El título de este libro, la sexta novela de su autor, es de los más equívocos de la CF. Porque aunque Clifford D.Simak escribió unas cuentas novelas y relatos sobre el viaje temporal, esta, pese a lo que parece indicar su título, no fue uno de ellos. El título en su publicación original como serial para la revista “Analog Science Fiction and Fact” entre mayo y julio de 1961, fue “The Fisherman” (“El Pescador”), que tampoco da precisamente una pista clara acerca de lo que trata, como tampoco las ilustraciones de portada de las muchas ediciones internacionales que han aparecido de la novela.
La
historia transcurre en un futuro indeterminado, lo suficientemente cercano como
para contener abundantes elementos reconocibles, pero al mismo tiempo lo
suficientemente lejano como para que los coches voladores sean algo de lo más
corriente. Si bien se ha producido un indudable progreso tecnológico, hay un
campo que ha permanecido inaccesible a todos los esfuerzos realizados durante
siglos: la exploración espacial mediante naves tripuladas, debido a la
imposibilidad de proteger a los astronautas de la radiación cósmica del
cinturón de Van Allen que rodea la Tierra.
Sin
embargo, se ha desarrollado un método alternativo para explorar mundos remotos
utilizando individuos con poderes paranormales. Simak relaciona ese fenómeno
con diversos aspectos de la tradición esotérica, desde el chamanismo a los
curanderos pasando por los magos. Pero, a diferencia de la frecuente
polarización que se plantea entre ciencia y religión/magia, Simak insiste en
que estas habilidades son, en el fondo, "científicas": “En el pasado hubo muchos que dijeron que el
género humano se había encontrado con el camino de su vida bifurcado en dos
vías: una marcada con el letrero de la «Magia» y otra con el de la «Ciencia», y
el hombre había escogido el de la Ciencia para seguir adelante, dejando y
olvidando a un lado la otra vía de la Magia. Y muchos también expresaron su
opinión de que el hombre había cometido un gravísimo error al hacer la elección
del camino. “¡Qué lejos habríamos llegado - dijeron - si hubiéramos elegido el
camino de la Magia primero!” Pero en realidad no tenían razón, ya que nunca
hubo dos caminos, siempre había existido uno. El Hombre tenía primero que
dominar la Ciencia para poder después hacerse dueño de lo mágico, aunque era
bien cierto que en el primer estado del dominio de la ciencia, se considerase a
lo mágico como risible y despreciable”.
Aquellos
que supieron ver ese camino fueron al principio pocos y dispersos por todo el
mundo, luchando sin éxito por conseguir financiación para sus investigaciones.
Hasta que: “un país de gran corazón,
México, les invitó a ir, desarrollando en su interior una gran
Institución, proveyéndoles de dinero en abundancia, alentando la constitución
de un gran Centro de Estudios y un gran laboratorio. Además, fueron
alentados con la riqueza de la ayuda moral, en vez de la burla y el desprecio
que habían estado recibiendo hasta entonces por el resto de sus
compatriotas y de casi todo el mundo”.
De ese laboratorio inicial nació El Anzuelo, una institución localizada en el norte de México que comenzó centrada en el estudio y la investigación. Su descubrimiento más importante fue que los "PK” (de ParaKinos o Paranormal-Kinéticos) eran capaces de proyectar sus mentes saltando las barreras del tiempo y el espacio y, de una forma no muy claramente explicada, interactuar con el entorno extraterrestre e incluso recoger especímenes o muestras mientras sus cuerpos estaban a salvo conectados a unas “maquinas estelares” en las instalaciones principales del Anzuelo.
Con el
tiempo, la naturaleza del Anzuelo se corrompió o, como mínimo, sustituyó su
interés por el conocimiento por el lucro económico y el control
político-social. Convertida ya en una gran corporación monopolística, utiliza
lo que sus exploradores PK traen de sus viajes para desarrollar tecnologías, nuevos
materiales, alimentos y bienes de consumo que han cambiado profundamente la
sociedad y la economía mundiales. Uno de los personajes, que se dedica a los
negocios, se queja amargamente durante una fiesta: “Están quebrantando y arruinando la estructura comercial, tan
cuidadosamente edificada y estatuida. Nos están arruinando, lenta e
inexorablemente, no a todos de una vez, sino a uno por uno. Tengamos, por
ejemplo, ese llamado «carnicero vegetal». Usted planta una fila de semillas y
más tarde usted llega y las arranca y donde pensaba encontrarse con patatas, en
lugar de patatas iene usted un concentrado de proteínas (…) ¡y los granjeros! Y
los trabajadores de los mataderos. Sin mencionar los intereses del empaquetamiento,
envíos, etc. (…) Los negocios constituyen la sangre del cuerpo de nuestra
sociedad. Destrúyalos y habrá destruido al hombre mismo (…) La historia
demuestra la posición preeminente del comercialismo. Ha construido el mundo
como permanece hasta el día de hoy. Descubrió y abrió vías de progreso con sus
pioneros, erigió las factorías…”.
Pero es
que los avances en la detección de individuos con habilidades paranormales y su
adiestramiento en el uso de las mismas han tenido otro efecto secundario
adverso: la mayoría de los humanos no dotados de esas capacidades, han
involucionado a una mentalidad supersticiosa, casi medieval, equiparando los
poderes telepáticos y telequinéticos con la brujería. Fuera de las enormes y
bien protegidas instalaciones de El Anzuelo, quienes poseen destrezas
paranormales, son víctimas de los prejuicios, perseguidos y linchados como lo
fueron las brujas de antaño.
El
protagonista es Shepherd Blaine, uno de los empleados PK del Anzuelo, cuyo
trabajo consiste en “visitar” planetas que orbitan estrellas distantes. En el
curso de una de sus misiones, establece contacto con una misteriosa forma de
vida extraterrestre con la que se comunica telepáticamente. Aunque no es su
primer encuentro con un alienígena, este sí cambiará su vida para siempre
porque la criatura comparte abiertamente su mente con Blaine, depositando en su
psique una parte de sí mismo. Esta mente alienígena permanece en su cerebro
incluso después de que su consciencia regrese a la Tierra, convirtiéndolo esencialmente
en un ser mestizo humano-alienígena. Temiendo que esa fusión sea detectada por
sus empleadores y ser consecuentemente considerado un peligro y eliminado, Blaine
huye para salvar su vida.
Comienza entonces una larga huida de los agentes del Anzuelo por Dakota del Sur, durante la cual Blaine recibirá ayuda y será traicionado por quien menos lo espera, será acorralado y casi linchado, encontrará almas gemelas, escapará in extremis varias veces, experimentará de primera mano la vida de marginación de los PK en las comunidades rurales del interior de Estados Unidos y descubrirá que posee nuevas capacidades gracias al “residuo” alien de su mente, como acelerar o frenar el avance del tiempo o adivinar la historia de un objeto con sólo mirarlo.
Pero sobre
todo, cuando descubra que otro antiguo ex empleado del Anzuelo, Lambert Finn
–quien también volvió de una de sus exploraciones “contaminado” por un
alienígena, pero de naturaleza muy diferente-, reconvertido en un exaltado
predicador de odio, está planeando un genocidio contra todos los PKs del mundo,
decidirá asumir como propia la causa opuesta: “no había derecho, pensó, que todos los privilegios de la condición
Paranormal-Kinética (PK), pudiesen permanecer por siempre controlados y sujetos
por un monopolio, que en el curso de cien años de existencia había hecho perder
el fervor de su creencia y su fuerza de propósito humano en una especie de
mezquino comercialismo, que jamás en toda la anterior historia del hombre se
había conocido. Por todas las reglas de decencia, los parakinéticos eran
poderes paranormales que pertenecían al Hombre en sí mismo, no a una banda ni a
un grupo de hombres ni aun a sus descubridores, a sus herederos y continuadores
de tales herederos, por el hecho de haberlos descubierto, y no podía
consentirse que en ningún caso fuese la labor de un reducido grupo de hombres
solamente. Era algo que debía existir dentro del más amplio dominio público.
Era un fenómeno verdaderamente natural, más peculiarmente una fuente de
recursos y de poderes naturales, que lo que podían ser el aire o el agua”.
He
dicho al principio que esta no es una novela de viajes en el Tiempo. Entonces,
¿a qué obedece su título? Pues a que Simak introduce algunas reflexiones respecto
a esa dimensión física. Los viajes temporales, independientemente de cómo se
definan y el uso narrativo que se les de, son arenas movedizas para cualquier
escritor. Se sienten atraídos por el concepto y, la mayoría de ellos, acaban
enredados en un sinfín de paradojas e incoherencias. Pues bien, en un momento
determinado de la trama, Blaine utiliza sus nuevos poderes derivados del
conocimiento aportado por el alienígena que “mora” en su cerebro, para
retroceder en el tiempo y escapar de una turbamulta que pretende lincharle.
Simak aprovecha entonces para reflexionar sobre el Tiempo casi de forma
solipsista, una meditación original y poética, inquietante, sombría y
melancólica sin dejar de mirar al futuro con una actitud positiva y resuelta.
“Era como encontrarse en un mundo donde
toda vida ha desaparecido. Aquello era el pasado, un pasado muerto, y allí
sólo había cadáveres, aunque quizá no serían ni cadáveres, sino más bien
los fantasmas de tales cadáveres. La vida no estaba allí, estaba más
adelante. La vida tiene que ocupar un simple punto en el tiempo, y el tiempo se mueve
hacia delante, y con él la vida. «Por tanto, se había marchado, pensó
Blaine, toda posibilidad de que el hombre pudiera visitar el pasado y vivir
en la acción y en el pensamiento de los hombres que hacía tiempo ya, sólo
eran polvo y cenizas». El pasado viviente no existía. El único punto
válido para la vida era el presente, una vida que se mueve, que conserva su paso
hacia delante y que una vez que ha pasado, desaparece perdiéndose
cuidadosamente todas las trazas de su existencia. Había, sin embargo, algo
básico, como la Tierra en sí misma, que existía a través de cualquier punto de
referencia en el tiempo, sosteniendo una especie de limitada eternidad para
proveer de una sólida base a la vida en que desarrollarse. Pero lo muerto,
aquello quedaba en el pasado, como los fantasmas y los espíritus. (…) Era él, por tanto, según pudo comprobar con un
fuerte estremecimiento, la única cosa viviente que existía en aquel momento
sobre el mundo. Sólo él y ninguna otra cosa más”.
Aunque
la trama incluye pasajes como el anterior relacionados con los viajes por el
Tiempo y el Espacio, el auténtico foco de la misma se sitúa en lo paranormal.
Los personajes del libro exhiben una amplia gama de poderes y habilidades,
aunque Simak es impreciso en las descripciones de las mismas. En lugar de limitarse
a decir que el protagonista, gracias a la presencia en su mente del alienígena,
ha adquirido ciertos poderes excepcionales, habría sido más útil una
explicación más detallada y una descripción vívida de esa experiencia. Como
suele ser el caso de las novelas de Simak, ésta concentra muchas ideas, quizá
demasiadas, en un solo libro, lo que significa que no todas ellas están
convenientemente desarrolladas. Aunque sus especulaciones científicas no son
tan torpes como para que la historia se deslice al terreno de la fantasía
cuando no la insensatez (como es el caso de su novela “La Autopista de la
Eternidad”), lo verdaderamente interesante son sus conjeturas sobre las
consecuencias sociales y políticas que tendría la existencia de un amplio
colectivo con poderes mentales.
De
hecho, aunque Simak no siempre solía introducir temas sociales en sus obras y
cuando lo hacía era con sutileza, en “El Tiempo es lo Más Simple” se muestra
mucho más abierto, agresivo incluso, en este aspecto, tal y como demuestra la
cantidad de violencia que va encontrando el protagonista a su paso y que
incluye peleas, asesinatos, linchamientos o suicidios. Y ello quizá sea un
reflejo de la preocupación y mal sabor de boca que en el autor causaba un
cáncer que devoraba su país. En la novela, aborda temas interesantes como los
peligros del monopolio tecnológico no sólo en el ámbito económico, sino en el
social; el mal uso de la tecnología y el dominio que sobre ella ejerce una
élite corporativa o el origen de las supersticiones. Pero, desde luego, el
principal es el miedo al Otro que genera la ignorancia y que adopta la forma de
prejuicios, desconfianza, paranoia y violencia.
“El
Tiempo es lo Más Simple” bebe de la sensibilidad de una época y un lugar muy
concretos. A finales de la década de 1950, el Movimiento por los Derechos
Civiles en Estados Unidos se intensificó notablemente, pasando de acciones
aisladas a un movimiento de masas coordinado y de amplia visibilidad. Fue entonces
cuando empezaron a tener lugar actos de resistencia a la segregación y la
búsqueda de la igualdad en la educación y la vida pública. En 1957 se produjo
el caso de los Nueve de Little Rock: nueve estudiantes afroamericanos
intentaron inscribirse en un instituto de Arkansas, oponiéndose a ello el
gobernador del Estado y movilizando a la Guardia Nacional para impedir su
entrada en el edificio. En respuesta, el presidente Eisenhower envió tropas del
ejército federal para escoltar a los estudiantes y asegurar su acceso a la
escuela. El mismo año, Martin Luther King Jr y otros líderes de la iglesia
negra fundaron la SCLC (Southern Christian Leadership Conference) para
coordinar las protestas y boicots no violentos en todo el sur. También el mismo
año s
e aprobó la Ley de Derechos Civiles, que, aunque limitada, sentó un
precedente importante para futuras legislaciones. Y en 1960, se produjeron las
Sentadas de Greensboro, cuando cuatro universitarios negros se sentaron en el
mostrador "solo para blancos" de un restaurante de Woolworth's en
Greensboro, Carolina del Norte, para protestar contra la segregación, un acto pacífico
y valiente que inspiró una ola de imitadores por todo el Sur. Dos años más
tarde, King pronunciaría su célebre discurso “Tengo un Sueño”.
A nadie
mínimamente avispado se le escapará que los PKs de “El Tiempo es lo Más Simple”
son una metáfora de la marginación que sufría la población negra estadounidense
en aquellos años. Pero su mensaje no ha perdido relevancia y hoy puede
interpretarse en clave de cualquier otro colectivo discriminado por el color de
su piel, su orientación sexual, su religión o su etnia. Simak, por ejemplo, nos
dice: “En aquellas poblaciones existía
una riqueza fabulosa de capacidades perdidas y estériles, capacidades y genio
que el mundo podría usar; pero que ignoraba a causa de la intolerancia y el
odio que se había levantado contra la verdadera gente capacitada para ello”.
O, más adelante en el libro: “Algún día
(…) el mundo miraría asombrado ante la locura de entonces, ante la ceguera, la
estupidez y la fanática intolerancia. Algún día llegaría la hora feliz de la
reivindicación deseada. Y el reposo y la claridad mental de las gentes”. Y
luego: “La oscuridad mezquina de la
mente, la aridez y frialdad del pensamiento y la trivialidad de los propósitos…
Aquellos eran los hombres-lobo del mundo”.
Es
increíble la precisión con la que Simak describió (en forma metafórica, claro)
el fenómeno que sólo diez años después el sociólogo Alvin Toffler describiría
como “Future Shock”, “El shock del futuro", esto es, la incapacidad de las
personas para adaptarse a un mundo en rápido y continuo cambio gracias a la ciencia
y la tecnología. En la novela, parte de la población cae en una tecnofobia que,
a su vez, propicia el retroceso de los valores morales y el resurgimiento de
prejuicios y supersticiones olvidados desde la Edad Media.
No es
extraño que esto nos resulte familiar. Para el ciudadano medio, las maravillas
alienígenas traídas a la Tierra por los exploradores del Anzuelo no difieren tanto
de tecnologías como la de los procesadores cuánticos o la ingeniería genética. El
Shock del Futuro conduce en la historia a una xenofobia primordial y al rechazo
de cualquier nueva tendencia. Así, los hechizos cabalísticos contra los malos
espíritus, la influencia diabólica y la magia negra están pintados en cada
puerta y ventana. Y a los Paranormales, la próxima generación de la humanidad, se
les dispensa el trato que en el Medievo se le aplicaba a las “brujas” y los
“licántropos”. Por el momento, nuestra sociedad, inmersa en un torbellino de
avances tecnológicos a los que es difícil seguir el ritmo, no ha generado una
inquisición que persiga a científicos e inventores… al menos oficialmente,
porque todos sabemos que en esa inmensa jaula de grillos que son las redes
sociales son particularmente ruidosos los sectores más conspiranoicos,
maguferos y anticientíficos dispuestos a cargar contra cualquier desarrollo
científico o tecnológico que no sean capaces de comprender o asimilar.
Simak
era una especie de agradable oasis dentro de la CF contemporánea no por su
prosa clara, directa y accesible, sino por lo que podría calificarse estilo
“pastoral”. A diferencia de la Ciencia Ficción "dura" y su
sofisticada jerga técnica o la space opera y sus imperios galácticos y batallas
espaciales, Simak gustaba de ambientar sus historias en entornos rurales,
granjas o pequeñas comunidades. Es el caso de “El Tiempo es lo Más Simple”,
cuyo héroe, una vez huye de las instalaciones de El Anzuelo, se pasa el libro vagabundeando por pueblos agrícolas, bosques, prados y montañas que el escritor
describe con evidente mimo. Este enfoque crea un contraste interesante entre lo
familiar y lo fantástico, dándole a sus historias de CF un tono más íntimo.
Para recordarnos que estamos en el futuro, Simak va introduciendo determinados artefactos de tecnología futurista, como los mencionados coches voladores; los “dimensinos”, que son básicamente sistemas domésticos de realidad virtual u hologramas; la Gobatianina, un medicamento para sanar cuerpos destrozados descubierto por una raza de insectos guerreros alienígenas; o la piel de una criatura extraterrestre, fina, cálida y liviana, que parece una manta pero que es en realidad una trampa mortal. Por otra parte, los “factores” o puestos comerciales que el Anzuelo tiene en todas las poblaciones, cuentan con una suerte de “transportadores” con los que pueden recibir desde cualquier otro almacen del mundo cualquier mercancía que se les pida, eliminando la necesidad de tener existencias físicas e inaugurando de esta forma la era del comercio global e instantáneo.
El estilo
de escritura de Simak es sencillo, lírico, limpio y perfectamente legible, y
aun así capaz de ofrecer frases brillantes como: “un rostro que parecía un lugar donde las gallinas escarbaban en busca
de larvas y gusanos”. Acuña neologismos para satisfacer sus necesidades
dramáticas y, al igual que había hecho Alfred Bester en su obra maestra “El Hombre Demolido” (1953), utiliza con eficacia diferentes tipografías para transmitir
conversaciones habladas o telepáticas, a menudo mezclándolas en el mismo
párrafo. No hay giros de guion forzado y el nivel de suspense se mantiene a un
nivel cómodo y sin estridencias.
Pero
“El Tiempo es lo Más Simple” no está exenta de problemas o carencias. Por
ejemplo, Simak nunca describe con una mínima precisión la forma en que el
Anzuelo consigue traer objetos y sustancias alienígenas a la Tierra habida
cuenta que los exploradores sólo viajan mentalmente. Y esta es una información
esencial dada la importancia que esa empresa tiene en el mundo del futuro. Otro
rasgo del estilo de Simak –compartido con otros autores de la era pulp- son las
múltiples direcciones argumentales que introduce en sus novelas. Da la
impresión de que tenía en mente una premisa y un desenlace, pero que la
distancia entre una y otra iba cubriéndola sobre la marcha, encajando
diferentes hilos y personajes e incluso dando giros de 180º. Esta es una
estrategia muy arriesgada que no siempre maneja bien y que, como digo, transmite
sensación de improvisación, de avanzar a saltos (esto se debe también a los
cliffhanger con los que terminan los capítulos y que en la publicación original
seriada tenían más sentido). Por otra parte, la novela termina de una forma muy
abierta, con parte de los personajes aún en peligro y con mucho trabajo por
hacer. Una secuela habría estado más que justificada, pero Simak nunca tuvo
interés en continuar ninguna de sus 29 novelas, prefiriendo siempre crear algo
fresco y original para cada nuevo proyecto.
Dicho esto, hay un elemento en esta novela que distingue a Simak por sobre el resto de los escritores pulp con menos talento. A partir de la fusión entre Blaine y el extraterreste, un autor más convencional habría centrado por completo la trama en las aventuras de ambos afrontando diferentes desafíos o resolviendo contrarreloj algún tipo de misterio. Simak, sin embargo, utiliza esa interacción humano-alienígena como simple contexto para articular un comentario social. Por eso, quienes esperen una peripecia más convencional pueden sentirse decepcionados.
Por
último, me gustaría recordar que Simak no se dedicaba en exclusiva a sus
labores de escritor y, de hecho, su principal trabajo era otro. Desde 1939 a
1976 trabajó a jornada completa en el periódico “Minneapolis Star”, donde,
desde 1949, desempeñó el puesto de editor. Con todo, en 1961 ya había escrito
cinco novelas y casi un centenar de cuentos, ganando su primer Hugo en 1959 por
la novela corta “The Big Front Yard”. En el futuro, conseguiría dos Hugos más y
un Premio Nébula, siendo proclamado oficialmente en 1977 como tercer Gran
Maestro de la CF (después de Heinlein y Jack Williamson).
“El Tiempo es lo Más Simple” fue nominada al Premio Hugo a la Mejor Novela (perdió frente a “Forastero en Tierra Extraña”, de Heinlein). Dista de encontrarse entre las mejores propuestas de su autor –“Ciudad”, “Estación de Tránsito”- pero como suele ser el caso de Simak, que para entonces contaba 57 años, incluye ideas interesantes, incluso visionariasm, y ofrece una lectura entretenida, con buen ritmo y socialmente comprometida dentro de lo que podríamos llamar “pulp” de calidad.
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