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Más allá de la venganza contra los Harkonnen y la recuperación del legado de su casa dinástica, las metas de un Paul que madura a pasos agigantados son aún más ambiciosas. Los nativos y algunos científicos llevan soñando desde hace mucho tiempo con la terraformación de Arrakis, pero hasta el momento en que se precipita la acción han existido siempre dos obstáculos principales. Por una parte, las casas nobles que han gestionado la explotación de la valiosísima melange no han tenido auténtico interés en acometer una empresa de tamaña dimensión; y, aún más importante, la transformación artificial del planeta en un ecosistema más habitable probablemente conllevaría la desaparición de la especia y, con ella, la desintegración de todo el entramado comercial y político del Imperio. Pues bien, Paul se propone burlar a todos los extranjeros interesados en mantener el status quo, darle a los Fremen el poder sobre su propio planeta e iniciar una transformación ecológica que convierta a Arrakis en un paraíso.
La Ciencia Ficción norteamericana alcanzó un punto muerto a comienzos de los años sesenta del pasado siglo, y sólo una revuelta total consiguió sacarla del sopor: la Nueva Ola. Esta ruptura conceptual y estilística con la tradición, sin embargo, no tuvo su origen en la escena americana sino en la británica y ello aun cuando fue en aquélla donde los principales conflictos de la época (liberalización en las universidades, el movimiento de los derechos civiles, el feminista, la oposición a la Guerra de Vietnam o y las sucesivas oleadas culturales, por ejemplo) se produjeron con mayor violencia y crudeza.
La franquicia jurásica que inició Steven Spielberg en 1993 con “Parque Jurásico” ha resultado ser un filón seguro aunque algo irregular, sujeto a la periódica fascinación por los dinosaurios que invade al público. La primera entrega de la saga fue un auténtico fenómeno que llevó un paso más allá la tecnología de efectos especiales digitales, cautivó al público y recaudó una inmensa fortuna. La inevitable secuela, “El Mundo Perdido” (1997), fue también dirigida por Spielberg con un resultado artístico algo inferior, no tanto por la calidad en la dirección como por la mediocridad de la premisa básica y el desarrollo de personajes. “Parque Jurásico III” (2001) fue una secuela mejor que su predecesora e intentó añadir algo nuevo a la idea original, pero a la postre no ofrece más que un entretenimiento ligero basado en los efectos especiales y con una atención mínima a los personajes.
A comienzos de 1964, Stanley Kubrick, director de films como “Espartaco” (1960) o “Lolita” (1962), estaba interesado en la posibilidad de realizar lo que describió como “la proverbial buena película de CF”. Se le aconsejó que revisara la obra del novelista británico Arthur C.Clarke, una de las autoridades señeras en el género y, ni corto ni perezoso, Kubrick le escribió describiéndole sus planes para un film de “grandeza mítica” que abordara temas como “las razones para creer en la existencia de vida inteligente extraterrestre” y “el impacto global (y quizás la falta del mismo en algunos aspectos) que supondría tal descubrimiento en un futuro cercano”. Clarke y Kubrick, impresionados mutuamente con la obra y el carisma del otro, acordaron reunirse en Nueva York y, de forma harto apropiada, lo hicieron durante la celebración de la Feria Mundial de 1964, donde las exhibiciones y debates versaban el futuro de la humanidad. Clarke más tarde recordaría: “Kubrick quería hacer una película sobre la relación del Hombre y el Universo, algo que nunca se había intentando antes. Estaba decidido a crear una obra de arte que despertara el sentido de lo maravilloso…y el terror”.
El mundo se tambalea al borde de la guerra nuclear cuando la Unión Soviética invade Berlín Occidental. A pesar de los intentos del gobierno para instruir a los ciudadanos acerca de las técnicas de supervivencia en caso de un conflicto atómico, el pueblo británico sigue sumido en la ignorancia y las medidas a adoptar son demasiado caras para la familia media. Un proyectil nuclear impacta en Londres y millones de personas perecen inmediatamente. Después, las autoridades deben enfrentarse al colosal problema de atender a miles de quemados y enfermos de radiación, enterrar a los muertos, establecer la ley marcial, afrontar revueltas por la comida y ver cómo sus propios funcionarios caen víctimas del estrés.
A finales de los años ochenta y principios noventa del siglo pasado, el director de origen holandés Paul Verhoeven parecía convertir en oro todo lo que tocaba: “Robocop” (1987), una brillante y excesiva sátira social; “Desafío Total” (1990), un thriller y película de acción para el lucimiento de Arnold Schwarzenneger; e “Instinto Básico” (1992), un film policiaco que triunfó gracias a su pulso, atmósfera y erotismo subido de tono. Pero con el final de siglo, las cosas empezaron a torcérsele, sobre todo a causa del batacazo que se propinó “Showgirls” (1995), cinta universalmente denostada y que arruinó las carreras de casi todos los que en ella participaron. Con todo, a Columbia Pictures aún le quedaba una reserva de confianza para el hasta no hacía tanto tiempo rentable director y le fichó para una revisitación de la clásica historia del Hombre Invisible.
Verhoeven afirmó en entrevistas de la época que quería aproximarse a esta historia de una forma seria y evitar el material lascivo por el que ya se había hecho famoso, centrándose más en el terror, los efectos visuales y la interpretación para crear algo digno del icónico personaje. Si esa fue su auténtica intención, puede decirse que fracasó en al menos dos de sus tres objetivos.
El detective de la policía de Los Ángeles Tom Beck (Michael Nouri) investiga el caso de un pacífico financiero sin antecedentes penales que súbitamente se ha embarcado en una cadena de atracos y asesinatos indiscriminados. Tras una persecución en coche, el fugitivo termina herido de gravedad y muere en el hospital. Mientras tanto, en comisaría se presenta el agente del FBI Lloyd Gallagher (Kyle MacLachlan), que dice haber estado persiguiendo a ese individuo durante bastante tiempo y ahora, sin demasiadas explicaciones, solicita la ayuda de Beck para investigar al paciente que compartía habitación con aquél en el hospital y que ha desaparecido. Éste, de hecho, ha caído en una pauta similar: entra en una tienda, roba unos discos de trash metal y un Ferrari y asesina a varias personas. Es necesaria una violencia inaudita para detenerlo y justo tras su muerte, otra persona que nada tenía que ver con él, una stripper, empieza una senda criminal con las mismas características.
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En general, los comics de la EC no dejaban en muy buen lugar a la especie humana. A diferencia de Buck Rogers o Flash Gordon, en los que la tecnología o el heroísmo personal podían conjurar todas las amenazas del futuro, las historias de la EC mostraban a menudo a los hombres derrotados en su propio juego y golpeados en sus puntos débiles. Gaines reconoció que ese cinismo “procedía probablemente de mi propia creencia en que la gente no es buena. Es también una corriente dentro de muchas historias de ciencia ficción, en las que toda la galaxia está tan disgustada con el Hombre que acaba aislándolo”.
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Después del holocausto nuclear, la siguiente preocupación de los lectores adolescentes de la EC era el sexo opuesto. Como mucha de la ciencia ficción de la época en cualquier soporte y formato, los comics de la EC jugaban con las fantasías y ensoñaciones adolescentes. Los chicos en la frontera de la pubertad disfrutaban con historias sobre el sexo en el futuro, el sexo con alienígenas, mujeres hermosas, androides sexuales…
La Ciencia Ficción se hizo realidad el 16 de julio de 1945, cuando una bola de fuego nuclear provocada por el hombre se alzó sobre las arenas del desierto de Nuevo México. Tres semanas más tarde, la primera bomba atómica mató en el acto a 80.000 personas en Japón.
En 1999 se estrenó “Tarzán”, la última de las películas que ayudaron al renacimiento de Disney con “La Sirenita” (1989). Fue aquél un final de ciclo, el mismo año en el que se estrenó “Toy Story 2” con enorme éxito, demostrando que la primera entrega no había sido una excepción y consolidando una forma de hacer animación distinta, tanto en el concepto como en la técnica. En ese momento bisagra es cuando aparece “El Gigante de Hierro”.