Hay muchas películas de CF que se han atrevido a abordar cuestiones relacionadas con la desigualdad y la injusticia, insertándolas dentro del molde de la aventura o el thriller futuristas de gran presupuesto. Sin embargo, esos intentos suelen saldarse en fracasos, completos o parciales. Y ello no necesariamente por falta de ideas, talento o dinero. Sencillamente, son temas complejos que no son fáciles de desarrollar en un par de horas, menos aún si se encajan entre persecuciones, combates y efectos especiales. Todo suele acabar reduciéndose al mínimo común múltiplo, tópicos que el gran público pueda digerir sin pensar demasiado y sin incomodarse en exceso.
Todo
esto es lo que pasa también con “Barrenderos Espaciales”, una superproducción
coreana que intentó competir internacionalmente con los blockbusters
norteamericanos de CF. A tal fin no sólo incorporó diálogos tanto en coreano
como en inglés –así como otros idiomas-, reflejando la diversidad étnica y
cultural de los expatriados espaciales, sino que contrató como villano al actor
británico Richard Armitage, conocido sobre todo por haber encarnado a Thorin en
los films de “El Hobbit”. La película está dirigida y coescrita por el director
surcoreano Jo Sung-hee, que ya había transitado por el cine de género desde su
primer film en 2010 (hasta donde yo se, su filmografía no ha tenido
distribución en nuestro país), desde los thrillers de apocalipsis e historias
de hombres lobos a investigaciones policiacas y asesinos en serie.
En
el año 2092, la Tierra se encuentra terriblemente polucionada. La corporación
UTS ha creado un hábitat orbital privado que ofrece unas condiciones de vida
paradisiacas sólo para aquellos que pueden permitírselo, mientras que el resto,
la mayoría, queda abandonada en una superficie planetaria cada vez más
inhabitable.
Entre
el cielo y el infierno, Tae-ho (Song Joon-ki) trabaja como basurero espacial a
bordo de la nave Victoria, comandada por la capitana Jang (Kim Tae-n) y
“remendada” continuamente por el ingeniero Tiger Park (Jin Seon-kyu) y el
temperamental androide Bubs (Yoo Hae-jin). Este es uno de los muchos grupos
autónomos que vuelan por la órbita entre estaciones espaciales recogiendo
detritos peligrosos para naves y satélites y ganándose la vida vendiendo lo que
aún pueda aprovecharse. Dada la cantidad de naves y estaciones espaciales que
hay en ese futuro, el volumen de esa basura es muy importante, pero también lo
es la competencia entre los basureros, que rivalizan agresivamente por hacerse
con esos restos.
No
hay demasiado amor entre estos tripulantes de la Victoria. Tampoco es su culpa.
Todos ellos tienen sus propios sueños, preocupaciones, miedos y propósitos, cargados
además de un pasado turbulento del que prefieren no hablar. Jang fue una
ingeniera de mente privilegiada que renegó de la UTS; Park había sido un
violento y buscado mafioso en la Tierra; y Tae-ho, un soldado de las crueles
milicias privadas de la UTS que salvó de una nave de ilegales a una niña
refugiada haciéndose cargo de ella, sólo para verla morir años después en un
accidente de descompresión. Atormentado por la culpa (piensa que su muerte fue
debido a que no le prestó la debida atención), su objetivo ahora es ganar el
suficiente dinero como para pagar a una empresa especializada y localizar el
cuerpo de la niña, que todavía está en algún lugar de la órbita.
Involuntariamente,
los basureros de la Victoria acaban cobijando a una niña, Dorothy (Park Ye-rin),
que aparece en todos los medios como buscada por ser un androide terrorista
armado con un artefacto nuclear. Inicialmente, piensan entregarla al mejor
postor, porque tanto el grupo terrorista de los Zorros Negros como el
presidente de la UTS, James Sullivan (Richard Armitage) la están buscando
desesperadamente por muy diferentes motivos. Este último, en concreto, se
presenta a sus 150 años de edad (aunque no los aparente) como el salvador de la
Humanidad y está preparándose para trasladar a “sus” ciudadanos a Marte,
haciendo caso omiso de las acusaciones de esquilmar los recursos de la Tierra
para terraformar ese otro planeta y convertirlo en
un coto privado. Queda claro
que se trae algo muy siniestro entre manos cuando afirma que el Hombre es una
especie sucia, que necesita ser sometida a un cuidadoso proceso de selección y
limpieza. En su mente, se ve a sí mismo como el autonombrado dios de una utopía,
decidido a regalar a sus súbditos un nuevo comienzo… en sus propios términos,
por supuesto.
Ahora
bien, los basureros no tardan en poner en duda la naturaleza robótica de la
niña y descubrir que es el centro de una intriga de poder que puede cambiar por
completo el destino de la especie humana. La tripulación de la Victoria se ve
enfrentada a un dilema ético: entregar a la pequeña Dorothy y conseguir así
dinero para solucionar sus propios problemas e incluso alcanzar sus sueños, o
protegerla junto a sus últimos resquicios de decencia.
La
primera y última media hora de “Barrenderos Espaciales” ofrecen algunas de las
mejores escenas de acción en el espacio de los últimos tiempos. El problema es
que, entremedias, hay otra hora y pico de película que no consigue decidir el
camino que quiere seguir hasta que es casi demasiado tarde. Tras un arranque
explosivo, la película echa el freno y ralentiza el ritmo para ir mostrando con
calma su mundo del futuro. Aunque empieza como una historia admonitoria sobre
los peligros de la basura espacial que la Humanidad ha empezado ya a diseminar
por la órbita y que en unas décadas podría convertirse en una seria amenaza, el
auténtico mensaje no gira alrededor de esa premisa.
Lo
que el guion articula a lo largo de toda la extensa parte central de la
película es un sorprendentemente lúgubre comentario económico-social expuesto
mediante el contraste entre el aparentemente noble Sullivan y los codiciosos,
individualistas basureros de la Victoria. La gran cuestión es: en una sociedad
dividida entre ricos y desposeídos, ¿qué poder ejerce el dinero sobre las
personas? ¿Por qué tendemos a culpar a gente pobre y desesperada por las
decisiones que toman cuando en realidad no tienen opción alguna?
Sullivan,
el villano, es quien mejor ejemplifica esa mentalidad. En dos ocasiones, obliga
a un tercero a elegir una de dos opciones; y en ambas manipula la situación
para “demostrar” que cuando esa persona elige el camino moralmente reprobable,
demuestra ser esencialmente corrupto e irredimible. Es su forma de liberarse a
sí mismo de culpa, de racionalizar la pésima situación en la que se encuentra
la especie humana culpando a la mayoría de sus miembros y negándoles –porque a
sus ojos no lo merecen- la ayuda. Tae-ho reflexiona también sobre estas
cuestiones al comienzo de la película mientras carroñea con sus compañeros por
entre los restos desechados de la sociedad aristocrática patrocinada por
Sullivan, preguntándose si son “malos” porque son pobres. Sin embargo, cuando
su pasado personal se desvela, queda claro que no es la miseria lo que hace
mala a una persona; simplemente, le arrebata cualquier opción “honorable”.
Hay
una escena en particular que resulta muy inteligente y representativa de la
forma en que mienten los apologetas del capitalismo darwiniano. Cuando Tae-ho
va a reclamar su paga por la basura recolectada en la última salida, se siente
esperanzado dado que el equipo hizo una buena captura. A los barrenderos
espaciales se les paga por el volumen de basura recogida. A primera vista, el
sistema parece el camino perfecto hacia la autonomía financiera, puede que
incluso a la riqueza, dado que se cobra por resultados y no por horas
trabajadas. Cuanto más trabajes, más rico te harás. De ti depende todo. Si no
te enriqueces, la culpa es tuya. Pero resulta que las regulaciones injustas y
los impuestos sitúan a la Victoria en una situación financiera todavia más
delicada que antes.
En
este sentido, la película es una crítica a las perversidades del sistema
puramente capitalista, en el que unas cuantas corporaciones de inmenso tamaño y
poder controlan los gobiernos y las leyes que éstos aprueban. Esa es la razón
por la que la brecha entre los más ricos y los más desfavorecidos no hace sino
crecer. Como los basureros espaciales de la película, la mayor parte de la
población se mantiene en una banda intermedia de la que es muy dificil salir en
dirección a los niveles superiores y en la que se encuentra condenada a prestar servicio a quienes económica y socialmente
se sitúan en la cima.
Se
ha dicho por parte de algunos comentaristas que “Barrenderos Espaciales” no es
más que un sucedáneo de otros blockbusters norteamericanos, como “Guardianes de
la Galaxia”. Como apuntaré más adelante, es cierto que abundan los precedentes
sobre los que se alza esta cinta coreana; y que el núcleo protagonista es un
puñado de pícaros desahuciados de pasados turbios que se ven obligados a
colaborar a bordo de una nave y que acaban convirtiéndose en héroes populares.
Pero a diferencia de la película de Disney-Marvel, Jo Sung-hee sí se atreve a
tocar temas de actualidad y hacerlo, además, adoptando un estilo de “realismo
sucio”.
Aún
más, en “Barrenderos Espaciales” podemos ver una película que culturalmente
aspra a un mayor internacionalismo que las producciones de Hollywood. Que se
presente un entorno en el que individuos de todas las culturas y nacionalidades
se relacionan con normalidad (hablando sus respectivos idiomas, lo cual
contrasta con el dominio incontestable del inglés en las ficciones
norteamericanas) y se escoja a un villano de raza caucásica, posiblemente hizo
sentirse incómodos a muchos comentaristas occidentales que se habían pasado
décadas asumiendo con naturalidad cómo infinitas películas de factoría
americana colocaban en ese rol a orientales.
El
elemento que saca a la luz las auténticas virtudes y valores de la tripulación
de la Victoria es Dorothy. Esta niña con inclinación a las flatulencias, de
infinita paciencia con los desplantes que le hacen sus involuntarios
cuidadores, inasequible a la tristeza, el mal humor o la desesperación,
conquista el corazón de todos ellos, robot incluido. Es la irrupción de esta
niña en sus vidas lo que agita sus conciencias y les devuelve a su pasado: cada
uno de ellos trató en su día de escapar de o destruir al régimen que Sullivan ha
creado y fueron castigados por su negativa a participar en él.
Dorothy
es el catalizador de la revuelta contra Sullivan y el factor que saca a la luz
los terroríficos planes del mismo, propios de un egomaniaco genocida. La
tripulación de la Victory, antes hastiada de sí misma y del trabajo, cínica e
individualista, se une poco a poco alrededor de la niña. Aunque todo este
segmento tiene un ritmo más lento de lo que sería deseable, es también el más
interesante en cuanto a su contenido humano y su cuestionamiento de la
moralidad atribuida a los diferentes bandos en liza.
Pero
en el tercer acto, tras introducir los giros en los que se revela la solución al
misterio principal concerniente a Dorothy y su relación con Sullivan, el
constructo moral edificado pieza a pieza durante la hora anterior se abandona
en favor de una aventura de acción espacial directa y predecible en la que los
personajes pierden parte del trabajo de caracterización realizado,
especialmente cuando el guionista-director se empeña en “limpiarlos” desvelando
hechos de sus respectivos pasados que suavizan la imagen que el espectador se
había construido de ellos. Todo el clímax, con sus actos heroicos, sacrificios
por amor y llamada a la solidaridad de todos los desposeídos frente a la
injusticia, envuelto todo ello por tropos clásicos de la CF, transforman el
film en un cuento poco sutil y casi de carácter familiar sobre la lucha entre
el Bien y el Mal.
Por
otra parte, aunque durante buena parte de su metraje “Barrenderos Espaciales”
plantee dilemas éticos interesantes y cuestiones de gran calado, también es
cierto que, como decía al principio, no es capaz de escapar de los lugares
comunes y los desarrollos predecibles. Muchos de los elementos de la historia
resultarán más que familiares para cualquier aficionado a la CF. El anime
“Planetes” (2003-2004) ya ofrecía un escenario de grandes corporaciones
operando desde estaciones orbitales y grupos de basureros espaciales retratados
como la clase más baja de la nueva sociedad extra-terrestre. En un tono cómico,
también la serie “Quark, La Esco
ba Espacial” (1977-78) estaba protagonizada por
un equipo de barrenderos espaciales. La separación entre los ricos que viven en
paraísos orbitales y los pobres que agonizan en una Tierra depauperada se había
podido ver en, por ejemplo, “Alita” (tanto el anime televisivo de 1993 como la
superproducción en imagen “real” de 2019) o “Elysium” (2013). La tripulación de
individuos cínicos que se quejan constantemente de su paga y condiciones de
trabajo, recuerda a “Alien” (1979) o “Space Truckers” (1996).
Si
el escenario de fondo es poco original, tampoco la trama puede presumir de
imaginativa. De hecho, resulta muy predecible desde el momento en que aparece
la niña, aun cuando esta haga un papel sorprendentemente bueno para su edad.
Ahí están todos los clichés: el hombre frío y espiritualmente roto; el fuerte
de corazón blando; la mujer carismática que los mantiene a todos unidos; y la
niña que conquista el corazón de quienes la conocen. Todo ello se ha visto en
muchas otras películas antes y no exclusivamente de CF. Más interesante que las
personalidades individuales de los protagonistas es la interacción entre ellos
y cómo evoluciona a raíz de los desafíos que deben enfrentar. La parte más
innecesaria y absurda es la de convertir a Sullivan en un villano tópico hasta
la náusea y, para colmo e inexplicablemente, mutante, que abandona sus
maledicencias de despacho para lanzarse de lleno a la acción física en la
secuencia del clímax.
Aunque
no sea el ejemplo más sobresaliente de robot temperamental en la CF, quizá el
personaje más divertido del reparto principal sea Bubs. Y es que aunque se le
representa como un robot “varón”, con voz de hombre y proporciones corporales
propias del género masculino, se nos dice que en realidad está ahorrando para
pagarse un cuerpo femenino. Algo que la pequeña Dorothy entiende
instintivamente, llamándola desde el principio “señora” sin que nadie la haya
informado del particular y ganándose así el cariño de Bubs. Más que una
representación trans, es una alegoría (no hay personajes transgéneros en el
reparto, un paso que quizá el guionista consideró demasiado arriesgado pero que
ya dio, a su cómica manera, la mencionada serie “Quark, la Escoba Espacial”, en
los años 70), pero en cuanto a tal, el arco de Bubs funciona bien. Durante el
acto final lleva un sueter rosa y practica con el maquillaje humano –con torpes
resultados- en la cara de Dorothy. Pero, sobre todo, nadie le/la trata con
condescendencia, lástima o distancia por ser quién es.
Con
los problemas apuntados, hay que admitir que “Barrenderos Espaciales” es
también una película muy disfrutable, una aventura espacial dinámica y emocionante,
dirigida con brío y apoyada en unos efectos visuales de gran calidad que no
tienen nada que envidiar a los producidos en Hollywood. Las naves, tanto por
fuera como por dentro, y las escenas en las que éstas evolucionan por el vacío
así como las distintas estaciones espaciales en las que se localiza la acción,
tienen un considerable grado de detalle. El climax en particular, es un
abrumador despliegue de acción, velocidad y v
iolencia, con momentos tan
intensos como ese en el que Jang, a proa de la Victoria, trata desesperadamente
de destruir con su arma un enjambre de misiles mientras Bubs, agarrado a un
largo cable, va de una nave enemiga a otra atravesándolas con una javalina,
“terminando” con la suicida maniobra de Tae-ho, zambullendo a la Victoria a
toda velocidad en la atmósfera terrestre. Unas escenas, en fin, con más carácter
y originalidad que todas las que ha ofrecido la saga “Star Wars” en sus últimas
películas.
Siendo una película muy larga (roza las dos horas y cuarto) y que dedica tanto tiempo a retratar con toda meticulosidad la suciedad y desesperanza que rodea a los personajes, el brusco giro hacia la aventura espacial ligera y temáticamente superficial hace que parezcan dos films muy diferentes o, al menos, dos miniseries distintas ambientadas en el mismo futuro. En lugar de decidirse por un tono u otro, Jo Sung-Hee intenta venderle ambos al espectador sin importar el excesivo metraje que ello va a conllevar.
“Barrenderos espaciales” es una película que amerita un visionado para cualquiera al que le guste el cine de CF más mainstream. No es particularmente original ni sabe escapar de los clichés, pero técnicamente es muy impresionante, ofrece dosis de humor, crueldad y dulzura, un subtexto moral digno de reflexión y un final esperanzador. Pero también transmite la sensación de ser un film que podría haber llegado mucho más lejos de no pecar de ambicioso empeñándose en encajar dos películas distintas en una sola.
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