Sobre “Dune”, la novela, y su importancia para la ciencia ficción ya hablé extensamente en su respectivo artículo así que no me voy a repetir aquí con lo allí expuesto. Recordemos únicamente que fue una obra de gran éxito que sintetizó muchos de los temas de interés de la esfera contracultural de los sesenta: preocupación por el deterioro del medioambiente, protestas políticas (incluso violentas) contra la autoridad oficial, misticismo, religión, drogas y estados alterados de conciencia. Su fama dio de comer a su autor, Frank Herbert, hasta su muerte en 1986; y después y durante décadas, a su hijo mayor, Brian. El propio escritor firmó cinco secuelas de interés decreciente pero su popularidad fue tal que la saga, convertida en franquicia, sobrevivió a la desaparición de su creador en la forma de todo tipo de productos, principalmente sagas de novelas firmadas por Brian y Kevin J.Anderson.
Esa proyección popular, por supuesto, no escapó a la atención del cine y enseguida se plantearon proyectos para llevar “Dune” a la pantalla, proyectos que demostraron ser un bocado demasiado duro de roer y que se llevaron y trituraron lo mejor de no pocos artistas y profesionales. En un momento dado, Roger Corman llegó a tener los derechos de la novela (da miedo imaginar la película que podría haber emergido del estudio de ese cineasta especializado en producciones de bajo presupuesto). Arthur P.Jacobs, productor célebre por la saga de “El Planeta de los Simios”, compró los derechos en 1971 con la intención de contratar al afamado director David Lean (“El Puente sobre el Río Kwai”, 1957; “Lawrence de Arabia”, 1962) para que se encargara de la adaptación, pero aquél murió en 1973 cerrando el paso a tal posibilidad.
Pero el intento más sonado fue, desde luego, el encabezado en 1976 por Alejandro Jorodowsky, director de culto de extrañezas como “El Topo” (1970), “La Montaña Sagrada” (1975) o “Santa Sangre” (1989). Aquella extravagancia se contará con más detalle en otro artículo, pero baste aquí decir que consiguió reunir a su alrededor a talentos como H.R.Giger, Chris Foss o Moebius para diseñar el mundo y habitantes de “Dune”; Dan O´Bannon (más adelante, guionista de “Alien”, 1979) en los efectos especiales; una banda Sonora de Pink Floyd; y un casting que incluía a Orson Welles como el Baron Harkonnen, Mick Jagger como Feyd-Rautha y Salvador Dalí como el Emperador. La leyenda que con los años ha ido acumulando esta película jamás rodada no para de crecer, pero lo que sí parece claro es que Jodorowsky no tenía intención de ser fiel al texto de Herbert, sino solo utilizarlo para articular sus propias obsesiones esotérico-místicas. Probablemente por suerte para todos los amantes del libro, el psicomago chileno no consiguió convencer a los suficientes patrocinadores como para financiar el desmesurado proyecto.
Dino de Laurentiis, el tristemente célebre productor de films como “King Kong” (1976) o “Flash Gordon” (1980), fue el siguiente en hacerse con los derechos de “Dune”, no sin antes renegociar con el propio Herbert, que exigió y consiguió figurar como asesor técnico, escribir un primer borrador del guion y cobrar un millón de dólares más un porcentaje de taquilla.
El italiano contrató a continuación a Ridley Scott, que para entonces ya había sobresalido en el cine de CF gracias a “Alien”. Inicialmente, el director inglés se comprometió con De Laurentiis y trabajó en el proyecto durante siete meses antes de darse cuenta de que el trabajo de guion y diseño iba a requerir al menos dos años y medio más, algo que profesionalmente no le interesaba. Tampoco la orientación que le quería dar a la historia contaba con el beneplácito de Herbert y, además, su hermano acababa de morir de cáncer y ello le había afectado anímicamente. Así que devolvió el dinero cobrado como anticipo y se desvinculó de “Dune” para sumergirse en “Blade Runner”, película oscura y deprimente que sintonizaba mejor con su estado mental.
Fue la hija de Dino de Laurentiis, Rafaella, quien acabó fichando a David Lynch. En aquella época, éste era un director de 35 años relativamente desconocido, interesado en el arte y ensayo y que solo había estrenado dos películas: la enigmática “Cabeza Borradora” (1977) y la más convencional y críticamente alabada “El Hombre Elefante” (1980), que le valió una nominación al Oscar al Mejor Director.
A tenor de la trayectoria posterior de Lynch, que se posicionaría como uno de los realizadores más personales e impenetrables del cine moderno, “Dune” fue su primer y último contacto con el cine de estudio y gran presupuesto. De hecho, resulta difícil entender por qué aceptó en primer lugar encabezar este proyecto. No solamente tenía que conocer los problemas que habían encontrado quienes antes que él habían tratado de sacarlo adelante, sino que la ciencia ficción era un género que no le interesaba en absoluto y, de hecho y anteriormente, había rechazado dirigir “El Retorno del Jedi” (1983). Además, ni estaba acostumbrado a manejar presupuestos tan abultados (y las presiones que conllevan) ni a prescindir de la libertad creativa que implica trabajar con un productor fuerte y un gran estudio (Universal, el socio americano de De Laurentiis). Tan descontento quedó Lynch con la experiencia y el resultado, que en lo sucesivo se desvinculó del film no admitiendo siquiera responsabilidad sobre el mismo.
El delicado equilibrio del Imperio Galáctico se agrieta cuando el emperador Padishah Shaddam IV (Jose Ferrer) desposee a la Casa Harkonnen del planeta Arrakis y se lo entrega para su administración a sus enemigos ancestrales, la Casa Atreides. Arrakis o Dune es un mundo desértico cuyo único valor estratégico es ser la única Fuente conocida de la imprescindible droga Melange o “Especia”, que utiliza la Cofradía de Navegantes para retorcer el continuo espacio-temporal y viajar entre planetas. Sin embargo, esa táctica del emperador no es sino un engaño que esconde sus auténticas intenciones: utilizar un peón para eliminar a los Atreides, cuya popularidad entre el resto de las Casas compite con la del gobernante. Así, el emperador envía a su ejército personal, los crueles y eficientes Sardaukar, para que ayuden a los Harkonnen a asesinar a sus enemigos y recuperar el planeta.
El duque Leto Atreides (Jurgen Prochnow) muere pero su concubina, Dama Jessica (Francesca Annis) y su hijo, Paul (Kyle Machlachlan), escapan al desierto y encuentran refugio entre los Fremen, los nativos de Arrakis. Jessica pertenece a la orden de las Bene Gesserit, quienes han manipulado en secreto y durante siglos los enlaces matrimoniales del imperio en un plan genético destinado a dar a luz a un poderoso ser, el Kwisatz Haderach. La exposición a la especia del planeta despierta los poderes ocultos de Paul, que resulta ser no solo la culminación de ese programa eugenésico sino que se convierte en mesías religioso para los Fremen. Armado con el poder de ver el futuro y de la enorme influencia que ejerce sobre un ejército de millones de nativos adaptados al desierto, Paul sabotea la producción de la especia y amenaza con poner al Imperio de rodillas.
Si una película estaba destinada a fracasar, ésa era “Dune”. Todos los amantes del libro vapulearon sin contemplaciones a la película cuando se estrenó. Las novelas de culto tienden a fracasar cuando se adaptan al cine por cuanto los films son examinados y valorados con ojo muy crítico por parte de fans que se sienten decepcionados cuando se cambian detalles o los personajes no responden a la idea que de ellos se habían hecho. Y, en este caso y eso hay que admitirlo abiertamente, “Dune”, la película, no es ni de lejos una buena adaptación del libro.
Para empezar, hay demasiadas ideas y conceptos, no todos ellos fáciles de explicar: Mentats, Bene Gesserit, la Cofradía de Navegantes, el Landsraad, los Sardaukar, las Casas nobles, el ecosistema de Arrakis y ciclo vital de los gusanos, la cultura Fremen…por no hablar de una trama bizantina rica en acontecimientos, escenarios y personajes. Fue, por tanto, un proyecto atrapado en una situación poco envidiable, la de presentar una historia demasiado compleja para poderse exponer claramente al público desconocedor de la obra original. Y al tratar de condensar y sintetizar aquélla, no solo se hizo incomprensible sino que decepcionó a quienes sí habían leído y disfrutado de la novela.
No resulta fácil determinar las responsabilidades del fracaso. Primero estuvieron los problemas de Lynch para desgranar un guion factible, colaborando con Herbert, elaborando nada menos que siete borradores antes de dar con la versión definitiva, aprobada por el estudio en diciembre de 1982. Mientras eso ocurría, se iban construyendo los decorados y platós en Churubusco, México, donde iba a rodarse la película; filmación que empezó en marzo de 1983 y en la que durante seis meses se sucedieron todo tipo de problemas: miembros del equipo enfermos por la comida, dificultades logísticas, mala cualificación del personal local, dimisión de profesionales clave (como John Dykstra, disgustado por el caos reinante), accidentes, excentricidades de uno y otro y presiones por parte de un estudio cada vez más preocupado por la libertad que exigía el director.
Después de pasar tres años y medio preparando la película en una producción que él mismo calificó de “pesadilla”, Lynch acabó teniendo entre las manos un montaje inicial de ocho horas, que para su exhibición comercial en salas tuvo que reducirse por razones obvias a “sólo” cinco. Se estimó que la duración mínima para que el público pudiera entender la historia sería de tres horas, pero incluso aquello era inaceptable: a más metraje, menos pases diarios por sala y menos recaudación. De Laurentiis y su hija ordenaron un montaje final de 137 minutos. Lynch, por contrato, podía haberse negado pero sabía que se trataba de una producción muy cara y que el tema económico era vital, así que transigió. Por el camino se sacrificaron largos segmentos ya rodados que hubieran arrojado luz y coherencia sobre muchos aspectos del universo de Dune, los personajes y la trama.
Por otra parte, Lynch trató de conservar algunos recursos literarios de Herbert cuyo traspaso al medio cinematográfico no dieron el mismo resultado que en la novela. Utiliza como narradora inicial a la Princesa Irulan, que no toma parte en la acción principal (aunque esto en concreto fue un añadido del estudio y no del director); inserta continuamente voces que reproducen los pensamientos de los personajes (especialmente Paul Atreides). En una película donde algunos seres son capaces de comunicarse psíquicamente, esta herramienta puede resultar confusa para el espectador. Además, esos monólogos internos son muchas veces innecesarios, perfectamente sustituibles por algún recurso visual e incluso reiterativos. Lynch también inserta escenas de sueños, visiones y delirios indescifrables y que distraen del hilo principal de la trama. Si a esto añadimos unos diálogos a veces incomprensibles, tenemos una película inaccesible excepto para aquellos con un conocimiento previo de la novela.
Dicho esto, “Dune” no es el fracaso absoluto que muchos aficionados ven en ella y contiene aspectos y momentos destacables.
Los dos primeros tercios del film son razonablemente fieles al libro. Lynch hace un buen trabajo a la hora de retratar las intrigas políticas en las que se hallan inmersos los personajes. Es sobre todo la segunda parte la que resulta decepcionante. El director prescindió de casi todo lo que hacía interesantes a los Fremen y su cultura, así toda la carga místico-mesiánica del protagonista. El conflicto bélico entre los Fremen y los Harkonnen, en el que se mezclaba la guerra santa y la política, queda reducido a un puñado de breves y no muy conseguidas escenas de batalla. No se explica, por ejemplo, por qué los Fremen aceptan a Paul Atreides como su mesías. Y tampoco se profundiza en su fascinante cultura adaptada al desierto y la escasez de agua, que era uno de los puntos fuertes del libro. La peor desviación respecto del relato original es el final cuando, tras el triunfo de Paul en su duelo con Feyd-Rautha, se produce un acontecimiento milagroso en el que el propio planeta Arrakis parece reconocerlo como deidad con una lluvia inaudita que hace innecesarios todos los esfuerzos de conservación de agua que durante siglos habían realizado l os Fremen. Es una conclusión innecesaria y banal.
Existe un montaje emitido por televisión en 1988 que incluye unos 40 minutos no vistos anteriormente en la versión en cine, pero Lynch, ya quemado por las críticas de profesionales y aficionados, se distanció de este producto exigiendo que su nombre fuera retirado y sustituido por el genérico Allan Smithee, seudónimo empleado por todos aquellos directores que rechazan figurar como responsables de una película.
Como decía más arriba, no todo es un desastre y hay algunos pasajes memorables por lo dementes que resultan. Esto sucede sobre todo cuando Lynch aprovecha la oportunidad de insertar ciertas improvisaciones de su gusto sobre el texto de Herbert. Las escenas con las que más parece disfrutar son aquellas protagonizadas por los Harkonnen. En el libro, se apuntaban de forma algo indirecta los gustos pedófilos del Barón, pero aquí los villanos son retratados a un nivel de degeneración y monstruosidad ciertamente exagerados. De hecho, su presentación se hace en una memorable y grotesca escena en la que el Barón (Kenneth McMillan) está siendo inyectado con una sustancia en su cara cubierta de erupciones por parte de sus ayudantes, vestidos con gabardinas de plástico, gafas de espejo y orejeras. Mientras tanto, su hijo Raban (Paul Smith) se sienta cerca bebiendo cocktails de insectos exprimidos. En la misma escena, el Barón le extrae la válvula cardiaca a un efebo y sale volando entre risas maniacas con su arnés hasta el techo, donde se rocía con una especie de aceite parecido a sangre.
Dino de Laurentiis, esto hay que admitirlo, no reparó en gastos con “Dune”, que contó por un entonces impresionante presupuesto de 40 millones de dólares (aquel mismo año, por ejemplo, “Los Cazafantasmas” costó 30 millones; “Terminator”, 6,5 millones; y “Amadeus”, 18 millones) y esa generosa cantidad de dinero halla su reflejo en la pantalla. “Dune” fue una de las pocas películas que, después de “Star Wars” (1977), “Alien” o “Mad Max 2” (1981) se separaron de esa estética de tecnología futurista desgastada por el uso. El diseñador de producción, Tony Masters, entendió el gusto de Lynch por el surrealismo y el mundo onírico creando una imaginería retrofuturista art decó repleta de artefactos como vehículos a vapor que se manejan por palancas decimonónicas o sistemas de comunicación que se asemejan a viejos aparatos de radio. Cada planeta tiene un aspecto diferente: el oscuro Caladan y sus espesos bosques; los dorados del palacio del Emperador; o la pesadilla industrial Harkonnen de Giedi Prime. En este sentido, “Dune” es uno de los films de CF de los ochenta que ofreció un trabajo de diseño más imaginativo y atrevido.
También los efectos especiales están, para su época, razonablemente conseguidos aunque no a la altura de otras producciones equivalentes de entonces, como “El Retorno del Jedi” o “2010: Odisea Dos”. Hoy se habría utilizado tecnología digital pero, recurriendo a los títeres tradicionales, Carlo Rambaldi diseñó unos gusanos de arena espectaculares, fabricados y animados por Kit West. La primera aparición de una de esas criaturas emergiendo de la arena y aplastando un vehículo minero de especia es verdaderamente terrorífico. El efecto visual de los escudos personales es muy original pero, por el contrario, las naves atmosféricas, tanto en su diseño como en su movimiento, resultan toscas e inverosímiles.
La batalla final contra las instalaciones del Emperador, con Paul liderando a los Fremen hacia la batalla con cientos de gusanos, tiene una escala épica e integró múltiples efectos ópticos y miniaturas. Por el contrario, las escenas de combate, ya sean multitudinarias con especialistas o singulares entre los personajes principales, son rutinarias y están resueltas con absoluta desgana.
Uno de los momentos más bonitos de la película –de nuevo, Lynch improvisa a partir del texto original de Herbert- es la secuencia del viaje espacial, cuando vemos a las pequeñas lanzaderas salir de Caladan y dirigirse a una enorme nave cilíndrica de transporte, a la que acceden por una gigantesca puerta ornamentada; una vez todas dentro, esa especie de espermatozoide gigante que es el Navegador sale de su nebulosa cámara y deforma el espacio tiempo. Es un segmento espectacular de pura ciencia ficción.
Lynch reunió un sólido y amplio reparto de actores. Algunos de ellos serían frecuentes colaboradores suyos: Freddie Jones, Everett McGill, Dean Stockwell y, por supuesto, el protagonista de “Cabeza Borradora”, Jack Nance, que apareció en todas las películas del director hasta su muerte en 1996. El propio Lynch hace un breve cameo como trabajador del módulo de minería atacado por el gusano. Kyle MacLachlan debuta en esta película, la primera de una serie de peculiares colaboraciones con Lynch, aportando su usual estilo y estoicismo. La también elegante y hermosa Francesca Annis está bien elegida como madre de Paul, así como Jurgen Prochnow como el duque Leto o la veterana Sian Phillips como la inquietante Reverenda Madre. La pequeña Alicia Witt, de solo ocho años de edad, encarna a Alia, la hermana de Paul, transmitiendo una sorprendente malignidad dada su juventud y tamaño. Casi pasa desapercibido Patrick Stewart encarnando a Gurney Halleck, leal instructor de combate de Paul Atreides, en la que fue su primera película de CF, tres años antes de convertirse en el inmortal capitán Picard de “Star Trek: La Nueva Generación” (1987-1994). Pero en general, ese reparto fue un desperdicio porque se descartó tanto metraje que los personajes quedaron desdibujados y planos y nada de lo que pudieran hacer los actores en las escenas supervivientes pudo arreglarlo.
“Dune”, la novela, fue años más tarde, en 2000, llevada al formato televisivo para Sci-Fi Channel, dirigida por John Harrison. Se trata de una adaptación mucho más fiel al texto literario y merece la pena dedicar un poco de espacio a compararla con la película de Lynch. La miniserie disponía de más metraje para abordar la historia de forma más minuciosa y toda la parte de Paul entre los Fremen y su giro místico, severamente mutilados en la película, reciben más atención. Dado su limitado presupuesto (20 millones de dólares, la mitad que la película quince años atrás), los diseñadores y técnicos de efectos especiales ofrecieron una buena construcción de Arrakis. Por su parte, el film tiene un espíritu mucho más épico además de ser más osado visualmente y contar con unos actores con mayor presencia.
En resumen, “Dune” no es una película que se pueda recomendar sin reservas a alguien que no esté familiarizado con la novela. Como adaptación es fallida, en buena medida y como he comentado, debido a la imposibilidad de condensar una historia tan compleja en un metraje tan ajustado. Años más tarde, Peter Jackson demostraría en su estupenda trilogía de “El Señor de los Anillos” (2001-2003) que un material literario denso y de carácter no realista podía dramatizarse con estilo y claridad narrativa siempre y cuando se dispusiera de la extensión necesaria. La película de Lynch se esfuerza por pintar un lienzo de grandes dimensiones y sensibilidad poética, pero acaba disgustando a los fans de la obra original y desconcertando a los que no lo son con un film fragmentado de guion incoherente e incluso incomprensible. Sí funciona mejor como espectáculo de intensa atmósfera e imaginería retorcida, aunque en algunos momentos se echa en falta un poco de humor o momentos más ligeros que alivien lo grotesco de su estética, la solemnidad de sus personajes y el peso de las intrigas y tragedias. Al final, hay más pluma que pollo, más boato que sustancia.
Por todo ello, “Dune” fue mal recibida por casi todos los críticos cuando se estrenó y el público tampoco la apoyó, no recuperando por mucho el dinero invertido en ella y recaudando aquel año menos que, por ejemplo, “Gremlins”. Había querido ser la respuesta intelectual a la space opera relanzada por “Star Wars” siete años antes, una obra con un potente apartado visual que no descuidara los personajes y que contara una historia de altura. Está claro que fracasó en tal empeño pero, como sucede con otras películas ambiciosas que se estrellaron en su época, “Dune” ha ido ganando defensores con el paso de los años, siendo interpretada más como un trabajo autocontenido que como adaptación de la obra de Herbert. Porque lo cierto es que verla sigue siendo como sufrir una alucinación mientras se escucha una versión en audio de la novela: montones de colores intensos, desorden, incoherencia y rabia.
Lo desta peli no sentiende bien. Por un lado Lynch quería hacer una con una duración que jamás ha alcanzado (ni alcanzará) un film estadounidense, y por el otro el productor quería una de 2 horas. Cómo?! Para Lynch tenía que ser evidente que su proyecto era imposible y el productor tenía que saber que la novela de Dune entera no cabía en 2 horas. Es una pena que en ninguna de las partes hubiese realismo y ganas dentenderse. No obstante Dune es una muy buena peli. Totalmente fascinante así que da lo que la novela pide. Es cierto que sentiende mejor habiendo leído esta, pero eso es culpa del productor. La 1ª hora es magistral y además es una sobresaliente adaptación, el problema es la 2ª porque se atropella todo para contar todo en esa duración y entonces la atmósfera, el ritmo y la coherencia de la 1ª parte salta por los aires. Si se quería esa 2ª mitad así se tenía que haber retocado mucho la 1ª mitad. Pero de todos modos creo que esa incompatibilidad se puede obviar. No afecta mucho a la calidad de Dune. El casting es muy bueno y los actores que tienen personajes están bastante bien, la música y las imágenes son fascinantes, el atrezzo es bonito y original y el tono solemne y épico está conseguido. Pocas pelis han conseguido ese tono. No estoy de acuerdo contigo por eso. El humor en esta obra sobra. Ni lo pide ni pega. Quizás podía haber algo de ironía pero nada más. Al final hay que reconocer que Dune es una peli comprensible SI uno es adulto y la presta más atención de lo que requiere una comercial al uso. Es un film fallido PERO mucho mejor que muchos que no lo son si no se le ve con medio cerebro dormido, o sea, como si fuese una típica peli pop. Por eso es una pena que el trauma no le deje ver a Lynch que Dune es una peli muy lynchiana, está a medio camino de Cabeza borradora y Terciopelo Azul, ya que eso ha impedido que la arreglase en lo posible y así sea un film aún mejor. En definitiva el problema de Dune no es ella sino los prejuicios de siempre contra lo complejo y especial. Yo vi el Retorno del Jedi con 8 años, fue mi 1ª peli de Stars Wars porque es la 1ª que sestrenó cuando yo tenía edad para ver ese tipo de cine (para las anteriores tenía 2 y 5), y claro que me gustó, pero poco más de un año después vi esta, también en el cine, y me fascinó impidiendo así que fuese fan de Lucas. Menteré de poco pero Paul me pareció un mesías mucho mejor que Luke, el barón me pareció mucho más terrorífico que Vader, Irulan me pareció más bella y principesca que Leia, los fremen más admirables que los ewoks, los sardaukar más recios que los sturm y las armas de voz más chulas que los palos de luz. En fin, si se quiere, se puede.
ResponderEliminarDavid Lean no murio en 1991? creo que no fue en 1973 como he leido aqui
ResponderEliminarNo, el que murió fue ARthur P.Jacobs, el productor. Lo siento, la redacción puede dar lugar a error. Un saludo
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