viernes, 24 de octubre de 2025

2019- AD ASTRA – James Gray

 

A raíz del enorme éxito que obtuvo Alfonso Cuarón con “Gravity” (2013), se produjo un renovado interés por las películas espaciales en las que los rigores y riesgos del viaje interplanetario se retrataban con una meticulosidad rara vez antes vista en el cine de CF. Ahí tenemos títulos como “El Marciano” (2013), de Ridley Scott; “Europa One” (2013), “Rumbo a lo Desconocido” (2013), “Life” (2017), “Un Espacio entre Nosotros” (2017), “Cielo de Medianoche” (2020), “Polizón” (2021), “I.S.S.” (2023) o “Rescate Lunar” (2023). En la televisión, esta moda se materializó en series como “The Expanse” (2015-22), “The First” (2018), “Away” (2020), el docudrama de National Geographic “Marte” (2016-18) o películas basadas en hechos reales, como “Salyut 7” (2017) o ”First Man” (2018). Pues bien, “Ad Astra” pertenece a esa misma categoría temática y temporal.

 

Debo hacer constar, en primer lugar, que, por regla general, nunca he sido un entusiasta de las películas escritas y dirigidas por la misma persona. Si bien la figura del autor merece todo mi respeto, también creo que prácticamente todas las historias tienen sus puntos débiles; y cuanto más cerca está uno de ella, menos sencillo es detectarlos. A menudo es necesario un punto de vista ajeno, que pueda señalar al autor los fallos narrativos, las debilidades en la caracterización, los agujeros lógicos o los problemas de ritmo. Por mucho que a cualquier autor le cueste admitirlo, la crítica constructiva es una parte necesaria del proceso creativo. Divorciarse del propio ego con el fin de mejorar la obra se va haciendo más díficil cuanto mayor es el empeño del autor por “preservar su historia”. Y esto vale también para “Ad Astra”, aun cuando en este caso su director sea coguionista junto a Ethan Gross (un viejo amigo suyo y conocido principalmente como editor de guiones y guionista ocasional de la serie de televisión “Fringe” (2008-13)).

 

El guionista y director de “Ad Astra”, James Gray, no es, desde luego, un nombre demasiado conocido entre el público general. Sus películas anteriores se clasifican como dramas no de género, incluyendo títulos como “Cuestión de Sangre” (1994), “La Otra Cara del Crimen” (2000), “La Noche es Nuestra” (2007), “Two Lovers” (2008), “El Sueño de Ellis” (2013) y “Z, la Ciudad Perdida” (2016). En todos ellos participó Gray en la escritura del guion (uno fue la adaptación de una novela). Y todos ellos fueron bien acogidos por la crítica, si bien tampoco obtuvieron un gran éxito de taquilla o premios relevantes.

 

Quizás sea aún más extraño –al menos para el que esto escribe- que en esas seis películas previas no haya nada ni remotamente parecido a la ciencia ficción. Como cineasta, Gray tenía una carrera bien definida en dramas de personajes e historias sobre crímenes, en algunos casos incluso con ambientación histórica. Así que es normal preguntarse cómo y por qué el director de un estudio (en este caso 20th Century Fox), decidió poner el dinero para enviar a este director al espacio exterior. Después de todo, Marvel no contrató a Woody Allen para escribir y dirigir “Iron Man” (2008), ¿verdad? Habría sido una película muy diferente, y, probablemente, habría hecho imposible la Fase I del Universo Cinematográfico Marvel.

 

Sin embargo, es analizando con más profundidad lo que nos cuenta “Ad Astra” cuando cobra sentido esta elección. Y es que se trata de una película de ciencia ficción muy poco convencional, que se basa menos en los tópicos del género espacial que en el interés humano de la aventura que corre su protagonista.

 

Roy McBride (Brad Pitt) es hijo del célebre astronauta H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones) y ha seguido los pasos de su padre en el Comando Espacial de los Estados Unidos. La última misión de la ilustre carrera de McBride padre fue el Proyecto Lima, una expedición para explorar Neptuno que partió 27 años atrás y con la que se perdió todo contacto hace 16. Ahora, sus superiores le revelan a Roy la existencia de nuevas pruebas que (junto a otras antiguas pero clasificadas como alto secreto) apuntan  a que Clifford sigue vivo. Resulta que el Proyecto Lima, cuya nave estaba alimentada por un motor de antimateria, podría ser el origen de unas descargas de energía dirigidas hacia la Tierra desde Neptuno y que están causando estragos en los equipos electrónicos de todo el mundo, provocando colateralmente muchas muertes.

 

Se le pide a Roy que ayude a detener ese ataque, viajando a Marte para, desde allí, enviar un mensaje a su padre tratando de averiguar si es posible contactar con él. Tras algunos percances en la Luna –punto desde donde parte la nave Cefeo que le va a servir de transporte a Marte- y en el camino a su destino, Roy cumple con su cometido. Sin embargo, cuando se sale del guion asignado y, durante el enlace de comunicación láser, hace una súplica personal a su padre, se le retira del proyecto y se le anuncia abruptamente que, dada su implicación en el asunto, se le enviará de vuelta a la Tierra.

 

Interviene entonces un factor con el que nadie contaba: la jefa de operaciones de la base marciana, Helen Lantos (Ruth Negga), cuyos padres formaban parte de la tripulación del Proyecto Lima y que, tras amotinarse contra Clifford, fueron asesinados por éste. Lantos quiere utilizar a Roy como herramienta de su propia venganza, y le informa de que el Cefeo está siendo reabastecido y armado con una ojiva nuclear antes de partir hacia Neptuno para destruir el Proyecto Lima. Desobedeciendo sus órdenes, Roy se cuela a bordo del Cefeo justo antes del despegue. El forcejeo resultante mata accidentalmente a la tripulación y él se queda solo para adentrarse en lo desconocido y encontrar a su padre.

 

Los dramas personales y la ciencia ficción pueden ser una combinación difícil de manejar, sobre todo porque al espectador se le exige, por un lado, que comprenda la estructura, tecnologías y funcionamiento del futuro en cuestión; y, por otro, que se involucre en las a menudo complicadas dinámicas familiares. En este sentido, el guion de la película podría haberse beneficiado de reducir las tallas casi míticas tanto de Clifford McBride como de su hijo. Las historias que se centran en la grandeza y decadencia individual deben invertir más tiempo en explicar cómo se logró ésta para luego desmoronarse -en este caso, una caída tan dramática que pone en peligro toda la Humanidad- y el guionista/director Gray podría haberse limitado a tener un padre e hijo más “normales” en lugar de dos superastronautas de fama legendaria. El problema es que, psicológicamente, hay demasiado en juego y los 120 minutos de metraje requieren que la voz en off de Roy ocupe demasiado tiempo.

 

Podría haberse eliminado la continuamente alardeada reputación de Clifford para convertirlo en alguien más normal que, por casualidad, tuvo una carrera increíble. Como consecuencia, el Comando Espacial podría estar esperando de Roy grandes hazañas, una expectativa que quizás no ha podido satisfacer. En lugar de vivir intentando superar la reputación profesional de su idealizado padre (algo que, de todos modos, en la película parece que consiguió sin demasiadas dificultades), Roy podría ser un hombre corriente que intenta ser él mismo bajo el peso de la figura de su padre. Al enfrentarse a la verdad, el rotundo fracaso de su progenitor, su viaje del héroe tendría como propósito redimir el nombre de la familia en lugar de asegurar su rango de divinidad entre la élite de los exploradores espaciales, tal y como se presenta en la película.

 

Hay momentos en que la odisea espacial de “Ad Astra” resulta seca y ensimismada. El constante monólogo interior de Roy se mueve en una delgada línea entre lo penetrante y lo autoparódico. La película se aferra con tanta fuerza a la perspectiva de Roy, que el mundo que lo rodea a veces resulta ilusorio. Esto es intencional. Es evidente que Gray pretendía poner en contraste este tono contemplativo con las épicas espaciales con las que está en deuda.

 

Gray quiere destacar “Ad Astra” respecto de otras aventuras en el espacio superficialmente similares evitando en gran medida los pasajes expositivos. Por ejemplo, en un momento dado, tras una de las tormentas energéticas que se han abatido sobre la Tierra, se ve en un noticiario un cálculo de víctimas –unas 12.000-, pero la película se distancia llamativamente de esa tragedia. No hay escenas de personajes dibujando diagramas o explicando a otros esto o aquello; tan sólo unos pocos planos fugaces informando de la misión con un ordenador. Los detalles relativos al propósito o configuración de diversas infraestructuras o tecnologías son imprecisos. Incluso en “2001” encontramos una secuencia de exposición más larga y detallada.

 

Todo esto es, también, deliberado. Varios personajes repiten su admiración por la inalterabilidad de las pulsaciones cardiacas de Roy McBride. Éste, en sus evaluaciones psicológicas, confirma varias veces que su ritmo cardíaco se mantiene constante a ochenta pulsaciones por minuto, sin importar lo peligrosa o desorientadora que sea la situación que ha vivido. Incluso cuando está en la Tierra, Roy se muestra distante y aislado. Su corazón puede ser firme, pero está helado. La película dedica más tiempo al recuerdo de la ruptura de Roy con su amante Eve (Liv Tyler, retomando, en un toque irónico, el papel que la convirtió en estrella con “Armageddon” más de dos décadas atrás) que a las miles de muertes que se han producido a consecuencia de la catástrofe que pone en marcha la misión. Gray reúne a un elenco sobresaliente entre los que figuran Ruth Negga o Donald Sutherland, pero cuyos personajes entran y salen de la historia con tanta facilidad como poca huella dejan en la vida de Roy. Tras una crisis en la que a punto están de morir, Roy decide seguir adelante sin un compañero de viaje en el que había confiado, dejándolo atrás en una situación precaria, atrapado entre la vida y la muerte. La película no ofrece al espectador ninguna indicación clara de cómo se resolverá esa situación dramática ni Roy se interesa más por ello.

 

La frialdad de “Ad Astra” tiene el propósito de colocar al público justo en la perspectiva de Roy, invitándolo a procesar su aventura a través de los ojos y la mente de un hombre emocionalmente anestesiado. Puede que decepcione a quien esperara encontrar aquí una historia más convencional, pero hay que admitir que es un enfoque audaz y fascinante. De hecho, Gray lo lleva a tal extremo que incluso la higienizada “2001” de Kubrick parece una fiesta pletórica de entusiasmo y euforia. La película transmite la majestuosidad y maravilla del espacio: su sobrecogedora escala, su increíble belleza, sus terribles peligros… pero también su frialdad.

 

Toda la cinta está impregnada de una melancolía fúnebre que las escenas de acción no consiguen disipar. Si bien “Ad Astra” está claramente en deuda con “2001”, llegando incluso a replicar de forma muy aproximada ciertos planos y escenas, Gray entiende que el futuro descrito por Kubrick en su clásica película se perdió mucho tiempo atrás, lo que explica por qué decide centrar su atención en el drama paterno-filial. El introspectivo Roy McBride le debe mucho más al Ryan Stone de “Gravity”, al Joseph Cooper de “Interstellar” (2014) o incluso a la versión de Neil Armstrong presentada en “First Man” que al David Bowman de “2001”, los astronautas pioneros de “Elegidos para la Gloria” (1983) o los héroes de “Apolo 13” (1995). “Ad Astra” rechaza la idealización romántica de la aventura espacial como fuerza y experiencia unificadora de toda la especie humana y, en cambio, lo filtra a través de la lente de una psique emocionalmente exhausta.

 

Aunque su narrativa básica pueda evocar los años 60 o 70 del pasado siglo, “Ad Astra” llega medio siglo después, con un mundo muy diferente al de aquellos tiempos. Sólo un año después de que se estrenara “2001”, tuvo lugar el alunizaje del Apolo 11, pero hacía mucho tiempo que la ciencia ficción había estado fantaseando con la idea de los vuelos espaciales, la colonización del Sistema Solar y el contacto extraterrestre. Recordemos el optimismo que rezumaban series como “Star Trek” (1966-69) y “Perdidos en el Espacio” (1965-68) o films clásicos como “Planeta Prohibido” (1959). Se ha dicho que la Ciencia Ficción fue un factor relevante en alimentar el interés del público por llevar un hombre a la Luna.

 

Pero también se ha argumentado que, precisamente, aquel primer alunizaje condujo al declive de este tipo de ciencia ficción espacial. El público se desilusionó con los vuelos espaciales cuando se hizo evidente que las autoridades habían perdido interés y que misiones más ambiciosas eran inviables a corto plazo. Es más, se confirmó que el espacio era un entorno hostil, silencioso y prácticamente vacío. Sea como fuere, el apoyo popular y financiero a la NASA disminuyó drásticamente en los años posteriores al Apolo 11.

 

Tras la llegada a la Luna, buena parte de la CF cinematográfica de alto perfil se alejó de la exploración espacial. Películas como “La Fuga de Logan” (1976) o “ElÚltimo Hombre…Vivo” (1971), describían pesadillas distópicas o apocalípticas ambientadas en la Tierra. Durante los 90, organizaciones como el SETI llamaron la atención con su proyecto de búsqueda de vida extraterrestre, pero poco a poco quedaron relegadas a un segundo plano. Cuando reaparecieron los viajes espaciales en el cine, los creadores los retrataron de una forma mucho más sórdida y descarnada, como en “Alien” (1979) o “Atmósfera Cero” (1981). Incluso en “Star Trek: LaNueva Generación” (1987-1994), Picard invertía más tiempo en la diplomacia que en la exploración.

 

En la última década y media hemos presenciado un renovado interés por los vuelos espaciales. Mientras gobiernos como los de India y China impulsan sus programas espaciales y el Comando Espacial de Estados Unidos promete militarizar el espacio exterior, los sueños de viajar a Marte y más allá están materializándose gracias, en gran medida, a la iniciativa privada más que por aspiraciones patrióticas o humanistas.

 

Lo que hace “Ad Astra” es filtrar las narrativas de ciencia ficción pulp de los años 50 y 60 a través de la lente de la desilusión actual respecto a los viejos sueños del Hombre en el Espacio. Mientras que “2001” celebraba la idea del contacto entre humanos y extraterrestres, la película de Gray nos dice que la búsqueda de vida inteligente de Clifford McBride es un quijotada obsesiva que distrae la atención de aquello que verdaderamente importa: las vidas, humanas, que ya conocemos; y, más concretamente, las de aquellos que nos rodean. Las narrativas espaciales modernas tienden a enfatizar lo sola que está la Humanidad en la inmensidad del cosmos. Recordemos que en “Interstellar”, las fuerzas externas que se manifiestan son, en última instancia, representantes del potencial futuro de la humanidad, más que una inteligencia verdaderamente extraterrestre.

 

Con esos optimismo y entusiasmo desvanecidos, con el deprimente reconocimiento de que probablemente no haya nadie esperándonos en el vacío cósmico, estas historias ambientadas en el espacio han ido tornándose más introspectivas en los últimos años. Películas como “Gravity” o “First Man” presentan la idea de que no hay nada en el vacío interestelar más allá de lo que esos exploradores llevan consigo. La importancia del viaje de Roy a Neptuno no tiene que ver con el Proyecto Lima ni con una misión de relevancia galáctica, sino porque le permite enfrentarse a sus propios fantasmas, superarlos y comenzar una nueva vida.

 

James Gray declaró públicamente que quería ofrecer "la representación más realista de los viajes espaciales jamás vista en una película". Creo que esa distinción debería otorgarse a “Gravity” o a “2001: Odisea del Espacio” (1968), seguidas (con alguna que otra pega) de “El Marciano”. Aunque el trabajo visual de la película (diseño, escenografía, efectos especiales y fotografía –a cargo de Hoyte van Hoytema, el genio tras “Interstellar” ) es sobresaliente, no se puede ni de lejos calificar el resultado de científicamente realista porque hay demasiados momentos y elecciones problemáticas, tanto en su lógica como en la rigurosidad científica.

 

Por ejemplo, aunque hay gravedad cero en el vacío y a bordo de las naves, la gente en la Luna y Marte no parece caminar y moverse en un entorno de gravedad más ligera que la terrestre. Los anillos de Neptuno se asemejan a una escombrera flotante, cuando los materiales que forman los anillos planetarios suelen estar bastante más dispersos. La radiación resultante de una explosión de antimatería tendría un efecto mínimo a una distancia de 4.500 millones de kilómetros. La antena de escucha extraterrestre que se ve al comienzo de la película y donde tiene lugar el primer desastre, es un proyecto que no tiene sentido habida cuenta de que podrían situarse dispositivos más eficaces en las colonias de la Luna y Marte, lejos de las interferencias electromagnéticas terrestres.

 

La idea de enviar a McBride a Marte para grabar un mensaje personal para su padre es otra insensatez. Si existen bases subterráneas seguras contra la radiación cósmica tanto en Marte como en la Luna, el viaje a aquél planeta no tiene justificación, sobre todo cuando el mensaje podría ser grabado, comprimido y codificado en la Tierra y enviado al instante a su destino o a Marte para que se redirigiera desde allí. También cuestionaría la cordura de Roy cuando decide entrar en el Cefeo por su cono de escape durante el lanzamiento. El infierno de fuego que se genera lo habría incinerado a él y al interior de la nave expuesto cuando él abre la escotilla.

 

En cuanto a la escala en la Luna, ¿por qué no ir directamente a la base de lanzamiento del Cefeo en lugar de recalar en una estación comercial y luego emprender un peligroso viaje por la superficie? Están también los absurdos tiempos que se utilizan: 19 días de viaje entre la Luna y Marte (el trayecto costaría en realidad entre 6 y 9 meses dependiendo de la situación de ambos planetas en el momento del lanzamiento); y 80 días de Marte a Neptuno (el tiempo real sería de 12 a 15 años). Y, por nombrar otro de los muchos fallos, el clásico –y erróneo- estallido de un cuerpo (el del babuino que ataca a Roy) cuando la atmósfera se despresuriza.

 

Desde mi punto de vista, la Ciencia Ficción no requiere de un estricto rigor científico. Basta con fijar unas premisas verosímiles y racionales (por ejemplo, saltos interestelares que ignoran la Relatividad; la invención de una máquina de desplazamiento temporal) y luego mantener la coherencia interna de la narración en lo que se refiere al desarrollo de la trama y los personajes. El problema con “Ad Astra” es su declarada pretensión de ser CF dura, cuando la película no es sino un encadenamiento de errores científicos y lógicos. Estos fallos no solo son científicamente insostenibles —en el contexto que ofrece el mismo guion—, sino que además generan incoherencias graves.

 

Por ejemplo, si la exploración espacial está tan generalizada e incluso ha entrado en el ámbito de la explotación comercial, ¿por qué no se hizo ningún otro intento por averiguar qué sucedió con el Proyecto Lima (sobre todo teniendo en cuenta que, según nos dicen, está a unas cuantas semanas de viaje)? ¿Por qué se lo dotó de una fuente de energía que, caso de accidente, podría destruir toda la vida sobre la Tierra por muy lejos que estuviese? ¿Por qué ve Roy un perro corriendo por los niveles subterráneos de la base marciana? ¿Es una escena onírica? ¿Quién sería capaz de relajarse en una sala en cuyas paredes se proyectan flores tan grandes como elefantes? ¿Por qué Brad Pitt solo susurra cuando habla en voz alta? ¿Los viajes espaciales te hacen susurrar constantemente? ¿Y cómo lograron, no uno, sino dos miembros de la familia McBride con claras tendencias nihilistas, colarse en el proceso de selección del Comando Espacial?

 

Dicho esto, si el espectador está dispuesto a renunciar a sus exigencias en cuanto a fidelidad científica y pasar por alto agujeros de guion e inconsistencias, puede encontrar en “Ad Astra” una película espacial incluso satisfactoria con secuencias muy logradas. La acción arranca con una escena espectacular en la que Roy, debido a un accidente masivo, cae en caída libre desde la Antena Espacial Internacional y se salva abriendo su paracaídas al reingresar a la atmósfera terrestre. En otro momento, hay un combate en gravedad cero contra babuinos enfurecidos a bordo de una estación espacial científica; otro en la que Roy se impulsa a través de los anillos de Neptuno usando una plancha metálica como escudo contra los escombros. Aunque quizá la más lograda sea la conducción trepidante por la superficie lunar mientras son atacados por piratas.

 

James Gray también describió “Ad Astra” como su personal versión, ambientada en el espacio, de “Apocalypse Now” (1979). En ambas películas, un individuo solitario, atormentado y emocionalmente insensibilizado, lleva a cabo una misión que consiste en ir avanzando, escala tras escala, hacia territorio inexplorado para encontrar y eliminar a un oficial antaño insigne que ha enloquecido y rebelado. El problema aquí es que, a diferencia del coronel Kurtz, el personaje de Clifford McBride nunca llega a desarrollarse y/o explicarse a sí mismo lo suficiente como para comprenderlo. Al final, nos quedamos con que es un pobre viejo que ha perdido la cordura debido a la soledad, su obsesión por encontrar vida alienígena y su absoluta carencia de empatía.

 

Aún peor, tal y como está construida la historia, no existe la figura de un villano, lo que le da a Brad Pitt y Tommy Lee Jones muy poco que hacer en pantalla dado que sus respectivos conflictos son básicamente interiores. Por eso, a Gray no le queda más remedio para rellenar el metraje con algo visualmente más sustancial que encajar las antedichas escenas de acción que animen algo el aburrimiento. De hecho, da la sensación de que la película, en lugar de sobre la trama, se ha construido en torno a un encadenamiento de secuencias de efectos especiales que no tienen demasiado sentido, propósito ni efecto sobre el núcleo de la historia. Empezando por la caída inicial de Roy de la antena, no hay razones para que existan piratas en la Luna (sería harto fácil encontrarlos y eliminarlos habida cuenta de que no hay montañas ni atmósfera bajo la que ocultarse). La escala en la estación científica noruega es igualmente ilógica (la mecánica de los desplazamientos espaciales es muy estricta y esto, unido al consumo de combustible, hacen muy difíciles los desvíos de una trayectoria fijada). Al final, todas estas secuencias obedecen al deseo de incluir explosiones de suspense y acción que animen el por lo demás parsimonioso ritmo de la película. El problema es que jamás se aportan detalles aclaratorios sobre quiénes son los piratas lunares o qué hacían los noruegos realizando experimentos de laboratorio en zonas tan alejadas del Sistema Solar.

 

En fin, que Gray no le da al espectador ninguna razón para que le importe la reconciliación entre padre e hijo, sea o no ésta inevitable. Ambos han alcanzado el rango de leyendas y por muy valientes y capaces que sean, es complicado verlos de otra forma que como lunáticos autodestructivos y marginados empeñados en arruinar su reputación.

 

Dicho lo cual, merece una mención especial el trabajo interpretativo de Brad Pitt. Gran parte de la película está narrada a base de voces en off y diálogos con un tono muy apagado y monocorde. Su encarnación de Roy McBride es una de las actuaciones más contenidas de la carrera de Pitt, con frecuentes silencios muy expresivos y una cuidadosa utilización de su lenguaje facial y gestual que refleja perfectamente la tragedia interior del personaje, alguien que ha renunciado a su vida interior debido al vacío emocional que dejó su padre, y su obsesión por imitarlo, alejando de sí a su pareja Eve y generándole un desapego emocional completo no sólo hacia los demás, sino hacia su propio trabajo.

 

La mayor parte de sus líneas de diálogo consisten en recitaciones monocordes de sus constantes vitales y conversaciones tranquilas y distantes describiendo su estado emocional ante el monitor psicológico que debe determinar su aptitud para el servicio. El único arco que un personaje así puede adoptar es ir mostrando paulatinamente las grietas que van surgiendo en esa fachada de autocontrol; y eso es exactamente lo que hace el guion, de maneras, además, muy interesantes. Testimonio del talento de Pitt es cómo se muestra en las primeras entrevistas de control psicológico (claramente fingiendo sobre su estado, con una mirada vacía y una actitud cercana al agotamiento), y la forma en que se desenvuelve en la escena final, tras la epifanía que para él ha supuesto reencontrarse con su padre, en la que transmite autoconfianza, autoconocimiento y reconexión emocional).

 

Me resulta difícil recomendar abiertamente “Ad Astra” porque yo mismo tengo sentimientos encontrados y puedo entender fácilmente que haya gente a la que le haya encantado mientras que otros la encontraron profundamente decepcionante.

 

Por una parte, hay algo atractivo, incluso lírico, en la perspectiva que adopta Gray sobre el lugar que ocupa la Humanidad en el Universo, adoptando la parafernalia visual y conceptual de los modelos narrativos clásicos. La historia de Roy ofrece un enfoque moderno de un modelo bien establecido, haciendo de “Ad Astra” un puente entre el pasado y el presente de la CF, una historia de alienación sin aliens que nos recuerda que en el espacio no hay nada más que lo que la gente lleva consigo; y, con suerte, lo que deja atrás.

 

Pero, por otro lado, es difícil pasar por alto que es una película mal proyectada y pretenciosa. Sí, se han hecho miles y miles de películas de CF fallidas, mediocres o desastrosas. Pero “Ad Astra” nunca estuvo concebida con el mismo objetivo ni medios que “Plan 9 del Espacio Exterior” (1957) de Ed Wood. Al contrario, está protagonizada por Brad Pitt, posiblemente una de las caras más conocidas de Hollywood, rodeado de caras y nombres conocidos y arropados por un presupuesto cercano a los 100 millones de dólares. Todo esto evidencia que alguien, en algún lugar, tenía grandes planes para esta película y esperaba, consecuentemente, grandes recompensas (aunque la recaudación mundial sería de sólo 135 millones, por lo que su rendimiento económico se consideró moderado e incluso, según algunos análisis, generó una pérdida para el estudio después de sumar los costos de marketing y distribución).

 

Pese a esas altas expectativas, muchos vieron en “Ad Astra” una película sin vida que explora con un tono lúgubre y ensimismado los infundados problemas del héroe con su padre y que va saltando de uno a otro punto de la trama sin suspense, sentido de urgencia ni coherencia.

 

Seis años después de su estreno, las opiniones siguen divididas. La crítica, en general, se mostró mucho más favorable en sus apreciaciones que el público que compró su entrada. Lo único que puedo decir como conclusión es que “Ad Astra” no es una película para todo el mundo. Si lo que se busca es una aventura espacial de corte épico y acción constante, probablemente resultará decepcionante. Si se aborda como un drama psicológico y una meditación visual sobre las relaciones paterno-filiales en el vacío cósmico, podrán apreciarse mejor sus méritos artísticos y técnicos.

 

 

 

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