miércoles, 1 de julio de 2020

1959- LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA (1)


Hasta finales de la década de los cincuenta del pasado siglo, el tipo de programas, contenido y orientación de los mismos en las tres principales cadenas norteamericanas de televisión –NBC, CBS y ABC- venían dictados por las compañías que los patrocinaban. Series enteras o programas individuales estaban asociados a un patrocinador en concreto. Se trataba del traspaso a la televisión, prácticamente inalterado, de un sistema de financiación propio de la radio. Es por eso que Estados Unidos los culebrones reciben el nombre de soap operas (“operas de jabón”) precisamente porque en la radio solían estar patrocinados por marcas de detergente.


Sólo tras los escándalos de los concursos a finales de los cincuenta empezaron a cambiar las cosas. El más famoso de ellos (dramatizado magníficamente en la película “Quiz Show”, 1994) fue el del popular “Veintiuno”, de la NBC, en 1957. Obligado por la cadena, que quería incrementar la audiencia manipulando la rotación de concursantes, el invencible pero escasamente popular campeón del programa, Herbert Stempel, exmilitar judío, tuvo que “olvidar” una respuesta que conocía para permitir su sustitución por el intelectual, anglosajón y atractivo Charles Van Doren, doctor en Historia y profesor universitario, hijo de una influyente familia neoyorquina. Cuando el engaño salió a la luz, quedó al descubierto que no era el comunismo lo que estaba amenazando los valores e ideales americanos sino el rampante capitalismo que llevaba a la televisión y a sus patrocinadores a mentir al público. Fueron casos muy sonados que llevaron a muchos americanos a temer que su país no era la fuerza benéfica que habían creído.

Interrumpir los programas con pausas publicitarias en las que diferentes anunciantes competían por atraer la atención del espectador en lugar de dejar aquéllos en manos de un solo patrocinador, significó que ya no era tan sencillo influir
sobre el contenido de tal o cual concurso o esta o aquella serie. Las cadenas pasaron a controlar su programación y, poco después, a imponer y regular a sus cadenas afiliadas por todo el país. Sin embargo y en un intento de distinguirse unas de otras mientras competían por aumentar los ratings de audiencia, empezaron a mostrarse más dispuestas a correr riesgos. Por ejemplo, produciendo programas de género…como la CF.

Gracias a los avances científicos y tecnológicos y su concreción en la forma de electrodomésticos a precios que los norteamericanos de clase media podían permitirse, no es de extrañar que la ciencia ficción fuera ocupando un puesto
cada vez más importante en la televisión de ese país –y en la cultura popular en su conjunto- durante los años cincuenta. Dejando aparte algunos programas infantiles pioneros, espacios generalistas empezaron a hacer guiños y, ocasionalmente, introducir motivos propios de la CF. Por ejemplo, una sitcom tan inmensamente popular como “I Love Lucy”, mostró en un episodio a sus protagonistas femeninas, Lucy y Ethel, vestidas de “marcianas” con el fin de promocionar una película de CF.

Esa fascinación popular por las posibilidades de la ciencia llevó asimismo a la emisión de programas didácticos, como los nueve especiales de “Bell System Science Series”, patrocinados por AT&T y para los que consiguieron contratar
nada menos que a Frank Capra para dirigir los cuatro primeros. Era esa una serie que, además de contar con notables valores de producción con los que se ensalzaba el prestigio del patrocinador, trataba de combinar el ánimo educativo y el entretenimiento satisfaciendo la demanda popular de conocimiento científico, demostrando de paso a la audiencia que la Ciencia no estaba tan fuera del alcance científico como a veces se suponía.

En contraste, la programación de ciencia ficción de la década no tardó en ganarse la reputación de una forma subdesarrollada de cultura que sólo podía interesar al público infantil o escasamente letrado. De hecho, muchos comentaristas culturales norteamericanos de la
época, lamentaron lo que interpretaban como el ascenso de la “cultura de masas”, un nivel mínimo que amenazaba el supuestamente alto estándar cultural del país. Y el aún joven medio televisivo era fundamental en este fenómeno degradante. La asociación entre CF y televisión durante los años cincuenta hizo poco por mejorar la reputación de una y otra.

Y entonces llegó “La Dimensión Desconocida”, quizá el programa de CF más importante de los cincuenta y el primero en ver reconocidos sus méritos artísticos e intelectuales. Tenía muy pocos efectos especiales, pero
su nivel de calidad en la producción era sobresaliente. Bien escrita, bien interpretada y bien trasladada a la pantalla, “La Dimensión Desconocida” se convirtió rápidamente en una de las series más respetadas de su tiempo. Hoy lo sigue siendo.

En 1959, el más reputado guionista de televisión era un antiguo paracaidista de talante decidido e inquieto: Rod Serling. Con sus intensos dramas televisivos en directo “El Precio del Triunfo” (1947, para el programa “Kraft Television Theatre”; luego llevado al cine
en 1956) y “Requiem por un campeón” (1956, para “Playhouse 90”; llevado al cine en 1962), se había granjeado cierto estatus de “autor” demostrando que era posible para un medio todavía muy joven ponerse a la altura de las grandes producciones de Hollywood o los escenarios de Broadway.

Pero no podía evitar sentirse frustrado. Serling quería escribir historias importantes sobre temas sociales candentes, pero las cadenas no hacían más que ponerle impedimentos, aterrorizadas ante la posibilidad de que sus progresistas mensajes ofendieran a un sector de la audiencia y suscitaran una polémica que, en último término, espantara a los anunciantes. Y fue entonces cuando tuvo la gran idea: esconder esos mensajes bajo la forma de una alegoría fantacientífica. Así nació “La Dimensión Desconocida”.

Como productor y principal guionista del programa, la primera directriz que se impuso a sí mismo y a sus colaboradores fue la de no dejar inexplorado ningún rincón de la imaginación humana. Contrató a los mejores directores y actores disponibles, incluyendo varios que a no mucho tardar se convertirían en estrellas: James Coburn, Peter Falk, Dennis Hopper, William Shatner, Lee Marvin, Leonard Nimoy, Robert Duvall, Bill Bixby, Robert Redford, Burt Reynolds, Martin Landau, Dean Stockwell, Mickey Rooney, Charles Bronson, Buster Keaton… Además de productor y guionista principal, Serling ejerció de anfitrión, dándole al programa su propio rostro (sólo en los anuncios para el siguiente episodio) y voz, ésta resonante, aterciopelada y algo misteriosa, que servía para presentar cada capítulo y poner al espectador en antecedentes de la historia que va a presenciar a continuación.

Aunque “La Dimensión Desconocida” ha pasado a ser uno de los programas más asociados con la televisión de los cincuenta, en puridad, pertenece a los sesenta porque el primer episodio lo emitió la CBS el 2 de octubre de 1959 y, de los 156 episodios de que constó (se canceló en junio de 1964), sólo doce se pudieron ver en la década de los cincuenta estrictamente hablando. Con todo, el espíritu de la serie sí puede relacionarse más con los cincuenta que con los sesenta. En cuanto a su formato de antología, no era nuevo dado que otros programas anteriores como “Tales of Tomorrow” (1951) ya lo habían ensayado. Narrativamente no hay una continuidad dado que son episodios autocontenidos e independientes unos de otros. En cualquier caso, fue una opción que otorgaba una enorme flexibilidad que, a su vez, le permitió adaptarse a cambios en los gustos y contextos socioculturales, perviviendo, como veremos, en otras encarnaciones aparecidas en posteriores décadas.

Es fácil ver la influencia que sobre la creatividad de Serling ejercieron revistas pulp como “Weird Tales”, “Astounding Science Fiction” o “Amazing Stories”; o comics como los publicados por la EC a comienzos de la década de los cincuenta. Además, fue un acierto que los guiones jamás trataran de explicar lo extraño o misterioso recurriendo a la pseudociencia; tampoco se escondieron detrás de maguffins o efectos visuales chapuceros. No lo necesitaban, porque el corazón de “La Dimensión Desconocida” siempre estuvo en el viaje del protagonista, ya fuera hacia su redención o hacia su condenación.

Muchos de los episodios de la serie podían clasificarse como de ciencia ficción, terror, fantasía o una combinación de dos o tres de esos géneros. Por otra parte y en lo que se refiere a CF, sus historias cubrieron prácticamente todos los subgéneros: los viajes espaciales (“Y Cuando el Cielo se Abrió”, en la que tres astronautas desaparecen misteriosamente tras regresar a la Tierra); la inteligencia artificial (“El Gran Casey”, sobre un robot deportista); los viajes temporales (“La Odisea del Vuelo 33”, en el que un avión queda atrapado en una brecha temporal); post apocalipsis (“El Viejo de la Cueva”, donde un ermitaño ser cuasidivino gobierna sobre lo que queda de la
sociedad tras una guerra nuclear); alienígenas (“Los Invasores”, protagonizado por Agnes Moorehead como una granjera asediada por criaturas del espacio exterior); paranoia alien (“Los Monstruos de la Calle Maple”, en la que una pequeña comunidad acaba autodestruyéndose por la sugestión extraterrestre)…

Hay quien se ha preguntado e incluso puesto en duda si la ciencia ficción de “La Dimensión Desconocida” lo es realmente. Y es que hay elementos que pueden confundir a los menos avisados. Las conexiones con la ciencia ficción vienen de la mano de cierta iconografía asumida convencionalmente como tal: cohetes, máquinas del tiempo, robots, ciudades futuristas, extraterrestres… También se relaciona con el género a través de la participación de guionistas estrechamente asociados al mismo como Richard Matheson o Ray Bradbury.

Pero más allá del irresoluble debate acerca de qué es o no ciencia ficción y sus posibles definiciones, lo cierto es que “La Dimensión Desconocida” también se adentraba en el realismo mágico, la poesía visual, el terror, la fantasía y la comedia tanto
como en la ciencia ficción. De hecho, una de las características de la serie era la búsqueda de una reacción emocional en el espectador por encima del rigor científico o la simple verosimilitud. Y ese es precisamente uno de los encantos del programa: su heterodoxia, su disposición desprejuiciada a cruzar fronteras con tal de permitir al espectador el acceso al plano alegórico que es donde reside el mensaje que Serling quería transmitir en cada ocasión.

Por otra parte, Serling demostró que la ciencia ficción, como el género de ideas que fue al comienzo, no necesitaba apoyarse –como más tarde sí sería el caso y hasta el día de hoy- en espectaculares artificios visuales para llegar al público. Su prestigio ha permanecido incólume con el pasar de las décadas en parte porque supo explorar de forma muy inteligente las preocupaciones de la Norteamérica contemporánea. Ello nos recuerda que la ciencia ficción, independientemente de lo lejana espacial o temporalmente que sea la ambientación de la trama, lo que hace es utilizar escenarios imaginativos y extraños para proporcionar nuevas perspectivas a los problemas del presente.

Y ello no era poca cosa a finales de los cincuenta y primeros sesenta. “La Dimensión
Desconocida” abordó y condensó temas candentes, como la amenaza nuclear, la dependencia de la tecnología, la histeria colectiva y el ascenso del McCarthismo, debates todos ellos que hasta ese momento habían estado prohibidos en horario de máxima audiencia.

Para ello, Serling se rodeó de un equipo de guionistas de primera y que formaban un grupo flexible que se autodenominó California Sorcerers, una hermandad no oficial con base en la zona de Los Ángeles que desde comienzos de los sesenta a mediados de los sesenta dominaron no sólo la CF y Fantasía literarias sino también las películas y programas de televisión de esos géneros. En su mejor momento, este grupo de creadores, cuya relación iba más allá de la profesional, incluyó a gente como el propio Serling, Richard Matheson, Robert Bloch, Jerry Sohl, Ray Russell, Ray Bradbury, William F.Nolan, Charles Beaumont, George Clayton Johnson o Harlan Ellison.
Todos ellos se convirtieron en especialistas en esquivar la censura y las reacciones paranoicas de cierto sector de la audiencia disfrazando sus incendiarios mensajes de fábulas o alegorías.

Para comprender la importancia de lo que esos guionistas trataron de hacer en “La Dimensión Desconocida” conviene tener en cuenta el contexto social de la época. El temor vago pero real, muchas veces incluso subliminal, a la amenaza comunista había dominado buena parte de la política norteamericana desde hacía dos décadas y la Guerra Fría estaba en su punto álgido. Culturalmente, se estaban produciendo grandes desarrollos en la música gracias al nacimiento de géneros completamente nuevos,
incluyendo el transgresor rock´n´roll, que sirvieron para dar voz a la gente joven. Los valores más conservadores estaban siendo desafiados tal y como volverían a serlo con el surgimiento de la contracultura de los sesenta y los punks británicos en los setenta. Hasta ese momento, la norma había sido el conformismo, una reliquia de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Los estudios cinematográficos nunca habían sido particularmente progresistas y persistieron en aferrarse al viejo orden. Con el temor al comunismo todavía muy vivo y bajo el amparo de la Motion Picture Association of America, los directivos de los estudios se habían atrevido a asegurar que “No contrataremos intencionadamente a un comunista o un miembro de cualquier partido o grupo que defienda el derrocamiento del gobierno de los Estados Unidos”; y luego abrieron una lista negra a la que añadieron los nombres de
algunos grandes guionistas, productores y directores de la industria que, pensaban, se oponían ideológicamente al interés nacional. Fue una censura en toda regla, algo que no hubiera desentonado en absoluto con los regímenes comunistas que tanto criticaban.

Por tanto, no solo fue importante este nuevo intercambio de ideas que se produjo en la televisión bajo la forma de ficción fantacientífica, sino el que surgiera en un momento tan complicado socialmente. A pesar de ello, pocos críticos contemporáneos creyeron que “La Dimensión Desconocida” fuera a superar nunca el estigma de ser considerado un “vacío escapismo” para ser reconocido como lo que realmente era: un drama social. Entonces y hoy, la ciencia ficción sigue siendo víctima del prejuicio de aquellos que piensan que sus historias no pueden transmitir nada importante ni estar pobladas por personajes profundos.



(Continuará en la siguiente entrada)

2 comentarios:

  1. Como siempre un gran análisis lleno de información y opinión.Un escritor solo llega a lograr un nivel de perfección tal si es ayudado por las fuerzas que moran...en la dimensión desconocida...

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    1. Jajaja...Gracias Anónimo. Y gracias también a esas fuerzas que mencionas, a las que, de paso, les pido más tiempo para dedicarle a este blog. Un saludo

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