(Viene de la entrada anterior)
La tercera temporada de “Star Trek: Voyager” señaló el punto en el que la serie dejó de intentar cosas nuevas.
Lo cierto es que las aperturas de las dos temporadas anteriores tampoco se habían caracterizado por una ambición desmedida. “El Guardián” era una historia sólida de CF que prometía una buena colección de ideas a desarrollar en el futuro, pero, por desgracia, todos los conflictos y dramas poteniales, como ya vimos, fueron rápida y toscamente solventados por los guionistas en episodios como “Parallax” y “Otra Vez al Pasado”, que insistían en imponer una fórmula ya muy vista. En muchos aspectos, la primera temporada de “Voyager” parecía una octava y barata temporada de “La Nueva Generación”.
Durante la segunda temporada, el equipo de producción trató de abrir senderos nuevos. Michael Piller se reincorporó a la franquicia convencido de que era necesario un empujón dramático, una reinvención. Así que intentó insertar subtramas de largo recorrido, con un arco argumental que establecía a los Kazon como la principal amenaza para la tripulación de la nave protagonista. Como ya apunté en la entrada anterior, esta tentativa fracasó por diversas razones y algunos de sus episodios, como “Alianzas” o “Investigaciones”, se cuentan entre los peores de la serie.
Aparentemente, el equipo de guionistas de “Voyager” quedó traumatizado por sus experiencias durante el “reinado” de Michael Piller. Éste, de hecho, se vio obligado a marcharse al final de la temporada ante la avalancha de deserciones en su equipo. Su adiós fue el capítulo doble “El Chantaje”, con el que los productores hicieron tábula rasa a la hora de encarar la tercera temporada. Jeri Taylor asumió el rol de showrunner con la misión de mantener a flote un barco que navegaba claramente en aguas turbulentas. Habían pasado ya tres años desde que comenzó la serie y aún no había encontrado su esencia definitoria.
Tradicionalmente, las terceras temporadas de la franquicia Star Trek han sido periodos constructivos. Michael Piller se hizo cargo del equipo de guionistas de “La Nueva Generación” en su tercer año y estableció lo que iba a ser el universo Star Trek durante diez años. Ira Steven Behr se asentó definitivamente en “Espacio Profundo Nueve” en la tercera temporada, introduciendo muchos de los conceptos e ideas que florecerían en las aún mejores cuarta y quinta temporadas. Incluso “Enterprise” se encontró a sí misma en su tercer curso, aprendiendo a contar sus propias historias.
No fue el caso de “Voyager”. La dirección de Jeri Taylor significó un retorno a territorios familiares, adoptando el rumbo de menor resistencia y contentándose con dejarse llevar por la inercia de la franquicia sin intentar probar cosas nuevas. No es que sea la peor crítica que pueda hacerse a una serie de Star Trek. La tercera temporada de Voyager coincidió con el trigésimo aniversario de la serie original. Había claramente una especial sensibilidad nostálgica por la versión más pura y tradicional del programa. Después de todo, estamos hablando de una franquicia icónica que despierta intensas emociones entre sus aficionados y que encarna muchos de los clichés que la cultura popular asocia con la ciencia ficción televisiva.
Al menos, la tercera temporada de “Voyager” no fue tan corrosiva y caótica como lo había sido segunda, hasta el punto de estar considerada una de las peores en toda la historia de la franquicia, a mitad de camino entre la terrible primera temporada de “La Nueva Generación” y la consistente mediocridad de la segunda de “Enterprise”. Hay episodios muy prescindibles, como “Los Q y la Vejez” o “Desplazados”, pero ni siquiera son tan flojos como el año anterior lo habían sido “Tatuaje”, ¨Momento Crítico”, “Alianzas” o “Investigaciones”.
Hay que señalar que muchos de los mejores capítulos de “Voyager” tienen una especie de cualidad arquetípica en el sentido de que las historias no son específicas del marco y personajes de esta serie, sino que podrían haberse contado igualmente sirviéndose de cualquier otra iteración de la franquicia. En la tercera temporada destacan, por ejemplo, “Recuerdos” u “Origen Distante”, que encarnan a la perfección el humanismo e idealismo que siempre han caracterizado Star Trek pero que en el fondo no contribuyen a dar entidad propia a “Voyager” dentro de la franquicia.
De hecho, la tercera temporada de “Voyager” anticipa el enfoque “blockbuster” que envolverá algunos de los mejores momentos de los siguientes años. Es el caso del episodio doble de mitad de temporada, “El Fin del Futuro”, escrito al alimón por Brannon Braga y Joe Menosky. Es una historia un tanto burda, como escrita a brochazos, pero tremendamente divertida y sobre la que bien podría haberse construido una película. En cierto modo, es un argumento modélico de Star Trek, tan apropiado para celebrar el trigésimo aniversario de la franquicia como el episodio “Salto Atrás”, en el que aparecían personajes de la serie original y la acción transcurría durante los acontecimientos narrados en “Star Trek VI: Aquel País Desconocido” (1991). “El Fin del Futuro”, como acabo de decir, sienta el molde narrativo para otros episodios posteriores de siguientes temporadas como “Escorpión”, “El Año Infernal” o “El Juego Asesino”. Son momentos televisivos interesantes pero que, una vez más, no se sienten como específicos de “Voyager”.
Esto sucede también en episodios destacados de temporadas siguientes. “Némesis” o “En Un Abrir y Cerrar de Ojos” no son tan específicos para “Voyager” como sí lo fueron “El Camino del Guerrero” o “El Visitante” para “Espacio Profundo Nueve”, historias que sólo tenían sentido en el marco de la evolución concreta de unos personajes y unas tramas de largo recorrido. Y es por eso que durante su tercera temporada, “Voyager” dejó claro que no era tanto una serie de televisión como un almacén de historias de Star Trek que no encontraban acomodo en otro sitio pero que bien podrían haberse encajado en “La Nueva Generación” o “Espacio Profundo Nueve”.
Esta temporada juega deliberadamente con esa cualidad genérica, arquetípica, sobre todo en los guiones escritos por Joe Menosky. Episodios como “Falsas Ganancias” u “Origen Distante” sugieren que el Voyager se está convirtiendo en una suerte de leyenda en el Cuadrante Delta, parte del tejido mítico interestelar de la franquicia. Una aproximación ésta que tendrá luego influencia en episodios como “Testigo Viviente”, “La Ruta al Olvido” o “Musa”, donde se pone de manifiesto la huella que está dejando la nave y su tripulación en esa zona de la galaxia.
Naturalmente, con todo el atractivo que este enfoque arquetípico pueda tener de vez en cuando, no deja de ser decepcionante lo fácilmente que “Voyager” prescinde de todo su potencial inicial y aquellos rasgos establecidos en su premisa y que les hacía únicos: dos tripulaciones rivales exiliadas en una zona remota de la galaxia, sin recursos ni apoyo, embarcadas juntas en una misión de setenta años con el fin de regresar a casa. ¿Cómo se adapta alguien a esa situación? ¿Qué sentimientos y emociones suscita? ¿Cómo encajan dos grupos de personas con filosofías completamente diferentes y cómo se las arreglan para colaborar y sobrevivir?
Es el conservadurismo narrativo, la renuencia a experimentar y a introducir nuevas ideas, lo que resulta irritante. “Orígenes Distantes” es uno de los episodios más originales de la temporada, reduciendo al reparto principal a meros personajes invitados. Quizá por eso sea uno de los mejores capítulos del año. Por desgracia, es también una excepción porque los guionistas insisten en esquivar cualquier concepto nuevo o explorar hasta las últimas consecuencias las derivadas de una determinada premisa.
“Trato Justo”, el decimotercer episodio, hizo albergar esperanzas de que, por fin, “Voyager” podría alcanzar su auténtico potencial. Al llegar a la región estelar de Nekrit, parece que la nave ha cruzado un límite. Ni siquiera Neelix no sabe lo que les aguarda allí. Sin demasiadas opciones para conseguir aprovisionamientos, la tripulación se ve obligada a negociar con alienígenas en un cochambroso puesto comercial. Por primera vez, los personajes hacían algo interesante e impredecible. ¿Y qué es lo que pasa cuando llegan a esa región desconocida? Pues que no sólo se encuentran con los extraterrestres de costumbre sino con una nave Borg abandonada. Una semana después, en “Alter Ego”, volvemos a las tramas genéricas y las anomalías espaciales de siempre. La región de Nekrit fue una oportunidad perdida para intentar algo distinto. La nave nunca tenía problemas de desabastecimiento excepto cuando la historia de la semana lo exigía, como en “Vida Real”.
Para ser justos, la modalidad de emisión también podría haber tenido algo que ver en todo esto. Los guionistas nunca estaban del todo seguros de cuándo y en qué orden se emitiría un episodio concreto en cualquiera de las cadenas que compraban la serie y eso hacía difícil planificar argos argumentales a largo plazo. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en el cuarto episodio, “El Enjambre”, en el que el Doctor experimenta un derrumbe psicológico y se somete a una total renovación. Como ese episodio está antecedido y seguido de historias sobrantes de la temporada anterior, como “Salto Atrás” o “Falsas Ganancias”, ese hilo argumental nunca se desarrolla convenientemente. La única mención posterior que se hace a ese momento fundamental en la vida del personaje llegará, y solo de pasada, en “El Fin del Futuro”.
De igual forma, los episodios de mitad de temporada se barajaron por algún motivo que no acabo de entender y que dio como resultado que el viaje de la Voyager por la región de Nekrit terminara siendo algo deslavazado. Así, el capìtulo “Trato Justo” fue seguido por “Alter Ego”, un episodio que había sido escrito y rodado antes, en lugar de “Fiebre en la Sangre”, que no se emitiría hasta un mes después de que la nave llegara a esa región desconocida. Este tipo de decisiones de producción –quizá inevitables, no lo sé- ya hubieran sido un grave impedimento de haber querido los guionistas tejer hilos narrativos de largo recorrido.
Pero incluso en lo que se refiere a los episodios tomados como historias individuales, el conservadurismo narrativo era la norma. Brannon Braga concibió originalmente el capítulo “Macrovirus” como una historia que se desarrollaría casi en total silencio, con una mínima inclusión de diálogos; al final, el episodio acabó lastrado por las típicas exposiciones de tecnocháchara. Otro ejemplo es “Vida Real”, en la que el Doctor creaba para sí mismo una familia holográfica. La historia tenía potencial para cuestionar la idea tradicional de la unidad familiar, poniendo sobre la mesa reflexiones sobre la identidad masculina; e incluso invitaba a serializar la idea a lo largo de más episodios. Por el contrario, terminó siendo una colección autocontenida de clichés acompañados por una aburrida subtrama tecnológica.
(Continúa en la siguiente entrada)
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