Tercera novela de CF de H.G.Wells tras “La máquina del tiempo” y “La isla del Dr.Moreau”, “El hombre invisible” sigue la línea de las anteriores, mezclando la aventura con un nada disimulado subtexto moral. “La máquina del tiempo” hablaba de la responsabilidad de la sociedad actual con el futuro de la humanidad; “La isla del Dr.Moreau” sobre la ética de la experimentación y el peligro y consecuencias del distanciamiento del científico respecto al objeto de su estudio; “El hombre invisible”, por su parte, nos presenta el riesgo del poder derivado de la ciencia cuando no existen salvaguardas éticas.
La historia es sencilla, breve y lineal: Griffin, un científico antisocial y crecientemente psicótico, inventa un método para hacerse invisible, pero es incapaz de revertir el proceso. Se retira a Iping, un pequeño pueblo inglés de Sussex, envuelto en vendajes y cubierto de gruesos ropajes para ocultar su grotesca condición. Alquila una habitación en una posada y trata de continuar con sus investigaciones. Pero los habitantes del pueblecito están comprensiblemente nerviosos y sospechan de él, especialmente después de que se produzcan una serie de robos y otros extraños acontecimientos. Enfurecido y desesperado, el Hombre Invisible revela su personalidad megalomaniaza, ataca a los aldeanos y decide dar inicio a un Reinado del Terror.
La invisibilidad no era en absoluto un tema nuevo. Ha estado presente en la mitología clásica (como en la leyenda de Perseo), la filosofía (en “La República” de Platón, donde el pastor Giges encuentra un anillo que le permite satisfacer todas sus ansias de poder, claro antecedente no solo del mensaje moral de Wells sino de otras obras universales como “El Señor de los Anillos) o incluso la literatura de ciencia ficción (recordemos la reseña de “El hombre sin cuerpo” publicada en este mismo blog). El mérito de Wells fue el de abordar la cuestión no desde el terreno de la pura fantasía, sino como resultado de un deliberado experimento cuyos pormenores científicos explica Griffin a su colega, el doctor Kemp.
Por otra parte y como consideración más particular, “El Hombre Invisible” es un libro que trata sobre la visión, un tema que interesaba sobremanera a Wells –recordemos en este sentido algunos de sus relatos cortos que revisamos en una entrada anterior-. No es una coincidencia que el propio Hombre Invisible sea un científico. La invisibilidad, sugiere el relato, priva al hombre de la interacción con otros seres humanos y, por tanto, de la responsabilidad social, con consecuencias perversas. Algunos analistas sitúan la novela en una rama de la doctrina penal del siglo XIX asociada con el pensador inglés Jeremy Bentham (1748-1832), quien diseñó la prisión ideal, el “panopticon”, que colocaba a todos los internos bajo el ojo de un guardián estratégicamente situado. El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) tomó las ideas de Bentham como la expresión de la lógica cultural del siglo XIX: la autoridad depende de la vista. Si lo privas de vigilancia, el hombre, ahora invisible, se convierte inmediatamente en una amenaza social.
Como comentamos al principio, la obra contiene un fuerte sentido moral: nada se gana sin perder algo a cambio. Griffin, el científico con talento, descubre un procedimiento maravilloso, pero a cambio pierde la razón. La moraleja está en cierto modo conectada con la de “La Isla del Doctor Moreau”: la inteligencia y cordura del hombre es frágil y siempre ha de luchar contra impulsos violentos más primitivos.
En contraste con los personajes típicos de los relatos de aventuras de Julio Verne, siempre en movimiento y viajando por el mundo, los de Wells son individuos complejos que experimentan la aventura de forma pasiva: no se aventuran más lejos de su casa de lo que sea estrictamente necesario, son a menudo complacientes y poco amigos de la adrenalina. En otras palabras, para Wells el planteamiento era el inverso del de Julio Verne: para éste, los protagonistas se lanzaban al mundo en busca de lo asombroso, de la aventura; para aquél, como vimos en muchos de sus relatos cortos, es el mundo cotidiano el que se ve asaltado por lo maravilloso. En este sentido, Wells tenía la capacidad de retratar personajes convencionales pertenecientes a la clase media-baja y, de hecho, aquellas de sus creaciones que no se ajustan al arquetipo de ingleses bondadosos y aburridos, a menudo son caracterizados como peligrosos, incluso diabólicos: el Dr.Moreau es un ejemplo. El Hombre Invisible otro.
El mundo cotidiano que describe Wells se define en función de una serie de personajes de extracción social humilde que añaden a la novela un tinte de comedia costumbrista. Algunos de estos coloristas individuos del Sussex rural aportan notas cómicas y paródicas: el matrimonio propietario de la posada, el vagabundo borrachín que Griffin obliga a servirle y que al final de la novela se convierte en guardián inconsciente de los secretos de la invisibilidad, los viandantes que observan con asombro los fenómenos que ocurren a su alrededor… son personajes codiciosos, supersticiosos, chismosos e ignorantes que exasperan al Hombre Invisible con sus mundanas preocupaciones. Sin embargo, será a manos de ellos que Griffin perderá la ropa, el dinero, sus valiosas notas e incluso la vida. Con todo, Wells parece tomar partido por los aldeanos, considerándolos como medida de lo normal, mientras que el Hombre Invisible se presenta como una figura siniestra que, con su secretismo y obsesión por la intimidad, quiebra la pacífica existencia de la comunidad aldeana.
La novela sirve, por tanto, como vehículo para mostrar el contraste entre dos mundos: el rural donde da comienzo la historia y el urbano, representado por Londres, en el que transcurre la parte en la que Griffin cuenta cómo se volvió invisible. Siguiendo una línea común entre los poetas románticos y los novelistas victorianos de la época, Wells yuxtapone la vida en el campo, orientada hacia la comunidad y la tradición, con el cosmopolitismo anónimo y sin raíces de la metrópolis moderna. Mientras que en Iping el Hombre Invisible aterroriza a la población campando a sus anchas, robando y agrediendo, en Londres se encuentra empujado de un lugar a otro, en continuo peligro de ser pisoteado, zarandeado y atropellado por peatones, carruajes y animales y donde no encuentra refugio al hallarse todas las casas cerradas.
Efectivamente, en la parte del libro que transcurre en Londres, la invisibilidad de Griffin simboliza la debilidad y vulnerabilidad del hombre moderno frente al torbellino de la sociedad de masas. A diferencia de lo que luego se podría ver en las adaptaciones cinematográficas del relato, Wells subraya desde el comienzo las desventajas de la invisibilidad. Griffin alberga unas expectativas acerca de esos "poderes" que no sólo no se cumplen, sino que se ha de enfrentar a múltiples problemas inesperados que van de lo humillante a lo peligroso.
El “Hombre Invisible” (junto a “La Guerra de los Mundos”, que comentaremos en una próxima entrada) sería el último de los libros de Wells que conservaría plena validez cultural hasta nuestros días, esto es, la última de sus novelas que puede ser reconocida por cualquier lector aunque no sea aficionado al género; y también la última en ser adaptada a multitud de idiomas y formatos. Aunque Wells aun escribiría muchísimas obras, entre ellas algunas de gran calado, la posteridad ha sido mucho más selectiva que sus contemporáneos. En parte, esto se debió a que el mismo Wells comenzó, con el cambio de siglo, a plantearse su vocación de una forma diferente: de escritor de ficciones futuristas pasó a cultivar cierto perfil de profeta que ha aguantado peor el paso del tiempo.
Entre tanto, “El Hombre Invisible”, como todos los mejores libros de Wells, mezcla lo político, lo cultural, lo formal y lo especulativo en un todo perfectamente equilibrado que le ha ganado un puesto entre los iconos culturales del siglo XX, dando lugar a innumerables imitaciones literarias, adaptaciones cinematográficas e incluso un par de series de televisión. Fue además un nuevo e ilustre eslabón en la lista de “científicos locos” comenzada por Victor Frankenstein, el arquetipo de sabio aislado de sus colegas, enfrascado en un ambicioso proyecto y en cuya consecución perderá su humanidad, desencadenando fuerzas que ni puede entender ni controlar.
La historia es sencilla, breve y lineal: Griffin, un científico antisocial y crecientemente psicótico, inventa un método para hacerse invisible, pero es incapaz de revertir el proceso. Se retira a Iping, un pequeño pueblo inglés de Sussex, envuelto en vendajes y cubierto de gruesos ropajes para ocultar su grotesca condición. Alquila una habitación en una posada y trata de continuar con sus investigaciones. Pero los habitantes del pueblecito están comprensiblemente nerviosos y sospechan de él, especialmente después de que se produzcan una serie de robos y otros extraños acontecimientos. Enfurecido y desesperado, el Hombre Invisible revela su personalidad megalomaniaza, ataca a los aldeanos y decide dar inicio a un Reinado del Terror.
La invisibilidad no era en absoluto un tema nuevo. Ha estado presente en la mitología clásica (como en la leyenda de Perseo), la filosofía (en “La República” de Platón, donde el pastor Giges encuentra un anillo que le permite satisfacer todas sus ansias de poder, claro antecedente no solo del mensaje moral de Wells sino de otras obras universales como “El Señor de los Anillos) o incluso la literatura de ciencia ficción (recordemos la reseña de “El hombre sin cuerpo” publicada en este mismo blog). El mérito de Wells fue el de abordar la cuestión no desde el terreno de la pura fantasía, sino como resultado de un deliberado experimento cuyos pormenores científicos explica Griffin a su colega, el doctor Kemp.
Por otra parte y como consideración más particular, “El Hombre Invisible” es un libro que trata sobre la visión, un tema que interesaba sobremanera a Wells –recordemos en este sentido algunos de sus relatos cortos que revisamos en una entrada anterior-. No es una coincidencia que el propio Hombre Invisible sea un científico. La invisibilidad, sugiere el relato, priva al hombre de la interacción con otros seres humanos y, por tanto, de la responsabilidad social, con consecuencias perversas. Algunos analistas sitúan la novela en una rama de la doctrina penal del siglo XIX asociada con el pensador inglés Jeremy Bentham (1748-1832), quien diseñó la prisión ideal, el “panopticon”, que colocaba a todos los internos bajo el ojo de un guardián estratégicamente situado. El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) tomó las ideas de Bentham como la expresión de la lógica cultural del siglo XIX: la autoridad depende de la vista. Si lo privas de vigilancia, el hombre, ahora invisible, se convierte inmediatamente en una amenaza social.
Como comentamos al principio, la obra contiene un fuerte sentido moral: nada se gana sin perder algo a cambio. Griffin, el científico con talento, descubre un procedimiento maravilloso, pero a cambio pierde la razón. La moraleja está en cierto modo conectada con la de “La Isla del Doctor Moreau”: la inteligencia y cordura del hombre es frágil y siempre ha de luchar contra impulsos violentos más primitivos.
En contraste con los personajes típicos de los relatos de aventuras de Julio Verne, siempre en movimiento y viajando por el mundo, los de Wells son individuos complejos que experimentan la aventura de forma pasiva: no se aventuran más lejos de su casa de lo que sea estrictamente necesario, son a menudo complacientes y poco amigos de la adrenalina. En otras palabras, para Wells el planteamiento era el inverso del de Julio Verne: para éste, los protagonistas se lanzaban al mundo en busca de lo asombroso, de la aventura; para aquél, como vimos en muchos de sus relatos cortos, es el mundo cotidiano el que se ve asaltado por lo maravilloso. En este sentido, Wells tenía la capacidad de retratar personajes convencionales pertenecientes a la clase media-baja y, de hecho, aquellas de sus creaciones que no se ajustan al arquetipo de ingleses bondadosos y aburridos, a menudo son caracterizados como peligrosos, incluso diabólicos: el Dr.Moreau es un ejemplo. El Hombre Invisible otro.
El mundo cotidiano que describe Wells se define en función de una serie de personajes de extracción social humilde que añaden a la novela un tinte de comedia costumbrista. Algunos de estos coloristas individuos del Sussex rural aportan notas cómicas y paródicas: el matrimonio propietario de la posada, el vagabundo borrachín que Griffin obliga a servirle y que al final de la novela se convierte en guardián inconsciente de los secretos de la invisibilidad, los viandantes que observan con asombro los fenómenos que ocurren a su alrededor… son personajes codiciosos, supersticiosos, chismosos e ignorantes que exasperan al Hombre Invisible con sus mundanas preocupaciones. Sin embargo, será a manos de ellos que Griffin perderá la ropa, el dinero, sus valiosas notas e incluso la vida. Con todo, Wells parece tomar partido por los aldeanos, considerándolos como medida de lo normal, mientras que el Hombre Invisible se presenta como una figura siniestra que, con su secretismo y obsesión por la intimidad, quiebra la pacífica existencia de la comunidad aldeana.
La novela sirve, por tanto, como vehículo para mostrar el contraste entre dos mundos: el rural donde da comienzo la historia y el urbano, representado por Londres, en el que transcurre la parte en la que Griffin cuenta cómo se volvió invisible. Siguiendo una línea común entre los poetas románticos y los novelistas victorianos de la época, Wells yuxtapone la vida en el campo, orientada hacia la comunidad y la tradición, con el cosmopolitismo anónimo y sin raíces de la metrópolis moderna. Mientras que en Iping el Hombre Invisible aterroriza a la población campando a sus anchas, robando y agrediendo, en Londres se encuentra empujado de un lugar a otro, en continuo peligro de ser pisoteado, zarandeado y atropellado por peatones, carruajes y animales y donde no encuentra refugio al hallarse todas las casas cerradas.
Efectivamente, en la parte del libro que transcurre en Londres, la invisibilidad de Griffin simboliza la debilidad y vulnerabilidad del hombre moderno frente al torbellino de la sociedad de masas. A diferencia de lo que luego se podría ver en las adaptaciones cinematográficas del relato, Wells subraya desde el comienzo las desventajas de la invisibilidad. Griffin alberga unas expectativas acerca de esos "poderes" que no sólo no se cumplen, sino que se ha de enfrentar a múltiples problemas inesperados que van de lo humillante a lo peligroso.
El “Hombre Invisible” (junto a “La Guerra de los Mundos”, que comentaremos en una próxima entrada) sería el último de los libros de Wells que conservaría plena validez cultural hasta nuestros días, esto es, la última de sus novelas que puede ser reconocida por cualquier lector aunque no sea aficionado al género; y también la última en ser adaptada a multitud de idiomas y formatos. Aunque Wells aun escribiría muchísimas obras, entre ellas algunas de gran calado, la posteridad ha sido mucho más selectiva que sus contemporáneos. En parte, esto se debió a que el mismo Wells comenzó, con el cambio de siglo, a plantearse su vocación de una forma diferente: de escritor de ficciones futuristas pasó a cultivar cierto perfil de profeta que ha aguantado peor el paso del tiempo.
Entre tanto, “El Hombre Invisible”, como todos los mejores libros de Wells, mezcla lo político, lo cultural, lo formal y lo especulativo en un todo perfectamente equilibrado que le ha ganado un puesto entre los iconos culturales del siglo XX, dando lugar a innumerables imitaciones literarias, adaptaciones cinematográficas e incluso un par de series de televisión. Fue además un nuevo e ilustre eslabón en la lista de “científicos locos” comenzada por Victor Frankenstein, el arquetipo de sabio aislado de sus colegas, enfrascado en un ambicioso proyecto y en cuya consecución perderá su humanidad, desencadenando fuerzas que ni puede entender ni controlar.