Tras el éxito cosechado por “Gravity” (20136) y “Marte” (2015), el cine de CF inició una moda realista dentro del subgénero espacial que trataba de representar la vida en el vacío interplanetario con la máxima rigurosidad científica posible en función de las exigencias narrativas y el presupuesto disponible. Así, tenemos “Europa One” (2013), “Un Espacio Entre Nosotros” (2017), “Ad Astra” (2019), “Cielo de Medianoche” (2020), “Polizón” (2021)… y, en la televisión, “The Expanse” (2015-2022), “The First” (2018), “Away” (2020) o el docudrama de National Geographic “Marte”. Son todos ellos títulos que nunca se alejan demasiado de lo que podríamos denominar “Ciencia Ficción Mundana”, esto es, ficciones que tratan de respetar la ciencia conocida y la realidad de los viajes espaciales dentro del Sistema Solar, rechazando recursos como los motores de curvatura, los saltos hiperespaciales o los sistemas de gravedad artificial.
Es en este contexto donde se encuadra “Life”, dirigido por el realizador sueco de origen chileno Daniel Espinosa. Éste había llamado la atención del público internacional con su tercer film, el thriller “Dinero Fácil” (2010), lo que le valió trasladarse a Estados Unidos para dirigir otro thriller, este de espionaje: “El Invitado”, con Denzel Washington y Ryan Reynolds. Su siguiente película sería “El Niño 44” (2015), una investigación policial en la Rusia soviética. En cuanto a los guionistas de “Life”, Rhett Reese y Paul Wernick, tenían ya en su haber títulos de éxito en el cine de género como “Bienvenidos a Zombieland” (2009), “G.I.Joe: La Venganza” (2013) y “Deadpool” (2016).
El equipo de seis astronautas destinado a bordo de la Estación Espacial Internacional recupera la sonda automática Pilgrim 7, de regreso a la Tierra con una muestra de suelo marciano. Tras examinarla en el laboratorio, Hugh Derry (Ariyon Bakare) determina que contiene una especie de vida celular. Las noticias del descubrimiento llegan a la Tierra y un grupo de escolares bautiza al nuevo ser como Calvin. Ser que crece rápidamente hasta alcanzar la forma de una masa amorfa, gelatinosa y con cierta inteligencia. Pero cuando Hugh, en uno de sus experimentos, le aplica electricidad para despertarla de su estado inerte, le ataca envolviendo su mano, aplastándosela y escapando del contenedor en el que se hallaba confinada.
Una vez libre, Calvin se las arregla para salir del laboratorio por los conductos de ventilación e ir matando uno a uno a los miembros de la tripulación mientras aumenta su tamaño, resistencia y agresividad. Los astronautas tratan de eliminarlo, pero se encuentran con una criatura más inteligente y tenaz de lo que nadie había esperado.
Es indiscutible que “Life” no es más que otra variante de “Alien” (1979): un grupo de astronautas atrapados en una instalación cerrada y acechados y cazados uno a uno por un agresivo organismo alienígena que experimenta una rápida metamorfosis. Esta es una fuente que director y guionistas reconocen abiertamente y sin complejos. La diferencia está en que la historia se desarrolla en el ámbito de esa Ciencia Ficción Mundana de la que antes hablaba. Así, el entorno no es un lejano planeta o una nave transporte en el espacio profundo sino nuestra Estación Espacial Internacional en órbita terrestre.
Lo mismo ocurre con el alienígena, que no es una especie de cangrejo repulsivo o un gusano de mandíbulas babeantes y sin ojos, sino una entidad celular que se va transformando en una masa sin forma definida. Venoso, de piel translúcida y cuerpo moldeable, la criatura parece algo verdaderamente extraterrestre o sacado del fondo abisal de un océano. Es asimismo descrito en términos que sugieren algo ajeno a la biología que nos es familiar: un organismo en el que cada célula puede, según la necesidad a la que se enfrente la criatura, desempeñar cualquier función: muscular, neuronal, sensitiva… Esto brinda la oportunidad de transmitir un horror visceral en las primeras escenas en las que esta criatura se revela como hostil. La tripulación se ve amenazada y atacada por una entidad que parece una lámina de papel o plástico pero que, precisamente por eso, es impredecible y desasosegante.
Esta aproximación poco convencional al concepto del monstruo es un acierto que el guion no sabe explotar completamente porque cuando aquél “madura” en el segundo acto, tira por la borda todo aquello que lo hacía único. Los tentáculos aun siguen ahí, pero inexplicamente le crecen alas y una especie de cara. ¿Por qué necesitaría cara una criatura cuyo cuerpo entero es un gran órgano sensorial?
Las influencias de las que bebe “Life” son fácilmente identificables. La mencionada secuencia de inicio evoca a la de “Gravity”. Y los guiños a esa película no se limitan al estilo. Jake Gyllenhaal interpreta a David Jordan, un doctor cuya característica definitoria es que está a punto de batir el record de permanencia en el espacio, lo que recuerda al veterano Matt Kowalsky encarnado por George Clooney en el film de Alfonso Cuarón. Ya he mencionado antes a “Alien” en relación a la premisa, pero más allá de ella, la criatura alienígena guarda ciertos paralelismos con la imaginería de H.R.Giger y su subtexto sexual (Calvin también se alimenta de los cuerpos humanos y se introduce en los mismos por un orificio). No está fuera de lugar traer a colación el nombre de H.P.Lovecraft dado que el monstruo no hubiera desentonado en alguna de sus historias: un ser alienígena de aspecto repulsivo, inteligente pero incognoscible para los humanos que lo han devuelto a la vida sellando así su destino.
“Life” es una película que tiene un indudable saborcillo a serie B, a producto iterativo de “Alien”, que explota a placer el terror y que encadena escena tras escena a buen ritmo hasta el clímax. Los personajes son poco más que arquetipos y la información precisa para hacer avanzar la trama deriva de ésta más que de ningún desarrollo de aquéllos. Lo que importa es la acción y el suspense. Con excepción del final sorpresa –del que hablaré más adelante-, el principal problema del film es que resulta muy predecible. Aunque esté técnicamente bien resuelto, hay poco aquí que un fan de la CF mínimamente veterano no haya visto ya cientos de veces en otra parte. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el monstruo. La primera forma de vida descubierta en el universo más allá de la Tierra es inicialmente un ser interesante, una masa celular que crece y evoluciona hasta convertirse en una especie de estrella de mar translúcida. Pero para cuando su metamorfosis se completa, lo que nos encontramos es algo mucho más convencional: el típico espantajo lleno de tentáculos y dientes con una especial preferencia por los orificios corporales humanos.
La propia película es un reflejo de su criatura. Empieza como algo intrigante para transformarse luego en un producto mucho más convencional. Espinosa capta la atención del espectador desde el principio con una notable escena en la que la cámara flota suavemente por toda la estación, acercándose y alejándose de los diferentes habitáculos, cubriendo los diferentes ángulos de la acción que tiene lugar en ese momento, a saber, la inminente llegada y captura de la sonda marciana y la preparación de todos los personajes ante tal evento. Si “Life” se hubiera estrenado antes de “Gravity”, esta secuencia habría asombrado al público pero para entonces ya había sido asimilada y aceptada casi como cliché del subgénero espacial.
A partir de ese momento, “Life” se estructura como una sucesión de escenas en las que la tripulación debe enfrentarse a diferentes situaciones de peligro, provocadas por la criatura. Todo resulta muy familiar, lo que no impide que se resuelva con razonable eficacia. El momento en el que Hugh es atacado en el laboratorio y la criatura escapa es particularmente tensa y escalofriante. La intensidad de ese momento continúa cuando Rory (Ryan Reynolds) entra en el habitáculo para recuperar a Hugh armado con un lanzallamas sólo para acabar con el organismo introducido en su propio cuerpo. Otra escena con un suspense sobresaliente es aquella en la que Ekaterina (Olga Dihovicnaya) se pone el traje presurizado y sale al exterior para reparar la antena de comunicaciones –en la Tierra nada saben del drama que está aconteciendo a bordo-. Calvin, que resulta que soporta el vacio, se le pega y empieza a tantearla intentando encontrar la forma de meterse dentro del traje, lo que la obliga a soltar el cable de enganche y hacer un salto desesperado al cuerpo principal de la estación mientras el refrigerante se fuga y amenaza con ahogarla.
Hay algo extrañamente atractivo en la eficacia de “Life”. De alguna forma y como ya apuntaba antes, la película remeda su monstruo. Es una pulida máquina diseñada explícitamente para un solo propósito. A diferencia de otras cintas de terror, no se recrea en la preparación previa, en ir creando a base de detalles, montaje, fotografía o diálogos una atmósfera creciente de tensión. Al contrario, se apresura a presentar la situación de partida y desencadenar la tragedia, saltando lo antes posible a las escenas en las que la tripulación muere de formas horribles.
Es desconcertante la velocidad a la que transcurre el primer acto, pasando por encima de toda una serie de conceptos importantes en su prisa por llegar a la carnicería. Sólo el descubrimiento de un organismo unicelular ya debería ser un acontecimiento de gran calado incluso en un plano metafísico. Sin embargo, en solo quince minutos nos cuentan que hay más vida en el universo, que puede ser “resucitada” a partir de una simple célula, que crece de forma exponencial, que es sensible primero, que es inteligente después…
De hecho, la película corre tanto que es fácil que el espectador se quede atrás. Como he dicho, se abre con la recuperación de una sonda espacial que se acerca a toda velocidad y que debe ser atrapada por el brazo articulado de la estación, una maniobra que se nos presenta como peligrosa y emocionante pero que no sólo termina rápido, sino que en su mayor parte queda fuera de plano. No queda claro si los científicos de la estación sabían que la sonda transportaba vida alienígena o se la encontraron inesperadamente entre un conjunto de muestras… todo está en función de hacer avanzar la trama lo más rápido posible.
Cuando resulta que uno de los personajes tiene una discapacidad, ésta se encaja en la trama tanto como explicación simplista de sus motivaciones para permanecer en el espacio como dramático colofón. Cuando la cámara insiste en mostrarnos planos del adorable ratoncito en la jaula próxima al alienígena todo el mundo puede imaginarse lo que va a suceder. Lo mismo ocurre cuando aparecen las cápsulas de sueño: sabemos que van a jugar un papel cuando las cosas se pongan feas. “Life” no defrauda en su compromiso de ir encajando uno tras otro todos los clichés del subgénero.
(ATENCIÓN: SPOILER). Al menos, el director y los guionistas tuvieron la valentía de no rematar la historia con un final feliz en el que uno de los heroicos tripulantes acaba con la bestia y evita tanto su propia muerte como su diseminación por nuestro propio mundo. Es un desenlace ominoso y cruel más propio de “La Dimensión Desconocida” que de un blockbuster moderno y por eso los propios responsables del libreto se sorprendieron de recibir el visto bueno. Además de tratar de incorporar con ese remate un elemento diferenciador, se dejaban la puerta abierta a una posible secuela ambientada ya en la Tierra y quizá a mayor escala. Una posibilidad que los resultados en taquilla diluyeron, recaudando en Norteamérica 30 millones de dólares sobre un presupuesto de 58 (si bien los ingresos en el resto del mundo ascendieron a 70 millones). (FIN SPOILER).
“Life” no engaña en ningún momento. Sabe lo que es, está libre de cualquier mensaje y no se avergüenza de ello. Como su asesino alienígena, es una bestia eficiente que se alimenta de los recursos y tópicos propios de la serie B, pero demostrando el suficiente entusiasmo y pericia técnica como para perdonarle su escasa originalidad.
Se deja disfrutar a pesar de que se sabe que es pariente de Alien. Para fanáticos....
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