Tras los serios tropiezos que algunos estudios tuvieron con películas de ciencia ficción en las que habían invertido mucho dinero, durante los años cuarenta el género quedó en letargo en el cine y sólo algunos seriales se atrevieron a incluir ciertos elementos propios de la CF en sus guiones aun cuando éstos fueran claramente de temática aventurera o criminal. Fue el caso, por ejemplo, de “Fighting Devil Dogs” (1938) o “El Misterioso Dr.Satán” (1940), ambos de Republic; o “El Acecho del Fantasma” (1939), de Universal, con Bela Lugosi interpretando a un científico loco que controlaba un robot. Pero fue “The Purple Monster Strikes” uno de los pocos que pueden calificarse claramente de ciencia ficción.
“The Purple Monster Strikes” apareció el 3 de agosto de 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a término y Estados Unidos ya saboreaba la victoria definitiva. Refleja, por tanto, ese fervor patriótico y confianza en sus posibilidades de enfrentarse y derrotar a un enemigo invasor.
El serial, como otra producción de Republic del año anterior, “Haunted Harbor”, se abre de forma muy intensa sólo para caer rápidamente en las pautas recurrentes de este tipo de productos baratos del estudio. La llegada nocturna del villano titular, un marciano humanoide con la misión de servir de cabeza de puente de una invasión de su especie; su asesinato a sangre fría del doctor Layton y la posterior y escalofriante posesión del cadáver del científico, constituyen uno de los más siniestros arranques de todos los seriales de Republic.
Sin embargo, el cuidado por la creación de atmósferas inquietantes se abandona pronto en favor de una serie repetitiva y en exceso alargada de enfrentamientos entre el Monstruo Púrpura y Craig Foster (un antiguo agente del Servicio Secreto) por el control de una serie de inventos: cohetes, combustible, un destructor de meteoritos y un estabilizador atmosférico; todos ellos imprescindibles para completar y equipar un “avión a reacción” -en realidad, una nave diseñada por Layton que permita al marciano regresar a su mundo. De vez en cuando, esa fórmula se modifica con los intentos de la criatura de matar al héroe y su chica (Sheila, la sobrina del finado doctor Layton). También los últimos cuatro episodios (de los quince de que consta el serial) se separan del molde cuando los protagonistas descubren por fin las capacidades metamorfas del marciano e inician una investigación que les lleva directamente al falso científico. Con todo, la mayor parte del serial no es más que una sucesión de las mismas secuencias: presentación de un nuevo invento, pelea por hacerse con el mismo, cliffhanger, resolución del mismo y vuelta a empezar.
Es cierto, no obstante, que el equipo de cinco guionistas que se encargaron de escribir el serial consiguieron aportarle a esta fórmula cansina cierta tensión gracias a permitirle al alienígena ir acortando distancia respecto a su objetivo final en lugar de quedar siempre neutralizado en cada uno de sus planes. También dejaron que el monstruo matara a un número considerable de personajes secundarios, conservando al menos en parte esa impresión de amenaza apuntada en el primer capítulo. El envenenamiento del profesor Crandall en el capítulo seis, por ejemplo -que lo vuelve un loco asesino para morir a continuación por los efectos secundarios- es particularmente efectiva en este sentido.
Hay que ver estos productos como lo que son: entretenimiento para muchachos en los que se invertía el mínimo dinero posible y se rodaba lo más rápido que se podía para abaratar costes. Así que no había que exigir demasiado a los guionistas en términos de caracterización, tramas y coherencia. De esta forma, nos encontramos, por ejemplo, con que el marciano cuya raza ha conseguido dominar el viaje interplanetario y el cambio de forma y que ha sido enviado a la Tierra para una misión tan importante, no es capaz de construir una nave que pueda realizar el viaje de vuelta. O que contrate a matones terrestres como trabajadores “cualificados” para ayudarle en su objetivo. Este considerable ejercicio de suspensión de la incredulidad no solía ser un problema para el público objetivo de estos productos, acostumbrado a comulgar con ruedas de molino mucho mayores.
De hecho, el propio marciano -al que sólo llega a conocerse como “Monstruo Púrpura”-, a pesar de sus extraños poderes, no es más que un adorno exótico con el que embellecer lo que de otra manera hubiera sido un guion sencillo de ladrones o espías contra policías. Efectivamente, a esto se vio reducida la CF en estos años, a servir, con sus pistolas de rayos y venenos inductores de locura, de aderezo de otros géneros. El gas para cambiar de forma es una interesante adición pero acaba perdiendo frescura tantas veces son las que se utiliza. Lo mismo ocurre con la transformación del Monstruo en Layton y viceversa: se trata de la misma toma insertada en casi todos los capítulos para recordar su doble naturaleza al espectador –que, recordemos, consumía estos productos acudiendo al cine a ver un episodio por semana como parte de un programa más amplio que incluía noticiarios, dibujos animados y una película de serie B-.
Destacan, sobre otros productos de la misma división, los efectos especiales que coronaban los cliffhanger, como la colisión del camión de combustible inflamable con el coche del protagonista; en otras ocasiones, se utilizaron miniaturas elaboradas por los Hermanos Lydecker (dos veteranos de Republic que más adelante llegarían incluso a recibir nominaciones a los Oscar), que se reciclarían en el futuro para muchos otros seriales: cohetes despegando, explosiones de casas y almacenes... Otros cliffhanger utilizaban tópicos como el héroe amenazado por una pared móvil llena de pinchos; o la chica atrapada en una celda que se está inundando. En cuanto a las escenas de peleas, otro imprescindible de los seriales de Republic, están competentemente dirigidas pero como solía ser la norma, tienden a ser luchas mecánicas, muy parecidas entre sí, con los especialistas atizándose en decorados mientras destrozan el mobiliario y el atrezzo. Transcurriendo la mayor parte de la historia en interiores, se agradecen las ocasionales secuencias rodadas en exteriores, como los tiroteos o las persecuciones en automóvil.
Acorde con la calidad del resto de apartados en este tipo de producciones, el interpretativo tiene poco que destacar. El héroe está encarnado por Dennis Moore, cuyo trabajo puede ser calificado como competente. Su voz profunda y templada a la hora de enunciar sus líneas y su destreza en las escenas de acción apenas compensan su falta de carisma. Más expresiva es su compañera, Linda Stirling, que consigue equilibrar algo la exagerada seriedad de aquél. El alienígena estuvo interpretado por un fornido actor especializado en westerns de segunda, Roy Barcroft, vestido con un traje ajustado y una capucha medieval. En esta ocasión y a diferencia de su característica pose presuntuosa en otros papeles de “duro”, adopta unas maneras frías y arrogantes adecuadas a su personaje.
En 1950 se produjo una especie de secuela oficiosa titulada “Flying Disc man from Mars”, que recogió a su vez el pulso de la época, en esta ocasión la paranoia anticomunista. Así, el marciano invasor –interpretado por un actor de origen ruso- se alía con un antiguo nazi para subyugar al mundo.
Aunque no fue uno de los mejores seriales de Republic y como en tantas producciones de ese sello la prometedora premisa queda ahogada por una trama absolutamente estandarizada, “The Purple Monster Strikes” sí merece una mención no tanto por su valor artístico (sólo puede recomendarse a los muy aficionados al material antiguo y de serie B, y sólo en su versión remontada para televisión y titulada “D-Day on Mars”) como por el histórico, al ser una de las primeras historias que el cine ofreció sobre invasiones alienígenas por posesión, un subgénero que sería recurrente en la década siguiente al abrigo de la paranoia de la Guerra Fría y el temor a las armas nucleares.
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