sábado, 29 de agosto de 2009

1865-1870- DE LA TIERRA A LA LUNA / ALREDEDOR DE LA LUNA - Julio Verne


El viaje interplanetario no era un tema nuevo a mediados del siglo XIX. Ya mencionamos en una entrada anterior a Luciano de Samosata y su "Historia Verdadera", donde se narra una batalla espacial entre seres de otros mundos. Otros ejemplos tempranos de hombres viajando por el espacio son "Un hombre en la Luna" (1638) de Godwin o "Los Estados e Imperios de la Luna" (1657), aunque en aquellos tiempos la ciencia no estaba lo suficientemente desarrollada como para que los relatos pudieran sostenerse más en ella que en la fantasía. Con Julio Verne todo cambió.

El auténtico comienzo de la Era Espacial en la CF es este dúo de novelas, "De la Tierra a la Luna" y "Viaje Alrededor de la Luna", donde se exponía un nuevo viaje, pero en dirección contraria a “Viaje al Centro de la Tierra”: no hacia abajo, sino hacia arriba. Junto a sus tres protagonistas, la carrera de Verne despegó definitivamente para conseguir un puesto entre las estrellas del género. "De la Tierra a la Luna" fue serializada en la revista editada por Hetzel "Journal des débats politiques et littéraires" entre el 14 de septiembre y el 14 de octubre de 1865. Unos días después, salió a la venta el relato íntegro, ya recopilado y en forma de libro. La narración terminaba con un misterio, sin revelar qué había sido de los exploradores tras el lanzamiento. Cinco años después, en 1870, aparecía la continuación y conclusión de la aventura, "Alrededor de la Luna". La tendencia general es a considerar estos dos libros como si fueran uno solo dividido en dos partes; pero dicha apreciación es incorrecta.

“De la Tierra a la Luna” comienza al final de la Guerra de Secesión, presentándonos al Baltimore Gun Club, una exclusiva asociación de artilleros e inventores entusiastas de las armas y los cañones en particular. El presidente del club, Impey Barbicane, propone que en esos tiempos de paz en los que los cañones duermen y el ingenio de sus socios se adormece, se aborde una empresa colosal: construir un cañón que sea capaz de lanzar un proyectil a la Luna. El proyecto cala profundamente en el ánimo nacional y origina un entusiasmo sin precedentes por nuestro satélite. Con esa excusa, Verne dedica varios capítulos a informarnos, con su minuciosidad característica, de todos los datos pertinentes de la Luna: su origen, sus características y movimientos astronómicos... así como de los detalles técnicos tanto del cañón como del obús y la pólvora necesarios para cumplir el objetivo, la búsqueda del emplazamiento ideal, la obtención de la financiación por todo el mundo y los gigantescos trabajos que ponen en pie el inmenso cañón.

Aunque en principio el plan era lanzar un obús que impactara en la Luna, la incorporación al proyecto del francés Michel Ardan lo transforma en una misión tripulada. El mencionado Barbicane, su antagonista el capitán Nicholl y un par de perros completan la tripulación, que es finalmente lanzada al espacio.

"De la Tierra a la Luna", aunque contiene información científica sobre nuestro satélite (y aún más datos sobre la historia y física de la balística y la pólvora) no está realmente interesado en asuntos, digamos, extraterrestres. Es más, el énfasis se pone en la insultante autoconfianza de los protagonistas norteamericanos y sus ambiciones imperalistas y belicistas expresadas sin ambages: un miembro del Gun Club, al término de la Guerra de Secesión, se lamenta: "¡Ni una guerra a la vista!... y esto cuando hay tanto que hacer en la ciencia de la artillería!". Barbicane anuncia el vuelo a la Luna no en interés de la ciencia, sino de "conquista", prometiendo que el nombre de la Luna "se unirá a los 36 Estados que conforman este gran país que es la Unión". Toda la laboriosa preparación del lanzamiento sirve para establecer un discurso de expansión y triunfo casi militarista, arrastrando a todo un eufórico país tras de sí. El emblema de esta novela es el enorme cañón, más grande y más poderoso que ningún otro fabricado antes.



Por el contrario, "Alrededor de la Luna" se centra en el viaje por el espacio y su tono y ritmo son muy diferentes. Dado que un meteorito los desvía de la trayectoria que les hubiera permitido alunizar, han de conformarse con orbitar alrededor del satélite. Excepto en la última parte de la novela, no hay grandes sobresaltos y el libro se centra en contarnos cómo trascurre la vida a bordo, las observaciones de la superficie lunar que realizan desde la cápsula y las teorías que elaboran a partir de ellas. Sólo la suerte les permitirá regresar a la Tierra enfrentándose a un arriesgado descenso.




Un hecho histórico sobre el que Verne, por supuesto, no tenía ningún control, determina de manera fundamental la manera que tenemos en la actualidad de leer la novela: los viajes a la Luna de los años 60 y 70 del siglo XX. Los críticos no pueden resistirse a la tentación de leer la ficción de Verne a través de la experiencia de las misiones Apolo, lo que, indefectiblemente, lleva a la lista de cosas sobre las que Verne "acertó" y aquellas en las que se "equivocó". Como yo no soy menos, también debo glosarlas en esta entrada, así que ahí van.

Ciertamente, hay unos cuantos elementos de los libros que llegaron a hacerse realidad, bien fueran casualidades o bien resultado de la investigación y los cálculos que realizó el escritor para dar verosimilitud al relato. Los problemas que el autor plantea a sus protagonistas son los mismos que hubo de resolver el programa espacial Apolo casi cien años después. Y Verne lo hizo tan bien que la NASA acabó llegando a las mismas conclusiones. Veamos algunos ejemplos:

- Verne elige a Estados Unidos como líder en la carrera por el espacio, vaticinio que se cumpliría años después. No es que el escritor fuera vidente. En su decisión se mezcló la simpatía que sentía hacia los yankis y que aparece también en otros trabajos, con una apreciación correcta de lo que por otra parte ya era una evidencia: la pujanza comercial e industrial de esa nación, recién salida de una devastadora guerra civil. Aunque Inglaterra y Alemania eran las potencias económicas en Europa, Verne era hijo de su patria y de su época, lo que significa que no les profesaba ninguna simpatía, sentimiento que se refleja en varios de sus libros. En "De la Tierra a la Luna", cuando cuenta las diferentes aportaciones que los países hacen al proyecto, escribe a este respecto: "La confederación germánica se comprometió a dar 34.285 florines; no se podía pedir más; además no hubiera dado más". En cuanto a Inglaterra: "Era de todos conocida la despreciativa antipatía con que se acogió la proposición de Barbicane. Los ingleses no tienen más que una sola y misma alma para los 25 millones de habitantes que encierra Gran Bretaña [...]. No se suscribieron siquiera por el valor de un fartking".


- El cañón de Verne es bautizado como Columbiad. El módulo de mando del Apolo 11 se llamó Columbia. El nombre que utilizó Verne tiene su origen en la guerra civil norteamericana, en la que recibía tal denominación un tipo concreto de enormes cañones.
- La tripulación de ambos proyectos, el de ficción y el real, consistía en tres personas.
- Las dimensiones físicas de la cápsula de Verne son muy similares a la del programa Apolo.
- El lanzamiento del proyectil de Verne se realiza desde Florida, como lo hicieron las misiones norteamericanas. La razón es que cualquier artefacto que se lance al espacio desde la Tierra y hacia la Luna, se hará de forma más sencilla cerca del Ecuador, puesto que es donde el cénit se alinea con la órbita del satélite. La solución puede parecer obvia en la actualidad, acostumbrados como estamos a ver lanzamientos desde Cabo Cañaveral, pero a mediados del siglo XIX Florida era un lugar escasamente desarrollado donde aún se luchaba contra los indios. Verne dio prioridad a las razones científicas por delante de consideraciones literarias.
- El uso de retrocohetes para el alunizaje o la impulsión de la cápsula en órbita.
- La misión del Gun-Club finaliza de la misma forma que lo hicieron las cápsulas anteriores al transbordador espacial: amerizando en el océano Pacífico.

Verne era un rendido admirador de Poe (de quien llegó a redactar un tratado). Conocía su relato de “La incomparable aventura de un tal Hans Pfaal” aunque pensaba que había sido fallido. Ya en tiempos de Poe la premisa de un globo que pudiera llegar a la Luna era totalmente inverosímil y Verne opinaba que hubiera bastado algo de investigación y documentación para abordar el problema desde una perspectiva científica. Aunque el término correcto en el caso de Verne sería "técnica", porque en realidad contempla todo el proyecto como un gran problema de ingeniería donde la ciencia propiamente dicha apenas juega un papel.



Pero el caso es que estas comparaciones de "De la Tierra a la Luna" con el proyecto Apolo son inapropiadas e injustas. Aunque Verne jugaba con los hechos y los datos, sus novelas no pueden ser consideradas en absoluto como un deseo deliberado de adivinar el futuro. De hecho, a menudo sus libros nos hablan más de su presente que de lo que él pensaba iba a ser el futuro. En este sentido, sus comentarios acerca de la guerra, la conquista y la industria armamentística norteamericana –al fin y al cabo elementos significativos de la mentalidad de ese país- son mucho más importantes.




Sin embargo, puede resultar instructivo considerar algunos de los puntos señalados por los críticos. Por ejemplo, cuando se alaba a Verne por darse cuenta de que un vuelo a la Luna sería un gran proyecto de ingeniería que requeriría el trabajo de miles y el gasto de millones en lugar de ser el resultado de la obsesión de un genial científico solitario que se las arregla para construir una nave espacial en su patio trasero (imagen recreada por muchos escritores del género); pero a continuación, se le pone un punto negativo a Verne por no haberse percatado de la resistencia del aire y de que la cápsula hubiera resultado vaporizada incluso antes de abandonar el cañón.

En cuanto a la primera objeción, probablemente Verne alberga unas esperanzas excesivas hacia la resistencia del aluminio con el que se construye su cápsula. La segunda es más interesante. Ciertamente, la solución del cañón para vencer la fuerza gravitatoria del planeta era novedosa, pero ya en su época se vio como irrealizable puesto que se consideraba que la aceleración desintegraría a cualquier ser vivo que se introdujera en la cápsula. En una novela plagada de cálculos sobre las dimensiones de la nave, la aceleración necesaria para romper los lazos de la gravedad, el material explosivo necesario para proporcionar el empuje, etc. es extraño que ninguno de los personajes considere el efecto sobre el cuerpo humano de una súbita aceleración. Y resulta aún más extraño cuando recordamos la amplia discusión que tuvo lugar en el siglo XIX sobre los posibles efectos debilitantes que tendría una rápida aceleración en el hombre: incluso la velocidad de un tren a vapor podría ser fatal para los pasajeros. Era un problema, un peligro, del que los contemporáneos de Verne eran muy conscientes.

Uno de los padres de la astronáutica, Konstantin Tsiolkovsky, refutó en 1903 la solución de Verne demostrando que la longitud del cañón necesaria para lanzar la carga que se indica habría de ser la de la Torre Eiffel y que el proyectil habría de sufrir una aceleración de 1.000 g, lo que reduciría a pulpa a sus tripulantes. Así que, aunque los principios de la balística eran bien conocidos, pocos autores de CF antes de Verne -o después de él- propusieron lanzamientos utilizando un cañón. Autores posteriores solucionaron el problema creando elementos “antigravitatorios” o recurriendo a la solución "mística" del cuerpo astral, ejemplos ambos de los cuales veremos alguna obra en futuras entradas.

Así pues, los protagonistas deberían haber muerto. Pero en la segunda parte, "Alrededor de la Luna", Verne nos revela que aún viven. El autor consigue no caer en la contradicción mencionando (por primera vez) la existencia de un elaborado sistema de amortiguadores, "almohadillas" líquidas, módulos desechables... especialmente diseñados para diluir el efecto de "esa velocidad inicial de 11.000 metros que era suficiente para atravesar Paris o Nueva York en un segundo". Podemos concluir que, hasta que escribió la secuela cinco años después, los lectores podrían pensar que los viajeros no habían sobrevivido al lanzamiento porque el libro termina precisamente con esa incógnita. En un tono pesimista, al final de "De la Tierra a la Luna", todo el mundo excepto el optimista J.T.Maston (uno de los miembros del Club) así lo cree. La novela se cierra describiendo la fenomenal explosión que tiene lugar al lanzar la cápsula, más destructiva de lo que sus creadores habían previsto, y que destruye no sólo una parte de Florida, sino que se deja sentir a más de 300 millas náuticas de distancia de las costas americanas. Si nos quitamos un momento las "gafas" de CF, podemos interpretar ese final como una sátira al amor de los americanos por los cañones y las armas de fuego, una beligerancia nacional que Verne interpretaba como incólume tras años de sangrienta guerra civil y que, en el libro, aunque supuestamente canalizada al campo de la exploración, de hecho termina con una apocalíptica explosión.

El segundo volumen, "Alrededor de la Luna" se basa en mayor medida en la vertiente científica y en este aspecto la visión de Verne resulta mucho menos certera. No podía ser de otra manera. La mecánica y la balística eran bien conocidas en el siglo XIX pero a la astronomía de entonces le quedaba un largo camino por recorrer. Los supuestos de Verne descansan de manera un tanto nebulosa en postulados científicos asumidos como correctos en la época pero ante los que hoy sonreiría cualquier estudiante de secundaria, como la existencia de atmósfera en la Luna, el espesor de la atmósfera terrestre, la existencia de éter llenando el vacío espacial, la creencia en la existencia de volcanes lunares activos, el origen del calor del Sol -que Verne achaca a la caída de meteoritos cuyo movimiento es transformado en calor- o el que los personajes no experimenten ingravidez más que en un punto determinado de su viaje en el que la atracción de Tierra y Luna se igualan, la creencia en la existencia de agua y vegetación en el satélite o de que éste albergó alguna vez vida inteligente, extinguida a causa del enfriamiento del satélite.

Verne se encontraba mucho más cómodo con lo conocido que con lo desconocido. El lector de “Alrededor de la Luna”, por ejemplo, descubre lo perturbador que era para el escritor jugar con la especulación sin fundamento, algo que no podía esquivar al llevar a sus protagonistas a un viaje que nadie había emprendido jamás. La narrativa de esta novela mezcla la cuidadosa extrapolación del estado de la ciencia astronómica (a menudo apoyada por notas al pie) con especulaciones más fantásticas, estas últimas siempre puestas en las bocas de los personajes y casi siempre discutidas por algún otro de su compañeros. Al orbitar por encima de la cara oscura de la Luna, los viajeros ven "rayos extraños" para los que no encuentran explicación. Michel Ardan insiste en que están viendo los reflejos de un enorme osario, un desierto de huesos blanqueados de miles de generaciones de selenitas. Sus compañeros no están de acuerdo y, como nunca llegan a pisar el satélite, el misterio de la cara oculta permanece sumido en el campo de lo desconocido.

Lo sorprendente es lo efectivo que resulta este truco literario de no comprometerse con una postura ni con otra. De esa manera, Verne consigue aumentar el misterio de la Luna ¿Hay vida en los cráteres y valles de la cara oscura? ¿Podrían ser las manchas pálidas de la superficie grandes campos de huesos? ¿Está la cara oculta cubierta de ruinas monumentales o es simplemente la ilusión que registran unos ojos humanos acostumbrados a encontrar pautas familiares en el paisaje? Haciendo que sus personajes mencionen las diferentes posibilidades pero sin decantarse por ninguna de ellas, Verne logra una narración muy sugerente -¿qué pasó con la vida en la Luna? ¿Se extinguió debido a un desastre medioambiental o abandonaron los selenitas su mundo para viajar a otro?- mientras inunda al lector de datos y estadísticas que, a la hora de la verdad, no sirven para dilucidar el misterio.

La obra es justamente recordada por su aproximación visionaria al viaje espacial y como trabajo pionero en el ámbito de la CF. Es, además, una gran novela de aventuras salpicada -sobre todo en el primer volumen- de humor e ironía, especialmente representados por el personaje de J.T.Maston, el más entusiasta y excéntrico socio del Gun-Club. Pero hay otros elementos que no han sobrevivido tan bien al paso del tiempo, como el blando tratamiento de los personajes, que no pasan de ser meros instrumentos que hacen avanzar la acción, encargándose por el camino de transmitirnos los datos científicos pertinentes. Aparte de la rivalidad que los enfrenta, Barbicane y Nicholl tienen una personalidad poco perfilada. Michel Ardan resulta un héroe demasiado obvio: el francés triunfador en tierras lejanas, sabio al tiempo que humilde, conciliador, impulsivo y triunfador, un incontinente verbal y algo cursi que quizá en la época encarnara los valores positivos y nobles que pretendía Verne, pero que en la actualidad llega a hacerse enojoso. El estilo de la prosa se hace pesado en demasiadas ocasiones, no siendo de ayuda la profusión de datos y cifras, a menudo cargante e innecesaria para el desarrollo de la acción. En este sentido, el segundo volumen, "Alrededor de la Luna", tiene pasajes ciertamente áridos donde el autor se limita a describir con una minuciosidad superflua las montañas, valles y cráteres que salpican la superficie del satélite -llega a incluir los datos de longitud y latitud lunares-.

Pero en el momento de su publicación y durante muchos años, las imágenes evocadas por Verne se sobrepusieron a todo lo demás. El éxito de la novela la proyectó hacia otros medios. En 1875 tomó la forma de un costoso montaje operístico, "Le voyage dans la lune" (puesto en escena sin el permiso del escritor) y el libro "Los primeros hombres en la Luna" (1901) de H.G.Wells bebió sin duda del relato de Verne. Una de las cintas pioneras del séptimo arte, "Viaje a la Luna" (1902), de Georges Mélies, se inspiró tan directa como libremente en los dos libros mencionados. Pero de ello hablaremos en el futuro.

Esta novela supuso la consagración definitiva y para la posteridad de Julio Verne. Y no sólo eso: fue el pionero en el enfoque científico y técnico del viaje espacial y de una visión positiva de la ciencia como llave para lograr maravillosos descubrimientos y emprender apasionantes aventuras. Como dije al principio, la Era Espacial de la CF comienza aquí.
Existen multitud de ediciones de esta obra. Una de las mejores es la de Anaya. También es posible descargar los libros gratis desde internet.

sábado, 22 de agosto de 2009

1864-VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA - Julio Verne


En 1826, John Symmes había enunciado su Teoría de las Esferas Concéntricas, según la cual la Tierra era hueca, habitable en su interior y accesible desde ambos polos. Docenas de autores aceptaron la teoría y se encargaron de trasladarla a sus relatos. Ya vimos uno de ellos, "Symzonia". "La narración de Arthur Gordon Pym" también contiene elementos de ese tipo de historias. Pero sin duda el más famoso fue "Viaje al centro de la Tierra", de Julio Verne.

Verne había publicado en 1863 el primero de sus "Viajes Extraordinarios": "Cinco semanas en globo". La CF moderna no existía aún, aunque ya hemos visto algunos precedentes. A menudo se considera a Verne como uno de los grandes pioneros del género, aunque ello es cierto a medias y sujeto a polémica. En primer lugar, la mayoría de sus "Viajes Extraordinarios" son de poco o ningún interés para la CF, siendo en esencia historias de aventuras situadas en escenarios exóticos y pintorescos. Por otra parte, en las obras donde jugó con la especulación científica, Verne no se trasladó al futuro (con algunas contadas excepciones, como "París en el siglo XX") sino que situaba la acción en una época más o menos contemporánea al momento de su publicación. Esa ausencia de visiones del mañana hace de él un equivalente a lo que fue en tiempos más recientes Michael Crichton, un autor que en sus libros empujaba la tecnología (ya fuera la genética, la informática o la medicina) un paso más allá de su estadio actual como excusa para sus historias.


"Viaje al centro de la Tierra" es sin duda una de las novelas más imaginativas -y a la vez menos científicas- imaginadas por Julio Verne. Desde luego, las premisas de las que parte el autor son inverosímiles a la luz de nuestros conocimientos actuales sobre el interior del planeta y la tectónica de placas. El profesor Lidenbrock, un científico neurótico y apasionado, descubre un antiguo manuscrito redactado por un alquimista y explorador muerto hace mucho tiempo. Con ayuda de su sobrino Axel lo descifra para dar con el relato de un viaje al centro de la Tierra que comienza en un volcán de Islandia. Tío y sobrino, ambos dotados geólogos y mineralogistas, se trasladan a esa isla, contratan a un impasible y eficaz guía local, Hans, y comienzan su descenso. En el viaje a las profundidades habrán de enfrentarse a desconcertantes laberintos, la oscuridad y el silencio continuos, la sed, el miedo y el descubrimiento de un mundo oculto bañado por una misteriosa luminosidad seguido por una navegación por un inmenso mar interior poblado por bestias antediluvianas. Así, la aventura deviene no sólo un viaje en el espacio, sino en el tiempo. La acción culmina en un desenlace tan inverosímil como dramático.

En realidad, si este libro a menudo se encuadra dentro del género de CF no es por la utilización de avanzada tecnología o la visión de un futuro más o menos próximo, sino por el planteamiento argumental de lo que se convertiría en todo un subgénero, el del Mundo Perdido, explotado hasta la saciedad en las décadas por venir y hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. También podría considerarse un relato de género fantástico en el que los detalles lógicos y científicos quedan apartados en favor de la aventura, los grandes escenarios y la lucha del hombre contra la Naturaleza.

La historia está contada en primera persona por Axel, con quien nos identificamos a lo largo de lo que para él es un viaje iniciático. Es, también, el personaje más interesante de los tres. Al fin y al cabo, su tío, el profesor Lidenbrock, es una especie de fuerza de la naturaleza cuyo entusiasmo y determinación jamás flaquean, un individuo irritable, nervioso y hasta desagradable al que no importa más que su autoimpuesta misión. Hans es el hombre lógico, práctico, incluso frío, la inteligencia natural que soluciona los problemas que van saliendo al paso. Ambos tienen unas personalidades demasiado extrañas como para que el lector pueda entender sus pensamientos y motivaciones. Axel, en cambio, duda y sufre, está a punto de morir de sed, tiene miedo y alterna estados de ánimo de escepticismo absoluto con otros de entusiasmo delirante según los acontecimientos se van desenvolviendo. Al final, el joven poco maduro que partió para realizar el viaje vuelve convertido en un hombre sensato y cargado de fama.

Verne sabía contar una historia y ésta se desarrolla con buen ritmo aun cuando a veces los protagonistas se extienden más de la cuenta en sus discusiones sobre minerales y rocas. El libro comienza con un ritmo pausado desde la rutina de los personajes en la agradable ciudad alemana en la que residen hasta el descubrimiento del mundo subterráneo. A partir de ese momento, la historia se acelera y los acontecimientos van sucediéndose con rapidez hasta el final. Como era típico en Verne, sus descripciones extraordinariamente minuciosas y habiendo estado en los parajes islandeses concretos que describe en la novela -los alrededores del volcán Snaeffells-, puedo afirmar que cualquiera creería que viajó hasta allí y vio el paisaje con sus propios ojos, aun cuando en realidad jamás pisó Islandia.



Ciertamente, el género fantástico y de ciencia ficción, desarrollados ampliamente en el siglo XX, nos han proporcionado visiones más espectaculares y originales que las del escritor francés. Es por eso que muchas de sus novelas ya no se pueden leer como novelas de anticipación en las que se nos presenta una visión original y sorprendente del futuro sino más bien como relatos históricos, narraciones que nos abren una ventana no hacia el mañana, sino a las ambiciones, sueños y esperanzas del ayer.





A menudo se considera a Verne como un autor juvenil al que el lector adulto ya ha superado. Pero es necesario tener en cuenta que en demasiadas ocasiones lo que hemos podido ver editado aquí de su obra son meras adaptaciones recortadas. Merece la pena pues hacerse con una buena edición, una traducción íntegra de la obra original y, a ser posible, con las ilustraciones que acompañaron la primera edición.
Existen multitud de ediciones de esta obra en castellano. Una buena edición puede ser esta. También existe la posibilidad de descargarse gratis -en inglés- el ebook en esta página.

miércoles, 5 de agosto de 2009

1863-PARIS EN EL SIGLO XX - Julio Verne


A menudo se suele presentar a Julio Verne como un precursor visionario de la tecnología en su vertiente más luminosa, poniendo como ejemplo dos de sus novelas más famosas, "De la Tierra a la Luna" y "Viaje alrededor de la Luna", en las que el ingenio humano es capaz de salvar obstáculos aparentemente infranqueables. Los héroes de sus novelas son frecuentemente personajes ejemplares, íntegros y valerosos como Miguel Strogoff; o sabios un tanto excéntricos pero llenos de energía y pasión, como el profesor Lidenbrock de "Viaje al Centro de la Tierra" o Paganel, de "Los Hijos del Capitán Grant". Sus conocimientos, unidos a la rectitud moral y al coraje, les hacen salir airosos de empresas colosales, en ocasiones haciendo uso de la tecnología y la ciencia.

Pero lo cierto es que, en el fondo, Verne era un conservador que abrigaba no pocas reservas hacia el progreso técnico y las consecuencias de éste sobre la sociedad. Esta cara oscura siempre estuvo presente (el Nautilus del capitán Nemo no sólo es un maravilloso invento que permite desentrañar los misterios del mundo submarino sino que también se utiliza como un arma temible que condena a muerte a cientos de personas) pero fue en la última etapa de su producción donde se hace más patente: "Los 500 millones de la princesa india", "Robur el Conquistador" o "Ante la Bandera" son buenos ejemplos de ello, de los cuales hablaremos en sus respectivas entradas.

Se ha dicho que Julio Verne era un optimista convencido del progreso de las ciencias, pero que las vicisitudes de su vida (la guerra de 1870, un matrimonio infeliz, una difícil relación con su problemático hijo, la muerte de su editor, protector y amigo Pierre J. Hetzel) enturbiaron sus visiones de un futuro mejor gracias a la tecnología. El descubrimiento de "París en el siglo XX", escrita en el comienzo de su carrera y antes de sus más famosas novelas, demuestra que esa visión pesimista existió desde el principio. Simplemente, ante la desaprobación de su editor, la ocultó.


El protagonista del libro, Michel Dufrenoy, es un poeta frustrado. La sociedad del siglo XX desprecia todo aquello que no es práctico y rentable. Todo está centrado en el dinero: "El demonio de la fortuna los empujaba hacia delante sin piedad ni descanso", escribe Verne. Ello ha llevado a una obsesión por las ciencias y la técnica que ha convertido en objeto de ridículo a aquellos que demuestran interés o talento en las artes, la literatura o los conocimientos humanísticos. "Mientras los profesores de griego y de latín acababan de extinguirse en sus clases abandonadas, ¡qué posición, en cambio ,la de los señores titulares de ciencias, y cuán distinguidos eran sus emolumentos!" Incluso la poesía de la época tiene títulos como "Armonías eléctricas", "Meditaciones sobre el oxígeno", "Paralelogramo poético" u "Odas descarbonatadas".

Tal actitud es apoyada enérgicamente por el Estado. Al comienzo del libro Verne describe una especie de Superministerio de Educación, llamado Sociedad General de Crédito Instruccional: "Aunque ya nadie leía, al menos todo el mundo sabía leer, incluso escribir; no había hijo de artesano ambicioso, de campesino desplazado, que no pretendiera un puesto en la Administración. El funcionarismo se desarrollaba bajo todas las formas posibles". ¿Nos resulta familiar? Y sigue: "Construir o instruir es una misma cosa para los hombres de negocios, pues la instrucción no es, en realidad, más que un tipo de construcción algo menos sólida". De ese ministerio, dirigido bajo la forma de una sociedad industrial, dice Verne: "no hay un solo nombre de erudito ni de profesor en el consejo de administración. Era más seguro para la empresa comercial".



El resto del relato nos lleva a visitar, siguiendo la trayectoria del aburrido Michel Dufrenoy, diferentes partes de ese París del futuro, la verdadera razón de ser del libro, una ciudad que precede en muchos aspectos los Londres de George Orwell (1984) y Terry Gilliam (Brazil). Tras ganar un premio de poesía otorgado por la Sociedad General de Crédito Instruccional, el joven Michel debe comenzar a trabajar en el banco de su primo ("No quiero talentos, quiero capacidades" le espeta su tío, un importante hombre de negocios), donde se le asigna a una especie de computadora/calculadora. A la vista de su total ineptitud para manejar el teclado, se le traslada a otro puesto donde conoce a un soñador como él, Quinsonnas, que introduce a Dufrenoy en un pequeño círculo de bohemios apasionados por la literatura y la música.

La alienación del que es diferente, la opresión de una sociedad hipertecnificada y obsesionada por el dinero y los inventos, y la aberración en que se convierten las relaciones humanas quedan aliviados en cierto modo por el cáustico sentido del humor que despliega Verne, con una acidez que recuerda a Jonathan Swift o Mark Twain. Imagina un barrio en el que "no se ofrecía un solo alojamiento a los habitantes de la capital; entre otros la Cité, donde se erguían el Tribunal de Comercio, el Palacio de Justicia, la Jefatura de Policía, la catedral, el depósito de cadáveres, es decir, lo necesario para ser juzgado, condenado, encarcelado, enterrado e incluso salvado. Los edificios habían expulsado a las casas". No deja de asombrar que, aun utilizando el humor, Verne describiera con tanta precisión el actual barrio parisino que lleva el mismo nombre que el imaginó, construido más de cien años después de escribirse este libro y veinte años antes de que se publicara. Verne predice también que en el patio del Louvre se construiría una estructura moderna y geométrica -y de bastante mal gusto-. La famosa pirámide de cristal de Pei se terminó en 1989 en el mismo lugar que menciona la novela. También predijo una estructura parecida a la Torre Eiffel, aunque esta se construiría 24 años más tarde, en 1887. Anticipó asimismo los altos edificios de pequeños apartamentos y la necesidad de adaptar los muebles a esos diminutos espacios, así como un altísimo grado de polución ambiental.

Además del ambiente urbano, otra de las claves del libro son las proyecciones tecnológicas que hace el autor. Y en este caso supera con mucho a sus otras obras. París se ha convertido en una megaurbe en la que sus ciudadanos acceden a los suburbios gracias a una red de trenes de cercanías. El transporte urbano se completa con un ferrocarril ligero y elevado impulsado por una combinación de aire comprimido y fuerza electromagnética. La energía es generada por molinos eólicos; las calles se iluminan con lámparas eléctricas que se encienden y apagan centralizadamente; las casas tienen portero automático, aire acondicionado y ascensor; los automóviles se impulsan por gas hidrógeno; en los bancos se utiliza un trasunto de fax, las cuentas se realizan con máquinas calculadoras y las cajas fuertes disponen de mecanismos eléctricos de seguridad, el gobierno utiliza la silla eléctrica para ejecutar a los reos ... Por supuesto, también hay otras predicciones que no han llegado a cumplirse, como la desaparición de las guerras o la muerte de la política sustituida por una especie de órgano gestor de carácter semihereditario cuyo único interés es la productividad.

Verne era un ávido lector de todo tipo de revistas especializadas y a lo largo de los años organizó una enorme base de datos de la que extraía la información que precisaba para los detalles técnicos, científicos y geográficos de sus novelas. Muchas de las invenciones futuristas que describe no eran sino descripciones algo mejoradas de invenciones reciéntes o cuyas investigaciones se hallaban bastante avanzadas. Por ejemplo, los coches que Verne describe se basan en el motor de explosión que Lenoir había inventado en 1859 por mucho que no se aplicara al automóvil de Daimler hasta 1889. El "facsímil" no es sino el Pantelégrafo Caelli, inventado en 1859, que permitía la reproducción telegráfica de la escritura y el dibujo. El ascensor de Otis fue instalado en un edificio por primera vez en 1853. Y, como ocurre todavía en algunas papeleras industriales, lo que convierte en pocas horas un tronco de árbol en papel es el procedimiento de Watt y Burguess elaborado en 1859.

El editor Pierre J.Hetzel había sido el único en confiar en Julio Verne al publicar "Cinco semanas en globo" en enero de 1863 (cuando el escritor ya contaba 35 años), una novela de viajes y aventuras en el entonces inexplorado interior africano. Pero el siguiente libro que presentó el autor, "París en el siglo XX", cambiaba totalmente el registro de un modo que a Hetzel no le gustó nada. Sus críticas demoledoras, incluso insultantes ("un desastre... como escrito por un niño... nada original... mediocre... sin chispa") quedaron consignadas en los márgenes del manuscrito original y en el borrador de una carta dirigida a Verne. Hetzel era un buen editor y conocía los gustos del público, como quedó ampliamente demostrado. Vió en aquel manuscrito un estilo excesivamente teatral, unos personajes endebles y una línea narrativa poco sólida, todo lo cual era cierto y producto de la bisoñez de Verne. Además, esa visión pesimista del futuro no se correspondía con el luminoso proyecto de los "Viajes Extraordinarios" que Hetzel tenía en mente, ese intento de acercar el saber humano a los jóvenes mediante una serie de novelas en las que se exaltaba la exploración científica y el avance tecnológico. "Mi querido Verne" escribió Hetzel, "aunque fuera usted profeta, nadie creería hoy en su profecía". Aquello fue definitivo. La siguiente obra de Verne en ver la luz sería otra novela de aventuras, "Viajes y aventuras del capitán Hatteras". Su vena futurista/pesimista quedó enterrada hasta que bastantes años después su celebridad le permitió exponerla de nuevo aunque nunca de manera tan clara como aquí.

El manuscrito se olvidó y durante mucho tiempo se creyó perdido. En los años ochenta del siglo XX se confirmó su existencia gracias al hallazgo del borrador de la corrosiva carta de Hetzel a la que hemos hecho referencia antes, y unos años después el bisnieto de Verne encontró el manuscrito olvidado dentro de una caja fuerte que había pertenecido a su abuelo y cuya llave se había perdido. Cuando se publicó, en 1995, se convirtió en un éxito editorial y fue recibido por los críticos como un trabajo de "importancia histórica inestimable". Incluso se sugirió que se le otorgase el premio Hugo (el máximo galardón que se otorga a obras de CF publicadas el año precedente). Los expertos vernianos afirmaron que ningún otro de los trabajos del autor se había acercado tanto a la imagen del futuro como esta obra, por mucho que la calidad literaria y la línea argumental, casi inexistente, son propias de una obra primeriza.



En la actualidad disfrutamos de una perspectiva que el editor no pudo tener: el poder contrastar el grado de predicción y juzgar el valor de las intuiciones de Verne. Ya hemos hablado de los inventos y cómo éstos transforman el paisaje urbano. Lo que convierte a este libro en una auténtica novela de anticipación es su cuestionamiento no sólo del culto a la máquina, sino también de la sociedad, el dinero, la política y la cultura de su propio tiempo, a los que proyecta en el futuro. Verne vivió el auge del positivismo industrial, la doctrina económica del laissez-faire y un crecimiento apoyado en las nuevas tecnologías. Dada la confusión que en el siglo XIX produjeron todos estos cambios, no es extraño que la mayoría de las obras de CF viera un porvenir amenazador en el que se perdía tanto o más que lo que se ganaba.



La sociedad opresiva que dibuja no es sólamente propia de regímenes capitalistas. La subordinación de las formas artísticas a los intereses industriales, apoyada y laureada por las instituciones, recuerda a los disparates "artísticos" de la Unión Soviética y su dirigismo absoluto, donde "artistas" y "poetas" dedicaban sus esfuerzos a alabar la productividad del trabajador, la industria soviética y la gloria del régimen. Del mismo modo, Verne critica la sujección del arte a las exigencias del más burdo populismo: "Este mundo ya no es más que un mercado, una inmensa feria, y hay que entretenerlo con numeritos de titiritero". Cualquiera puede pensar que esa afirmación, está hoy más ajustada a la globalización capitalista que vivimos de lo que estuvo en tiempos de Verne, cuando pudo sonar exagerada. Las mujeres, antes coquetas y elegantes, se convierten en seres más masculinos: cínicas, endurecidas, obsesionadas por su carrera profesional. Hasta la música moderna, discordante y carente de armonía, es presa del humor caústico de Verne: "Durante el siglo pasado, cierto Richard Wagner, una especie de mesías al que no se ha crucificado lo suficiente, fundó la música del futuro, y ahora la estamos padeciendo. [...] La gente ya no aprecia la música, se la traga".


Esta fue la novela que más se adentró en la CF de todas las que escribió Verne y el tiempo no sólo no le ha restado validez sino que, en muchos aspectos, le ha dado la razón a su autor. Los aficionados al escritor y quienes hayan leido las aventuras de Phileas Fogg o el capitán Nemo se llevarán una buena sorpresa al entrar en este cuento oscuro de un futuro opresivo, injusto y espiritualmente hueco carente de héroes. Esta novela no es un panegírico del mero progreso científico, sino una reflexión sobre el coste que éste supone.

Por desgracia, la edición española que hizo Planeta en 1995 está más que agotada y sólo se podría conseguir a través de librerías de lance. En inglés, está disponible aquí