(Viene de la entrada anterior)
El episodio “El Largo Viaje” es también interesante. Una expedición tripulada por tres pioneros de la exploración espacial finaliza su viaje de mil años para llegar a su destino… que resulta ser Omega. El científico, probablemente el modelo original para el robot Maestro, está impaciente por alcanzar su objetivo y, quizá, encontrar vida alienígena. Sin embargo, el viaje espacial experimentó grandes avances desde su partida e hibernación y se encuentran con que los planetas hacia los que su nave estuvo viajando durante siglos fueron colonizados por sus propios congéneres mucho tiempo atrás. De repente, el que fue sabio en su tiempo se encuentra convertido en una antigualla cuyos conocimientos están completamente desfasados. No es una premisa completamente nueva, pero sí muy emotiva. Eso sí, su potencial dramático (imaginemos el efecto de tal descubrimiento sobre las mentes de los viajeros) no llega a explorarse del todo habida cuenta de que se trata de un producto infantil -otras series más adultas, como “Star Trek” o “Torchwood” lo tratarían con más profundidad-.
En “El Planeta Mythos”, Kyra, Pedrito y Copito reciben una señal de auxilio procedente de un lejano planeta. Allí, los supervivientes de una expedición anterior han sabido aclimatarse y sobrevivir, aunque ello ha sido a cosa de interferer con los nativos, menos resistentes y evolucionados que ellos. De hecho, acabaron inspirando el surgimiento de una religión centrada en la dinastía familiar del líder de la expedición y basada en la mitología griega. Pedrito y Kyra, disgustados por el comportamiento de estos falsos dioses, contravendrán una de sus prohibiciones regalando a los nativos el secreto del fuego. En el episodio 8, “La Insurrección de los Robots”, los jóvenes oficiales protagonistas tienen que vérselas con una rebelión de máquinas en lo que puede interpretarse tanto como una advertencia de los peligros de depender en exceso de las máquinas como una alegoría de las consecuencias de explotar económicamente a un sector de la población.
Estos episodios autoconclusivos dejarán paso, a partir del número 11, “Los Náufragos del Espacio”, al desarrollo de una narrativa más larga que irá saltando de capítulo a capítulo y en cuyo desenlace convergerán todas las subtramas. Los héroes deberán enfrentarse con una misteriosa amenaza en la sombra que tiene a su servicio una potente fuerza de asalto. Los episodios van sucediéndose mientras de fondo ese enemigo misterioso se oculta tras el planeta del General Tiñoso al tiempo que acumula más y más poder, esperando el momento de revelarse.
En otro episodio, se descubre que sus numerosas y tecnológicamente avanzadas tropas proceden de Yama, un planeta al que dos siglos antes llegó el científico Shiva con intención de alejarse de todo y vivir como un ermitaño tras el rechazo sufrido por su gran proyecto en la Tierra: reemplazar a casi todos los trabajadores humanos por robots -un tema de rabiosa actualidad, por cierto-, iniciativa a la que se opuso el Consejo de gobierno del planeta por considerar que socavaba el libre albedrío y que la Humanidad debía seguir siendo capaz de manejar sus propios asuntos.
Este científico renegado fabrica en su planeta más robots y luego un ordenador inteligente para dirigirlos. Por supuesto, éste, haciendo su propia interpretación de las leyes de Asimov, se dispone a solucionar los problemas de los humanos les guste o no a éstos, coartando sus libertades y poniéndoles bajo el control de su inteligencia artificial aun cuando ello lleve a una guerra en la que mueran miles de personas. Irónicamente, ésta es una decisión que ha venido motivada precisamente por el espíritu agresivo que exhiben sus propios aliados de Casiopea.
La inteligencia artificial, completamente segura de la bondad de sus actos, está decidida a seguir las enseñanzas de su creador sin caer en la cuenta de que no está haciendo sino lo que tantos déspotas antes que él: pensar que el fin justifica los medios y que una vez haya sometido a todos los seres de la galaxia, reinará el orden y la armonía. Aunque el ordenador desprecia rasgos humanos como la sensibilidad artística o el humor, no carece por completo de emociones dado que instaura una especie de culto a su creador, convirtiendo su nave en un mausoleo y utilizando sus facciones como inspiración para el principal edificio de su ciudad.
En cualquier caso, robots y Casiopea -que cuenta con una avanzada tecnología militar- reúnen sus fuerzas en una imponente flota dirigida contra la Confederación Omega. Ésta no derrotará a la gran inteligencia artificial utilizando una “bomba lógica” al mejor estilo del capitán Kirk, algún dilema o paradoja que sólo un humano pueda desentrañar, sino gracias al auxilio de un aliado en la sombra, una fuerza misteriosa que contacta con Kyra, la aconseja y le indica cómo y cuándo actuar en el momento preciso, a saber, la confrontación entre las dos flotas. Llegado el climax, al borde de la derrota a las puertas, Kyra transmite una información vital: las fuerzas de Omega deben huir y dirigirse a un lugar específico. Ese movimiento les permite escapar de la explosión de una estrella que aniquila la invencible flota del ordenador.
¿Y de dónde provenía esa ayuda exterior? Pues aparentemente de una civilización tan avanzada que no sólo había desterrado la guerra sino que ni siquiera existía ya en el plano material. Habían intervenido en el desigual enfrentamiento para evitar la segura aniquilación de la especie humana, pero en lo sucesivo se abstendrán de prestar más ayuda o proporcionar las claves de su sabiduría. La Humanidad debe encontrar por sí misma el camino que les permitirá evolucionar hasta alcanzar ese tercer nivel más allá del universo conocido. De vuelta en Omega, Kyra recuerda que esas fueron exactamente las palabras que ella y Pedrito dirigieron a los hombres primitivos que habían conocido en el quinto episodio. Un final “new age” que remite a la filosofía budista (los espíritus alcanzan la Eternidad fusionándose con el cosmos mediante el abandono de todo apetito terrenal) y que probablemente es un remanente de las corrientes culturales de los aún recientes años 70. Los cuatro últimos episodios, que forman una unidad coherente, se estrenaron en cine con el título de “La Venganza de los humanoides”.
“Érase Una Vez…El Espacio” acertó al ofrecer entretenimiento infantil sin renunciar a cierta ambición temática. Existe intencionalidad didáctica pero menos acusada que en su precedente “Érase Una Vez… el Hombre” -que, al fin y al cabo, era un recorrido por la historia de nuestra civilización- o sus sucesoras (centradas en el cuerpo humano o los inventores, por ejemplo). Sobre todo, lo que pretende es ofrecer una visión positiva del futuro de nuestra especie, algo que compensara el deprimente final de “Érase Una Vez… El Hombre”. Así, tal y como vemos en varios capítulos, el uso sensato de la tecnología, la utilización de energías renovables y el cuidado del ecosistema han solucionado muchos de los problemas actuales del Hombre además de abrirle las puertas del espacio.
Por otra parte, el Consejo de Casiopea, un tanto indefinido en sus funciones pero que parece combinar las de gobierno y consulta, es la prueba de que los hombres han aprendido a convivir y cooperar no solo entre sí sino también con otras especies alienígenas. Aunque fuertemente antropocéntrica, esta visión del futuro es refrescantemente constructiva en contraposición con el aluvión de distopías que a no mucho tardar dominarían el género.
Dentro de la CF televisiva para niños en la Europa de los 80, sólo “Ulises 31” (1981) pudo rivalizar con “Érase Una Vez… el Espacio” en calidad. Y en ambos casos fue gracias a la visión de un productor que supo rodearse de profesionales de talento. Por ejemplo, en lo que se refiere al diseño, el nombre que hay que mencionar es el de Manchu, un diseñador gráfico y portadista de novelas de CF con un estilo reminiscente del de Chris Foss y que ya había trabajado en “Ulises 31”. Suyos fueron los diseños para los fondos y las naves de todo tipo y función, inspirándose en animales, desde peces a pulgas pasando por colibríes o morenas. Sin duda, en lo que se refiere al apartado visual, la solidez de las historias y la ambición narrativa, ninguna de las series de la franquicia “Érase una Vez…” llegó a igualar a la del Espacio.
“Érase Una Vez… el Espacio” no fue un éxito, quizá porque su fórmula, situarse a mitad de camino entre la ciencia ficción más “seria” y el dibujo animado infantil, no caló en un público que ya se inclinaba más por propuestas niponas de ritmo más dinámico, violencia más explícita y propósito de puro entretenimiento, como “Mazinger Z” o “Comando G”. Este tropiezo convenció a Barillé de que debía arrinconar la ficción en favor de la educación, regresando al formato original de “Érase una vez… el Hombre”. Pasarían los años y las décadas pero sus programas educativos y sus personajes seguirían acompañando a los niños de cada generación: “Érase Una Vez…El Cuerpo Humano” (1987), “Las Américas” (1991), “Los Inventores” (1994), “Los Exploradores” (1996) o “La Ciencia” (2000). Barillé falleció en 2008 tras terminar la que sería su última serie: “Érase Una Vez…La Tierra”.
¿Estamos ante un producto recomendable sin reservas a un público infantil moderno? Probablemente no. Los niños de hoy día están acostumbrados a unos estándares técnicos y una sofisticación que, en general e incluso en los productos más modestos, supera con mucho la pobre animación y el diseño básico de personajes de la serie que nos ocupa. Pero no es justo valorarla en términos de lo exigible actualmente sino en lo que significó su propuesta hace cuarenta años, cuando la oferta de CF infantile en televisión era mucho más limitada que ahora. En su momento, ofreció un producto básico pero más inteligente de lo que pudiera esperarse, con un diseño trabajado (aunque la animación dejara que desear) y unos temas dignos de reflexión.
Creo que lo más adecuado es terminar este artículo con las palabras del propio Barillé definiendo perfectamente no sólo lo que había sido su meta sino lo que debería ser la de tantos otros creadores de material para la infancia: “... Darles a nuestros niños el deseo de saber, despertar su curiosidad. También tratarles como individuos de pleno derecho capaces de comprender mucho más de lo que los adultos creen. Así, los fortaleceremos y nos lo agradecerán por ello”.
Tenía razón. Los adultos que fuimos niños durante las décadas en las que los programas de Barillé formaron parte importante de la programación infantil de las televisiones de toda Europa, tenemos una deuda de gratitud con él, tanto por los entrañables momentos de entretenimiento que nos brindó como por el gran saber que nos transmitió de una manera sencilla, eficaz y optimista.
A volverla a ver...
ResponderEliminarPues era una serie que no estaba mal para la época. Como comentas, muchas veces se queda a mitad de camino entre la ciencia ficcion y la didáctica, por ejemplo, hay un episodio sobre la biología de las hormigas y si tienen un episodio con los hombres prehistóricos es para enseñarnos la vida de los hombres prehistóricos.
ResponderEliminarEs el primer comentario que dejo en esta web desde que la descubrí hace pocos meses. Primero, darte las gracias por el enorme trabajo que realizas y por los muchos buenos ratos que me has hecho pasar. No siempre estoy de acuerdo al 100% con las críticas de lo que he leído, pero has ofrecido puntos de vista sumamente interesantes que en una charla darían para más. Y centrándome en esta entrada, gracias, porque tenía la serie olvidada y ver la imagen de la nave con aspecto de tiburón..., me ha emocionado. Salud y a seguir.
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí. Está claro que mis comentarios son subjetivos y aunque a veces utilice formas verbales impersonales, está claro que son mis puntos de vista, que no tienen por qué coincidir con los del resto. Un saludo!
EliminarMagnífica entrada y mucha nostalgia a nivel personal. Vi la serie en su momento y me gustaba. Por algo soy lector de CF desde por lo menos los 14 años y ahora ya tengo 57 y sigo igual de enganchado al género.voy a volver a verla con mis hijos...igual hasta les gusta aunque como comentas estén acostumbrados a productos más sofisticados. Repito,enhorabuena por la entrada y por tus posts.
ResponderEliminarTengo 45 tacos y todavía me gusta revisionar esta serie y Ulises 31. No solamente por nostalgia ¡es que siguen siendo de lo mejor de la ciencia ficción animada!.
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