Tengo que decir que no soy muy aficionado a la adaptación al comic de obras literarias. En el caso de conocer la novela o cuento, su adaptación deja de interesarme no sólo porque no me reserve ninguna sorpresa (dado que sé de antemano la premisa, el argumento, los personajes y el desenlace), sino porque, forzosamente, el autor se ve obligado a recortar y modificar el material original con el fin, precisamente, de adaptarlo. Si desconozco la obra fuente, siempre prefiero acudir a ella antes que a una traslación a otro formato.
Pero, como todo en la vida, hay excepciones. Y éstas son aquellas en las que el autor de comic realiza un trabajo inusualmente brillante en el plano gráfico o narrativo, consiguiendo una obra con peso propio y autónomo de la fuente, que amerita una lectura en base a virtudes relacionadas con el manejo del lenguaje propio del medio y que, por consiguiente, no se encontraban en el texto original. También puede el autor llevarse a su terreno la historia elegida y actualizarla o retorcerla en mayor o menor medida para introducir nuevos temas o mensajes. Y, por último, están aquéllas que, simplemente, están tan bien dibujadas que cuesta resistirse a ellas, independientemente del interés del material que escogen para su adaptación. Ese es el caso del comic que ahora nos ocupa.
Hay que admitir que la selección de cuentos de Asimov elegidos
para este volumen (editado originalmente por Bruguera dentro de su efímera
colección “Firmado por...”), desde luego no se halla entre lo más granado o
conocido de su extensísima bibliografía. Por otra parte, y debido a su propia
naturaleza, un cuento tiene muchas limitaciones a la hora de caracterizar
adecuadamente a sus personajes y suele poner más énfasis en la premisa y el
desenlace que en la propia historia. Por eso es tan importante que el diseño,
el ritmo y la narrativa compensen la carencia de personajes con peso. Y, en
este sentido, Fernando Fernández demuestra estar a la altura del desafío.
“Asnos Estúpidos” es una simple anécdota de tres páginas y once viñetas en la que se quiere resaltar, sin mucha sutileza o ingenio, la imbecilidad humana una vez alcanzada la era nuclear.
“Una Estratagema Inédita” tiene mayor interés. En primer
lugar, porque está realizada a lápiz sin entintar y ello nos da una excelente
visión de la minuciosidad con la que trabajaba Fernández. Y, en segundo lugar,
por la intrigante premisa que plantea. Un criminal huye de la policía saltando
en el tiempo a un año en el que su delito ha prescrito. Mientras el crimen
cotidiano campa a sus anchas en las calles de las ciudades sin que nadie le
preste la debida atención, en la sala del tribunal, abogado defensor y fiscal
tratan de argumentar durante tres páginas sus respectivas posturas ante una
tesitura que ha propiciado la ciencia, pero para la que ley no tiene todavía
solución. De nuevo, la propia extensión de la historia no permite un mínimo
retrato de personajes, pero es que tampoco se remata de forma interesante u
original.
Otro delincuente es el protagonista de “Luz Estelar” que, junto a un compinche, planea utilizar los desarrollos que éste ha conseguido en computación y navegación estelar para dar un salto al hiperespacio que les lleve más allá de cualquier posibilidad de ser atrapados por las autoridades que les persiguen. Su traición y codicia le llevará a la muerte fruto de una desgraciada (o afortunada, según el punto de vista) casualidad.
“¿Le Importa a una Abeja?” recoge la idea de los alienígenas
presentes entre nosotros desde el alba de la civilización, guiando sutil y
secretamente nuestros pasos para encaminarnos hacia las estrellas. En el
futuro, llegado el momento de salir de su estadio de “larva” y completada su
misión, uno de estos seres con cascarón humano contempla anhelante el cosmos
esperando la señal de vuelta a su hogar.
“Versos Luminosos” es la adaptación de uno de los cuentos de robots de Asimov, protagonizado por una virtuosa intérprete de una forma de arte que consiste en la generación de hologramas abstractos a través de la música y que trata con exquisita cortesía a los robots de su propiedad, negándose a que los más obsoletos sean sustituidos, reparados o actualizados. Una noche, la fiesta que da con ocasión de uno de sus recitales termina en asesinato. Se trata de una fábula con moraleja que quizá el propio Asimov pensaba podía aplicarse sobre sí mismo: aquellos rasgos peculiares que algunos contemplan como anormalidades a eliminar, pueden ser la raíz de la genialidad.
En “La Amenaza de Calixto”, una tripulación de veteranos
astronautas se dirige a esa luna de Júpiter para desentrañar el enigma de la
desaparición de siete expediciones anteriores. Durante el trayecto, descubren a
un joven polizón embarcado en Ganímedes y con sed de aventuras. Aunque todos
tratan de protegerlo y ocultarle el peligro al que se enfrentan, será él el
héroe del día. Se trata, a mi juicio, del segmento de menor interés no sólo por
la historia sino porque la técnica de aguada y tonos de grises no le luce a Fernández
tan bien como la que combina su fina línea con volúmenes de blancos y negros.
“Multivac” presenta una situación inquietantemente profética en nuestra era de internet, inteligencias artificiales, dependencia de los sistemas informáticos y adicciones a la tecnología. El ordenador del título es omnipresente en la sociedad del futuro: no sólo controla todos los aspectos de la misma, desde la educación a la economía o la sanidad pasando por la ciencia o la psicología, sino que todos los ciudadanos lo “alimentan” obligatoriamente con sus datos e informaciones personales y hasta íntimas: ambiciones profesionales, envidias, infidelidades conyugales, inseguridades, paranoias, obsesiones… Con todo ese inmenso caudal de información, el ordenador brinda luego consejos y orientaciones psicológicas… pero también vigila a la población, detectando potenciales criminales y delatándolos ante las autoridades. Cuando un ciudadano aparentemente inocente es marcado por Multivac como posible asesino, se toman las medidas pertinentes. Su hijo, que siendo menor de edad aún no ha entrado en el sistema, inicia una misión personal para averiguar lo ocurrido y, si es posible, enmendarlo.
El último cuento, “2430 D.D.C”, es una crítica teñida de melancolía a la destrucción del medio ambiente por parte de una sociedad alienada de la Naturaleza y obsesionada por un enfermizo ideal de perfección encarnado por lo artificial.
Los autores de comic que abordan el género de la CF deben
enfrentarse al desafío de diseñar un entorno futurista (arquitectura, vestuario,
tecnología de todo tipo…) que resulte verosímil y acorde a la historia a tratar.
Muy a menudo, quienes tienen menos talento o creatividad, recurren a una serie
de clichés ya bien asentados desde hace un siglo gracias a los ilustradores de
las revistas pulp norteamericanas y que fueron reforzados a mitad de la centuria
pasada por iconos instantáneos de la cultura popular como “Star Trek” o “Star
Wars”. Pero también, aunque en menor número, los hay que se atreven a retorcer
el canon visual o incluso romperlo, ofreciendo una interpretación del futuro en
el que prima la estética y la visión personal por encima de la factibilidad o
siquiera la verosimilitud. Ese es el caso de Fernando Fernández que, en esta
ocasión, decide aparcar el color utilizado en sus anteriores “Drácula” o “Zora
y los Hibernautas” y limitarse al blanco y negro.
Lejos de las configuraciones geométricas, las superficies pulidas y brillantes, los diseños funcionales y las formas reconocibles como evolución de las presentes, Fernández opta por imaginar unos artefactos que casi parecen tener mejor encaje en un mundo de fantasía onírica, de formas barrocas, orgánicas y redondeadas, con extensiones y apéndices sin función aparente y que parecen envolver y empequeñecer a los humanos que los manejan, como si fueran una suerte de criaturas con vida propia. Lo mismo puede decirse de las ciudades, opresivas y abarrotadas, con grandes moles que transmiten una sensación de asfixia y vértigo. Todo lo contrario que las formas sinuosas, complejas y cautivadoras que salen del instrumento de hologramas de “Versos Luminosos”, donde el artista, además, demuestra lo bien que maneja la belleza femenina.
Su línea combina elegancia y energía y, según las
necesidades del relato o la escena, lírica o contundente, realista o grotesca.
Su aproximación gráfica varía también de acuerdo a la ambientación y tono de la
historia. “¿Le importa a una abeja?”, por ejemplo, transcurre no sólo en el
espacio sino en los trabajos de ensamblaje de una nave espacial, así que
Fernández, además de incluir las obligatorias masas de negro salpicado de
estrellas, utiliza un dibujo más “tosco”, “sucio” y rotundo que refleja ese entorno
de “fábrica en el espacio”. En cambio, “Versos Luminosos” es, haciendo honor al
título, principalmente “luz”, esto es, masas de blanco surcadas por finas
líneas de trazo muy elegante que remiten a un ambiente artístico frecuentado
por urbanitas sofisticados.
Sin caer en la experimentación o la extravagancia que obliguen al lector a realizar un esfuerzo para ordenar los elementos de la página, Fernández juega con las disposiciones de las viñetas y utiliza ciertos recursos narrativos, como el raccord espacial y/o temporal, para potenciar la sensación de movimiento, por ejemplo, o aumentar la cantidad de información que se transmite al lector. Cada cuento tiene una composición única y refleja el esfuerzo del autor por renegar de las fórmulas sencillas o ese pilotaje automático que da la experiencia.
Un comic que, sin ser excepcional, sí ofrece una amena lectura a base de piezas breves de sencilla digestión y giro final con sorpresa. El conjunto de historias, bien ambientadas en distopías urbanas o el espacio exterior, incluye un amplio rango temático que va desde la preocupación medioambiental a la relación del hombre con la tecnología, pasando por los desafíos que los nuevos descubrimientos científicos plantean a la sociedad, las utopías aberrantes, la obsesión por convertir el arte en mera matemática, la justicia artificial o los contactos con seres alienígenas, ya sean benevolentes u hostiles.
Obviamente y como suele pasar con este tipo de obras, la calidad de los diferentes capítulos es algo irregular, aunque más achacable a la fuente original que al trabajo de adaptación de Fernández. Éste, por su parte –y, repito, quizá con la excepción de algunas páginas de “La Amenaza de Calixto”-, mantiene un nivel gráfico muy notable y personal y es quien sin duda aconseja la lectura de este volumen que, en otras manos, habría resultado un comic mucho más banal.
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