lunes, 25 de octubre de 2010

1897- EL HOMBRE INVISIBLE – H.G.Wells


Tercera novela de CF de H.G.Wells tras “La máquina del tiempo” y “La isla del Dr.Moreau”, “El hombre invisible” sigue la línea de las anteriores, mezclando la aventura con un nada disimulado subtexto moral. “La máquina del tiempo” hablaba de la responsabilidad de la sociedad actual con el futuro de la humanidad; “La isla del Dr.Moreau” sobre la ética de la experimentación y el peligro y consecuencias del distanciamiento del científico respecto al objeto de su estudio; “El hombre invisible”, por su parte, nos presenta el riesgo del poder derivado de la ciencia cuando no existen salvaguardas éticas.

La historia es sencilla, breve y lineal: Griffin, un científico antisocial y crecientemente psicótico, inventa un método para hacerse invisible, pero es incapaz de revertir el proceso. Se retira a Iping, un pequeño pueblo inglés de Sussex, envuelto en vendajes y cubierto de gruesos ropajes para ocultar su grotesca condición. Alquila una habitación en una posada y trata de continuar con sus investigaciones. Pero los habitantes del pueblecito están comprensiblemente nerviosos y sospechan de él, especialmente después de que se produzcan una serie de robos y otros extraños acontecimientos. Enfurecido y desesperado, el Hombre Invisible revela su personalidad megalomaniaza, ataca a los aldeanos y decide dar inicio a un Reinado del Terror.

La invisibilidad no era en absoluto un tema nuevo. Ha estado presente en la mitología clásica (como en la leyenda de Perseo), la filosofía (en “La República” de Platón, donde el pastor Giges encuentra un anillo que le permite satisfacer todas sus ansias de poder, claro antecedente no solo del mensaje moral de Wells sino de otras obras universales como “El Señor de los Anillos) o incluso la literatura de ciencia ficción (recordemos la reseña de “El hombre sin cuerpo” publicada en este mismo blog). El mérito de Wells fue el de abordar la cuestión no desde el terreno de la pura fantasía, sino como resultado de un deliberado experimento cuyos pormenores científicos explica Griffin a su colega, el doctor Kemp.

Por otra parte y como consideración más particular, “El Hombre Invisible” es un libro que trata sobre la visión, un tema que interesaba sobremanera a Wells –recordemos en este sentido algunos de sus relatos cortos que revisamos en una entrada anterior-. No es una coincidencia que el propio Hombre Invisible sea un científico. La invisibilidad, sugiere el relato, priva al hombre de la interacción con otros seres humanos y, por tanto, de la responsabilidad social, con consecuencias perversas. Algunos analistas sitúan la novela en una rama de la doctrina penal del siglo XIX asociada con el pensador inglés Jeremy Bentham (1748-1832), quien diseñó la prisión ideal, el “panopticon”, que colocaba a todos los internos bajo el ojo de un guardián estratégicamente situado. El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) tomó las ideas de Bentham como la expresión de la lógica cultural del siglo XIX: la autoridad depende de la vista. Si lo privas de vigilancia, el hombre, ahora invisible, se convierte inmediatamente en una amenaza social.

Como comentamos al principio, la obra contiene un fuerte sentido moral: nada se gana sin perder algo a cambio. Griffin, el científico con talento, descubre un procedimiento maravilloso, pero a cambio pierde la razón. La moraleja está en cierto modo conectada con la de “La Isla del Doctor Moreau”: la inteligencia y cordura del hombre es frágil y siempre ha de luchar contra impulsos violentos más primitivos.

En contraste con los personajes típicos de los relatos de aventuras de Julio Verne, siempre en movimiento y viajando por el mundo, los de Wells son individuos complejos que experimentan la aventura de forma pasiva: no se aventuran más lejos de su casa de lo que sea estrictamente necesario, son a menudo complacientes y poco amigos de la adrenalina. En otras palabras, para Wells el planteamiento era el inverso del de Julio Verne: para éste, los protagonistas se lanzaban al mundo en busca de lo asombroso, de la aventura; para aquél, como vimos en muchos de sus relatos cortos, es el mundo cotidiano el que se ve asaltado por lo maravilloso. En este sentido, Wells tenía la capacidad de retratar personajes convencionales pertenecientes a la clase media-baja y, de hecho, aquellas de sus creaciones que no se ajustan al arquetipo de ingleses bondadosos y aburridos, a menudo son caracterizados como peligrosos, incluso diabólicos: el Dr.Moreau es un ejemplo. El Hombre Invisible otro.

El mundo cotidiano que describe Wells se define en función de una serie de personajes de extracción social humilde que añaden a la novela un tinte de comedia costumbrista. Algunos de estos coloristas individuos del Sussex rural aportan notas cómicas y paródicas: el matrimonio propietario de la posada, el vagabundo borrachín que Griffin obliga a servirle y que al final de la novela se convierte en guardián inconsciente de los secretos de la invisibilidad, los viandantes que observan con asombro los fenómenos que ocurren a su alrededor… son personajes codiciosos, supersticiosos, chismosos e ignorantes que exasperan al Hombre Invisible con sus mundanas preocupaciones. Sin embargo, será a manos de ellos que Griffin perderá la ropa, el dinero, sus valiosas notas e incluso la vida. Con todo, Wells parece tomar partido por los aldeanos, considerándolos como medida de lo normal, mientras que el Hombre Invisible se presenta como una figura siniestra que, con su secretismo y obsesión por la intimidad, quiebra la pacífica existencia de la comunidad aldeana.

La novela sirve, por tanto, como vehículo para mostrar el contraste entre dos mundos: el rural donde da comienzo la historia y el urbano, representado por Londres, en el que transcurre la parte en la que Griffin cuenta cómo se volvió invisible. Siguiendo una línea común entre los poetas románticos y los novelistas victorianos de la época, Wells yuxtapone la vida en el campo, orientada hacia la comunidad y la tradición, con el cosmopolitismo anónimo y sin raíces de la metrópolis moderna. Mientras que en Iping el Hombre Invisible aterroriza a la población campando a sus anchas, robando y agrediendo, en Londres se encuentra empujado de un lugar a otro, en continuo peligro de ser pisoteado, zarandeado y atropellado por peatones, carruajes y animales y donde no encuentra refugio al hallarse todas las casas cerradas.

Efectivamente, en la parte del libro que transcurre en Londres, la invisibilidad de Griffin simboliza la debilidad y vulnerabilidad del hombre moderno frente al torbellino de la sociedad de masas. A diferencia de lo que luego se podría ver en las adaptaciones cinematográficas del relato, Wells subraya desde el comienzo las desventajas de la invisibilidad. Griffin alberga unas expectativas acerca de esos "poderes" que no sólo no se cumplen, sino que se ha de enfrentar a múltiples problemas inesperados que van de lo humillante a lo peligroso.

El “Hombre Invisible” (junto a “La Guerra de los Mundos”, que comentaremos en una próxima entrada) sería el último de los libros de Wells que conservaría plena validez cultural hasta nuestros días, esto es, la última de sus novelas que puede ser reconocida por cualquier lector aunque no sea aficionado al género; y también la última en ser adaptada a multitud de idiomas y formatos. Aunque Wells aun escribiría muchísimas obras, entre ellas algunas de gran calado, la posteridad ha sido mucho más selectiva que sus contemporáneos. En parte, esto se debió a que el mismo Wells comenzó, con el cambio de siglo, a plantearse su vocación de una forma diferente: de escritor de ficciones futuristas pasó a cultivar cierto perfil de profeta que ha aguantado peor el paso del tiempo.

Entre tanto, “El Hombre Invisible”, como todos los mejores libros de Wells, mezcla lo político, lo cultural, lo formal y lo especulativo en un todo perfectamente equilibrado que le ha ganado un puesto entre los iconos culturales del siglo XX, dando lugar a innumerables imitaciones literarias, adaptaciones cinematográficas e incluso un par de series de televisión. Fue además un nuevo e ilustre eslabón en la lista de “científicos locos” comenzada por Victor Frankenstein, el arquetipo de sabio aislado de sus colegas, enfrascado en un ambicioso proyecto y en cuya consecución perderá su humanidad, desencadenando fuerzas que ni puede entender ni controlar.

viernes, 15 de octubre de 2010

1868- EL HOMBRE DE VAPOR DE LAS PRADERAS – Edward Ellis


La literatura norteamericana del siglo XIX rebosaba de historias que bien podrían ser calificadas de ciencia ficción o romance científico. No hubo escritor de ficción americano de cierta relevancia en aquellos años que de alguna forma no abordara el género, aunque fuera mediante algún tipo de romance utópico: Herman Melville, Edgar Allan Poe, Nigel Hawthorne, Washington Irving o escritores de “best-sellers” del momento como Edward Bellamy o Mark Twain.

Pero los que más influencia ejercieron sobre la CF americana moderna fueron aquellos autores excluidos del canon, escritores que producían a mansalva novelitas baratas y revistas juveniles. De hecho, esas novelas baratas fueron la forma literaria dominante en Estados Unidos desde la Guerra de Secesión hasta la Primera Guerra Mundial, con una circulación de cientos de millones de ejemplares. Y es una de las fórmulas que más se utilizaban en aquellas novelitas, la historia de invenciones, la que representa perfectamente “The Steam Man of The Prairies”, escrita en 1868 por Edward Ellis. Sus sucesoras serían las series de aventuras de jóvenes inventores y científicos como Frank Reade, Frank Reade Jr., Jack Wright, Frank Edison, Electric Bob o Tom Swift. Tras su estela aparecerían los pulps, la cuna de la CF contemporánea.

Estrictamente hablando, existieron otras fórmulas dentro de la CF, como la de las guerras futuras, o las historias de razas y mundos perdidos; también personalidades individuales como H.G.Wells o Edgar Rice Burroughs que influyeron a cientos de escritores; o revistas como The Strand, Pearson´s Magazine, McClure´s Magazine, Argosy o All-Story Magazine, en cuyas páginas dieron cabida a la proto ciencia-ficción desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del XX. Pero fueron las historias de inventores desarrolladas en las novelitas (“dime novels”) las que cosecharon un gran éxito de público.

En buena medida, estas novelas bebían de la fascinación de Julio Verne por los inventos fabulosos. Al centrarse en jóvenes genios que inventaban lo que fuera necesario para ganar una apuesta o competición, detener el mal, masacrar indios o hacer fama y fortuna, estas narraciones codificaron las directrices de lo que se iba a convertir en uno de los más populares subgéneros de la CF: la edisonada, término acuñado por John Clute en su Enciclopedia de la Ciencia Ficción como: “cualquier historia que presenta un joven inventor, masculino y estadounidense, que usa su ingenio para salir de un aprieto y, al mismo tiempo, evitar la derrota y corrupción de sus amigos y la nación por parte de enemigos extranjeros”.

Mientras la frontera americana del Oeste se iba desintegrando, las novelitas (que tenían 32 páginas y costaban cinco o seis centavos) celebraban las sangrientas aventuras de los héroes del Far West, pero también jugaron un interesante papel en la transición que experimentó la conciencia colectiva norteamericana de una visión romántica del mundo en la que pioneros y cowboys figuraban héroes míticos, al mundo moderno dominado por la tecnología, en la que ingenieros e inventores usurpaban a pistoleros y exploradores. Este momento crepuscular, de cambio, quedó plasmado en una serie de novelas que comenzó con la que ahora nos ocupa “The Steam Man of the Prairies”. Posiblemente basada en la invención de un motor de vapor rotatorio de dos cilindros llamado el Hombre de Vapor de Newark (Newark Steam Man), el de Ellis era una especie de robot impulsado a vapor, con forma humanoide y que podía correr a 120 km/h tirando de un carro en el que montaba su inventor, Johnny Brainerd (su apellido era un juego de palabras: “brain”, cerebro y “nerd”, idiota). El joven inventor y sus amigos viajan con su criatura artificial desde San Luis hasta la frontera del Oeste, donde demuestra ser extremadamente útil en la caza de búfalos y el terrorismo contra los indios, todo en interés de la minería del oro.

En 1876, año en el que se celebró la Exposición de Filadelfia y Custer y su Séptimo de Caballería eran masacrados en Little Big Horn, la novela de Ellis fue reeditada con un nuevo título: “The Huge Hunter or The Steam Man of the Prairies”, cosechando otra vez tal éxito que un editor rival lanzó su propia versión, escrita por Harry Enton. En ésta, el joven inventor se llamaba Frank Reade y la acción tenía lugar en Nueva York, pero el ingenio robótico a vapor era prácticamente el mismo. Ni siquiera el título se escapaba a la copia descarada: “The Steam Man of the Plains. Fue el comienzo de un éxito colosal.

Tras tres secuelas, el escritor Luis Senarens, el “Julio Verne americano” (escribió entre 1.500 y 2.000 novelitas durante su prolífica carrera) se hizo cargo de la serie al tiempo que el protagonista Frank Reade le pasaba los bártulos a su hijo, Frank Reade Jr., que viviría 179 aventuras más. Generosa en las dosis de aventura y escasa en rigor científico, la ficción de Senarens anticipa claramente el género de la CF y su trabajo fue sin duda conocido por muchos de los escritores que luego darían forma a la ciencia ficción en las revistas pulp. Algunas de las invenciones e ideas que Senarens describía en sus series estaban sin duda copiadas de las novelas de Verne, pero éste no sólo no se molestó por ello, sino que incluso le envió una carta alabando su trabajo.

Senarens siguió creando personajes y series con la misma fórmula de joven inventor, como “Jack Wright”. Otras editoriales publicaban sus propias versiones (“Tom Edison Jr.”, “Electric Bob”). A medida que se agotaban las invenciones de aeronaves eléctricas o submarinos y era necesario buscar localizaciones más exóticas, se añadían a la receta la aventura geográfica y lógica evolución: las razas y mundos perdidos. Así que las novelitas baratas acabaron transitando por escenarios y temas que luego se repetirían abundantemente en los pulps y las primeras obras de CF propiamente dicha.

Este tipo de literatura popular y juvenil mantuvo su tirón hasta finales del siglo XIX, cuando los esfuerzos por censurarlas las hicieron menos rentables. Aunque aceptaron la influencia de Julio Verne y H.Rider Haggard, acabaron constituyendo una burbuja aislada del resto de corrientes que tomaban forma por aquellos años dentro de la CF. Y aunque sus historias fueron efímeras, su influencia en la evolución posterior del género no se ha valorado lo suficiente. Sirva esta corta entrada para reivindicarlas dentro de la historia de la CF.

sábado, 9 de octubre de 2010

1896- LA ISLA DEL DOCTOR MOREAU - H.G.Wells


"La Máquina del Tiempo" y "La Guerra de los Mundos" son desde luego las obras más conocidas de toda la extensa bibliografía de Wells. Ambas trataban temas relacionados con la evolución, un tema que fascinaba al escritor y que también aparece presente en "La isla del doctor Moreau". Como el resto de sus novelas de la primera época de su carrera, es una emocionante aventura tejida alrededor de una serie de cuestiones éticas que aún no han perdido actualidad tras más de cien años.

Aunque H.G.Wells alcanzó la fama con su primera novela, "La Máquina del Tiempo", en realidad su atención llevaba tiempo centrada en una historia muy diferente que se le había ocurrido a raíz de unas conferencias impartidas por su maestro y destacado darwinista Thomas Huxley con el título "Evolución y Ética". El entonces maestro y periodista Wells dedicó a ese relato todo su tiempo, hasta el punto de que sus recursos económicos se agotaron y, en 1895, se vio obligado a volver al periodismo.

La publicación aquel mismo año de "La Máquina del Tiempo" le otorgó no sólo mayor holgura financiera sino un reconocimiento de crítica y público que ya nunca le abandonarían. Así pues, no tuvo problemas en encontrar editor para su siguiente obra, aquélla en la que había invertido tanto tiempo: “La isla del doctor Moreau”. Sin embargo, en esta ocasión obtuvo menos éxito, probablemente debido al escabroso tema que tocaba: la evolución como fruto del dolor, los experimentos crueles con animales, la eugenesia y el papel de la religión como medio de control individual y social. El propio Wells en años posteriores se refirió con entusiasmo al libro como “un ejercicio de blasfemia juvenil… teológicamente grotesco”.

La historia es una absorbente revisión de Frankenstein filtrada a través de un tamiz religioso. El científico de Wells, el viviseccionista Moreau, se ha recluido en una remota isla tropical en la que lleva años realizando experimentos con diversos animales, humanizando sus cuerpos y aumentando la capacidad de sus cerebros. Estas creaciones son más “monstruosas” que la criatura de Mary Shelley, inquietantes combinaciones de espanto y extraña belleza, basadas en perros, pumas, cerdos, hienas, toros y monos; “llevaban turbantes, bajo los cuales asomaban sus mágicos rostros de prominentes mandíbulas y ojos brillantes”.

El equilibrio entre humanidad y bestialidad en el que viven esas grotescas criaturas es demasiado inestable. Los animales comenzarán a revertir a su estado primitivo desencadenando una sangrienta tragedia narrada en primera persona por Prendick, un náufrago que asiste horrorizado a los siniestros acontecimientos

La descripción que Prendick hace de las criaturas de Moreau concuerda con la imagen que se tenía en aquel tiempo, a finales del siglo XIX, de los posibles antecesores del hombre, el Pliopithecus, el Dryopithecus o el Paidopithex, descubiertos entre 1849 y 1895, ya que el Australopithecus y, con él, la hipótesis de ser uno de nuestros ilustres antepasados, no sería hallado hasta bien entrado el siglo XX. Por otro lado, la sociedad europea se hallaba en aquellos momentos inmersa en acalorados debates acerca de la vivisección animal y la degeneración evolutiva. El libro refleja esas controversias en la figura de Moreau, expulsado del país a causa del escándalo que provoca en la bienpensante sociedad británica sus experimentos de vivisección, una especie de trasplante y manipulación de órganos y miembros de un animal a otro, y que hoy llamaríamos bioingeniería.

Ciertamente, la plausibilidad científica no era lo que más importaba a Wells en "La isla del Dr.Moreau", sino las fronteras de la propia ciencia, incluidas las éticas. Si en "La máquina del tiempo" planteaba una evolución condicionada por la organización social en clases, aquí imagina una evolución forzada artificialmente. En ambos casos, el resultado es poco prometedor, resultado de la creencia del escritor en que no siempre el proceso evolutivo conduce hacia seres cada vez más perfectos. Y en el caso de esta novela, no sólo los siniestros experimentos que Moreau lleva a cabo en la "Casa del Dolor" darán como resultado a inestables criaturas en absoluto mejores que su encarnación animal, sino que el propio doctor y su ayudante Montgomery experimentan una regresión ética, una involución que los transforma: a Moreau en un ser obsesionado, frío e insensible ("el estudio de la Naturaleza hace al hombre tan despiadado como la Naturaleza misma", afirma el doctor, expresando una idea que todavía hoy acosa a los científicos); Montgomery, por su parte, se ha convertido en un individuo embrutecido, incapaz ya de relacionarse con sus congéneres humanos.

La triste visión de la humanidad que Wells plasmó en “La máquina del tiempo” da un paso más allá en esta novela: para los evolucionistas, la peculiaridad redentora de nuestra especie era nuestra capacidad para la conciencia espiritual y el conocimiento científico; pero estos aspectos son puestos en entredicho en los primeros escritos de Wells. Moreau pervierte de manera grosera las metas de la ciencia, mientras que las revelaciones del viajero temporal en "La Máquina del Tiempo" apuntan hacia una desesperación global y un suicidio lento de toda la raza.

La obra es también un estudio sobre el frágil equilibrio entre civilización y bestialidad en la propia especie humana, tanto desde un punto de vista meramente físico como espiritual. En sus novelas anteriores a 1900, Wells solía poner el acento en una ambivalencia cuidadosamente construida en la que cada fuerza tiene su opuesto, cada afirmación una negación. Por ejemplo, en “La Isla del Dr.Moreau”, se establece la línea que separa lo humano de lo bestial... para borrarla inmediatamente. La criatura más bestial, el Hombre Leopardo, es uno de los que muestran más signos de humanidad, mientras que Prendick, el último testigo humano de este intento de desmenuzar el proceso evolutivo, acaba teniendo estallidos de bajeza animal. A mitad de camino, los monstruosos mutantes presentan todo un catálogo difícil de clasificar: ososzorros, simiocabras… destruyen cualquier certeza taxonómica y dejan a Prendick permanentemente traumatizado. Un “especialista mental” poco puede hacer para impedir que Prendick, de vuelta en casa, al mirar a sus conciudadanos londinenses por la calle, sienta “que el animal se está apoderando de ellos, que en cualquier momento la degradación de los isleños va a reproducirse a gran escala”.

La novela también aborda el tema de la religión como guía de comportamiento de unos seres imperfectos y medio de control social. Carentes de memoria colectiva o individual, a las grotescas criaturas se les había inculcado una rudimentaria religión, con el propio Moreau como figura central, una síntesis de Dios de la Piedad y el Dolor (“Él es la Mano que hiere”, cantan, “Él es la Mano que sana”). Los animales se rigen por una especie de Mandamientos cuyo objetivo es acentuar su humanidad, oponiéndose a la continua llamada de los instintos. La Ley se recita como un credo religioso, acompañado de movimientos corporales, dirigida por uno de los animales que actúa como un sacerdote.

En la burda religiosidad de estos nuevos seres, Moreau, con su pelo y barba blancos, es el ser supremo, el creador de todos ellos y aquél que puede destruirlos; como Dios, no ha creado criaturas semejantes a él, sino imperfectas. Su ayudante Montgomery cumple el papel de Jesucristo, a mitad de camino entre el "dios" Moreau y los mutantes y, como aquél, morirá a manos de sus "congéneres" bestiales. El edén científico de la novela también incluye una versión del mandamiento bíblico de no comer de los frutos del “Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal”: Moreau ha ordenado a sus hombres-bestia no probar la sangre ante el temor de despertar sus reprimidos instintos naturales. Este mandamiento, por supuesto, es transgredido y las criaturas revierten a sus orígenes bestiales. Incluso hay un mutante reptiliano que, como la serpiente del Paraíso, sembrará el terror en la isla de Moreau antes de ser aniquilado por éste.

El Wells de finales de los noventa del siglo XIX no escribía sólo romances científicos, sino también y de forma oportunista, cuentos góticos, (de los cuales bebe mucho “La Isla del Dr.Moreau”), comedias sociales sobre la nueva locura por pedalear en bicicletas (“The Wheels of Chance”), fantasías banales sobre visitas angelicales (“The Wonderful Visit”) y recopilaciones de ensayos ligeros y artículos periodísticos (“Certain Personal Matters”). Es importante subrayar la permeabilidad entre estos diferentes estilos literarios, los espacios híbridos e “impuros” en los que nacían los romances científicos.

La ficción especulativa de Wells tenía precedentes: cuentos como “Pausodyne” (1881) y “A Child of the Phalanstery” (1884), de Grant Allen; y novelas más o menos filosóficas como “La Edad de Cristal”, de W.H.Hudson y “The Inner House” (1888) de Walter Besant. Pero fue Wells quien supo insuflar en sus primeras novelas una energía narrativa tan poderosa y una convicción tan sólida en lo que escribía, que instantáneamente transformó el espíritu y el método de la CF. De hecho, descubrió un potencial mucho mayor que el que andaba buscando. Aunque su demostración de que las fábulas morales (como esta novela) podían ser modeladas como narraciones emocionantes y violentas, fue bienvenida por unos cuantos moralistas, lo cierto es que “La Isla del Dr.Moreau” –junto a “El Hombre Invisible” y “La Guerra de los Mundos”- dieron pie a una legión de imitadores que sólo estaban interesados en el aspecto más melodramático de creadores de monstruos, invasiones alienígenas o criminales científicos. Treinta años más tarde, muchos autores de CF imaginarían un futuro imposible de robots antropomórficos y trajes plateados unisex. "La isla del Dr.Moreau" no necesitó nada de esa imaginería para plasmar temas que aún seguimos debatiendo más de cien años después.

domingo, 3 de octubre de 2010

1897- UN VIAJE A VENUS – John Munro


La imagen de Venus en la CF era algo comúnmente utilizado en la CF del siglo XIX. Su impenetrable capa de nubes permitía especular libremente sobre lo que había bajo ellas, escapando a cualquier consideración de tipo científico. De tamaño muy similar al de nuestra Tierra, Venus era el planeta más cercano a nosotros junto a Marte y el hecho evidente de que poseyera una atmósfera y estuviera más próximo al Sol, hizo que los escritores de CF fantasearan con la posibilidad de que su superficie estuviera ocupada por un extenso y húmedo pantano habitable por la especie humana.

“Viaje a Venus” (1865) de Aquille Eyraud, fue, como ya vimos en una entrada anterior, quizá el primer viaje de ficción a ese planeta. “El Gran Romance” (anómino, 1881) o “Journey to Venus” (1895) de Gustavus W.Pope, fueron otras novelas que aportaban sus visiones, muy similares, del planeta hermano, con abundante vegetación y dinosaurios. “A Trip to Venus”, de John Munro, no aportaba realmente nada nuevo a lo ya hecho hasta el momento, al menos en lo que se refiere a la imagen ficticia de Venus: un ingeniero –que actúa como narrador- , un astrónomo y su hija, se embarcan en una nave con rumbo a Venus y el más lejano Mercurio. En el primer planeta encuentran una civilización utópica. Un tema ya más que gastado a estas alturas.

La novela es bastante corriente, y si merece la pena ser reseñada aquí a título individual es por ser la primera en la que se presentan dos ideas tecnológicas que, con el tiempo, se convertirían en realidad: las naves espaciales con cohetes alimentados con combustible líquido (Munro era profesor de Ingeniería Mecánica en Bristol. La obra del padre de la astronáutica, el ruso Konstantin Tsiolkovsky en la que aventuraba estos motores no se publicaría hasta 1898); y la propulsión magnética, en la que todavía hoy se sigue trabajando.

Seguiremos encontrándonos con Venus con bastante frecuencia en nuestro recorrido por la CF. Innumerables escritores desde entonces hasta la actualidad han situado al planeta en el centro de su ficción en un momento u otro, aunque su papel protagonista lo disfrutó entre los años treinta y cincuenta, cuando aún no se habían enviado las sondas espaciales que revelarían el infierno que se escondía bajo las nubes venusianas.
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sábado, 2 de octubre de 2010

1897- DOS PLANETAS - Kurd Lasswitz


En esta ocasión, pasamos breve revista a uno de los mejores romances interplanetarios de finales del siglo XIX, escrito por el filósofo alemán Kurd Lasswitz (1848-1910). A veces se ha llamado a Lasswitz el Julio Verne alemán, pero, de hecho, su ciencia ficción tiene un sabor muy diferente a la del francés.

Una expedición en globo al Polo Norte –estamos en los años en los que ese punto geográfico aún estaba por ser conquistado- descubre un asentamiento fundado por exploradores marcianos. Los alienígenas son social y tecnológicamente superiores: han establecido una base flotante sobre el polo, alimentada con energía solar. Insisten en que su código ético les impide explotar a otros seres inteligentes, sean o no humanos. Pero a medida que el libro avanza, los marcianos, convencidos de su propia superioridad, empiezan a tratar a los humanos con condescendencia e incluso desprecio.

Se nos revela que su verdadera intención es explotar los recursos naturales de la Tierra. La situación se deteriora hasta el punto de que estalla una batalla entre los extraterrestres y un navío de guerra británico, hundido fácilmente este último por los primeros. La hostilidad reinante entre el imperio británico y otras naciones de la Tierra proporciona la excusa que necesitan los marcianos para declarar un protectorado sobre nuestro planeta y establecer una ocupación militar suave que no tarda en convertirse en una autocracia opresiva liderada por el filósofo inmortal Imm. Sin embargo, la resistencia humana, utilizando tecnología marciana se apodera de la base del polo y obliga a los marcianos a negociar un tratado de paz que limita la comunicación entre ambas civilizaciones a señales de luz. Se alcanza la igualdad entre las dos especies y la historia finaliza con un nuevo orden planetario que eventualmente conducirá a una utopía de paz y desarrollo.

“Dos Planetas” es una efectiva combinación de especulación tecnológica (los marcianos poseen anti-gravedad, energía solar, comunicadores a distancia y una máquina llamada Retrospektiv, con la que pueden ver el pasado) y sencilla pero contundente crítica social sobre la naturaleza maligna de un imperialismo supuestamente benevolente. La combinación de ambos aspectos es, de hecho, lo que la señala, como en el caso de Wells, el nacimiento de la ciencia ficción moderna. Quizá sea por esto por lo que muchos grandes autores del género, como Arthur C.Clarke, expresaron su admiración por este libro.

Aunque se trata de una buena historia de CF, no puede ser más diferente a otra guerra contra marcianos, publicada tan sólo un año después, “La Guerra de los Mundos”, de H.G.Wells. Las diferencias entre ambas novelas son tan grandes que difícilmente la segunda recibió ninguna influencia de la primera. En realidad, las dos daban inicio a una línea dentro de la CF que ligaba directamente a Marte y la Tierra a partir de las elucubraciones de Percival Lowell, el astrónomo que tomó las observaciones de “canales” del italiano Schiaparelli y elaboró una teoría que se haría inmensamente popular, proporcionando de paso a los escritores de CF un filón: que el planeta rojo estaba atravesado por una compleja red de canales construidos por una civilización avanzada. De hecho, en la novela de Lasswitz, los marcianos llevan a algunos hombres a Marte, donde presencian el paisaje descrito por Lowell. H.G.Wells, sin embargo, no puso tanto énfasis en las teorías de Lowell como Lasswitz o, años más tarde, Edgar Rice Burroughs y sus historias de Jon Carter, por citar sólo un ejemplo.

No es la única diferencia entre ambos libros “marcianos”. Los extraterrestres de Lasswitz, por ejemplo, no eran demasiado diferentes a los humanos, diferenciándose de nosotros únicamente en sus grandes ojos, con los que podían expresar un mayor rango de emociones. Los de Wells, en cambio, son radicalmente distintos, con una biología y un aspecto monstruosos que despiertan nuestra repulsión. Mientras que la historia de Lasswitz termina con un mensaje de esperanza y paz, la de Wells lo hace con miedo a una nueva invasión.

Con la excepción de Inglaterra, en Europa no había echado raíces ninguna tradición literaria de “romances científicos” antes de la importación de Julio Verne y H.G.Wells. Aunque muy popular en Alemania en su momento (inspiró a Wernher von Braun, uno de los padres de la astronáutica, cuando la leyó de niño), la Primera Guerra Mundial tuvo efectos dramáticos. El valiente intento de Lasswitz de fundar unas bases centroeuropeas para el género (publicó otras dos novelas especulativas además de la monumental “Dos Planetas”) fue borrada por el terrible conflicto y las consecuencias sociales y artísticas que se derivaron del mismo. El libro no sería traducido a otros idiomas hasta 1970.