Puede afirmarse sin lugar a dudas que “Dune” (1965), de Frank Herbert, es una de las novelas clásicas más importantes de la literatura de ciencia ficción. El autor firmó un trabajo muy complejo en el que se describían con gran detalle las dinámicas ecológicas del planeta desértico que le da título, la cultura que se había desarrollado en él y las maquinaciones políticas que tenían lugar a cuenta del recurso en el que era rico.
Herbert
halló su inspiración para este libro cuando, trabajando como periodista, le
asignaron un artículo sobre la ecología de las dunas de Oregón. Esto le llevó a
interesarse por ese campo de la ciencia y su importancia sobre las comunidades
humanas que viven en los ecosistemas –ámbito en el que llegó a ser un experto-
y a escribir Dune, cuyo éxito genéro una serie de secuelas, de las que Herbert
escribió cinco antes de su muerte en 1986, expandiendo y espesando el universo
que había creado en el primer libro.
En
la década de los 90, el hijo de Herbert, Brian, y el escritor Kevin J.Anderson
(conocido por firmar varias novelas de franquicias cinematográficas o
televisivas como Star Wars o Expediente X), iniciaron una colaboración que
generó varias entregas más de la saga a partir de manuscritos incompletos de
Herbert primero e ideas propias después y que se apoyaban en muchos de los
elementos y referencias de fondo de las novelas originales. Tan prolíficos han
sido los autores y tan popular se ha hecho el universo Dune que ya existen seis
trilogías enteras ambientadas en él.
Tal es la riqueza de conceptos, personajes e ideas que ofrece la saga iniciada por Herbert que no puede extrañar que desde muy temprano los estudios cinematográficos se interesaran por adaptarla. La primera novela se ha llevado a la pantalla en dos ocasiones. O quizá debería decir dos y media, porque el primer proyecto, encabezado por Alejandro Jodorowsky en 1976 con un alto grado de megalomanía, nunca llegó a buen puerto. Ridley Scott estuvo también interesado en adaptar la obra a comienzos de los 80, pero tampoco salió adelante. La primera versión en estrenarse en pantalla grande fue la que en 1984 dirigió David Lynch, considerada en general como insatisfactoria por diversas razones y de la que el propio director renegó, pero que más allá de las justificadas críticas contiene elementos meritorios en el plano visual.
Mucho
más fiel al libro pese a sus limitaciones presupuestarias fue la miniserie
televisiva de Sci-Fi Channel, “Dune” (2000), que se benefició de la
incorporación a la televisión de unos efectos digitales económicamente más
asequibles –aunque hoy hayan perdido vigencia- y a la que siguió una seguna
parte, “Hijos de Dune” (2003), basada en las dos primeras secuelas de Herbert. De
todas ellas hablé en sus respectivos artículos.
Pero seguía sin haber una adaptación plenamente satisfactoria. Aunque seguía existiendo un proyecto para ello y que el cine moderno había demostrado que se podían adaptar con éxito obras monumentales y muy populares como “El Señor de los Anillos”, “Dune” se pasó veinte años entrando y saliendo del limbo de la mano de nombres a todas luces inadecuados, como el promilitar Peter Berg, conocido por films como “Battleship” (2012) o “El Único Superviviente” (2013); Peter Jackson, que podría haberlo convertido en una de sus películas dominadas por los efectos especiales y poco sutil simbolismo; o el francés Pierre Morel, cuya habilidad en thrillers de acción como “Venganza” (2008) o “Caza al Asesino” (2015) no le acreditaba precisamente para algo del calibre de “Dune”.
Con
todo, era cuestión de tiempo y, al final, fue el sello de Warner Bros,
Legendary Entertainment, el que se lo confió a alguien que no sólo estaba
familiarizado con el género sino que hacía un cine muy personal: el
francocanadiense Denis Villeneuve, un director que había debutado en lengua
francesa con títulos como “Un 32 de Agosto en la Tierra” (1998), “Maelström”
(2000) o “Politécnico” (2009) antes de ganar reconocimiento internacional con
“Incendios” (2010), nominado al Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera.
El auténtico salto de Villeneuve llegó cuando empezó a hacer películas en
inglés, como “Enemy” (2013), “Prisioneros” (2013) y “Sicario” (2015), todas
ellas muy sólidas y bien recibidas por crítica y público. A continuación se
decantó por la ciencia ficción con “La Llegada” (2016), que le valió una
nominación al Oscar al Mejor Director; y “Blade Runner 2049” (2017).
Arropado por un sólido reparto de actores y un equipo técnico de primera división, Villeneuve ofreció a los amantes del libro y del cine de CF la mejor adaptación posible del libro de Herbert. Un film grandioso visualmente y realizado con pasión que enriquece lo narrado en la novela y recoge con fidelidad no sólo su historia y personajes sino también los temas que en ella se abordaban.
El
planeta desértico Arrakis es la fuente de la especia melange, una sustancia
imprescindible para el mantenimiento del Imperio dado que permite a los
Navegantes de la Cofradía Espacial hallar su rumbo por las infinitas distancias
del cosmos. El Emperador decreta que la Casa de los Harkonnen ceda su administración
de Arrakis, que ha ostentado durante mucho tiempo, a sus más enconados rivales,
la Casa de los Atreides.
Poco
después, aún en el mundo hogar de los Atreides, Caladan, Paul (Timothee
Chalamet), hijo aún adolescente del Duque Leto (Oscar Isaac), líder de la Casa,
recibe la visita de la Reverenda Madre Mohiam (Charlotte Rampling) de las Bene
Gesserit, una hermandad femenina promotora en secreto de un programa eugenésico
que lleva siglos manipulando las líneas de sangre de las familias nobles con el
fin de “fabricar” un mesías. La adusta mujer somete a Paul a una prueba para
comprobar si podría ser él esa figura y le interroga sobre los turbadores
sueños que ha venido experimentando.
Tras
su llegada a Arrakis acompañando a su padre y el ejército de los Atreides, Paul
se siente fascinado por la cultura de los nativos Fremen, unos fieros nómadas
que viven ocultos en las regiones más profundas del desierto y perfectamente
adaptados a sus duras condiciones. Sin embargo, al poco de establecerse en el
planeta, los Atreides son traicionados por uno de los suyos y los Harkonnen,
ayudados por las tropas de élite del Emperador, atacan por sorpresa Arrakis y
recuperan el control sobre el planeta. Paul y su madre, Lady Jessica (Rebecca
Ferguson), otra Bene Gesserit, escapan al desierto y hallan refugio entre los
Fremen, cumpliendo así los sueños premonitorios que había tenido el muchacho. Éste,
heredero por parte de padre del legado de la Casa Atreides y por parte de madre
de los poderes místicos de las Bene Gesserit, va a tener que aprender a
soportar la carga de su doble destino como líder militar y profeta salvador.
El
mayor desafío al que se enfrentaba Villeneuve en “Dune” era sumergir al
espectador en un mundo completamente nuevo. Por supuesto, son muchos quienes
habrán visto las adaptaciones anteriores o leído los libros de Herbert, pero el
director nunca confía en eso sino que opta por equilibrar cuidadosamente el desarrollo
de la trama y los personajes con la descripción de las reglas que rigen este
universo ficticio. Y lo hace, además, con una meticulosa atención por el
detalle. Nada en “Dune” es una ocurrencia de última hora o una improvisación. Cada
plano, cada sonido, cada juego de sombras, parece haber sido meditado durante
meses. Los planos con los que se
presenta un nuevo lugar o un cambio de
ambientación duran unos pocos segundos de más; las panorámicas de los inmensos
desiertos de Arrakis son auténtica poesía visual; los vestidos ondean al viento
transmitiendo la máxima belleza; personajes que no aparecen en la pantalla más
que unos segundos dan la sensación de tener peso y autonomía propios; incluso
los gadgets y vehículos mandatorios en toda space opera, aparentan ser tan
innovadores como usados, dando a entender que puede que este sea un mundo nuevo
para nosotros pero no para los personajes que lo habitan.
Gracias
a sus incursiones previas en el género de la ciencia ficción, Villeneuve había
adquirido una considerable pericia y experiencia en el uso de los efectos
visuales, con los que aquí se componen algunas de las mejores secuencias de la
película como la llegada de los Atreides a Arrakis, la invasión Harkonnen o el
rescate del cosechador de especias. Todo el diseño de arquitectura exterior e
interior, armas, naves y vehículos es excelente. Por fin, por ejemplo, puede
verse en pantalla una versión funcionalmente verosímil del intrigante
ornitóptero mencionado en la novela.
Pero
“Dune” no se queda en mero ejercicio de estilo o exhibición de talento digital.
Su opulencia visual nunca llega a distraer la atención de la historia. Todos
los elementos de la puesta en escena aúnan esfuerzos para pintar un decorado grandioso
e impresionante sobre el que puedan transcurrir la trama y evolucionar los
personajes. Sobreponiéndose a las magníficas panorámicas, los cuidados planos,
la acertada elección de colores e iluminación, la evocadora partitura de Hans
Zimmer, el diseño de vestuario y maquillaje… está Paul, un joven que ha
empezado a descubrir cómo funciona la política galáctica y qué papel debe jugar
él en ella. Conforme va aprendiendo, el espectador aprende con él; cuando él
evoluciona, la historia lo hace también pasando a un nuevo nivel.
Por
otra parte, el despliegue visual que hace la película y el calibre de la
producción (presupuesto, expectativas, ruido en las redes sociales) nunca anulan
la personalidad cinematográfica del director, tal y como había ido
conformándola en los años anteriores. Villeneuve tiene sin duda un estilo muy
personal de dirección, caracterizado por la seriedad en la presentación, cierta
austeridad y una intensidad narrativa y emocional que va creciendo conforme
avanzan las tramas de sus películas. Estos rasgos pueden también identificarse
en “Dune”, una cinta de CF “seria”, sofisticada e incluso culta, que tiene poco
que ver con los blockbusters que ofrecen periódicamente las franquicias más
conocidas.
Esto
ha hecho que ciertos espectadores se hayan quedado fríos tras ver la película,
criticándola por carecer de alma o emociones, pero personalmente disiento de
esa apreciación. Basta ver “La llegada” o “Blade Runner 2049”, para comprender
que Villeneuve prefiere las narraciones sofisticadas, que mantiene en todo
momento el equilibrio y que no tiene tiempo para invertirlo en humor o
histrionismos. “Dune” no necesita incorporar comicidad o secuencias ligeras
porque lo que cuenta es épico y trascendental. En este sentido, se ha dicho que
“Dune” sería el “anti-Star Wars”, lo cual no deja de tener cierto sentido dado
que el director no pretende replicar la narrativa, estilo y tono de esa
franquicia supervisada por un gran estudio.
Si
algo deja claro en todo momento Villeneuve es su determinación a hacer justicia
al libro, y no sólo por su decisión de dividir la historia en dos largas y
carísimas películas para así no verse obligado a recortar profusamente y
comprimir lo que por otra parte es una novela muy extensa, rica en personajes y
densa en contenidos. Esto no implica que no realice algunos cambios aquí y
allá. La miniserie televisiva de 2000 fue más fiel a la novela en cuanto a
respetar la sucesión de acontecimientos expuestos por Herbert. No es que “Dune”,
la película, no se tome libertades pero éstas son principalmente de tipo
narrativo y con el fin de trasladar con eficacia y claridad una historia de un
medio literario a otro audiovisual. Por ejemplo, el film arranca con una voz en
off que ofrec
e una introducción al trasfondo político que va a servir de
detonante y motor de la trama; y transcurren unos veinte minutos de la película
antes de llegar a la famosa prueba del gom jabbar con el que prácticamente se
abren el libro y la miniserie. La única adición sustancial sería la escena en
la que la Reverenda Madre Mohiam visita el mundo natal de los Harkonnen para
suplicar por las vidas de Paul y Jessica, dando a entender, por consiguiente,
que estaba en connivencia con esa casa enemiga de los Atreides o, como mínimo,
que era conocedora pasiva de su inminente traición.
Sin
embargo, a partir de ese momento, Villeneuve y sus coguionistas Eric Roth (“Forrest
Gump” (1994), “El Cartero” (1997), “El Hombre Que Susurraba a los Caballos”,
“El Dilema” (1999), “Ali” (2001), “Munich” (2005), “El Curioso Caso de Benjamin
Button” (2008), “Ha Nacido una Estrella” (2018)) y Jon Spaihts (“La Hora más
Oscura” (2011), “Prometheus” (2012), “Doctor Extraño” (2016), “La Momia” (2017),
“Passengers” (2018)), siguen la línea narrativa del libro y recogen todos sus
principales hitos. Se describe perfectamente, tanto a través de los diálogos
como de las imágenes, la belleza y peligrosidad de Arrakis, la cultura de los
Fremen o las intrigas de la política intergaláctica. Por primera vez, además,
tenemos un tratamiento cinematográfico que nos muestra las visiones del futuro
que experimenta Paul baj
o la influencia de la especia, algo que incluso Frank
Herbert dejó sin aclarar debidamente.
De
las tres versiones audiovisuales del libro, la de Denis Villeneuve destaca
sobre las otras dos a la hora de resaltar la carga dramática de la historia. La
película de Lynch quizá ofrecía un diseño e imágenes más originales y
sugerentes (no en vano, ese director siempre ha destacado por sus mundos
surrealistas); la miniserie era más fiel en términos de contar la historia
igual que lo hizo Herbert. Pero Villeneuve sabe contar esa misma historia de
una forma mucho más intensa, emocional y dramática, con una adecuada
dosificación de la información para obtener el máximo impacto.
Por
ejemplo, no se desvela el aspecto y dimensiones reales de los gusanos de arena
en la escena en la que esperaríamos verlo, el rescate de la cosechadora de
especia, sino que dilata ese momento limitándose a dar pistas vagas que hacen
de la primera vez que surge en todo su terrible esplendor el momento culminante
de la película. También sabe darle vida y contexto adecuados a las insidiosas maquinaciones
políticas de la galaxia de una forma que sólo antes había conseguido Peter
Jackson en “El Señor de los Anillos” o la serie “Juego de Tronos”, imbricando
de paso los múltiples temas presentes en la novela de Herbert: la
responsabilidad, la explotación de recursos en lugares poco avanzados y con
ecologías delicadas, la guerra por los recursos y el poder…
Sin
embargo, con tanto desarrollo de personajes y construcción de mundos por hacer,
“Dune” a veces casi peca de exceso de ambición. No sería exagerado calificar a
la película de algo lenta, incluso incompleta. En este sentido, es importante
que nada más empezar veamos la cartela "Dune: Primera Parte", porque ello
permite, por una parte, ajustarse mentalmente al ritmo pausado que va a dominar
la cinta habida cuenta de que sólo vamos a ver una parte de la historia
completa; y, por otra, que, ya bien entradas las dos horas y media de metraje, no
cunda la impaciencia al comprender que el desenlace definitivo no se vislumbre
todavía.
Villeneuve
se dota así de un salvoconducto narrativo con el que presentar con calma a los
personajes y los principales lugares en los que va a desarrollarse el drama,
pero eso sí, sin abusar de las escenas meramente expositivas o, como ocurría en
la película de Lynch, la voz en off; y que el espectador asuma que el clímax de
la película sea un combate entre dos personajes en un rincón perdido del
desierto en vez de una batalla épica con millones de figurantes, como cabría
esperar en una película de este calibre. Hay más tiempo para recrearse en las
escenas e incluir más matices, como las visiones de Paul, pasar más tiempo en Caladan,
explorar las intrigas que rodean a los Atreides, captar la atmósfera de la
capital y su palacio…
Esta
primera parte, por tanto, está exclusivamente orientada a presentar el
maravilloso tablero de juego, los jugadores y la primera etapa en la evolución
de Paul. Este planteamiento puede dividir al público, deleitando a unos y
desconcertando a otros, que se quejarán de que la película está incompleta. Pero no solamente tiene validez en sí misma,
sino que Villeneuve la culmina con éxito.
Hay
otro factor –y este no achacable al director o a los guionistas dado que está
ya presente en la novela- que puede contribuir a cierto distanciamiento del
espectador. A Paul Atreides se nos lo presenta inicialmente como un joven
inteligente, fascinado por sus lecturas sobre Arrakis. La relación con su padre
es, podríamos decir, fríamente afectuosa. Las grandes responsabilidades del
Duque Leto no siempre le permiten atender a su hijo como sería ideal, por lo
que el joven busca consejo, guía y cariño en otras figuras sustitutas, como los
tutores que le ha asignado su progenitor: Duncan Idaho (Jason Momoa) y Gurney
Halleck (Josh Brolin). De su madre ha aprendido, como he dicho, las habilidades
de las Bene Gesserit, a las que se añade un poder para ver el futuro que
proviene del plan genético del que el propio Paul es producto final.
El
protagonista, por tanto y desde el principio, es mucho más que un adolescente
malhumorado pero de buen corazón. Fue diseñado geneticamente para convertirse
en un mesías –al servicio, eso sí, de los intereses de las Bene Gesserit- e incluso
los Fremen lo ven como una figura espiritual. En resumen, que Paul no es un
muchacho cualquiera con el que un adolescente actual pueda identificarse
fácilmente: pertenece a una familia noble, goza de todos los lujos, tiene
poderes especiales derivados de una genética superior y está claramente
encaminado a un gran destino. De hecho, no sólo es un superhombre, es una
figura divina, un Cristo, un Mahdi. Y es difícil para nosotros, ordinarios
espectadores mortales, identificarnos con los dioses. Lo cual no significa que
no podamos disfrutar de sus gestas.
Otro
punto que se ha criticado de la película es su duración de dos horas y treinta
y cinco minutos. La simple cifra de metraje no es en sí misma un valor negativo
ni positivo. Todo depende de lo que el cineasta utilice para rellenar ese
tiempo. Puedo entender que haya espectadores –sobre todo en los últimos
tiempos- a los que les cueste centrar la atención durante tanto tiempo sin
distraerse con el último wassap o la actualización de Instagram; o que,
esperando una cinta con más acción y velocidad, se den de bruces con una más
contemplativa y pausada. Pero esos no son defectos objetivos de la película.
Personalmente,
creo que la duración de la cinta es adecuada, ya que la dota de espacio para desarrollar
el contexto, los personajes y la historia. Con todo, es cierto que pierde parte
de su pulso durante la segunda mitad…lo que tampoco quiere decir que estemos
ante una película inflada y aburrida. Además, a la hora de enfrentarse a este
film hay que tener en cuenta que su drama se cocina a fuego lento, poniendo
gran atención en los detalles. Esta aproximación, por otra parte característica
de Villeneuve, puede alienar a ciertos espectadores.
Uno
de los aspectos en los que ninguna de las versiones anteriores había acertado
era en la elección del actor para encarnar a Paul Atreides. Independientemente
de la calidad de sus interpretaciones, ni Kyle MacLachlan ni Alex Newman
parecían lo que ese personaje era en la novela: un adolescente valiente pero
aún inseguro. En el caso de la versión más moderna, Timothee
Chalamet no es un actor que exude carisma, pero sí tiene –o aparenta- la edad
adecuada y un cierto porte aristocrático y altivo adecuados para el personaje.
Sin embargo, en la novela Paul evoluciona mucho y a tenor de lo visto de
Chalamet en la primera parte, está menos claro que en la segunda pueda
transmitir la fuerza y liderazgo que lo convertirá en un mesías para los Fremen
y le ponga al frente de una revolución galáctica.
Oscar
Isaac compone un Duque Leto sólido, digno y sabio. Rebecca Ferguson parece un
punto demasiado “ordinaria” –y no se malinterprete la palabra- para encarnar a
Lady Jessica, sobre todo en comparación con la elegancia cortesana que
desplegaba Francesca Annis en la película de 1984. Lo que sí tiene Ferguson es
buena química con su compañero Chalamet cuando ambos comparten escena, una
virtud que ayuda al espectador a conectar con la importante relación madre-hijo
que mantienen ambos personajes.
Algo
parecido ocurre con el Baron Harkonnen. Stellan Skarsgard es un tirano gordo
que vuela, sí, pero no transmite el mismo grado de perversidad, degeneración y
repugnancia que Kenneth McMillan en la película de Lynch –aunque éste también
pecaba, por otro lado, de sobreactuación-. Llama la atención en las escenas del
clan Harkonnen la ausencia de Feyd-Rautha, aunque este fue un personaje que
Herbert no introdujo hasta más avanzada la trama así que quizá Villeneuve lo
esté reservando para la segunda parte. Los Fremen Stilgar (Javier Bardem) y
Chani (Zendaya) no cuentan con el suficiente metraje como para tomarles el
pulso a los personajes o a los actores.
Charlotte Rampling, con el rostro totalmente
oculto tras un velo, da vida a una Reverenda Madre Mohiam fríamente autoritaria.
El único triunfo sin reservas de la película acaba siendo Jason Momoa que nos
regala un Duncan Idaho exuberante y lleno de vida.
“Dune: Primera Parte”, como su joven
protagonista, tuvo que enfrentarse a unas circunstancias de estreno muy
difíciles que parecieron comprometer al principio las posibilidades de ver
terminada la historia en una segunda entrega. Y es que su lanzamiento hubo de
retrasarse más de un año debido al cierre mundial de las salas de cine a causa
de la pandemia del Coronavirus. Durante ese periodo, además, Warner Brothers
implementó su controvertida política de estreno simultáneo en cines y
plataformas de streaming. No es de extrañar, por tanto, que con semejantes
torpedos disparados a su línea de flotación comercial, “Dune” “sólo” recaudara
40 millones de dólares el primer fin de semana, una cantidad que, aunque
inferior en 100 millones a lo que habría ingresado en circunstancias normales,
no puede calificarse de poco meritoria. Eso sí, dado que sólo suponía una
cuarta parte del presupuesto total de 165 millones, se dudó inicialmente si
sería suficiente para justificar ante los estudios la producción de una segunda
y última parte. Afortunadamente, una semana después del estreno, ésta se
confirmó oficialmente.
De
todas formas, aun cuando no se hubiera confirmado su continuación, “Dune”
seguiría siendo una película digna de ver, un film que establece un nuevo
estándar para las épicas de ciencia ficción modernas. Sin duda, sus diseños y
aproximaciones visuales influirán en los años y décadas por venir sobre los
cineastas que se planteen afrontar proyectos de esta envergadura. Pero además,
Villeneuve transmite una reverencia y respeto por el material original que hace
que la película parezca todavía más majestuosa de lo que ya es. Esta primera
parte tiene un desarrollo narrativo satisfactorio con un final lógico que deja
con ganas de más; y los escenarios son tan bellos y verosímiles que podrían
verse cien veces y encontrar algo nuevo cada una de ellas. Y, sin embargo, ese
mundo denso y complejo existe únicamente para sostener un drama al tiempo épico
e íntimo, el de un joven obligado a transformarse en hombre por unas
circunstancias extraordinarias que prometen cambiar todo el Imperio Galáctico.
“Dune” parece un producto ajeno al Hollywood moderno, una película con la calidad técnica y el empaque visual de los blockbusters actuales pero que cuenta una historia compleja, madura, a veces incluso intimista, más propia de las producciones independientes. Es un film tremendamente ambicioso, no siempre sencillo pero sí accesible y tan verosímil que el espectador no puede sino sentirse fascinado por las imágenes que desfilan ante él aun cuando la acción física y los sobresaltos no sean tan abundantes como el cine espectáculo nos ha acostumbrado en tiempos recientes. Es cine épico de la vieja escuela narrado con imágenes de la nueva, que el tiempo no hará sino mejorar.
Durante medio siglo, muchos fueron quienes aseguraron que “Dune” era imposible de adaptar al formato cinematográfico sin traicionar el espíritu y complejidad de la novela. Denis Villeneuve les demostró que estaban equivocados.
Totalmente en desacuerdo. Momoa es un saco de patatas. La peli es aburrida. Y la división en 2 está mal hecha. Esta no tiene un cierre natural y ha dejado demasiadas cosas para la 2ª parte que un mediocre como Villaneuve no va resolver bien. La de Lynch con sus carencias y falencias y sus 40 años de desventaja mucho mejor. Pero es que él es un muy buen narrador y director y el canadiense no.
ResponderEliminar