Tras su excelente álbum “Diagnósticos”, los autores argentinos Diego Agrimbau y Lucas Varela cambian por completo de registro en su siguiente colaboración, planteando una obra de ciencia ficción que arroja una mirada crítica hacia ese rincón oscuro de nuestra propia naturaleza que nos impide, incluso teniendo buenas intenciones, entender que modificar el entorno para adaptarlo a nuestras necesidades, “mejorarlo”, acaba generando conflictos entre nuestra especie y el resto del ecosistema de cuyas complejas interrelaciones depende nuestra propia supervivencia.
Un módulo de una estación orbital se separa del cuerpo
principal y se precipita al planeta a sus pies, un mundo habitado por extraños
humanoides grises con diferentes configuraciones físicas: unos pueden volar,
otros son arborícolas, otros se asemejan a nuestros gorilas… En la caída, una
figura sale despedida de la estructura: un androide que, tras reactivarse, se
encuentra con que sus bancos de datos están dañados y no sabe quién es ni cuál
es su función. Encuentra poco después a otros robots como él, especializados en
diferentes funciones: Uno es el constructor e ingeniero; Cuatro, el encargado
de defensa y seguridad; y Cinco, patrulla y vigila. En cuanto al primero, de
rasgos más femeninos, su denominación es Alpha y no parece tener un campo de
especialización concreto.
Los cuatro robots se dirigen al módulo criogénico que se ha
estrellado en las cercanías y reaniman a su ocupante, un humano llamado Robert,
que les dice que lleva miles de años durmiendo en órbita y que espera reunirse
pronto con su esposa, otra científica llamada June con quien proyectó la misión
Fénix: “Hemos estado orbitando alrededor
de la Tierra durante los últimos 500.000 años a la espera de que nuestro
planeta recuperara la salud de sus ecosistemas. Medio millón de años sin
humanos fue todo lo que necesitó para sanearse. Sin automóviles, ni fábricas de
plástico ni compañías de petróleo. Hace miles de años, la Humanidad desapareció
de la Tierra por su propio egoísmo, ambición y estupidez. La Historia debe
escribirse de cero. Esta vez lo haremos bien”.
Así que lo primero que hacen es ir en busca del módulo en
el que debería haber descendido June. Pero lo que encuentran es que ella, por
un error en el sistema, aterrizó cien años antes de tiempo. De hecho, murió de
vieja cincuenta años atrás mientras lo esperaba. Pero no lo olvidó y para él
grabó todos los días vídeos en los fue dejando testimonio de sus avances en las
investigaciones que les habían llevado hasta allí. Y lo que encontró fueron
pruebas que la llevaron a renegar de su propósito original, esto es, repoblar
la Tierra con una nueva generación de humanos.
Afectado por el dolor por la pérdida de su esposa y las revelaciones contenidas en las cintas de vídeo, la mente de Robert se desequilibra rápidamente. Asumida la imposibilidad de llevar a cabo el plan para repoblar la Tierra sin June, su entusiasmo y buen humor iniciales desaparecen y se desliza hacia la paranoia y la obsesión por dominar a los homínidos de la selva, con los que espera crear una nueva sociedad, la era de los Robert Sapiens, utilizando métodos crueles y a sus robots como sicarios con los que sembrar el terror y la violencia. Es más, decide que, dado que ya no existe ninguna sociedad organizada y que él es único en su especie en ese mundo, no debe estar sujeto a código moral alguno: “Me di cuenta de algo. Sin nadie más que pueda juzgarme, sólo puedo seguir mis caprichos como si fueran leyes. Yo decido qué está bien y qué está mal. Ése es mi privilegio y mi condena”.
Abandonándose a delirios egocéntricos y aplicando la
ciencia a su locura, reactivará los robots de June, recomponiéndolos con restos
de simios asesinados, dotándose así de una especie de terrorífico ejército de
zombis ciborgs; se proclamará rey y persistirá en su obsesión de repoblar la
Tierra inseminando hembras homínidas con su propio esperma.
Pero con lo que no puede contar es con la ayuda y consentimiento de Alfa, creada originalmente por June para actuar como consejera y psicóloga de Robert. Para ello y a diferencia de los otros robots, la dotó de criterio propio y cierta independencia (puede desobedecer las órdenes de Robert en primera instancia, aunque debe acatarlas si se las repite una segunda vez). En esta dramática situación, Alfa se convierte en el único ser con sentido de la moralidad, la voz de la conciencia de un enloquecido Robert que ya no atiende a razones ni sentimientos. ¿Qué camino debe seguir? ¿De qué manera puede detener al único humano superviviente de la Tierra?
Agrimbau reformula el mito de Robinson Crusoe en clave
futurista para articular una alegoría crítica del colonialismo, el abuso de
poder, el antropocentrismo y la consecuencia directa de todo lo anterior: la
destrucción del medio ambiente y del Hombre con ello. Lo que empieza siendo una
historia de náufragos de corte clásico, una aventura de supervivencia en un
entorno hostil, va transformándose paulatinamente en una pesadilla grotesca
dominada por la tensión y la violencia. Gracias a un ritmo bien medido y la
inserción de giros inesperados, el guion (dividido en cinco capítulos) va
incrementando el suspense y la intensidad emocional en una progresión lenta
que, sin embargo, no descuida la coherencia de los acontecimientos ni el flujo
narrativo hasta desembocar en su lógica conclusión. Los diálogos son concisos y
objetivos, expresando solo lo estrictamente necesario para presentar los
conflictos y las interacciones clave.
En el fondo, no es una historia demasiado original en
cuanto a su mensaje, sobre todo en el tipo de CF que más se cultiva hoy: el
hombre es una especie tóxica para el planeta; sólo atiende a sus necesidades
sin reflexionar si las transformaciones que realiza sobre el entorno son lo más
deseable para el resto de fauna y flora con la que comparte el ecosistema; y,
para colmo, es incapaz de aprender de sus errores. Sí, June recapacitó sobre el
objetivo original de su misión (servir, ella y Robert, de nuevos Adán y Eva
para la especie humana), pero sólo porque tuvo décadas de soledad por delante
sin otra compañía que sus robots, tiempo que pudo emplear en reflexionar a
fondo y del que no habría dispuesto de haberse reunido con Robert tal y como
estaba previsto. Éste, por el contrario, no es capaz de lidiar con su soledad y
su locura exacerba y deforma las ideas preexistentes en su mente respecto a la
importancia de los humanos y de él mismo como nuevo padre de la especie.
Pese al tono amargo que va impregnando la historia conforme se suceden los acontecimientos, al menos los autores nos dan un respiro al final, concluyendo con una pizca de esperanza (diluida, eso sí, por la ambigüedad de la última viñeta): quizá nuestras creaciones, hijas de nuestra tecnología, sean más sabias que nosotros mismos. Es Alfa quien reconoce las injusticias y reacciona con tanto sentido común como empatía. Es a través de sus ojos artificiales que seguimos el drama, vamos distanciándonos del humano y centrando nuestras simpatías en las especies locales.
La historia tiene, a mi juicio, sólo dos puntos mejorables.
En primer lugar, la transformación de Robert se antoja demasiado abrupta pese
al dolor que siente, una sensación reforzada por la falta de información y desarrollo
del personaje de June. Insertar quizá algún flashback de su pasado en común que
describiera de algún modo el fuerte lazo que los unía, habría justificado mejor
ese tránsito de científico utopista a Frankenstein enloquecido. Por otra parte,
la segunda mitad resulta algo apresurada respecto a la más lenta introducción
que había presentado la primera.
El dibujante Lucas Varela le da un punto exótico al
entorno, con esos extraños troncos de seta que se agrupan en peculiares
formaciones. Sus personajes, aunque muy sencillos en su diseño, incluso toscos,
son expresivos y están llenos de vida y temperamento. Su línea clara y
redondeada y estilo caricaturesco esbozan bien los escenarios y situaciones, aunque
aportando una cierta frialdad deliberada que a veces resulta bastante
inquietante. Gráficamente, llama también la atención el recurso a sólo cuatro
tonos cromáticos: negro, gris, rojo y rosa, combinándose para realzar el tono
emocional de las escenas (las tranquilas, por ejemplo, están dominadas por el
gris y el rosa, mientras que cuando estalla la violencia aparecen el rojo y el
negro).
“El Humano” es, en resumen, un comic que utiliza tropos muy reconocibles de la CF (los robots, el escenario postapocalíptico, el planeta hostil) dándoles una perspectiva y desarrollo algo diferente de lo mil veces ensayado y con la que llamarnos a reflexionar sobre temas muy relevantes: la vanidad humana; nuestra incapacidad para vivir en armonía con el entorno; la rapidez con la que los peores impulsos afloran en ausencia de los límites impuestos por las sociedades; el irreprimible deseo de nuestra especie de gobernar e imponerse; nuestra falta de perspectiva respecto a nuestra verdadera importancia en el gran orden de las cosas; o en qué momento traspasamos la barrera que permite distinguirnos de un animal o un robot.
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