vuelca sus esfuerzos en reunir un equipo de sabios que colaboren con él para diseñar una nueva arma, una especie de cañón sónico que interfiere con el magnetismo que impulsa y protege a los platillos volantes, haciéndoles que caigan a tierra.

 

Cuando llega el día señalado, un convoy de camiones del ejército estadounidense equipados con los nuevos cañones avanza hacia Washington, justo cuando los platillos comienzan su ataque. Esta es la secuencia por la que más se recuerda la película, ya que las animaciones de Ray Harryhausen muestran convincentemente cómo los agresores destruyen algunos de los principales símbolos de la capital: el Monumento a Washington, el Monumento a Lincoln o el Capitolio, mientras Russell, Carol y el ejército tratan de derribarlos con sus cañones.

 

En 1955, un joven productor llamado Charles Schneer y su socio especialista en efectos visuales, Ray Harryhausen, convencieron al productor de Columbia Sam Katzman, especializado en seriales y películas de acción, para apoyarles en un proyecto de película de monstruos adaptando un relato de George Worthing Yates en el que un pulpo gigante atacaba San Francisco: “Surgió del Fondo del Mar” (1955). Su as en la manga era el talento del Harryhausen en la técnica de animación por stop-motion, el cual accedió a trabajar por una tarifa reducida si a cambio le garantizaban libertad artística. Sobre un presupuesto de 150.000 dólares, recaudaron 1,7 millones, esto, multiplicando por once la inversión realizada. No es una sorpresa, por tanto, que al año siguiente Katzman les llamara para realizar una nueva película.

 

Y así, la mayoría del equipo que había trabajado en “Surgió del Fondo del Mar”, volvió a reunirse para “La Tierra contra los Platillos Volantes”: Schneer como productor, George Worthing Yates al guion, el compositor Mischa Bakalenikoff, el animador Ray Harryhausen, el director artístico Paul Palmentola, el escenógrafo Sidney Clifford y el técnico de sonido J.S.Westmoreland. Hubo también algunas sustituciones. El experimentado director Fred Sears relevó al algo inseguro Bernard Gordon, y el también veterano director de fotografía Fred Jackman, Jr. aseguró un nivel adecuado incluso en las escenas en las que no intervenía Harryhausen.

 

Este último, aunque no se atribuyó ningún mérito al respecto, fue quien concibió la idea básica de la historia, investigando y entrevistándose con personas que afirmaban haber sido abducidas e inspirándose tanto en una serie de avistamientos en Washington D.C. durante el mes de julio de 1952, como en el ensayo “Flying Saucers from Outer Space” (1953), escrito por el oficial de las Fuerzas Aéreas y periodista Donald Keyhoe, uno de los primeros en escribir sobre el fenómeno ovni y quien en 1957 fue nombrado director del NICAP, el National Investigations Committee On Aerial Phenomena. Sobre ese trabajo preliminar, Schneer y Harryhausen contrataron al escritor y guionista de CF Curt Siodmak para que escribiera el libreto.

 

Curt Siodmak era hermano del gran director de cine negro Robert Siodmak, y comenzó a escribir novelas, cuentos y guiones de ciencia ficción en Alemania en los años 30 del siglo pasado. Huyendo de las turbulencias políticas que estaba viviendo su país, se trasladó a Estados Unidos a finales de esa década, donde alcanzó gran notoriedad con el guion de “El Hombre Lobo” (1941), una de las grandes cintas de monstruos de Universal. En total, Siodmak colaboró ​​en 18 películas de CF y dos telefilms y dirigió una serie de televisión. Muchas de sus ideas se han venido usando una y otra vez hasta la actualidad. Por ejemplo, prácticamente inventó el arquetipo del moderno hombre lobo y los conceptos que utilizó en su novela “El Cerebro de Donovan” (1942) también han sido recicladas –o directamente fusiladas- en numerosas ocasiones.

 

Siodmak era conocido por ser un escritor siempre rebosante de ideas, las cuales, además, plasmaba sobre el papel de forma atractiva y coherente. También solía incluir bastante tecnocháchara en sus guiones, a veces incluso con cierta base real. De hecho, parte del encanto de “La Tierra contra los Platillos Volantes” reside en la inventiva de Siodmak, que salpicó la trama de todo tipo de inventos y dispositivos novedosos: campos de fuerza, ordenadores gigantes, un artefacto capaz de leer y ordenar toda la información de un cerebro humano, cascos que amplifican los sentidos, pistolas de rayos, destellantes generadores de Van Der Graaf…

 

Para ser sinceros, sus ideas solían ser mejores que sus guiones, razón por la cual se le suele ver acreditado principalmente como coguionista. De hecho, en esta ocasión el libreto que presentó no convenció a Harryhausen, que llamó a su segunda opción, George Worthing Yates. Nacido en 1901, Yates empezó a escribir cuentos y tratamientos de guion ya en los años 20, cuando uno de sus westerns fue llevado al cine. De 1938 a 1954 escribió una docena de guiones, sobre todo westerns de serie B, pero también dramas criminales y aventuras exóticas. En los años 30 y 40 publicó, a veces bajo seudónimo, unas cuantas novelas de misterio. Y fue ya en los 50 cuando encontró su auténtica vocación: guionista de CF. Escribió el primer tratamiento de “La Humanidad en Peligro” (1954) y luego trabajó en “La Conquista del Espacio” (1955), “Surgió del Fondo del Mar”, “El Asombroso Hombre Creciente” (1957), “La Rebelión de los Muñecos” (1958), “The Flame Barrier” (1958), “La Guerra de la Bestia Gigante” (1958), “Space Master X-7” (1958), “Frankenstein 1970” (1958) y “La Araña” (1958), lo que lo hace quizá el guionista de CF más prolífico de la segunda mitad de los 50. Su guion para “La Tierra contra los Platillos Volantes” lo revisó y completó Bernard Gordon.

 

Obviamente, el guion que tenemos aquí no es digno de un Oscar, pero sí es compacto y, con sus 83 minutos, carece de grasa. Comienza casi in medias res y avanza a paso lento pero sostenido de una escena a la siguiente, todas ellas relevantes para la trama. Los personajes son de cartón piedra, pero al menos el guionista se las arregla para ubicarlos ingeniosamente en pequeñas escenas domésticas que establecen un vínculo emocional entre ellos. Por ejemplo, una escena que sirve básicamente para introducir cierta información, tiene lugar durante una distendida barbacoa en la que el general Hanley cena con Russell y Carol. Ese breve momento ayuda a que luego el espectador pueda sentir una ligera –sólo ligera- conmoción al descubrir que los extraterrestres han convertido al militar en un zombi. Otros actores, con lo poco que les ofrece el guion, hacen un trabajo razonablemente bueno, como John Zaremba, que interpreta a otro científico, el professor Kanter, como alguien lo suficientemente afable y humano como para que su muerte tenga cierto significado. No se trata tanto de que el espectador llegue a conocerlos como de la forma en que están escritos sus diálogos y las breves bromas y conversaciones informales que se intercalan entre los momentos de exposición y los de acción.

 

El guion está repleto de agujeros insoslayables. Por ejemplo, el general Hanley sabe perfectamente desde hace semanas que todos los satélites que su hija y Russell llevan semanas enviando al espacio han sido derribados, pero nunca les ha dicho ni una palabra al respecto. Cuando el matrimonio protagonista casi se sale de la carretera a causa del ovni, deciden hacer como que no ha pasado nada, autoconvenciéndose de que ha sido un espejismo compartido. La jerga tecnológica a veces resulta tan ridícula que es divertida: tras matar a uno de los invasores, los científicos llevan su armadura al laboratorio para investigarla e, incapaces de averiguar de qué está hecha, deciden que lo que más se acerca es "electricidad solidificada". La escena continúa con Russell probándose el casco y descubriendo que los extraterrestres ven el mundo de forma diferente a los humanos, algo que no se vuelve a mencionar y que, por tanto, deja a esta escena carente de sentido.

 

En lo que se refiere a películas de invasiones alienígenas, los extraterrestres de “La Tierra contra los Platillos Volantes” figuran entre los más desconcertantes. Al igual que ocurría con Klaatu en “Ultimátum a la Tierra”, al principio se presentan como moralmente ambiguos. Parece como si, cuando aterrizaron por primera vez, el ejército estadounidense hubiera cometido un error garrafal al dispararles sin mediar provocación. Cuando descubrimos que solo querían reunirse con el Dr. Marvin, la sensación es de que los auténticos villanos de la historia son los humanos. Afirman que proceden de un planeta destruido, que vienen en paz y que desean vivir pacíficamente con nosotros. Sin embargo, pronto queda claro que no pretenden tanto ser nuestros invitados como esclavizarnos. Su canto a la paz es simplemente un esfuerzo por lograr imponerse sin violencia. Por supuesto, todo este tira y afloja es solo la antesala del enfrentamiento final, donde toda la sutileza del guion se desvanece.

 

Y es que lo que ha convertido a esta película en un clásico es su último acto cuando, tras seis años esperando desde que el género resucitara en la gran pantalla, el público pudo por fin ver a los militares norteamericanos combatir una invasión alienígena… y ganar. Esto puede sorprender a muchos, pero las invasiones extraterrestres a gran escala no abundaban en absoluto en el cine de CF de los 50. Obviamente, la razón era que esas cintas hubieran necesitado de un presupuesto inalcanzable para los estudios que las producían. La inmensa mayoría de las películas de CF se sacaban adelante con relativamente poco dinero y no contaban con el tiempo ni los recursos como para poner en pantalla nada mínimamente épico, así que la amenaza a combatir solía ser de pequeña escala, consistiendo a menudo en un solo visitante o platillo volante, frecuentemente entrevisto en un plano general antes de que se ocultara en un bosque o el interior de una montaña. La acción solía confinarse a un pequeño pueblo californiano en cuyas cercanías –muchas veces desérticas- llegaba el extraterrestre. De hecho, la otra única película en mostrar una invasión total en el periodo 1950-1956 fue “La Guerra de los Mundos”, en la que los militares no hacían mucho aparte de retirarse, dejando que –como en la novela de H.G.Wells que adaptaba- fuera la Naturaleza la que derrotara a los agresores. Hubo otra película en esos años, “La Humanidad en Peligro”, en la que los protagonistas sí tuvieron que hacer frente a una gran invasión, pero se trataba de hormigas mutadas por la radiación atómica y no de extraterrestres. Por tanto y como decía, “La Tierra contra los Platillos Volantes” fue la primera en la historia del cine de CF en la que los militares repelían un ataque masivo proveniente del espacio exterior.

 

Los ovnis de esta película se cuentan entre los más icónicos de la historia del cine. Como era habitual, las maquetas, en tres escalas diferentes, fueron construidas por el padre de Ray Harryhausen con un diseño muy parecido al de “Ultimátum a la Tierra” e inspirado por los que desde hacía bastantes años adornaban las portadas de las revistas pulp y que, a su vez, modelaron el imaginario colectivo. En este caso, su rasgo diferencial son los perfiles giratorios, que les otorgan un punto extra de dinamismo, les hacen visualmente más interesantes y sugieren algún tipo de sistema de propulsión.

 

Otro aspecto que distingue a estos platillos volantes es que no se posan del todo, sino que se mantienen suspendidos sobre el suelo, extrayendo desde su centro una suerte de "ascensor" que funciona como acceso y tren de aterrizaje. Los efectos visuales que se añadieron a esta parte creaban una sensación de aire ondulante, como el que se puede ver al contemplar el horizonte en un día muy caluroso, representando una especie de escudo magnético que rodea a la nave protegiendo a sus tripulantes mientras se encuentren bajo ella.

 

El gran talento de Ray Harryhausen a la hora de animar sus vehículos y criaturas consistía en dotarles de "personalidad", de auténtica vida, algo que en este caso el animador conseguía mediante la forma de mover a los platillos por el decorado, deslizándose, planeando, esquivando, atacando y forcejeando contra al rayo inventado por los humanos. En las escenas en las que se derrumban monumentos y edificios, Harryhausen añadió cables a cada pequeño fragmento que caía, manteniendo así un estricto control sobre la escena.

 

En relación a esto último, el elemento común a todas las películas de monstruos atómicos e invasores alienígenas en las que participó Harryhausen en esta época fue la amenaza o destrucción de lugares emblemáticos: el redosaurio de “El Monstruo delos Tiempos Remotos” arrasa Nueva York y Coney Island; el pulpo de “Surgió del Fondo del Mar” atacaba el puente Golden Gate; y el Ymir de “A 20 Millones de Millas de la Tierra” (1957) encontraba su fin en el Coliseo de Roma. Sin embargo, las fantasías vandálicas de Harryhausen alcanzaron su apoteosis absoluta en “La Tierra contra los Platillos Volantes”, con los militares derribando las naves extraterrestres sobre Washington D.C. y éstas destruyendo iconos arquitectónicos de la capital. No puede negarse que hay algo hipnótico en esa orgía de destrucción, una fascinación que generaciones de espectadores han sentido hasta el día de hoy.

 

Harryhausen estaba convencido de que, a pesar de las largas horas que pasaba preparando y fotografiando estas secuencias, resultaba más barato que construir grandes maquetas para luego volarlas por los aires, como hizo George Pal en “La Guerra de los Mundos”. A cambio, claro, Harryhausen y el director Sears hubieron de tomar otros atajos en forma de abundante material de archivo, integrado hábilmente en las escenas más dramáticas: cazas P-80 y proyectiles V2, grabaciones militares y de desastres como tormentas o incendios e incluso imágenes recicladas de películas de CF anteriores, como “La Guerra de los Mundos o “Ultimátum a la Tierra”. También es cierto que en otras ocasiones los efectos no resultan del todo convincentes, como cuando los protagonistas corren sin moverse frente a una retroproyección de un incendio forestal. Los trajes “acorazados” de los alienígenas, toscos y mal acabados, son otro de los puntos débiles de la película.

 

Merece también una mención el rápido plano en el que se expone la cabeza de uno de los extraterrestres y cuya forma y rasgos se convertirían en el arquetipo más extendido entre los aficionados a la CF y la Ufología: cráneo de gran tamaño y forma ovalada, ojos grandes y almendrados y boca diminuta. También se dice que pesan poco y que son físicamente frágiles. De los muchos tipos de extraterrestres invasores que se habían visto en el cine de CF hasta entonces, algunos eran simples actores con leotardos (“Asesinos del Espacio”, 1954), otros, personas comunes y corrientes (“La Diabla de Marte”, 1954) y otros, en fin, humanoides con cierto aire monstruoso (“El Enigma de Otro Mundo”, 1951). Muy pocos de esos invasores tenían una anatomía no humanoide (“Invasores de Marte”, “La Guerra de los Mundos”). El extraterrestre que vemos en “La Tierra contra los Platillos Volantes” es una muestra temprana de lo que a no mucho tardar pasaría a ser el “auténtico” aspecto de los visitantes de otros mundos.

 

Aunque es Harryhausen quien suele acumular todos los elogios por "La Tierra contra los Platillos Volantes", debería reconocerse también la contribución del director Fred Sears, que no sólo hace una labor muy eficiente, sino que incluso aporta momentos con cierto estilo apoyado por el director de fotografía Fred Jackman, Jr. Por ejemplo, dentro del OVNI, diseñado por Paul Palmentola e iluminado por Jackman, consigue crear una atmósfera espeluznante. El ángulo de cámara con el que se capta a Morris Ankrum en un contrapicado al ser conectado al inquietante succionador de cerebros que desciende del techo, es una de las imágenes más perdurables del cine de ciencia ficción de los años 50. Igual atmósfera claustrofóbica crea Sears cuando Russell y Carol se quedan enterrados en el búnker. Son pequeños momentos como estos los que sugieren que Fred Sears fue mejor director de lo que sugiere su legado de películas de serie B.

 

Sears nació en 1913 y comenzó su carrera como actor teatral, productor y director, hasta que Sam Katzman lo contrató como “dialogue coach” (el que trabaja con los actores para perfeccionar su habla y que suenen naturales, auténticos y coherentes con el personaje) de Columbia, estudio al que permaneció fiel hasta su prematura muerte en 1958. Trabajó también como actor en pequeños papeles antes de ascender a la dirección en 1949, sobre todo en westerns y thrillers criminales de serie B sin demasiado lustre hasta que Katzman le encargó el programa doble “La Tierra contra los Platillos Volantes” y “Los Colmillos del Lobo”.

 

Se especializó en películas sobre y para adolescentes, como “Teen-Age Crime Wave” (1955), lo que lo convirtió en el candidato natural de Katzman cuando éste firmó un contrato con el músico Bill Haley, cuya cancón “Rock Around the Clock” había tenido un éxito estratosférico tras aparecer en “Semilla de Maldad” (1955), de MGM. La película “Rock Around the Clock” (1956), producida por Columbia, dirigida por Sears y con participación no sólo de Bill Haley and His Comets sino también de los Platters, Alan Freed, Tony Martínez y Freddie Bell, suele ser considerada como el primer musical de rock y se convirtió en toda una sensación, recaudando 4 millones de dólares. Sin embargo, encasillado en el cine de serie B, Sears no fue capaz de capitalizar ese éxito. Katzman trató de repetir la fortuna obtenida por “La Tierra contra los Platillos Volantes” y en 1957, encargó a Sears que dirigiera otro programa doble de CF: “The Giant Claw” y “The Night the World Exploded”. La primera fue calificada, y con razón, como fracaso hilarante gracias a la amenaza que le da título: un pájaro gigante de aspecto desconcertante. De hecho, el resto de la película está a un nivel equivalente al de “La Tierra contra los Platillos Volantes”, pero Katzman optó en esta ocasión por mostrarse tacaño y subcontrató la elaboración y animación del monstruo a una pequeña empresa mexicana. El resultado, no hace falta ni decirlo, no tuvo nada que ver con lo conseguido por Ray Harryhausen.

 

El sonido de la película también es digno de mención. La banda sonora está repleta de sonidos aterradores cortesía del ingeniero de sonido J.S. Westmoreland. Gran parte de esos sonidos se improvisaron sobre la marcha. Por ejemplo, el de los ovnis volando se grabó en la planta depuradora donde se filmaron las escenas del laboratorio subterráneo. Westmoreland registró el sonido de las aguas residuales al correr por las tuberías y lo modificó para lograr el efecto deseado. De hecho, esta es una de las pocas películas de ciencia ficción de los años 50 que ganó un premio, el Golden Reel Award, a la mejor edición de sonido, otorgado por la Motion Picture Sound Editors en 1957.

 

En cuanto a los actores protagonistas, cualquier aficionado al cine de los 50 reconocerá seguramente el rostro de Hugh Marlowe, que interpretó al novio entrometido de “Ultimátum a la Tierra”, así como al ex de Ginger Rogers en la comedia “Me Siento Rejuvenecer” (1952), donde compartió cartel con Cary Grant y Marilyn Monroe. Participó también en “Cita en San Luis” (1944) o “Eva al Desnudo” (1950) antes de encarnar al héroe protagonista en dos películas de CF de 1956: “Mundo Sin Fin” y “La Tierra contra los Platillos Volantes”. Fue uno de esos actores, no inmortales pero sí reconocibles, que estuvo trabajando ininterrumpidamente hasta su muerte en 1982, ya fuera en el cine o la televisión.

 

Joan Taylor, cuyo auténtico nombre era el de Rose Emma, provenía de una familia vinculada al mundo del espectáculo. Su padre era maestro de atrezzo y su madre cantante y bailarina de vodevil. Poco después de nacer ella, su asumió la gerencia de un cine, lugar en el que nació de la pasión de la joven por ese mundo. Tras estudiar danza en Chicago, se trasladó a Los Angeles, donde empezó a trabajar en la Pasadena Playhouse. un teatro fundado en 1917 y que hoy tiene renombre internacional. A los 20 años, debutó en el western “El Último Hombre del Valle” (1949), junto a Randolph Scott. Al año siguiente, se casó con el escritor y productor Leonard Freeman, que más tarde sería nominado en tres ocasiones a los Emmy y que fue el creador de la popular serie “Hawaii 5-0” (1968-1980).

 

Paramount rápidamente contrató a Taylor como parte de su llamado "Círculo Dorado" de nuevas estrellas, y fue una de las muchas aspirantes a starlets cuyas piernas, se decía, estaban aseguradas por una cantidad absurda de dinero, un truco publicitario común en aquellos tiempos y que hoy en día tiene un tufillo sexista. Sin embargo, aunque interpretó papeles principales con cierta regularidad, nunca superó los límites de la serie B y hoy es sobre todo conocida por su participación en la película que nos ocupa y en otra producción antes mencionada de Schneer/Harryhausen para Columbia: “A 20 Millones de Millas de la Tierra”. Un año después, se pasó a la televisión, donde fue una popular estrella invitada de diferentes series hasta conseguir un papel recurrente en “El Hombre del Rifle” (1960-62), una serie familiar de vaqueros.

 

Sin embargo, una vez vencido su contrato de dos años, abandonó abruptamente su carrera como actriz en 1963 para cuidar de su hijo. En 1968, los Freeman se mudaron a Hawái para supervisar de cerca la mencionada serie de Leonard, “Hawaii 5-0”, y tras el fallecimiento de éste en 1973, Joan continuó dirigiendo el negocio. Más tarde, probó suerte como guionista y cosechó cierto éxito con “Sólo los Tontos se Enamoran” (1997), una comedia romántica protagonizada por Salma Hayek y Matthew Perry. Joan Taylor falleció en 2012, a los 82 años.

 

Los comentaristas suelen ver todas estas películas de CF sobre invasiones extraterrestres, ya sean ruidosas o silenciosas, aplicando el siniestro filtro del macartismo y su paranoia contra las infiltraciones comunistas. Sin embargo, más allá de la ineludible conexión que el público estableció entre los platillos volantes y los rusos, “La Tierra contra los Platillos Volantes” no parece tener ningún mensaje político, ni explícito ni oculto. Es puro entretenimiento, sin subtexto de ningún tipo, una aventura emocionante pensada para atraer a los espectadores más jóvenes. Quizás esta sea una de las razones por las que hoy sigue siendo tan entretenida.

 

“La Tierra contra los Platillos Volantes” fue otro éxito para Schneer, Harryhausen y Columbia. Sobre un presupuesto de 150.000 dólares, recaudó 1.25 millones, lo que animó al productor a independizarse de Sam Katzman y establecer su propia compañía, Morningside Productions.

 

El apogeo de las películas de platillos volantes duró desde aproximadamente 1951 hasta 1956. En 1955, Universal apostó fuerte por “Regreso a la Tierra” y, aunque recuperó el dinero invertido, no fue el éxito de taquilla que el estudio esperaba. Después, los grandes estudios perdieron el interés no solo en los platillos volantes sino en la CF en general. Si bien todavía se produjeron un par de clásicos, la producción del género en Hollywood en la segunda mitad de los años 50 estuvo dominada por compañías de segunda fila, independientes y con presupuestos reducidos. Así que “La Tierra contra los Platillos Volantes”, la respuesta belicista a “Ultimátum a la Tierra”, fue el último éxito de un subgénero que, en el lapso de solo cuatro años (1951-1954), había dado un puñado de los clásicos más perdurables de la ciencia ficción cinematográfica.

 

No es esta ninguna obra maestra, pero los actores interpretan el material con el equilibrio justo de seriedad y entusiasmo, los platillos volantes de Harryhausen hicieron historia del cine y la dirección de Fred Sears mantiene un ritmo ágil de principio a fin. No se le puede pedir más de lo que es: una aventura de ciencia ficción de bajo presupuesto. Pero está resuelta con suficiente coraje, energía y pericia técnica como para recordarnos lo disfrutable que puede llegar a ser una película de serie B. En este caso, además, demostró tener una influencia que nadie entonces hubiera imaginado. A menudo es la primera película que viene a la mente cuando se habla de platillos volantes y, como he apuntado, los que creó y animó Harryhausen para esta cinta son quizá los más icónicos del cine. La ya legendaria “Independence Day” (1996), de Roland Emmerich, es básicamente una actualización con grandes medios y presupuesto, como lo fue también, aunque con un enfoque satírico, “Mars Attacks” (1996), de Tim Burton.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario