jueves, 31 de julio de 2025

1953- CUENTOS - Philip K.Dick (1)

 

Una parte considerable de la obra de CF de Philip K. Dick presenta el solapamiento de lo real y lo fantasmal, lo humano y lo mecánico, en condiciones de guerra perpetua. Es el caso de varios cuentos de principios de los 50, como “Los Defensores”, aparecido en la revista “Galaxy Science Fiction” en 1953.

 

Taylor está disfrutando de un raro periodo de descanso mientras su esposa Mary sigue las noticias, las cuales informan de que Moscú ha sido arrasada por una bomba. También hablan del desarrollo de un nuevo tipo de submarinos cuyos misiles podrán alcanzar objetivos soviéticos desde las profundidades. El matrimonio, como el resto de la Humanidad superviviente, vive en grandes bunkers subterráneos porque la mayoría de la superficie ha quedado inhabitable debido a la radiación de las bombas: “La superficie era ahora un desierto mortífero, un desierto de escoria y nubes que vagaban de un sitio a otro ocultando el sol rojo. En ocasiones, algo metálico se movía entre los restos de una ciudad, cruzando la tierra torturada de los campos. Un plomizo, un robot de superficie, inmune a las radiaciones, construido a toda prisa antes de que la guerra alcanzara su punto culminante”. Los “plomizos” son las herramientas que han encontrado los humanos para mantener su presencia en la superficie y continuar combatiendo a través de ellos mientras mandan periódicamente informes sobre los avances o retrocesos de la misma.

 

El día de asueto de Taylor queda interrumpido por una llamada de energencia de su jefe, Moss, que le ordena que suba al segundo nivel. Una vez allí, Moss le presenta al Comandante Franks, de Seguridad Interna y luego los tres continúan ascendiendo hasta el primer nivel, el más cercano a la superficie. Franks les lleva a una sala de interrogatorios donde aguarda un plomizo de clase A, de los que suele extraerse información regularmente como parte del protococolo de seguimiento de la guerra. Lo extraño no sólo es que el cuerpo metálico del robot no muestre signos de radioactividad, sino que se resista a cualquier sugerencia de que los humanos suban hasta la misma superficie. Esta no es la primera de esas entrevistas inquietantes, así que deciden ascender con un equipo para investigar personalmente las condiciones imperantes, expedición de la que forma parte Taylor.

 

Moss y Frank están convencidos de que los informes e imágenes que han estado llegando y que apuntan a la inminencia de un ataque soviético son falsos, diseñados para mantener a los humanos asustados y encerrados. Tras salir de los tubos verticales que conectan el búnker con la superficie, Franks exige hablar con un plomizo de clase A. El robot insiste en que el lugar es tan radioactivo que los humanos corren peligro, pero éstos siguen presionando hasta que aquél confiesa que él y sus congeneres mecánicos han tomado las riendas del conflicto por el bien de sus amos y que éstos deben marcharse. Como su programación les impide disparar a los humanos, sus amenazas son espúreas y el equipo destruye a varios robots y se hace con el control de la sala donde estaba transcurriendo la reunión. Cuando a través de uno de sus ventanales ven por fin la superficie, se encuentran con un panorama idílico de prados, vida animal, granjas, caminos… No hay señal alguna de la destrucción bélica.

 

Habiendo sido descubiertos, el líder de los robots confiesa la verdad: según ellos, las diferentes sociedades humanas tienden a la unificación cultural y, por ende, a la paz mundial. A pesar de la guerra, había indicios de que la humanidad se encontraba ya en la última etapa de esta evolución, estando dividida tan solo en dos bandos. La inclinación a la guerra sólo puede eliminarse suprimiendo todo odio entre culturas. Esta última guerra desembocará en la unificación total y los robots llevan años preparando la superficie para el momento en el que tal suceso se produzca: han reconstruido las ciudades, destruido las armas que los humanos les enviaban desde las fábricas subterráneas y fabricado informes falsos para mantener a sus constructores bajo tierra hasta que las condiciones fueran las propicias para su regreso.

 

Franks se da cuenta de que esta podría ser una oportunidad para derrotar al enemigo ignorante de este secreto. Pero los plomizos informan al equipo de que los soviéticos ya han llegado a la superficie y no se les permite regresar a los búnkeres. Los robots no pueden dañar a los humanos, pero sí sellan los tubos de acceso a las instalaciones subterráneas, lo que deja al equipo americano sin posibilidad de regreso. Se reúnen entonces con un grupo de rusos que llegaron a la zona hace un tiempo y deciden establecerse juntos en una aldea cercana, sustituyendo la diplomacia por la solidaridad fomentada mediante el trabajo en común. Con el fin de la guerra a la vista, pueden ya sonar con un futuro sin pobreza en el que los hombres lleguen a las estrellas.

 

Quizá Dick tomara la premisa de “Los Defensores” de un cuento de 1947 escrito por Jack Williamson, “Con Las Manos Juntas” –luego ampliado a novela con el título “Los Humanoides”- en el que robots programados para proteger a la Humanidad de todo daño acaban adoptando el rol de carceleros que coartan cualquier iniciativa arriesgada aunque sea potencialmente beneficiosa. Sea como fuere, se trata de una de las historias más importantes de esta primera etapa de Dick y en la que aborda varios de sus temas predilectos, como el horror e irracionalidad de la guerra, la necesidad de comunidades humanas mixtas y la naturaleza del poder. La guerra que condenó a los humanos a vivir bajo tierra es calificada sin ambages por los robots como irracional, una opinión que sin duda Dick compartía. Cuando el comandante Franks descubre la verdad, su reacción inmediata es la de proseguir con las hostilidades aun cuando el entorno que los robots han construido en la superficie es inmensamente superior a las condiciones de vida del bunker.

 

El tema del peligro de la automatización es ambiguo en este cuento. Mientras que en un relato anterior, “El Cañón”, un arma autónoma sin supervisión humana se convertía en un peligro para amigos y enemigos, en “Los Defensores”, los plomizos, actuando independientemente de sus hacedores, han conseguido un resultado positivo que éstos ni siquiera fueron capaces de soñar. Aquí, la automatización no es tanto una amenaza como una forma de neutralizar o contrarrestar la inclinación autodestructiva de los humanos. Cuando años más tarde, en 1964, Dick amplió y modificó este relato para editarlo como novela con el título de “La Penúltima Verdad”, se alejó de esta aproximación presentando una suerte de élite feudal que utiliza el engaño en su propio beneficio. Es interesante que en “Los Defensores”, gracias a que los robots fueron programados con la suficiente autonomía como para mantener una complicada guerra a múltiples niveles, pudieron también utilizar esa ventaja para tomar ciertas decisiones imposibles para otras creaciones mecánicas imaginadas por Dick.

 

Como análisis del poder, "Los Defensores" es un relato fascinante y más complejo de lo que aparenta. Los plomizos no tienen auténtico poder sobre los humanos porque, a causa de su programación, no pueden ejercer la violencia sobre ellos por mucho que amenacen y amaguen. Su poder descansa exclusivamente en el engaño y la manipulación de los medios de comunicación consumidos por los residentes del búnker. Filman la destrucción de maquetas de ciudades y las hacen pasar por informativos que mantienen engañada a la población. Es una vision profética de la actualidad que anticipa la debilidad de los Estados y su dependencia de fuentes informales de poder, como los medios de comunicación o las redes sociales.

 

En cuanto a la solución a largo plazo que los robots proponen para la Humanidad, parece algo contradictoria. Por un lado, los plomizos señalan que las diferentes sociedades avanzan espontáneamente hacia una cultura unificada y homogénea. La guerra terminará en la Tierra cuando ya no exista ningún "otro”. Pero para los dos pequeños grupos que llegaron a la superficie, rusos y estadounidenses, la solución pasa por algo más cercano: deben crear una comunidad agrícola, trabajando juntos. ¿Puede la profetizada unificación global basarse en la solidaridad interpersonal? Los plomizos parecen sugerir precisamente esto: “Es perentorio que esta animadversión en el seno de una misma cultura se dirija hacia el exterior, hacia otra cultura, a fin de superarla crisis. El resultado es la guerra. La guerra, para una mente lógica, es una aberración, pero en términos de necesidad humana juega un papel vital, y así continuará hasta que el hombre haya madurado lo suficiente para extirpar sus engaños”. Ahora bien, si el futuro está integrado por multiples pequeñas comunidades de antiguos enemigos trabajando juntos, ¿qué les impedirá resucitar los antiguos odios para dirigirlos contra otros grupos a los que vean como “externos”? Dick no resuelve esta posible contradicción.

 

Dejando al margen que, pese al carácter temporal de los temas tratados, es un cuento claramente embebido en la sensibilidad de la Guerra Fría, hay otros detalles, sobre todo relacionados con las dinámicas sociales, que también denotan la época en la que fue escrito. Por ejemplo, la esposa de Taylor, Mary, un ama de casa ansiosa e histérica que atosiga a su sacrificado marido amargándole el día de descanso:

 

“-Estaré en casa durante los dos próximos turnos. Mi única preocupación será descansar y tomarme las cosas con calma. Hasta podríamos ir al cine, ¿qué te parece?

- ¿Al cine? ¿Crees que vale la pena? Estoy harta de ver destrucción y ruinas. A veces veo lugares que recuerdo, como San Francisco. Bombardearon San Francisco, el puente se partió y cayó al agua. Me puse enferma. No me gusta ver esas cosas.

- ¿No quieres saber lo que está pasando? Los seres humanos ya no sufren daños.

- ¡Pero es horrible! No, Don, por favor -suplicó con el rostro contraído en un rictus de dolor.

Don Taylor recogió su periódico con expresión malhumorada.

- De acuerdo, pero no hay muchas cosas que hacer. Y no lo olvides, sus ciudades aún lo están pasando peor.

Ella asintió con un gesto. Taylor volvió las ásperas y delgadas páginas del periódico. Había perdido el buen humor. ¿Por qué se pasaba el tiempo lloriqueando?”

 

Como es típico en las primeras obras de Dick los personajes son poco más que peones de cartón piedra, meras figuras con las que desarrollar la narración. Moss y Franks, los superiores de Taylor, son básicamente intercambiables. Más allá de sus circunstancias inmediatas, no se nos cuenta nada sobre ellos, su trasfondo o personalidad. Es cierto que esto no es necesariamente malo en un cuento de poca extensión. Más adelante en su carrera, Dick sería mucho más ambicioso a la hora de psicoanalizar a sus personajes. Asimismo, y como también era lo usual en el escritor, la prosa es directa y sosa. Pero este, como el anterior, es otro defecto que no llega a pesar demasiado dado que el cuento no se prolonga tanto como para que el lector pueda empezar a desviar la atención de la trama y fijarla en los personajes y el estilo.

 

“La Nave Humana” apareció en la revista “Imagination” en febrero de 1953. En ella, Kramer, un tecnócrata del complejo militar-industrial terrestre, debate un problema con su colega Gross. Las naves automatizadas de la flota utilizan un dispositivo llamado Control Johnson, el cual es casi siempre superado por la tecnología orgánica de un inmenso campo de minas colocado por los alienígenas de Próxima Centauri, con los que la Tierra lleva años en guerra. Estas minas son formas de vida básicas que pueden burlar fácilmente la tecnología terrestre. Ese desafío lo podrían superar sin problemas los pilotos humanos, si no fuera porque dada la naturaleza del viaje espacial translumínico, no pueden sobrevivir a él. La solución, de acuerdo con Kramer, sería utilizar un cerebro humano como centro de control de la nave. Un cerebro que tendría que ser donado por alguien dispuesto a sacrificarse por el bien común. Y es que, aunque la materia orgánica de ese cerebro permanecería funcional, ya no albergaría consciencia alguna. Se limitaría a utilizar su potencial para maniobrar la nave superando las limitadas capacidades de las formas de vida de Centauri.

 

La ex mujer de Kramer, Dolores, propone como candidato a un antiguo profesor que ambos tuvieron en la universidad, Michael Thomas, un anciano ya al borde de la muerte pero que ha conservado intactas sus capacidades mentales. Le visitan y éste muestra interés en la idea, exigiendo, eso sí, que se le faciliten todos los detalles técnicos.

 

Pasa el tiempo y el trasplante del cerebro de Thomas a la nave se realiza, aparentemente sin ningún problema, aunque a Kramer le sorprenden algunos cambios introducidos por el profesor en la instalación. Al poco, la nave parte en un vuelo de prueba. Cuando empieza a acelerar más de lo previsto, el piloto descubre que ha perdido el control: es el cerebro del profesor quien maneja todos los sistemas. Éste, utilizando la megafonía interior, habla con Kramer explicándole que la teoría inicial era defectuosa y que él ha conseguido que su cerebro, una vez separado del cuerpo e implantado en la nave, no pierda la personalidad. Pidiendo ayuda a otras naves próximas, la tripulación “salta” al vacío y escapa, dejando que la “nave humana” se pierda en el espacio.

 

Reunidos en la Luna, los participantes y promotores del proyecto concluyen que el experimento ha sido un fracaso y que el profesor Thomas se fugó a propósito con la nave, probablemente intentando prolongar su vida. Esa noche, Kramer despierta con la noticia de que su esposa ha resultado gravemente herida en un accidente. Sin que en ese momento haya naves con viajes programados para la Tierra, encuentra un crucero que está de paso y lo aborda rápidamente sólo para descubrir que es la nave controlada por el profesor Thomas. Éste le explica que “robó” la nave en la esperanza de darle a la humanidad otra oportunidad de evitar la guerra. Cree que ésta es una característica aprendida y que espera, con él arrogándose el papel de Dios y dejándole a Kramer y Dolores los de Adán y Eva, construir en algún planeta remoto una nueva sociedad sin esas inclinaciones violentas.

 

La predilección de Dick por la tecnología controlada por humanos frente a la automatización es presentada, de forma expresa, en “La Nave Humana”. Kramer ve el robo de la nave por parte de su profesor no como un avance en el control de la tecnología por parte de los humanos, sino todo lo contrario: “Habían quedado a su merced, completamente a su merced. Les había arrebatado en un segundo la posesión de la nave, dejándoles indefensos, desnudos. Una situación muy perturbadora. Toda su vida había controlado las máquinas: había doblegado a la naturaleza y a las fuerzas de la naturaleza para que sirvieran a las necesidades del hombre. La raza humana había evolucionado poco a poco hasta lograr aprender a manipular las cosas. Y de repente la habían empujado escalera abajo, a los pies de un poder ante el que no eran más que niños”.

 

Y, sin embargo, Thomas no cree haber perdido su humanidad, como tampoco su personalidad o iniciativa. Es un auténtico transhumanista que cree que los avances tecnológicos pueden ofrecer un mayor grado de bienestar y felicidad para la Humanidad.

 

“La Nave Humana” también aborda, como “Los Defensores”, la relación entre la naturaleza humana y la violencia. En buena medida, Thomas adopta aquí el rol de los robots de aquel otro relato, en el sentido de que tiene fe en que los hombres no son inherentemente violentos. Existen, sin embargo, pequeñas diferencias en la aproximación que hace Dick en ambos cuentos. Los plomizos interpretaban la guerra como un estadio evolutivo de las culturas humanas; Thomas, por el contrario, opina que la violencia es inculcada en sus miembros por las sociedades enfermas de las que forman parte. En lo que sí coinciden robots y profesor, sin embargo, es en que la guerra no es necesariamente un punto final e ineludible y, cada uno a su manera, adoptan el papel de facilitador de una nueva fase de la Historia. Es una idea reconfortante con la que Dick, conforme madurara como persona y escritor, iría sintiéndose cada vez menos cómodo.

 

La idea de que los hombres tendrán poca o nula presencia física en la exploración espacial del futuro, es una idea difícil de asumir por parte de los más románticos, pero en 1953, Dick ya había pensado en ello, tal y como plasma en este cuento. La participación humana en estas exploraciones bien podría quedar limitada a las nanotecnologías y en “La Nave Humana” se nos presenta una idea alternativa en la forma del transhumanismo.

 

De nuevo, dejando al margen el frenético consumo de cigarrillos, tenemos aquí un cuento que exhibe rastros de la sensibilidad de la época en la que fue escrito. Dolores demuestra ser una mujer inteligente, pero es rápida y contundentemente marginada de la historia cuando probablemente tendría más sentido haberla convertido en la protagonista. No sólo porque es ella quien piensa en Thomas como candidato, sino porque es alguien mucho más sensible que Kramer. En cuanto a los alienígenas hostiles a la Tierra, apenas tienen presencia y casi nada se nos cuenta de ellos y de la guerra que libran contra la Tierra. Claramente, no son más que un mero artificio insertado en la historia para contar lo que a Dick realmente le interesa.

 

“Flautistas en el Bosque” (“Imagination”, febrero 1953), es un relato que presenta una idea de lo más original. El doctor Henry Harris está pasando consulta al cabo Westerburg, recién llegado de una importante base militar en el asteroide Y-3, principal escala de las naves que regresan al Sistema Solar desde el espacio profundo. El médico ha recibido un informe que asegura que Westerburg está padeciendo una extraña alucinación y que él mismo comprueba como cierta durante la entrevista: se cree una planta. No parece haberse producido ninguna transformación física, pero el cabo ha abandonado todos sus deberes y tareas y se limita a estar sentado en el exterior, mirando al sol mientras dormita durante todo el día. También averigua que por la noche no hay forma de despertarlo y en una conversación posterior algo más profunda, el facultativo trata de hacerle ver que en una sociedad compleja todo el mundo tiene que trabajar. Westerburg, por el contrario, está convencido de que ello no es necesario, en especial en lo que se refiere a la exploración espacial.  

 

No tardan en llegar más soldados y oficiales del asteroide que también aseguran ser plantas, todos enteramente cuerdos en apariencia. Uno de ellos, el antiguo biólogo jefe de la base, explica que, obviamente, a un nivel biológico, sigue siendo humano, pero que ha asumido “la psicología de una planta” siguiendo las enseñanzas de unos seres a los que denomina los “Flautistas” y que moran en los bosques del asteroide.

 

Asi que un intrigado Harris viaja al asteroide Y-3. El lugar cuenta con una gravedad similar a la de la Tierra gracias a su núcleo pesado y una buena parte de su superficie está ocupada por bosques, una formación natural que casi ha desaparecido de la Tierra. El médico se entera de nuevos casos, lo que eleva el total a alrededor del 10% de la guarnición. Lawrence Watts, el responsable de la misma, teme que en cualquier momento ya no haya suficiente personal para llevar a cabo tareas esenciales en la base, y le informa al doctor de que existe una población nativa, aparentemente emparentada con los marcianos y que habita en los bosques.

 

Tras un encuentro con los Flautistas del que nada específico se nos cuenta, Harris regresa a la base terrestre con el misterio resuelto: aquéllos no son sino un fenómeno de autohipnosis masiva que experimenta el personal de la base tras entrar en contacto con el reconfortante primitivismo de los indígenas y la belleza del bosque. Los soldados sometidos a ese influjo comienzan a revivir la inocencia de su infancia y renuncian a todas sus responsabilidades adultas. Al soportar una gran carga de trabajo poco o nada satisfactorio, la mayoría del personal es susceptible a este tipo de regresión. Mientras Harris desempaca su equipaje tras llegar del asteroide Y-3, comienza a mostrar algunos síntomas de esa “dolencia”.

 

En “Flautistas en el Bosque”, Dick denuncia la necesidad de una ética laboral. Los tripulantes se convierten en plantas como reacción al régimen de trabajo que deben soportar. Tal y como explica el doctor en su diagnóstico: “Los hombres elegidos para la estación Y-3 fueron seleccionados por sus especiales habilidades, su capacidad y el alto grado de entrenamiento. A lo largo de sus vidas han sido modelados por la compleja sociedad moderna, el ritmo acelerado y una fuerte integración con el resto de la gente. Han sido sometidos a una intensa presión para alcanzar ciertos objetivos y realizar ciertos trabajos”.

 

En cuanto a los nativos del asteroide, están modelados de acuerdo a la idea del “noble salvaje”: carecen de civilización, viven en feliz armonía con la naturaleza dedicándose a la caza y la pesca y disfrutan de una existencia libre de las exigencias de la moderna sociedad industrial. Son unos indígenas que se ajustan a la romántica idea que muchos europeos tienen de los indios americanos, por ejemplo. Los bosques en los que viven y la existencia que allí llevan los nativos representan, a ojos del personal de la base y de forma literal, la inocencia perdida de la Humanidad. Harris no puede evitar erotizar su encuentro con la muchacha nativa, tal y como muchos europeos hacían con las mujeres de sus dominios coloniales:

 

“La muchacha estaba sentada en la otra orilla. Miraba el agua con la cabeza apoyada en una rodilla doblada. En seguida reparó en que había estado bañándose. Su cuerpo cobrizo todavía estaba húmedo y brillante al sol. No le había visto. Harris contuvo el aliento, incapaz de apartar la vista de ella. Era muy hermosa. Su largo pelo oscuro le cubría los hombros y los brazos. Tenía el cuerpo delgado y esbelto. La perfección de sus formas le impresionó, a pesar de que estaba acostumbrado a contemplar toda clase de anatomías. El tiempo, inmóvil, extraño, pasó mientras la admiraba. Tal vez el tiempo se había detenido en la imagen de la muchacha sentada sobre una roca y los helechos tan quietos como si estuvieran pintados a sus espaldas”.

 

Ella, por tanto, refleja todo lo que no es la sociedad moderna, llegando Harris incluso a introducir en su reflexión el concepto del paso del tiempo, algo no baladí dado que el reloj es uno de los principales inventos que han dado forma a nuestra civilización industrial.

 

Lo que no está tan claro es que el cuento incluya un deliberado mensaje ecologista. Se da a entender que la Tierra ha perdido todos sus bosques y que esta es la razón por la que el personal de la base se siente tan atraída por los que existen en el asteroide, llegando a sentir un impulso irrefrenable de internarse en ellos. Hasta el comandante de la guarnición se ve incapaz de prohibir a sus hombres esas visitas: “Es una situación compleja, Harris. He de permitirles que salgan de vez en cuando. Ven el bosque desde los edificios, y basta contemplar un lugar hermoso para que te entren ganas de ir. Cada diez días se les concede un período de descanso. Entonces salen a pasear (…) es lógico que si ven el bosque tengan ganas de ir. No puedo impedirlo”.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 


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