martes, 21 de octubre de 2025

1967- EL PRISIONERO

 


 “El Prisionero” apareció en una época en la que el éxito de “Los Vengadores” (1961-69) había convertido la televisión en un entorno seguro para otras series de ciencia ficción de producción británica, como “Doctor Who” (1963- ), “Los Invencibles del Némesis” (1968-69), “Joe 90” (1968-69), “OVNI” (1970-71), o la que ahora nos ocupa, “El Prisionero”, un producto de culto, destinado a un nicho de espectadores dispuestos a afrontar un desafío intelectual por encima de la actitud pasiva ante un producto de mero entretenimiento. En su época fue una serie extraordinariamente avanzada que logró una validez atemporal que le ha permitido mantener su vigencia incluso hasta hoy.

 

Híbrido de Ciencia Ficción, Espionaje y Thriller psicológico, “El Prisionero” fue producida en Inglaterra por la ITC Entertainment dirigida por Lew Grade, y emitida por su cadena, la ITV, siendo exportada a Estados Unidos al año siguiente. La idea original fue del actor, productor, guionista y director irlandés Patrick McGoohan, quien, además de asumir el papel protagonista, escribió y dirigió varios de los 17 episodios de que constó la serie. Al parecer, la propuesta original de éste fue de tan solo siete episodios, una extensión que la ITC no consideraba idónea a la hora de venderlo al extranjero, sugiriendo en cambio una temporada completa de, como mínimo, 26. Las negociaciones dieron como resultado un compromiso intermedio que supuso un mayor esfuerzo para todo el equipo involucrado y que tuvo como consecuencia involuntaria una cierta irregularidad tonal.

 

Cuando la ITV emitió el primer episodio, el 29 de septiembre de 1967, “El Prisionero” se convirtió inmediatamente en uno de los programas más originales de la historia del medio. En aquel momento, muchos despreciaron esta nueva propuesta como una simple serie de espías. Después de todo, McGoohan venía de una larga estancia de 39 episodios en otra serie de superespías, "Cita con la Muerte" (1960-66), a la que finalmente renunció tras haber perfilado lo que se convirtió en un proyecto más interesante, “El Prisionero”, quizá inspirado por la localización del episodio inaugural de la mencionada serie (“En la Villa”, 1960), rodado en el pintoresco pueblo gales de Portmeirion, que también servirá de enigmático entorno para la nueva serie.

 

McGoohan, a pesar de lo poco que le gustaban las novelas de Ian Fleming protagonizadas por su arrojado superagente James Bond, supo aprovecharse del éxito de esa serie literaria (que para entonces ya llevaba seis años adaptándose al cine) para obtener luz verde para su proyecto. Los agentes secretos estaban de moda y aunque muchos fans del protagonista de esta serie opinaban que era genial, McGoohan tenía una visión única y singular que a menudo le acarreó conflictos con la cadena. Fue él quien escribió la “Biblia” de la nueva serie (documento exhaustivo y fundamental que sirve como manual de referencia y guía de estilo para todos los involucrados en la producción), y en la que ya quedaba fijada la atmósfera y su propósito de servir de declaración alegórica a favor de las libertades personales y advertencia respecto a quienes, ostentando el poder, deberían garantizarlas. Pocos fueron los que entonces pudieron prever el profundo impacto cultural que tendría la serie y su inquietante capacidad para predecir muchas de las facetas orwellianas de nuestra vida moderna.

 

El extraño y sombrío tono de “El Prisionero” se establece ya desde el primer episodio, cuando el anónimo protagonista, aparentemente harto e irritado, renuncia a su puesto como agente de élite del servicio secreto británico dejando un sobre cerrado en el despacho de quien parece ser su superior. A continuación, se marcha a casa, preparando el equipaje para unos días de asueto. Nada conformes con que su empleado abandone así como así, sus antiguos empleadores lo secuestran y lo llevan a una pequeña población costera tan pintoresca como inquietante y surrealista; un lugar exteriormente encantandor y cuyos habitantes parecen estar conformes con su situación sin que pueda dilucidarse fácilmente si ésta es la de carceleros, cautivos o ambas cosas a la vez. En ese lugar aislado, donde no parece pasar el tiempo y al que se refieren como La Villa, queda atrapado el protagonista, a merced de poderosas fuerzas que no puede comprender ni superar y que pretenden extraerle información secreta que se niega obstinadamente a revelar.

 

¿Información relativa a qué? Aunque inicialmente no se aclara, más adelante se desvela que lo que inquieta a sus captores son los motivos por los que renunció y que nunca que se aclararán. Como tampoco la identidad o afiliación de quienes lo mantienen secuestrado en la Villa. Habida cuenta de la época, podrían ser los comunistas, claro; pero también sus antiguos jefes, inquietos ante la posibilidad de que un agente quiera abandonar el servicio sin aducir motivos satisfactorios; o quizá sea algún tipo de organización de alcance global al estilo del Spectra de James Bond. Y, ya puestos, ni siquiera se especifica que el protagonista fuera un agente secreto, tan solo lo suponemos por el contexto.

 

Cada episodio narraba o bien un intento de escapar de la Villa por parte del protagonista (designado al llegar como Número Seis), bien comprender la naturaleza y razones de su encarcelamiento, o bien defenderse de las manipulaciones de sus captores con el fin de que confiese su secreto, recurriendo a todo tipo de métodos: drogas alucinógenas, lavado de cerebro, simulaciones, seducciones, batallas de ingenio, experimentos científicos… La situación en la que se encuentra el protagonista es una metáfora, en forma de pesadilla kafkiana, de las cárceles emocionales y mentales en las que muchos viven en el mundo real, ya sean impuestas desde el exterior o construidas por ellos mismos para protegerse de una realidad a la que no pueden o desean enfrentarse.

 

Número Seis, por su parte, encaja fácilmente en ese estereotipo del héroe fuerte e individualista tan habitual en la tradición romántica occidental. Cuando se le comunica que en adelante se le llamará simplemente "Número Seis", rechaza tal designación, declarando que "no será empujado, archivado, sellado, indexado, informado, interrogado ni numerado". Se convierte así en un defensor del individualismo en una época en la que éste era un principio ampliamente celebrado, aunque en parte ello respondiera a una ansiedad soterrada por la sospecha de que los auténticos heroes individualistas pertenecieran al pasado.

 

Esta contradicción se halla en el núcleo de toda la serie, en la que la desafiante negativa del Prisionero a someterse y conformarse puede, según el punto de vista, interpretarse bien como una actitud heroica e inspiradora, bien como una tozuda locura romántica. La imposibilidad de determinar con certeza, entre otras cosas, la auténtica naturaleza del Prisionero, ha sido lo que siempre ha llevado a muchos críticos a calificarla como la serie más enigmática de todos los tiempos.

 

De hecho, otro de los enigmas que jamás se resolvería tiene que ver con la auténtica identidad de Número Seis. El propio McGoohan negó que se tratara de su antiguo personaje, el que había encarnado en la mencionada “Cita con la Muerte”, John Drake. Sin embargo, otros testimonios apuntan a lo contrario. George Markstein, una de las mentes detrás de la serie, así lo confirmó. Como también Jack Shampan, el director artístico, quien relató que el proyecto se había gestado inicialmente como una simple "continuación” de Cita con la Muerte", antes de que se decidiera el nuevo título, “El Prisionero”, durante una reunión con Patrick McGoohan y David Tomblin.

 

En cualquier caso, a lo largo de la serie jamás se dirigen al protagonista por ningún nombre que no sea Número Seis. Esa decisión de McGoohan y sus repetidas declaraciones negando la coincidencia de identidades entre los protagonistas de ambos programas, tiene su sentido. Es muy posible que quisiera que “El Prisionero” fuera una serie con entidad propia, no una “simple” secuela de la que los espectadores esperaran el bagaje que el héroe había acumulado en “Cita con la Muerte”. Además, sería más fácil para la audiencia identificarse con un personaje nuevo, desconocido y que, al saberse tan poco, bien podría encarnar a cualquier hombre.

 

Muchos de los episodios de “El Prisionero” incluyen claros elementos de ciencia ficción, ya que los carceleros recurren a diferentes sistemas de alta tecnología en sus intentos de vencer la resistencia del protagonista y extraer de su mente los secretos que persiguen. Así, si bien Número Seis es, obviamente, el protagonista de la serie, el espectador podía llegar a identificarse incluso más fácilmente con sus captores, en el sentido de que también él o ella debía esforzarse por descubrir fragmentos de información que le ayudaran a comprenderlo todo. Sin embargo, esa revelación jamás llega a producirse y ni las autoridades de esa misteriosa aldea ni el público llegan a saber demasiado sobre la trayectoria anterior del Prisionero o la naturaleza de los secretos que oculta en su memoria.

 

Quizás el artefacto tecnológico más llamativo al que recurrían los carceleros de la Villa fuera un enorme y surrealista globo blanco (identificado en episodios posteriores como "Rover") que persigue y engulle a cualquier habitante del lugar que no se ajuste a las normas de comportamiento oficialmente aprobadas. De hecho, es el Rover lo que a menudo frustra los intentos de fuga de Número Seis conforme avanza la serie. Sin embargo, las autoridades recurren más frecuentemente a otras técnicas más sutiles de manipulación psicológica. En este sentido, sus intentos de control mental y lavado de cerebro conectan con ciertas paranoias de la Guerra Fría, mientras que la amplia capacidad que demuestran para vigilar el comportamiento individual también sintonizó con un público cada vez más preocupado por la pérdida de privacidad.

 

De hecho, “El Prisionero” solía ser bastante explícita en su sugerencia de que las condiciones de vida dentro de la aldea no eran sino versiones algo deformadas de las que regían en el mundo real. Por ejemplo, en su primera entrevista con Número Dos, su principal interrogador y un importante administrador de la Villa (la identidad de Número Uno, la máxima autoridad, el ojo que todo lo ve y controla, es un secreto celosamente guardado), Número Seis descubre que ha estado bajo vigilancia toda su vida. Dos le muestra varias fotografías desde su infancia; incluso sus momentos más íntimos han sido observados y grabados, mucho antes de convertirse en agente secreto. La implicación es clara: todos podríamos estar bajo formas similares de vigilancia sin nuestro conocimiento.

 

En la mejor tradición de la ciencia ficción, las tecnologías futuristas de “El Prisionero” son más importantes por lo que revelan de la época contemporánea que como especulaciones verosímiles de lugares lejanos y/o futuros distantes. Gran parte de la tecnología empleada en la serie, de hecho, es relativamente contemporánea; en otros casos, anticipa desarrollos posteriores. Por ejemplo, en el episodio "A, B y C", encontramos una simulación por ordenador tan eficaz que esa “realidad virtual” se torna prácticamente indistinguible del mundo real. En ese episodio, las autoridades de la aldea crean esa realidad falsa empleando una combinación de técnicas cinematográficas, drogas y electronica que colocan a Número Seis en situaciones en las que esperan acabe revelando información importante para ellos. Sin embargo, Seis descubre y frustra el plan, obteniendo una de sus pocas victorias y volviendo la simulación contra sus carceleros al proyectar una realidad contrasimulada que implica al propio Número Dos (interpretado por diversos actores y actrices en diferentes episodios, lo que apunta a que el número designa un cargo más que a una persona en concreto) en la renuncia de Seis a su antiguo puesto como agente secreto.

 

La realidad virtual cobra aún mayor importancia en el episodio "Drama en el Oeste", tan extraño y perturbador que la CBS se negó en su día a emitirlo en Estados Unidos. Al principio, los espectadores debieron pensar que se habían equivocado de canal, porque no comienza con la ya conocida entradilla en la que el protagonista conducía hacia Londres en su Lotus personalizado para renunciar a su trabajo como agente secreto, sino con un hombre cabalgando por el Oeste Americano y llegando a un pueblo fronterizo, donde renuncia a su trabajo como sheriff local. Ese jinete, sin embargo, es McGoohan, quien interpreta a uno de esos anónimos y lacónicos vagabundos del Oeste en la línea del tipo de personaje que había perfeccionado Clint Eastwood unos años antes en "Por un Puñado de Dólares" (1964). En un ejemplo paradigmático de mezcla posmoderna de géneros, el episodio se desarrolla —durante más de cuarenta y tres minutos de sus cuarenta y nueve de duración— como un western televisivo bastante convencional, aunque la trama del episodio (en el que el exsheriff se encuentra atrapado en un pueblo desconocido, sin poder salir) está ingeniosamente trazada de acuerdo a los típicos argumentos de “El Prisionero”.

 

Al final, resulta que ese pueblo del Oeste y todos los acontecimientos que allí ocurren no son sino parte de una realidad virtual diseñada por las autoridades de la Villa, utilizando otra combinación de drogas y dispositivos electrónicos. La experiencia está aparentemente diseñada para someter a Número Seis a tal estrés que termine por derrumbarse (incluso muere al final de la parte del Oeste del episodio). Sin embargo, Seis vuelve a la carga contra sus captores y sobrevive al trance con su mente intacta, aunque los dos ayudantes que trabajan con Número Dos para ejecutar el plan sí quedan desquiciados (y acaban siendo asesinados) por su participación en esta demasiado inmersiva fantasía.

 

Un intento similar de extender la serie más allá de los claustrofóbicos límites de la Villa se da en "La Chica Llamada Muerte", uno de los pocos episodios que se concentran en la esencia de la serie. Durante casi todo el capítulo, inexplicablemente, Número Seis parece haber retomado su trabajo como agente secreto, aunque de una forma decididamente peculiar, casi como una simbiosis de James Bond surrealista y los Hermanos Marx. El episodio también incorpora elementos de ciencia ficción en tanto en cuanto el protagonista, ataviado con un vestuario peculiar, corre de un lado a otro intentando (y finalmente consiguiendo) frustrar los intentos de un científico loco de destruir Londres con su nuevo supermisil. Al final, sin embargo, todo el episodio resulta ser un simple cuento que Seis narraba a algunos niños del pueblo, una situación que las autoridades habían propiciado con la esperanza (incumplida) de que, rodeado de un público inofensivo y agradecido, bajara la guardia y expusiera involuntariamente información clasificada.

 

Si en “A, B y C” y “Drama en el Oeste” se utilizaba tecnología avanzada para sondear y manipular el cerebro de Número Seis, en “El General” se empleaba con la intención opuesta: introducir información en la mente de toda la población de la Villa, asegurando su obediencia incondicional a la autoridad. El General del título, como Número Seis descubre al final del episodio, es un superordenador especializado en lavados de cerebro. Obviamente, este capítulo es un eco de los temores que algunos ya expresaban por entonces sobre el posible uso que los organismos de seguridad estadounidenses podrían hacer de estas tecnologías. No eran miedos infundados. El FBI, buscando comunistas, llevaba espiando a sus propios ciudadanos desde los años 30; y la Agencia de Seguridad Nacional (fundada en secreto en 1952), interceptó y examinó las comunicaciones internacionales de miles de ciudadanos estadounidenses involucrados en protestas contra la guerra y otros activismos durante los años 60 y 70.

 

Quizás aún más importante, el lavado de cerebro que llevan a cabo los ingenieros del General se realiza a través de la transmisión de señales especiales por las pantallas de televisión ante las que los vecinos de la Villa pasan buena parte de su tiempo. Así, como ya hicieran años antes “La Dimensión Desconocida” o “Rumbo a lo Desconocido” (aunque con mucha menos ironía), este episodio aborda los recelos que suscitaba la televisión, anticipando a su vez ficciones posteriores como la película "Videodrome" (1982, David Cronenberg), en la que los aparatos de televisión emiten siniestras señales que modifican el comportamiento de los espectadores. En "El General", Número Seis vuelve a frustrar el plan de sus captores e incluso destruye el ordenador, pero las implicaciones del episodio son, cuanto menos, ominosas, apuntando a las consecuencias potencialmente negativas de un medio televisivo cuyo alcance e influencia se expandía rápidamente por todo el mundo (sustitúyase hoy por las redes sociales).  

 

La capacidad de los gobernantes de la Villa para manipular la percepción de la realidad a veces se extiende a cuestiones relacionadas con la identidad, planteando la cuestión de si Número Seis (o cualquiera de nosotros) es realmente quien cree ser, o, por el contrario, es quien algún poder superior le ha dicho que es. En "Cambio de Personalidad”, las autoridades del pueblo traen a un agente externo (Número Doce), un sosias de Número Seis cuidadosamente adiestrado para hablar y actuar como él. De hecho, se parece más a Número Seis que el propio Número Seis, quien, entretanto, ha sido condicionado para diferir de su yo anterior en varios aspectos. Por ejemplo, para ser zurdo, mientras que antes era diestro. Obviamente, estos cambios han sido forzados por Número Dos como parte de un nuevo intento por perturbar a Seis y facilitar su interrogatorio.

 

Con la ayuda de Alison (Jane Merrow), otra mujer reclutada para ganarse la confianza de Seis y luego traicionarlo, Número Dos casi logra convencerlo de que no es quien cree ser. A lo largo del episodio, se observa la gradual fragmentación de la confianza que Seis tenía en su propia identidad, una degeneración que, obviamente, le aterroriza. Existe una deliberada ironía en la forma en que se aferra al número seis como seña de identidad, a pesar de que en episodios anteriores se había negado rotundamente a aceptar tal designación y llevar una chapa identificativa a tal efecto. Finalmente, el protagonista descubre la conspiración y la vuelve contra Número Doce, quien, ante semejante confusión de identidades, acaba engullido por el Rover. Seis se hace pasar por Doce y casi logra escapar de la aldea recurriendo a engaños, pero un desliz revelador lo devuelve, como siempre, al punto de partida en una circularidad fatal que lo deja nuevamente atrapado en el presente perpetuo que es el tejido temporal de la aldea.

 

Otro episodio centrado en la desestabilización de la identidad individual es “No Me Abandones, Mi Amor”, en el que un brillante científico ha inventado una máquina que permite intercambiar las mentes de dos personas. Sin embargo, ese genio, el Dr. Seltzman (Hugo Schuster), ha desaparecido antes de revelar el proceso para revertir el intercambio. Convencidas de que Número Seis es el único capaz de localizar a Seltzman, las autoridades de la Villa idean un plan para transferir la mente de Seis al cuerpo del "Coronel" (Nigel Stock), un agente leal a los siniestros carceleros. Luego, liberan a Seis (en el cuerpo del Coronel) y le permiten regresar a su casa en Londres, sabiendo (gracias a un condicionamiento previo) que hará lo que sea necesario para encontrar a Seltzman y así recuperar su propio cuerpo (este argumento obedeció a la ausencia de Patrick McGoohan debido a otro rodaje en el que participaba, lo que hizo necesario recurrir a este cliché de cambio de mentes y cuerpos).

 

Haciendo honor a su reputación, Seis cumple la misión y las autoridades lo llevan a él y al científico de vuelta a la Villa, donde la mente del agente regresa a su cuerpo original. Seltzman, sin embargo, consigue burlar a sus secuestradores transfiriendo su mente al cuerpo del Coronel y luego escapando, dejando la mente de aquél atrapada en el cuerpo moribundo de científico.

 

En “Un Regreso Inesperado”, una vez más, Seis escapa al mundo exterior y vuelve a Londres, pero las las autoridades británicas lo devuelven rápidamente a la Villa. De hecho, hay indicios de que toda la fuga fue orquestada por sus captores para desmoralizarlo, avivando primero sus esperanzas solo para frustrarlas a continuación y demostrarle que ni siquiera en el exterior puede escapar a la vigilancia, aunque sea la de las autoridades oficiales. Es otro episodio que recalca, como he apuntado antes, la idea de que las condiciones en el pueblo no son tan diferentes a las del mundo fuera de él. De hecho y a lo largo de la serie, la verdadera importancia de ese claustrofóbico lugar reside en su similitud con el mundo exterior, por lo que la obstinación de Número Seis por evadirse carece en el fondo de sentido.

 

En el decimoséptimo y último capítulo, “Liberación”, el protagonista consigue por fin escapar y regresar a casa, aparentemente sin haber conseguido nada. Este impactante cierre completa la deconstrucción definitiva no solo de la oposición entre la aldea y el mundo en general, sino también entre Número Seis y sus captores. El desconcertado público quedó privado de verdades absolutas o una base interpretativa sólida sobre la que apoyarse. Tampoco se les ofreció nada que justificara, defendiera o satisficiera los anhelos individualistas que los habían impulsado a ver los dieciséis episodios anteriores, apoyando incondicionalmente a su héroe protagonista.

 

“Liberación” comienza con algunas de las escenas más extrañas y surrealistas de toda la serie, incluyendo una chocante secuencia de juicio en la que se aplaude el desafío de Seis a la autoridad como señal de que él es el único individuo auténtico en la Villa. Como recompensa, se le declara libre. Primero, sin embargo, debe descubrir la identidad de Número Uno, quien resulta ser, en una revelación bastante confusa, el propio Seis, o, al menos, una faceta oscura de sí mismo. Un descubrimiento que, en el más puro estilo posmodernista, apunta a la fragmentación de la propia identidad del protagonista y que sugiere la posibilidad de que su presencia en la Villa obedeciera a un interés por averiguar si todo funcionaba según sus propias instrucciones. A continuación, comienza una secuencia apocalíptica de revolución violenta y caos absoluto, que culmina con la evacuación del pueblo al son de la canción de los Beatles "All You Need is Love" (1967), una irónica elección musical que subvierte tanto el sentimiento expresado en la canción como ciertas actitudes e ideologías de los años 60 que representaba aquélla.

 

Número Seis finalmente escapa y regresa a Londres. Sin embargo, al llegar a su casa, descubrimos que la puerta se abre automáticamente de la misma manera que lo hacía el acceso a su casa en la Villa, sugiriendo que sigue sometido al control de las fuerzas diabólicas de las que él mismo forma parte. Entonces, se sube a su Lotus y se aleja, dando paso a la intro habitual de la serie, cerrando el bucle y devolviéndolo al principio, presumiblemente para repetirlo todo una vez más. La noción de progresión narrativa queda así destruida, como también la ilusión de que el mundo exterior difiere de la Villa o que Número Seis es, en el fondo, ajeno a las fuerzas que dirigen aquella extraña localidad y, por extensión, el mundo.

 

El pequeño pueblo galés de Portmeirion sirvió como localizacion exterior de la Villa. Se trata de un pueblo turístico diseñado y construido entre 1925 y 1975 por Sir Clough Williams-Ellis, utilizando fragmentos procedentes de las demoliciones de otros edificios, algunos de los cuales habían sido obra de otros arquitectos distinguidos. Esta arquitectura ecléctica y su deliberado estilo nostálgico con aire a la Riviera italiana, hace de la población un lugar único por su aire atemporal, ideal, por tanto, para servir de entorno a la acción de la serie.

 

Si bien la serie fue una apologia de la libertad personal, la desobediencia civil ante gobiernos con inclinaciones autoritarias y la importancia del "yo", McGoohan, como vemos, siempre mantuvo a sus seguidores ignorantes de aspectos esenciales de la trama. ¿Quién era el Número Uno? ¿Existía siquiera? ¿Por qué era tan importante descubrir las razones por las que Número Seis renunció a su trabajo? ¿Cuál era la relevancia del Mayordomo (interpretado por Angelo Muscat) y su paraguas? ¿Era La Villa una especie de agencia secreta involucrada en los asuntos geopolíticos? ¿Quién demonios era Número Seis? ¿Era realmente el John Drake de "Cita con la Muerte"?

 

Curiosamente, fue esta narrativa indirecta junto los temas de conformidad y "lucha contra el sistema", así como el estilo de producción y visual de corte psicodélico, lo que no sólo sintonizó con el público de los años 60 sino que impulsó su popularidad durante las últimas cinco décadas, convirtiéndola en una serie de culto. Desde entonces, la serie se ha integrado en la cultura popular, haciendo sentir su influencia a ambos lados del Atlántico, ya sea con referencias directas en música, televisión y cine, o de naturaleza más indirecta en cuanto a su estructura narrativa, sus tramas metafóricas y ese sentimiento de desconfianza hacia las autoridades. Programas de televisión satíricos como "Los Simpson" han hecho referencias a "El Prisionero" (en el sexto capítulo de la duodécima temporada, en 2000). Las bandas de rock británicas The Clash e Iron Maiden lanzaron canciones basadas en la serie. Existen numerosos blogs de fans y decenas de webs dedicados a analizar cada episodio, buscando el significado oculto de cada imagen.

 

Tres programas de televisión posteriores deben mucho a "El Prisionero": "Perdidos" (2004-10), "Twin Peaks" (1990-91) y "Expediente X" (1993-2002). En cuanto al primero, comparte muchos rasgos con su predecesor de los sesenta. Para empezar, la forma de presentar el entorno. En “El Prisionero”, nunca se especificó la ubicación geográfica de la Villa. Se hicieron vagas referencias que, teóricamente, podrían localizarla en algún lugar del Mediterráneo. Ciertamente, como he apuntado antes, el emplazamiento podría pasar por un pequeño pueblo mediterráneo –aunque estaba en Gales- pero también era una representación metafórica del mundo. Eso significaría que nosotros, queramos o no, no somos números, a pesar del afán de la tecnología por reducirnos a tales. Anhelamos, buscamos, crecemos, exploramos y, al hacerlo, escapamos. Del mismo modo, la isla donde acabaron los pasajeros del vuelo 815 de Oceanic se encuentra en un nexo geográfico incierto, algo similar al Triángulo de las Bermudas. ¿Es la isla una manifestación de poderes superiores, como La Villa? Los náufragos son peones en un juego mayor que nunca se les explica. "Perdidos" y "El Prisionero" también comparten personajes con los que uno puede identificarse a pesar de –o precisamente por ello- ser falibles y tener aristas.

 

"Expediente X" transita por un terreno político similar al presentado en "El Prisionero" y puede considerarse uno de sus parientes más cercanos en cuanto a trama y alegoría. También aquí, agentes del gobierno en la sombra centran sus maquinaciones en un hombre para su propio beneficio. Sin embargo, ese individuo lucha contra todas las adversidades. El creador de "Expediente X", Chris Carter, quería recordarnos que la sociedad necesita de la rebelión contra quienes gobiernan para mantenerlos a raya. Una y otra vez, Fox Mulder arriesga su vida (u otros la arriesgan por él) para desenmascarar a la peligrosa camarilla al mando. Al igual que Número Seis, Mulder es un antihéroe neutral: ambos no demuestran interés por el sexo opuesto; los dos son astutos y escurridizos cuando es necesario; tienen objetivos bien definidos y creen que el problema de la ciencia es que puede ser utilizada para fines perversos. Y lo más importante, ambos saben que no deben confiar en nadie.

 

De todas las sucesoras más o menos directas de “El Prisionero”, quizás la única que le igualó en oscuridad alegórica fue "Twin Peaks", creada por David Lynch y Mark Frost. Ambos utilizaron técnicas narrativas similares: metáforas casi indescifrables, personajes extraños y un entorno aparentemente aislado del resto del mundo. Les preocupaban menos los mensajes políticos que la influencia de lo desconocido, subrayando la existencia de una realidad invisible y que lo que está a la vista no es siempre lo que parece, algo con lo que también tenía que lidiar repetidamente Número Seis en La Villa.

 

En 2009, se realizó una nueva e innecesaria versión para la televisión por cable estadounidense, en forma de miniserie de seis episodios, protagonizada por Jim Caviezel e Ian McKellen y localizada en un entorno suburbano con mucha menos personalidad que la Villa original. Como era de esperar, no tuvo el mismo impacto. Aunque ambiciosa, visualmente muy conseguida y con un gran trabajo interpretativo de McKellen, carecía del impulso narrativo, la chispa y el ingenio de la obra original. Los temas básicos de la serie de los 60 seguían estando ahí, pero ni fue tan ambiciosa como aquélla ni llegó en el momento adecuado.

 

A diferencia de otras series británicas contemporáneas que han pasado a ser iconos de la cultura popular del siglo XX, como “Doctor Who” o “Los Vengadores”, la gran ventaja de “El Prisionero” reside en su naturaleza cerrada y autoconclusiva. Si bien podría haberse extendido con nuevas tramas, personajes o revelaciones que aclararan ciertos enigmas, afortunadamente su altísima calidad como producto original y muy personal ha desalentado la mayoría de los intentos de explotar su éxito.

 

Este mérito (salvo por el remake de 2009, que se desvinculó de la trama y continuidad originales) ha permitido que la serie se conserve "pura", libre de productos derivados de inferior calidad, habituales en otras franquicias con el único propósito de hacer caja beneficiándose de la popularidad obtenida por sus antecesoras (con la notable excepción de la miniserie de cuatro cómics de DC, "The Prisoner: Shattered Visage", que sí continuó la historia original ambientándola varias décadas después).

 

"El Prisionero", en fin, es una obra de culto y una de las series seminales de la historia de la televisión gracias a su espíritu vanguardista e innovador, personaje icónico, mezcla de géneros, carga alegórica e intelectual, estilo visual e influencia.

 

 

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