El subgénero postapocalíptico es uno de los que ofrecen mejores posibilidades para los directores aquejados de megalomanía. Fue el caso de Kevin Costner, apenas recuperado del desastre de un film de ese mismo perfil, “Waterworld” (1995), que, aunque llegó a cubrir costes y dio algún beneficio, no fue suficiente para justificar la accidentada producción y las veleidades de un Costner al que la crítica vapuleó de lo lindo. Sobre este film ya hablé en una entrada precedente y a ella me remito.
Después de ese caro traspiés, su credibilidad se encontró en entredicho. Cualquiera en su sano juicio habría aprendido la lección, hecho acopio de humildad y buscado como siguiente proyecto una película de menores dimensiones y apoyada en la solidez de los personajes con la que restaurar su estatus. ¿Y qué hizo Costner? Otro film postapocalíptico, en esta ocasión no sólo protagonizado sino dirigido por él mismo (Kevin Reynolds había sido el realizador encargado de “Waterworld”) en el que, sin vergüenza alguna, autoplagió algunos de sus aciertos de “Bailando con Lobos” (1990), como la ambientación en el Oeste americano, la belleza paisajística y el personaje solitario y pacifista que encuentra su camino en el seno de una comunidad que le escoge como líder, Sin duda esperó que “Mensajero del Futuro” redimiera sus pecados del pasado y las multitudes acudieran a contemplarle interpretar el papel de héroe salvador de toda la nación, pero lo cierto es que acabó siendo una especie de “Waterworld 2” sin el agua y sin beneficios.
¿Cómo accedió Warner Bros a esta propuesta? Probablemente pensó que Costner seguía siendo un gancho para el público, por no hablar del éxito que había cosechado como actor y director de “Bailando con Lobos”. Sí, “Waterworld” había supuesto un batacazo para Universal Studios, pero nadie, ni siquiera los más grandes, podía presumir de un currículo inmaculado. Bruce Willis, por ejemplo, había tenido más de un fracaso a esas alturas e incluso Arnold Schwarzenegger había perpetrado ofensas como “El Regalo Prometido” (1996). Así que dieron luz verde y “Mensajero del Futuro”, a diferencia de “Waterworld”, se rodó sin grandes obstáculos. Costner se ajustó al presupuesto concedido y no hubo escándalos ni crisis que resolver durante la producción.
Pero, por alguna razón, la crítica empezó a machacar la película desde antes incluso de su estreno, basándose tan solo en los trailers y las fotos de producción. No ayudó, desde luego, que su film anterior hubiera pasado por ser un sonoro fracaso –como he apuntado al principio, eso es solo una verdad a medias-. El problema con todo esto es que, con más frecuencia de la deseable, cuando un crítico importante decide que una película es mala, el resto de sus colegas tienen miedo de significarse disintiendo. De repente, una mayoría de comentaristas –sobre todo en los medios de comunicación mayoritarios- pasa a alinearse con los más influyentes de su gremio, asegurando que tal o cual película es terrible sólo para no parecer un estúpido defendiéndola en aquellos aspectos que lo ameriten.
Este triste fenómeno provoca la muerte de algunos films antes incluso de inicien su recorrido comercial. Y “Mensajero del Futuro” fue una de esas víctimas. Muchos espectadores se formaron su opinión con los negativos comentarios que leyeron antes de ir a verla y decidieron no darle una oportunidad. ¿Resultado? Ahora sí, un fracaso de taquilla sin paliativos: recaudó menos de los 80 millones que había costado e incluso a ganar el Golden Raspberry Award (los “Razzies”) a la peor película, “superando” así a “Batman & Robin” (1997) o “Speed 2” (1997).
Con el paso del tiempo, no obstante, la opinión ha ido mostrándose más dividida. Los hay que siguen machacándola inmisericordemente y quienes, habiéndola visto por primera vez casi veinte años después de su estreno o revisitándola con otra perspectiva, han podido ver en ella ciertas virtudes, rediman éstas o no sus incuestionables fallos.
En el año 2013, después de una guerra y una crisis devastadora, la civilización ha quedado destruida y los supervivientes se han agrupado en pequeñas comunidades aisladas unas de otras. Un vagabundo (Kevin Costner) recorre el noroeste americano en compañía de su mula, deteniéndose en esas aldeas solo para conseguir víveres a cambio de representar muy a su manera obras de Shakespeare. Pero mientras se encuentra en uno de esos poblados, aparece el general Bethlehem (Will Patton), líder del ejército Holnista, una fuerza armada que no son más que bandidos con pretensiones cuyo único propósito es chantajear a las comunidades para obtener provisiones y nuevos reclutas. El forastero es así obligado a unirse a sus filas, asistiendo impotente a los despiadados métodos con los que Bethlehem mantiene su control y su ilusión megalomaniaca.
Consciente de su espíritu rebelde, el general le encomienda al recién llegado una misión imposible que éste aprovecha para huir. Por la noche, se refugia en los restos de un automóvil cuyo ocupante –ahora ya un mero esqueleto- había sido el cartero de la zona. Se viste su uniforme, coge la cartera con el correo que nunca llegó a repartirse y se acerca a la siguiente comunidad haciéndose pasar por el funcionario de correos de unos supuestos Estados Unidos Restaurados. A punto está el sheriff de dispararle cuando el forastero consigue encontrar una carta dirigida a una de las residentes, lo que no solo le da credibilidad sino que le convierte en una suerte de símbolo de esperanza en un futuro mejor que ya ha empezado a cobrar forma. Para ellos, él representa la restauración del orden y, así, lo acogen calurosamente y le proporcionan víveres y una montura para que siga su ruta.
Conforme va llegando a otras comunidades, lo que había empezado siendo un engaño urdido para su propia supervivencia, se convierte en algo más. Entre la gente cala la idea de que ser cartero es un servicio honorable, casi sagrado, que permite formar parte de la reconstrucción del país. Por supuesto, Bethlehem no va a permitir que nada le haga sombra ni socave el poder que ha impuesto a través del miedo y empieza a perseguir a la multitud de carteros que han ido surgiendo por toda la zona inspirados por la leyenda del primero de ellos, cuyo nombre (el “Postman” del título original) ha alcanzado el estatus de mito.
La película es una adaptación de la novela del mismo título escrita por David Brin y publicada en 1983. Brin es un autor importante dentro del género y este libro en concreto estuvo nominado para varios de los grandes premios de la CF (Hugo, Locus, John W.Campbell Memorial). Brin es claramente un patriota que cree en la bondad y decencia básicas de la gente común y, según él mismo declaró, escribió la novela como reacción contra la proliferación de comunidades e ideologías obsesionadas por la supervivencia que se dio en la década de los 80 del pasado siglo. En un momento dado, el libro sugiere que fueron los propios survivalistas (o preparacionistas, como también se les denomina en español) quienes provocaron el fin de la civilización. En cuanto a su opinión de la película, Brin ha expresado en diversos foros su apoyo general, estando de acuerdo con las secciones de su novela que acabaron eliminadas, apoyando las que se añadieron y quedando satisfecho con la forma de exponer sus ideas básicas.
Lo que la mayoría de los críticos no supieron o no quisieron ver es que la película narra una aventura de alcance épico sobre la creación de los mitos: el de la grandeza de la nación americana, el del héroe a su pesar, el de la bondad básica del pueblo ordinario y el de la redención y restauración del país; temas éstos que, de una u otra forma, afloraron también en otras producciones audiovisuales de la época, como “JFK” (1991), “Independence Day” (1996) o “Expediente X” (1993-2002). Ciertamente, el patriotismo que bulle en “Mensajero del Futuro” –o patrioterismo, dependiendo de dónde quiera cada cual trazar la línea de separación- puede ser difícil de tragar, especialmente si no se es norteamericano. Pero aún así, es interesante la forma en que se aborda la creación y diseminación de los mitos y leyendas a partir de referentes muy reales y a menudo alejados de la idealización en que acabarán convertidos.
Relacionado con esto, otra de las virtudes de la película es que es la única aportación al género postapocalíptico de entre los innumerables clones de “Mad Max 2” (1981), que no adoptó un enfoque de película de acción frenética y violencia a raudales. De hecho, una de las razones por las que “Waterworld” no funcionó fue precisamente por parecer un sucedáneo pasado por agua de la saga Mad Max. “Mensajero del Futuro”, por el contrario, presenta a un protagonista que ni pretende ayudar al prójimo (al menos al principio) ni es diestro en las artes del combate (resulta seriamente herido en la primera escaramuza en la que participa). Sus dotes están en otra parte: es ingenioso y de mente rápida, tiene cierto grado de cultura y, aunque prefiere llevar una vida solitaria, sabe ganarse a la gente.
Como personajes secundarios de relevancia podemos citar otros dos. En primer lugar, Abby (Olivia Williams), una atractiva joven casada de la primera comunidad que visita el Cartero y que no ha podido concebir un hijo con su marido. Así que ambos le piden al sorprendido forastero que sea él quien yazga con la joven y conciba al bebé. Pocas mujeres, al parecer, pueden resistirse al uniforme del Servicio Postal de los Estados Unidos. No es difícil adivinar que al marido le espera una corta vida para que así Abby y el Cartero puedan desarrollar, no sin los predecibles altibajos, su propia relación sentimental. En segundo lugar, encontramos al idealista Ford Lincoln Mercury (Larenz Tate), un apasionado joven al que el Cartero inspira para refundar el Servicio Postal. No me resisto a mencionar también a Tom Petty, que aquí actúa como él mismo (aunque no se dice su nombre, el Cartero lo reconoce como “alguien famoso” de otros tiempos) y que, aparentemente, reemplazó su carrera de estrella del rock por la de alcalde de la Ciudad de la Presa cuando el país se desintegró.
En cierto modo, al dejar que el heroísmo y el patriotismo más edulcorados se conviertan en los guías de la trama, “Mensajero del Futuro” funciona mejor como película que como libro. Aquélla prescinde en gran medida del último tercio de éste, incluidas todas las referencias al Cíclope, una inteligencia artificial, y a los supersoldados cíborg holnistas. Esto se hace más patente en el clímax, cuando Costner opta por suprimir completamente el combate contra un superhombre mejorado genéticamente en favor de una confrontación al estilo western entre dos ejércitos en una llanura.
El guion, a cargo de Brian Helgeland (“L.A.Confidential”, “Mystic River”, “El Fuego de la Venganza”..) y Eric Roth (“Forrest Gump”, “Munich”, “El Hombre que Susurraba a los Caballos”, “Ali”…), está repleto de clichés. Si la trama básica de “Mensajero del Futuro” suena familiar es porque se ha visto infinidad de veces en el cine: un grupo de gente honesta sometida a la opresión de un tirano hasta que, un día, llega al pueblo un forastero solitario, les dice que sus vidas podrían ser mejores en un discurso inspirador en el que obvia convenientemente que muchos de ellos perecerán antes de que termine el año y luego se inserta una secuencia con el adiestramiento del ejército de novatos o la fabricación de las armas que utilizarán contra los villanos. A partir de todos estos lugares comunes, eso sí, los guionistas consiguen extraer algunos momentos bien escritos, no pocos de los cuales están protagonizados por el general Bethlehem, un megalomaniaco que defiende sus actos mediante una filosofía que predica a través de punzantes diálogos y un terrible conjunto de mandamientos.
“Mensajero del Futuro” fue la segunda película de Costner como realizador tras su glorioso y oscarizado debut con “Bailando con Lobos”. No son pocos los que piensan, de hecho, que Costner es mejor director que actor. Hay una parte de él que indiscutiblemente sueña con hacer westerns clásicos, un género en el que, a pesar de no figurar entre los predilectos del público moderno, ha tocado en diversas ocasones tanto en el cine (“Silverado”, 1985; “Bailando con Lobos”; “Open Range”, 2003; “Horizon: An American Saga”, 2024) como en la televisión (“Hatfields and McCoys”, 2012).
Y es que, en fondo y forma, “Mensajero del Futuro” está concebida, presentada y desarrollada como un western épico. A diferencia de otras películas postapocalípticas, la calamidad acontecida en ese futuro no arrasó la superficie del planeta, por lo que gran parte del paisaje y la naturaleza quedaron intactos. Es un entorno no muy diferente de nuestro mundo actual, aunque las ciudades han sido reemplazadas por pequeños asentamientos y todo en general parece haber retrocedido a los días del Antiguo Oeste. Los caballos son el principal medio de transporte y hay pocos restos de la era industrial más allá de grandes estructuras como la presa o la cantera. La banda sonora, los paisajes, las tomas panorámicas con jinetes galopando, el ambiente reinante en los pueblos, el vestuario, los bandidos (porque eso son los Holnistas)…. Todo remite al western. Es una película, además, que ofrece una estética más elegante y cuidada que la mayoría de cintas postapocalípticas, como lo demuestra el atractivo diseño de esa ciudad construida en los muros interiores de una presa; o la idea de la cabina de proyección sobre una plataforma flotante en un lago que proyecta las películas sobre las paredes de la cantera que sirve de base a los Holnitas.
No se puede negar que “Mensajero del Futuro” adolece de una sobredosis de patrioterismo. Uno de los personajes menciona de pasada a Europa, pero el resto del planeta significa poco comparado con la grandeza de Norteamérica. La bandera americana se utiliza varias veces como símbolo de oposición a la tiranía y Bethlehem no es sino un avatar de cualquier diabólico dictador que ose amenazar el estilo de vida americano. Me sorprende que los conservadores estadounidenses no acudieran en masa a ver esta película para bañarse en su idealizada visión del pasado de la nación.
Lo mismo sucede con el sentimentalismo. Cuando Abby le dice al Cartero: “Has llenado los bolsillos de esta gente de esperanza, como si fueran caramelos” sabemos inequívocamente que hemos entrado en el terreno de lo cursi, sobre todo si tenemos en cuenta que el protagonista hace bien poco por inspirar a nadie más allá de repartir unas cuantas cartas viejas a gente ignorante y crédula y que está listo para abandonar su farsa después de haber pasado el invierno herido en las montañas y atendido por Abby. Cuando llega la primavera, habría dejado a todo el mundo tirado en la cuneta de no haber sido por ella, que lo obliga a ponerse en marcha utilizando el excesivo e innecesario método de quemar la cabaña que compartían. Es más, si se elimina del escenario a Bethlehem y su ejército de matones, la vida de esos pequeños pueblos no parece tan mala.
Pero mi principal inconveniente con esta película se puede resumir en una sucinta frase: es demasiado larga. Cuando aproximadamente la mitad del metraje es prescindible, hay un problema. Evidentemente, Costner sentía el impulso de escalar el tono épico, pero en mi opinión la historia y el ritmo habrían funcionado mucho mejor de haber tomado una dirección opuesta. En vez de una lenta crónica sobre cómo el servicio postal salvó a los Estados Unidos, una parábola de 90 minutos habría llegado mucho más fácilmente al público.
Una película debe durar lo que sea necesario para contar su historia, no más. Ahora bien, ¿por qué razón debe tener “Mensajero del Futuro” un metraje de tres horas? ¿Tiene acaso tantos personajes maravillosos a los que queramos ver convenientemente desarrollados? No. El único personaje que realmente tiene un arco y al que llegamos a conocer es el protagonista. Su némesis, Bethlehem, ocupa una buena cantidad de tiempo en pantalla, pero sus motivaciones se pueden resumir en una frase: un lunático hambriento de poder con delirios de grandeza. Todos los demás son estereotipos interpretados por un elenco confuso.
¿Es porque la historia es compleja y abundante en acontecimientos? Tampoco. Más bien lo que tiene es un problema de estructura que, a su vez, afecta al ritmo. Por ejemplo, el Cartero es capturado por los holnistas a los pocos minutos de empezar la película y se luego se pasa media hora conviviendo con ellos sin hacer realmente nada más que observar. Sí, era necesario que comprendiéramos quiénes eran esos forajidos y la calaña de su líder, pero ¿realmente se requieren 35 minutos para contarnos que es un mal bicho? ¿Cuán difícil es retratar a un tirano despiadado que aplasta cualquier asomo de individualidad?
Otro ejemplo llega en la parte en la que el Cartero resulta herido y asistimos a una larga secuencia de recuperación invernal. Otros directores habrían mantenido la narrativa en marcha, quizá introduciendo una subtrama o haciendo alguna transición elegante para mostrar el paso del tiempo. En cambio, este pasaje ralentiza seriamente el ritmo de la película sin aportar más información relevante que el embarazo de Abby –anunciado prácticamente en una sola frase- ni ofrecer una mayor caracterización de los personajes. No parece que la historia avance a su ritmo natural, sino que los guionistas y el director hubieran ajustado la duración de la película a un ritmo arbitrario.
Hay tantas escenas alargadas cuando no innecesarias o artificialmente edulcoradas que lo que podría haberse contado en noventa minutos acaba alargándose doblando esa duración. Las tomas panorámicas de paisajes duran demasiado y terminan por volverse tediosas. Y luego están esos momentos tan postizos como aquél en el que el niño de una granja se da cuenta de que el Cartero está llegando y corre a buscar su carta, pero es demasiado tarde y el jinete pasa de largo. No todo está perdido porque éste se gira, detiene a la montura, le hace dar la vuelta y emprende un galope de vuelta para casi arrollar al infante y arrebatarle la carta de su mano extendida. Por si esto no fuera suficiente, Costner filma esta secuencia en cámara lenta y con música grandilocuente. Ese niño, ya adulto, volverá a aparecer en la escena final para recordarnos que ese momento fue uno de los más legendarios de la historia futura de los nuevos Estados Unidos.
Sin embargo y al mismo tiempo, a menos que uno se siente a ver “Mensajero del Futuro” con la máxima predisposición cínica, es difícil no dejarse llevar por algunos de los triunfos que escenifica la película, como el momento en el que el Cartero es recibido con entusiasmo por la primera comunidad que visita; o cuando, tras haber permanecido aislado y herido todo el invierno, descubre en primavera que su malinterpretada treta ha inspirado la creación de un amplio servicio de mensajería que lo idolatra como si fuera un mesías; o incluso cuando se ve obligado a matar a un reciente recluta (Giovanni Ribisi) de Bethlehem para que no le delate. Es cierto que de vez en cuando el guion encaja escenas que oscilan entre lo pretencioso y lo ridículo (otra de ellas es esa en la que el ejército de asesinos holnitas casi se amotina cuando les sustituyen su adorada proyección nocturna de “Sonrisas y Lágrimas” por “Soldado Universal”), pero la mayor parte del tiempo Costner consigue mantener el aliento épico equilibrado con la carga emocional.
Por otra parte, entiendo lo que la película pretende: recordarnos la comodidad en la que vivimos instalados y cómo tendemos a darla por sentado. No es hasta que lo perdemos todo que nos damos cuenta de lo mucho que echamos de menos algo tan trivial como el correo, por ejemplo. Durante mucho tiempo, fue nuestro medio de mantenernos en contacto con el mundo, enviando y recibiendo noticias de familiares y amigos a los que no podía visitarse. El mensaje está articulado de forma a menudo cursi, pero es válido.
Ahora bien, adoptando la lente de la fría lógica, “Mensajero del Futuro” tiene mucho de patriotismo y emoción y poco de pragmatismo. En el mejor de los casos, predica el mensaje de que la gente debería abandonar las armas, reunirse y hablar más entre sí (además de dejar que las guerras las resuelvan quienes las han provocado en combates cuerpo a cuerpo, cambiando un final que prometía ser una épica batalla con el futuro en juego, por una tosca pelea callejera). Uno no puede evitar cuestionarse seriamente algunos de los disparates que se deducen de la historia tal y como se cuenta. Por ejemplo, que en unos tiempos, los contemporáneos (pero también los actuales), en los que la mayoría de los estadounidenses parecían estar a favor de reducir el poder y presencia del gobierno, se ponga toda la esperanza del futuro en la restauración de una burocracia como es el servicio postal (¿habrían reaccionado igual los aldeanos de haberse presentado el protagonista como funcionario de Hacienda?); o la fe en que el patriotismo es inherentemente bueno y que incluso una mentira (la que propaga el Cartero) es preferible a la ausencia de creencias. Director y guionistas tratan de convencernos de que la supervivencia de la especie humana y de sus mejores valores dependen del mantenimiento del gobierno y estructuras de los actuales Estados Unidos. Es difícil de compaginar ese ensalzamiento del idealismo patriótico estadounidense con el hecho de que el Cartero sea, por mucho que se redima al final, un estafador que miente a los ciudadanos ignorantes y necesitados para conseguir un beneficio personal.
Dicho lo cual, si bien sus nada sutiles mensajes patrióticos, inflado metraje y problemática lógica pueden resultar molestos para el espectador que espere encontrar un producto más neutro, compacto y orientado a la acción, también es cierto que “Mensajero del Futuro” ofrece una historia de aventuras conmovedora que toca temas universales: la redención, la búsqueda de un propósito, el poder de la fe y la pertenencia a un colectivo, la asunción de responsabilidades, la lucha contra la tiranía…
¿Es “Mensajero del Futuro” un clásico del cine o siquiera de la CF? Ni de lejos. Pero tampoco es tan mala como muchos dijeron. Como muchas otras películas, es un compendio de aciertos y desatinos, de logros y tropiezos. El resultado satisfará a algunos y decepcionará o incluso irritará a otros, pero no creo que este sea un producto que no merezca ni pizca de reconocimiento y deba ser arrojado a la basura de la ignominia y el olvido. Un fracaso ambicioso es casi siempre más interesante que una producción mediocre que sólo aspira a lo seguro.
Usted ha visto muchas películas, series, cómics (tanto en este blog como el otro), libros, etc. Siempre quise preguntarle esto: para usted, ¿Qué es el Arte (especialmente en la literatura y el cine)?
ResponderEliminarel uso consciente de la imaginación creativa, especialmente en la producción de objetos estéticos”.
EliminarEl Arte implica esfuerzo, intención, planificación. Muchas de las definiciones de arte incluyen además palabras como producción, expresión, disposición... Esto es, hay una diferencia esencial en sentarse en una roca que nos encontramos por casualidad que arrastrar la misma roca y llevarla a nuestro jardín junto a otras cuatro para hacer un círculo de asientos "naturales". Esto último es arte porque hemos elegido los materiales y los hemos colocado de una manera no solamente útil, sino también satisfactoria para nuestro sentido estético. Así que el arte tiene tanto que ver con las intenciones del artista como con el arte propiamente dicho.
Bien, así que buena parte del arte es intencionalidad. Pero, también, el arte es arte cuando es declarado como tal. En el Museo de Arte Moderno de San Francisco se celebró una vez una exposición de animales disecados cubiertos de barro. Algo muy parecido hacen continuamente niños de todo el mundo utilizando el barro de sus jardines y parques. La diferencia entre las piezas del museo y el resultado del juego de un niño es, precisamente, la intencionalidad y el esfuerzo. El creador de la exposición de San Francisco pretendía que su trabajo fuera una expresión artística personal. Las pegajosas figuras modeladas por los niños no son más que subproductos de un juego. A menos que tu hijo pretenda crear intencionadamente una obra de arte, sus pringosas manipulaciones con el lodo no serán más que porquería. Por otro lado, si realmente el objetivo de tu hijo no era jugar, sino expresarse de algún modo a través del barro, entonces estamos ante un desgraciado y común hecho en la vida artística: que el público no siempre aprecia el trabajo del artista. Y es que el reconocimiento popular es un elemento práctico pero fundamental en el arte.
Este tipo de polémicas complican aún más el asunto, especialmente cuando nos enfrentamos al arte moderno. ¿Es arte un lienzo vacío? ¿Es arte un retrete sobre un pedestal? ¿Es arte un montón de latas aplastadas colocadas en un cubo de basura de alambre? En último término, solo podemos estar de acuerdo en calificar todo ello de arte en cuanto que implican esfuerzo, intención y manipulación, pero no podremos llegar a ninguna otra conclusión, especialmente si pretendemos compararlo con otras formas artísticas que se han venido cultivando desde hace siglos, ya sea la pintura o la porcelana.
Lo mismo es válido para la música, la literatura, la danza... aunque no han sido objeto de debates tan encendidos como en el caso de las artes visuales (con la posible excepción de la literatura). ¿Cómo clasificar la televisión y el cine que se nos ofrece en los medios de comunicación? ¿Qué estándares son válidos para calificarlo como arte o no?
En resumen, el arte ha servido durante siglos, y de esto no cabe duda alguna, como medio de estimular la imaginación y la creatividad, ya fuera arte religioso, secular, pintura, escultura, decorativo, figurativo o conceptual. Quizá la mejor manera de definir el arte es como un trabajo elaborado, calculado para causar algún tipo de efecto, ya sea en el público o en el propio artista. A menudo está pensado para agradar y tiene un significado simbólico oculto en él. Pero existen tantas excepciones que en realidad no hay una regla estricta y fácil que permita abarcar todas las manifestaciones artísticas.
¡Guau! No ha cambiado mucho su opinión al respecto entre su artículo sobre el Arte en "Saber si ocupa lugar" (su blog) y esto.
EliminarPero muchas gracias por responder, señor.
Efectivamente, lo que ya escribí entonces, sigue siendo para mí una definición que, al menos para mí, es perfectamente válida
EliminarSeñor, también quiero preguntarle con respecto al tema una cuestión: para usted, ¿existe alguna diferencia entre, por ejemplo, una obra maestra de Cine y un fiasco mediocre, como una película de serie B? ¿Será la calidad de la obra? ¿Las intenciones? ¿Las técnicas? ¿Los temas? ¿Su relevancia o trascendencia? ¿O solamente todo es relativo?
EliminarSería un gusto platicar con usted un poco más, señor.
Saludos desde México.
¡Hola! Qué gran película, muy buena reseña y muy detallada. Buen fin de semana. Un abrazo ❤️
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