viernes, 3 de julio de 2020

1959- LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA (2)


(Viene de la entrada anterior)

Muchos episodios de “La Dimensión Desconocida” pueden relacionarse de forma bastante explícita con el contexto histórico, por ejemplo, la Guerra Fría. En “El Espejo” se presenta una visión estereotipada y superficial de Fidel Castro como tirano latinoamericano de manual; mientras que “Toda la Verdad” satiriza la tópica deshonestidad de los vendedores de coches usados aunque en un momento dado se sugiere que decir siempre la verdad (que es a lo que se ve obligado el protagonista en virtud de un embrujo) sería todavía más embarazoso para el premier soviético Nikita Krushev.


Otros episodios sobre la Guerra Fría se abordaban de forma mucho más seria. “Cuatro en Punto” trata sobre la Caza de Brujas macartista simbolizándolo en un individuo amargado y solitario que se dedica obsesivamente a elaborar informes sobre presuntos sospechosos con ideas subversivas, especialmente comunistas. Más eficaz es el capítulo “Monstruos en la calle Maple” en el que los vecinos de una pequeña comunidad, manipulados por alienígenas, acaban consumidos por la paranoia contra los vecinos. Un tema similar pero tratado de forma más humorística (y menos impactante) lo encontramos en “¿Podría Ponerse en Pie el Verdadero Marciano?”, en el que invasores marcianos y venusianos compiten entre sí mentras los humanos discuten entre ellos acusándose unos a otros de ser los extraterrestres.

En “El Refugio” se cuenta la historia de los asistentes a una fiesta que, ante el anuncio radiofónico de lo que parece ser un ataque nuclear, se desprenden de sus vestiduras cívicas y sus valores civilizados para pelearse salvajemente por hacerse con un lugar en el refugio nuclear... para nada, puesto que la crisis no resulta ser más que la caída de unos inofensivos satélites. El episodio reflejaba uno de los principales miedos de la época: no sólo el peligro mortal que suponía una guerra nuclear sino cómo podía desintegrarse cualquier atisbo de avance civilizador en un panorama post-holocausto.

Este fue un tema que se exploró en varios episodios, el más famoso de los cuales quizá sea “Por Fin Un Poco de Tiempo”. En él, Burgess Meredith interpretaba a Henry Bemis, el típico
marginado por el que tanta predilección sentía la serie: un empleado de banca, miope y de modales suaves, incomprendido por todos y atormentado por su abusivo jefe y su intimidante esposa. En especial, ni el jefe ni la esposa comparten ni entienden el amor que siente Bemis por la lectura, su vía de escape de la destructiva rutina de su vida cotidiana. “La Dimensión Desconocida”, por el contrario, apoyaba esas pasiones y varios episodios tienen como núcleo central la literatura y el amor por los libros. Es por eso que Bemis, a pesar de que su devoción por la página impresa le ha alienado del mundo, es presentado bajo un prisma positivo.

Un día, desesperado por obtener un poco de tranquilidad para leer sin interrupciones, Bemis se encierra en la caja fuerte del banco durante el almuerzo. Y entonces, un ataque nucler destruye la ciudad, quizá toda la civilización. Pero Bemis emerge intacto gracias a la protección que le ha brindado el grosor de la cámara acorazada. Al principio y aunque no tiene problemas para encontrar abundante comida, se angustia ante la perspectiva de ser el último hombre sobre la Tierra y llega a considerar el suicidio. Entonces, descubre que la mayoría de los libros de la biblioteca pública han sobrevivido. De repente, ve el ataque nuclear como una bendición: por fin tendrá tiempo para leer todos esos volúmenes; nadie le interrumpirá ni molestará. Impulsado por su júbilo, empieza a ordenar los libros en pilas mientras disfruta planeando el orden de lectura de los próximos años

Y entonces, buena muestra del gusto de los guionistas por la ironía siniestra y los finales
sorpresa, a Bemis se le rompen las gafas. Sin ellas, no puede leer. Sin nadie que le ayude, sin oftalmólogo u optometrista que le haga unas nuevas lentes, Bemis está indefenso y todos esos libros pierden instantáneamente su valor. La moraleja parece clara: después de todo, no es tan fácil ni deseable vivir al margen de la sociedad. Este tema de la alienación se recupera en muchos episodios, como el menos recordado “La Mente y la Materia”, en la que el amargado protagonista obtiene el poder de hacer desaparecer a todo el resto de los humanos de la Tierra. Y lo utiliza, pero no tiene más remedio que rectificar cuando descubre que la vida en soledad es todavía peor.

Debido a consideraciones tecnológicas y presupuestarias, “La Dimensión Desconocida” incluyó
poco material relacionado con los viajes espaciales o los entornos alienígenas que tan queridos son para la ciencia ficción “dura”. Allá donde se muestran naves, robots y otros aparatos avanzados, suelen ser material reciclado de otras producciones de la MGM, como “Planeta Prohibido”, como cuando la maqueta de platillo volante de ese film aparece en episodios como “Los Invasores” o “La Nave Muerta”. Por otra parte, los paisajes alienígenas tienden a parecerse bastante a los de la Tierra ya que estaban rodados en localizaciones cercanas sin incluir apenas elementos prefabricados (volveré más adelante sobre ello).

En cuanto a los alienígenas, la serie hacía de necesidad virtud y ante la falta de medios,
proponía historias en las que que se subvertían las convenciones asumidas en este subgénero. La figura del extraterrestre fue muy frecuente en el cine de los años cincuenta. Las producciones de serie B la utilizaban bien para definir lo humano por contraste, bien para desarticular las definiciones aceptadas de normalidad. A menudo, la interpretación se hacía desde un punto de vista antropocéntrico: los ovnis y los horripilantes monstruos que emergían de ellos servían para confirmar a la sociedad americana como los amos legítimos de la galaxia. Pero también hubo quien se atrevió a desafiar el estatus quo en películas en las que el aparentemente peligroso alien en realidad simbolizaba los miedos, paranoias y ansiedades de la sociedad americana (“La Invasión de los Ladrones de Cuerpos”, 1956), mientras que otras presentaban al extraterrestre como víctima de la intolerancia de los terrestres (“Llegó del Más Allá”, 1953). Fue esta última línea la que desarrolló Rod Serling en su programa, en el que a menudo no se presentaba a los humanos como superiores a los alienígenas y se adoptaba el punto de vista de estos últimos.

En los casos en los que los alienígenas amenazan efectivamente a los terrícolas, su presencia física es más implícita que explícita, a través de de las acciones y reacciones de los humanos. Rara vez se veían horribles cuerpos alienígenas y es la gente ordinaria la que se
comporta como monstruos, especialmente en lo que se refiere a su inclinación a devorarse unos a otros cuando se sienten amenazados. Es el caso de la mencionada “Monstruos en la Calle Maple”, donde los extraterrestres ni siquiera necesitan invadir físicamente la Tierra porque la ignorancia, el prejuicio, la intolerancia y el miedo de los humanos ya se encargan de destruir la sociedad desde su interior.

Algo parecido ocurre en el también ya indicado “¿Podría Ponerse de Pie el Verdadero Marciano?”, en el que un grupo de viajeros en una cafetería discute el rumor de que un ovni podría haber aterrizado en las cercanías y que el alienígena podría estar entre ellos. Para cuestionar lo que significa ser
humano –o, en clave de Guerra Fría, un auténtico americano-, Serling presenta aquí un amplio catálogo de personajes de diferentes perfiles étnicos entre los que, de nuevo, emerge una generosa dosis de prejuicios e intolerancias; y, otra vez, el giro final demuestra que los humanos somos falibles: no sólo no consiguen identificar al alien, sino que no detectan que entre ellos mismos hay dos de ellos, un marciano con un tercer brazo bajo su abrigo y un venusiano con un ojo extra escondido bajo su sombrero.

Como solía ocurrir en las historias de invasiones extraterrestres de la década anterior, estos dos
capítulos, con sus movimientos de cámara poco inspirados y fotografía discreta, construían una puesta en escena que recreaba lo cotidiano, aumentando de esa forma la tensión puesto que el espectador podía identificarse con la situación. El énfasis en lo mundano –una cafetería, una calle tranquila, gente ordinaria- hace que la amenaza parezca más real y peligrosa que si el entorno fuera extravagante o el protagonista un héroe de acción.

El Viaje Espacial era otro de los temas recurrentes de la serie, empezando por el episodio piloto, “¿Dónde Está Todo el Mundo?”. Eran historias en las que se utilizaba la soledad del astronauta en sus larguísimas singladuras interestelares como metáfora del sentir de mucha gente a finales de los cincuenta (y también de hoy mismo): el aislamiento respecto al mundo y la incapacidad de comunicarse con quienes están alrededor. En ese episodio, el protagonista (interpretado por Earl Holliman), despierta para encontrarse que es el único hombre vivo sobre la Tierra. Pero toda su peripecia acaba revelándose como una alucinación producto de un test al que está siendo sometido con el fin de comprobar si está psicológicamente preparado para soportar la absoluta soledad en la que tendrá que vivir en el espacio.

Desde el punto de vista psicológico, buena parte de “La Dimensión Desconocida” consiste en
exploraciones de la psique humana, de las debilidades de la carne y el espíritu y del triunfo sobre las mismas. A menudo nos enorgullecemos de controlar nuestros destinos, de ser amos del mundo. Pero los guionistas de la serie ofrecían una perspectiva diferente: la de una especie continuamente tentada por su lado más oscuro. Episodios como “Nada en la Oscuridad”, “El Autoestopista” o “La Larga Vida de Walter Jameson” giran alrededor de una verdad indiscutible: nacemos para morir. La muerte aparece en la serie bajo diversas modalidades: suave, cruel, espiritual…

Dado que la sustancia íntima de “La Dimensión Desconocida” era la ciencia ficción y no el
terror, puede resultar sorprendente la cantidad de episodios que incluían elementos sobrenaturales, especialmente historias de fantasmas de gente recientemente muerta, moribundos o almas de quienes se negaban a continuar su viaje al Más Allá. Quizá el capítulo más interesante de toda esta categoría sea el mencionado “La Larga Vida de Walter Jameson”. El guionista Charles Beaumont ofrece un cuento moral sobre la muerte y el precio de la vida. El inmortal protagonista (interpretado por Kevin McCarthy) toma conciencia, tras miles y miles de años de vida malgastada, de que no se trata de amasar años y siglos sino de lo que se hace y consigue con ellos, de la calidad del tiempo vivido. Da que pensar que este mensaje pudiera aplicarse, aunque él no lo sabía entonces, al propio guionista. Y es que Charles Beaumont murió en 1967, a los 38 años, víctima temprana de una enfermedad cerebral que, aunque truncó su carrera, no le impidió dejar atrás un legado que ha sido muy influyente para posteriores escritores de terror.

Otra de las características del típico protagonista de “La Dimensión Desconocida” es la soledad
ante una circunstancia extraña y/o peligrosa. Los personajes pueden hallarse en tránsito de un mundo a otro; o en situaciones en las que no pueden comunicar sus experiencias; o abandonados en entornos hostiles… También estos personajes se enfocan de una manera amable en línea con la ideología individualista que permea la serie –y a buena parte de la sociedad americana-.

Uno de los mejores ejemplos de esta temática es “El Hombre Obsoleto”, que es una especie de versión/derivación de “Por Fin Un Poco de Tiempo” en tanto que el amor del protagonista por los libros le vuelve a situar en oposición a los valores oficiales de la sociedad. Un solitario bibliotecario, Romney Wordsworth (otra vez interpretado por Burgess Meredith
en lo que se convierte en un lazo intertextual entre ambos episodios) se enfrenta a una distopia totalitaria que declara obsoletos e inútiles tanto a su profesión como a los libros. Vuelve a ensalzarse, por tanto, la literatura en tanto bastión de la libertad individual y némesis del totalitarismo.

“El Hombre Obsoleto” es uno de los capítulos más interesantes de la serie en lo que se refiere a su plantamiento visual, ya que utiliza decorados minimalistas iluminados de forma exageradamente expresionista para intensificar la atmósfera distópica del episodio. Un Estado totalitario ha prohibido todos los libros, todas las religiones y todo pensamiento independiente. La sentencia de “obsoleto” pronunciada por el
canciller al comienzo de la historia conlleva la pena de muerte para Wordsworth. En esta sociedad hiperracionalista, el Estado no puede tolerar algo que no sirva de forma inmediata y absoluta a sus intereses. El monólogo de apertura locutado por Serling remite indirectamente a otras visiones distópicas, como el “1984” (1949) de George Orwell o “El Talón de Hierro” (1907), de Jack London. Se introducen también referencias históricas, como cuando el canciller (empleando una confusa equivalencia entre fascismo y comunismo habitual en la propagada americana durante la Guerra Fría) identifica a Hitler y Stalin como sus predecesores, aunque afirmando que ninguno de ellos llegó tan lejos como él a la hora de eliminar indeseables.

Aunque pueda no parecer tan obvio al ver el capítulo, el director del mismo, Elliot Silverstein, afirmó que la audiencia en la que se declara obsoleto a Wordsworth estaba inspirada en las sesiones del Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, lo que implícitamente conecta la Alemania nazi y la Rusia comunista con los Estados Unidos. De hecho, si el solitario Wordsworth es el paradigma de la alienación, la sociedad en la que vive lo es de la rutina reglamentada, un hecho que el protagonista apunta cuando se queja al canciller de que “su Estado lo tiene todo categorizado, clasificado, etiquetado”.

Sin embargo, más allá de la crítica un tanto vaga a la sociedad del momento, “El Hombre Obsoleto” es pura ortodoxia americana. Presenta a Wordsworth como parangón del
individualismo romántico y ensalza los valores de la cultura tradicional, la religión y los derechos del invididuo frente a un régimen distópico tan radical que pocos espectadores lo relacionarían con Estados Unidos. De hecho, el comentario político de “La Dimensión Desconocida” suele ser sistemáticamente diluido por la inclinación de la serie hacia la defensa de la ortodoxia liberal…que a su vez viene cuestionada por señales no explícitas acerca de las mentiras que subyacen bajo el idealizado American Way of Life.

La soledad era también el centro emocional del siguiente episodio en abordar el viaje espacial: “El Solitario”. Al comenzar la historia, conocemos a James A.Corry (Jack Warden), que ha sido sentenciado por asesinato (aunque él sostiene que fue en defensa propia) a pasar cincuenta años de exilio en un asteroide desértico. La narración en off de Serling al comienzo nos lo define como alguien que está “muriendo de soledad”. Pero un compasivo capitán le envía un robot femenino llamado Alicia, que parece humano a todos los efectos fisiológicos y psicológicos. Reacio al principio a usar un artefacto mecánico como compañía, poco a poco Corry va sintiendo mayor afecto por Alicia hasta que se enamora profundamente de ella. De hecho, su falta de humanidad la hace la compañera perfecta: sin identidad propia, se convierte en un reflejo de los propios intereses, necesidades y deseos de Corry. Es un interesante y sutil comentario a la situación de las relaciones de género a comienzos de los sesenta, cuando el movimiento feminista estaba empezando a cobrar fuerza en su lucha contra la cosificación de la mujer.

Más tarde, Corry es amnistiado y la nave regresa para transportarlo de vuelta a la Tierra. Por desgracia, el peso que puede llevar consigo es limitado y se le informa de que Alicia no podrá viajar con él. Cuando argumenta que el robot no es equipaje sino una mujer, el capitán le recuerda de manera tan eficaz como brutal la auténtica situación de cada cual: extrae una pistola y le dispara al robot a la cara, destruyéndolo y dejando al descubierto un revoltijo de circuitos y cables. No estarán dejando atrás a una mujer, le dice el capitán a Corry, sino sólo a su soledad.

Algunos de los capítulos más recordados sobre exploración espacial son aquellos que presentan variaciones sobre el tema en las que vemos a los astronautas llegar a planetas y entrar en contacto con especies alienígenas, solo para descubrir al final que los viajeros son en realidad alienígenas y que el extraño mundo es la Tierra (un planteamiento usado repetidamente en los comics de la EC pocos años atrás). Por ejemplo, en “El Tercero desde el Sol”, un grupo de científicos despegan en una nave experimental para escapar de la inminente guerra nuclear. En la conclusión de la aventura el espectador averigua que el punto de partida no era la Tierra sino que ésta era su destino, proponiendo así una inversión de la perspectiva convencional que, a través de la ironía, crea cierta distancia entre el espectador y la historia. Ello permite realizar un comentario sobre los miedos propios de la Guerra Fría al tiempo que servir de eficaz entretenimiento.

Una semana después, “Disparé Una Flecha al Aire”, planteaba una inversión similar. Tres
astronautas sobreviven al accidente que ha estrellado su nave sobre lo que piensan es un asteroide desierto. Uno de los tres mata a los otros para así tener más reservas de agua… sólo para descubrir que en realidad habían llegado al desierto de Nevada y que la civilización humana (y agua abundante) estaba a un paso de distancia. No es difícil ver en esa historia y los áridos paisajes de Arizona que le sirven de fondo, las bases que conformarían el guion que Serling escribió años más tarde para “El Planeta de los Simios” (1968). El guionista se sirve de la fuerza del paisaje desértico para transmitir la homicida autoprotección que acaba dominando a los astronautas náufragos. Los humanos son presentados como seres salvajes y egoístas. Los auténticos monstruos del espacio exterior, son humanos.

En “Los Invasores” –capítulo en el que apenas hay diálogos- una mujer que vive en una miserable cabaña es acosada por unos pequeños alienígenas tecnológicamente muy avanzados que al final se desvela son astronautas de la Tierra que han aterrizado en otro planeta con intenciones de conquista. Cuando malinterpretan los intentos de autodefensa de la mujer como actos hostiles de una especie agresiva, los humanos regresan a su mundo con la impresión de que es un planeta demasiado peligroso. Lo que deja ese claro ese giro final, en el que se utilizan las dimensiones corporales para enfatizar la insignificancia de los humanos en el gran orden de las cosas, es que a menudo somos la especie agresora. El daño físico y el trauma psicológico sufrido por la mujer es testimonio de nuestra crueldad.

Este tipo de desenlace sorpresa –que, como ya he apuntado, el comic había explorado en los
títulos de CF de la EC-, resultaba muy efectivo en un momento de la historia de Estados Unidos en la que se estaban desafiando muchas convenciones. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el país había alcanzado una importancia sin precedentes en la política internacional, asumiendo a nivel global el papel que en las dos centurias anteriores desempeñara el Imperio Británico. Como resultado, la cultura norteamericana estaba, a un nuevo nivel, entrando en contacto con otras extranjeras, incluyendo algunas no occidentales y percibidas como exóticas.

Mientras tanto, en casa, el floreciente movimiento por los derechos civiles estaba cuestionando cierto número de asunciones tradicionales de la sociedad americana, ya fuera la oposición “Blanco-Negro” o incluso “Hombre-Mujer”. De hecho, el que muchos abrazaran ciegamente la retórica propia de la Guerra Fría probablemente pueda explicarse por su inseguridad ante el clima de cambios ideológicos, sociales y culturales que estaban experimentando. Resultaba más sencillo y seguro adscribirse a la mentalidad “Bien contra el Mal” propugnada por el gobierno y de la que se hacían eco numerosas ramas de la cultura popular en formatos literarios, cinematográficos, radiofónicos, etc.

El del Género fue uno de esos ámbitos, aunque “La Dimensión Desconocida” fuera
relativamente tímida a la hora de proponer desafíos al reparto tradicional de roles según sexos. En cambio, sí fue más osada a la hora de explorar tópicos de la ciencia ficción, como la brecha entre lo humano y lo artificial. En lo que puede ser interpretado como una variación de los episodios en los que se oponían aliens y humanos, varios capítulos apuntaban la idea de que, conforme nuestras máquinas alcanzaran mayor grado de sofisticación, la separación entre ellas y nosotros sería más y más difícil de discernir.

Por ejemplo, en el memorable y terrorífico “A Su Imagen”, el protagonista descubre que en realidad es un robot humanoide. Este capítulo refleja el miedo que sentía mucha gente a comienzos de los años sesenta de verse controlado por grandes fuerzas impersonales sobre las que no ejercían poder alguno y que les empujaban a comportamientos mecánicos, conformistas y deshumanizadores. En la misma línea estaba “El Centro de Control de Whipples”, uno de los últimos episodios de la serie y que sirvió para integrar varias de las preocupaciones de los trabajadores de entonces (y, desgraciadamente y una vez más, de hoy en día). Wallace Whipple, directivo despiadado de una compañía, está dispuesto a
mejorar la productividad del negocio reemplazando a sus empleados por máquinas. En el giro final, el propio Whipple descubre que él mismo va a ser sustituido por un robot (por cierto, “interpretado” por Robbie, un préstamo de de “Planeta Prohibido”)

Otros capítulos como “Caminando Largas Distancias” o “El Problema con Templeton” se centraban en la nostalgia por el pasado en un mundo en continua transformación. Unos cuantos episodios juguetearon con el horror puro, como la famosa “Pesadilla a 20.000 Pies”, protagonizada por William Shatner como un paciente psiquiátrico que viaja en un avión y ve por la ventanilla a un monstruo en el ala; o “La Nueva Exposición”, donde las figuras de asesinos parecían cobrar vida. Pero en general “La Dimensión Desconocida” era más inteligente que simplemente terrorífica y sus giros finales, como estamos viendo, a menudo contenían una afilada ironía. Entre los abundantes ejemplos puede destacarse también “Estática”, en la que el guión se permitía asestar un par de puñadas satíricas a la propia televisión que le servía de soporte.



(Finaliza en la siguiente entrada)

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