A comienzos de 1982, Alan Davis estaba lejos de ser el autor de prestigio internacional que hoy reconocemos gracias a sus trabajos con los principales superhéroes de Marvel y DC. Por entonces llevaba una vida de lo más corriente y carente de expectativas: tenía una esposa y una hija pequeña y trabajaba durante el día en una fábrica de la pequeña ciudad de Corby, donde había nacido y vivido hasta entonces. Su afición por el dibujo de comics la cultivaba por las noches y fines de semana, al principio realizando colaboraciones para diversos fanzines y, algo más adelante y gracias a una combinación de felices coincidencias, apoyo familiar e iniciativa propia, para la filial de Marvel en Gran Bretaña (“Capitán Britania”) y la revista “Warrior” (“Marvelman”, más tarde renombrado “Miracleman”), editada por Quality. En ambos seriales tuvo la inmensa fortuna de trabajar con su tocayo Alan Moore, colaboración que fructificó en dos de los seriales más relevantes del comic británico de los 80.
Richard Burton, el entonces editor de la revista “2000 AD”,
dedicada a la CF desde su fundación en 1977 y que ya contaba con un fiel ejército
de lectores, no consideraba que el estilo de Davis, limpio e influido por el
clasicismo británico y el género superheroico americano, sintonizara con el de
la publicación. Sin embargo, algunos de los contactos que Davis había hecho
tiempo atrás y que le habían apoyado para que se volcara más en el dibujo de
comic, ocupaban ahora puestos editoriales en esa cabecera y convencieron al
editor de que le diera una oportunidad. Y ésta llegó en la forma de un serial
titulado “Harry 20 en High Rock”.
Escrito por Gerry Finlay-Day, creador del personaje Rogue
Trooper para “2000 AD”, el serial estaba inicialmente proyectado para ser
dibujado por John Watkiss, que se comprometió a realizar las dos primeras
entregas. Sin embargo, cuando éste se retrasó, le ofrecieron a Davis, que en
principio iba a alternar las labores gráficas con aquél empezando por el tercer
capítulo, el trabajo completo. Y este fue el momento en el que Davis debió
decidir si abandonar su seguro trabajo en la fábrica para perseguir su sueño de
ser dibujante de comics, o mantener esta labor dentro de los parámetros de una
simple afición. Ya venía dibujando el “Capitán Britania” y “Marvelman”. Podía
estirar su disponibilidad a realizar parte de “Harry 20”, pero no asumir la
totalidad de este último sin dedicarle la jornada laboral completa. Entre las
tres series, tendría que realizar 40 páginas mensuales durante cinco meses y
eso exigía un compromiso absoluto. Con el apoyo de su esposa, dio el paso y se
convirtió en dibujante profesional. Desde entonces, no sólo nunca le faltó ya
el trabajo, sino que llegaría a ser uno de los artistas de comic-book más
apreciados de la industria, tanto por las editoriales como por los lectores y los
críticos.
“Harry 20 en High Rock”, por tanto, se serializó entre 1982 y 1983, en los números (o “Progs”, como “2000 AD” los denomina) nº 287 a 307. Está ambientado en un futuro distópico y narra en segunda persona la historia de Harry 20, del que no sabemos nada más allá de que fue condenado por hacer contrabando de comida con el fin de alimentar a civiles hambrientos en el Pacífico. Por ese “crimen”, le condenan a 20 años y le envían a una estación orbital utilizada como prisión de máxima seguridad para 10.000 reclusos.
Los internos carecen de derecho alguno, incluido a su
apellido, que es sustituido por los años de condena, de ahí el sobrenombre de
Harry. Otros convictos son su irascible compañero de celda, el mongol Gengis
Dieciocho; el desquiciado anciano Ben Noventa; el brutal Gran Rojo, un asesino
psicópata sentenciado a cien años; y el chivato de los guardias (o “babosas”,
como los llaman los presos), Sapo Veintiuno. El jefe de los celadores es el
cruel Pusser, que responde directamente ante el siniestro Alcaide Worldwise,
quien, tuerto y vestido con una larga capa negra (será que en el espacio
exterior refresca), recuerda a un villano de James Bond.
Hasta la fecha nadie, independientemente de la duración de
su condena, ha salido con vida de High Rock porque el castigo para la mayoría
de las infracciones suele ser la muerte, por no hablar de las palizas
arbitrarias de los violentos guardias. Tras varios intentos fallidos de fuga,
Harry y Gran Rojo lideran una revuelta exitosa que acaba con la estación
saliendo de la órbita terrestre hacia Marte, donde esperan reunirse con los
rebeldes de la colonia, un viaje que esperan completar gracias a que cuentan con
un entorno autosuficiente y suministros para dos décadas.
Finley-Day dijo que la inspiración para esta serie la sacó
de “Fuga de Alcatraz”, (1979), la película con Clint Eastwood, y la novela
“Papillon” (1969), de Henri Charrière. Son ilustres referentes para una
historia que, admitámoslo, es bastante del montón y hoy ha quedado muy
envejecida. La trama se divide en capítulos de cinco o seis páginas que, aunque
cuentan una microhistoria relativamente autónoma, van encadenándose para
desarrollar un arco argumental más extenso que transcurre a lo largo de varios
meses y que nunca trasciende lo obvio. Piénsese en todos los clichés propios
del subgénero de fugas carcelarias y, uno tras otro, los encontrará en “Harry
20”, desde el guardia sádico al cruel alcaide pasando por el interno
enloquecido por su confinamiento, el convicto asesino que quiere liquidar al
protagonista o el demencial plan de evasión. Y eso que los guiones de los 21
capítulos fueron bastante modificados tanto por alguien de la editorial como
por el propio Davis para eliminar momentos particularmente ridículos y/o
flagrantemente ofensivos desde el punto de vista de la física elemental.
No hay realmente un trabajo mínimamente fino de
construcción de mundos o de caracterización. El comic es entretenido, no paran
de suceder cosas y el guionista se saca de la manga algunos giros impredecibles,
sí, pero los personajes son planos, carecen de arco y, a fin de cuentas, al
lector le resulta indiferente lo que les ocurra. Ni siquiera el protagonista
tiene el carisma que exige su rol, limitándose a exhibir los típicos rasgos del
héroe clásico: noble, valiente, respetuoso con la vida, líder nato, determinado,
buen luchador… Podría disculparse a
Finley-Day argumentando que entregas de cinco páginas no permiten grandes
desarrollos ni escenas con las que perfilar mejor a los personajes, debiendo
dedicar el exiguo espacio a impulsar la historia central (la fuga) lo más
rápidamente posible, con la imposición, además, de tener que concluir cada
capítulo con un cliffhanger.
Por desgracia para Finlay-Day y aunque sea injusto
realizar tal comparación, Alan Moore demostró no mucho después (y en la propia “2000
AD”) que todo eso se podía hacer en tan exiguo espacio en “La Balada de Halo
Jones” (1984).
El auténtico motivo para comprar este comic es su dibujo. Alan
Davis, como he dicho, realizó aquí uno de sus primeros trabajos profesionales.
De hecho, llevaba tan solo año y medio dibujando comics y eso se nota… aunque
no tanto como podría esperarse. No vamos a ver aquí el dibujo pulido, limpio y
elegante por el que sería conocido años después, pero, teniendo en cuenta la
carga de trabajo que soportaba, la cadencia semanal con la que debía entregar
las páginas y que no tenía previsto dibujar todos los episodios del comic, es
imposible negar su talento. Dejando aparte algunas figuras anatómicamente mal
resueltas y ciertas perspectivas un tanto extrañas (quizá producto del
apresuramiento), ya vemos aquí su imaginación a la hora de diseñar personajes, entornos
y vestuarios (con excepción del que lleva el Alcaide, absolutamente horrible),
encajar múltiples figuras en las viñetas sin dar sensación de desorden,
transmitir emociones a través de la expresividad facial y corporal,
coreografiar la acción y experimentar con la narrativa y la composición de
página para contar lo máximo posible en cada plancha.
“Harry 20 en High Rock” es, en definitiva, un comic cuya lectura es recomendable por su dibujo más que por la historia que narra. De manera especial, lo disfrutarán los numerosos amantes del arte de Alan Davis, que aquí podrán confirmar el genio que derrochaba incluso en el comienzo de su carrera.
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