Como muchos escritores, cineastas y guionistas, Alan Moore ha dirigido su mirada más de una vez a la obra de H.P.Lovecraft para obtener inspiración. Podemos encontrar menciones a Cthulhu y compañía ya en los 80, en su etapa al frente de “La Cosa del Pantano”. Moore, sin embargo, tiene el talento, la cultura y la inteligencia suficientes como para contentarse con parir un pastiche predecible o encajar aquí y allá nombres y monstruos extraídos de la obra del autor de Providence. Prefiere desafiarse a sí mismo y al lector imaginando propuestas diferentes que arrojen nueva luz sobre la obra y figura de ese creador seminal en el género fantástico. Como ejemplo, ahí tenemos su cuento “The Courtyard”, incluido en la antología “The Starry Wisdom” (1994), donde diversos autores rendían tributo a la obra de Lovecraft. También en muchos episodios de “La Liga de los Hombres Extraordinarios” puede adivinarse el espíritu del escritor impregnando las historias o las vidas de los personajes.
En 2010, Moore –empujado por problemas financieros-, se
decidió por fin a entrar de lleno en el universo de Lovecraft a través del
comic y dividió al público con la repelente historia de “Neonomicón”, de la que
ya hablé en una entrada anterior y que fue continuada cinco años después por
una obra mucho más ambiciosa y sofisticada: “Providence”, aparecida originalmente
como serie limitada de doce números publicada por Avatar Press entre 2015 y
2017 y cuya historia se presentaba como precuela tanto a “Neonomicón” como a
otro comic anterior, “The Courtyard” (2003, adaptación del mencionado relato a
cargo de Antony Johnson). Actualmente, la obra se publica en el formato de tres
volúmenes.
Alan Moore dijo de “Providence” que era el equivalente de su propio “Watchmen” en el ámbito del horror cósmico de H.P.Lovecraft. Y no le falta razón. Comentar una obra como esta en una entrada de blog es imposible, al menos con el detalle que se merece. Bajo la forma de una investigación periodística, Moore nos ofrece una historia de tal densidad, abundancia de personajes y acontecimientos, diálogos absorbentes y guiños y referencias metatextuales a la obra y vida de Lovecraft, que hay incluso webs enteras dedicados a analizar meticulosamente este comic. Por tanto, me limitaré a resumir someramente algunos aspectos de su fondo y forma que estimo relevantes, incurriendo, eso sí, en algunos spoilers.
En 1919, en la oficina del New York Herald, editor y
periodistas discuten sobre con qué artículo llenar llenar media página dejada
en blanco a última hora por la cancelación de un anuncio publicitario. Uno de
ellos, Robert Black, se presta a investigar una leyenda urbana sobre un libro
que vuelve locos a quienes lo leen, “El Rey Amarillo”, de Robert Chambers,
inspirado en el escándalo que causó años antes otra obra titulada “Sous le
Monde”. Black recuerda que un tal doctor Álvarez escribió un artículo sobre
ello y, como vive en Nueva York, decide entrevistarlo. La casera del edificio
donde éste reside, la señora Ortega, le conduce hasta su apartamento, donde
reina una temperatura gélida, al parecer para evitar el empeoramiento de una
enfermedad que padece el inquilino. La charla que mantienen ambos es
interesante, pero Black no cree que le lleve a parte alguna. Lo que sí decide,
animado por la información recibida por Álvarez, es dejar el puesto en el periódico
e iniciar un viaje por Nueva Inglaterra en busca de una América oculta y alquímica.
La curiosidad o la perspectiva de encontrar material de
interés para el libro que tiene en mente no es la única razón que lleva a Black
a abandonar Nueva York. Y es que él es un hombre que vive una mentira a varios
niveles, ocultando no sólo su ascendendía judía sino su condición homosexual,
dos tabúes en una sociedad muy conservadora y racista. Para colmo, su amante
masculino decidió quitarse la vida. Ese trauma y el tormento de mantener oculta
su orientación sexual se convertirán en otros dos hilos conductores de la
narración durante los siguientes nueve episodios (porque los dos últimos tienen
otro formato y contenido). Es Álvarez, como he dicho, quien le da la idea de
escribir una novela explorando la cara oculta de América:
“En Estados Unidos se respeta la privacidad, ¿verdad? Aquí se nos permite tener secretos. Yo tengo el mío y usted el suyo, supongo. Como tanta otra gente. Por tanto, hay un país oculto, escondido debajo de la sociedad que mostramos al mundo. Una verdad incómoda que se esconde tras nuestras mascaradas. Esta verdad es una tierra hundida a muchas brazas de profundidad. Si algún día se alzara y tuviéramos que enfrentarnos todos a ella, ¿qué haría usted, señor Black? ¿Qué haría cualquiera de nosotros?”.
La mayoría de los versados en la cosmogonía de Lovecraft,
al leer esto, pensaría, obviamente, en la hundida R´lyeh y las criaturas que se
mueven entre las sombras y en los límites de nuestra realidad. Pero Black cree
que ese mundo oculto es uno de sexualidad prohibida al que él pertenece, pero
del que no puede escribir abiertamente. Así lo plasma en su diario personal: “Estoy seguro de que se trata de un concepto
totalmente romántico ideado por alguien que sabe muy poco sobre el mundo que
existe más allá de Milwakee y Nueva York, pero ¿y si ese fuera el caso o
sucediera algo parecido? ¿Acaso eso no me proporcionaría la metáfora perfecta
sobre aquello de lo que realmente quiero hablar? No creo que los lectores de
este país fueran a leer un libro que tratara sobre el mundo oculto en el que la
gente como mis amigos y yo habitamos, pero si pudiera escribir sobre una clase
distinta de marginados que son invisibles para la sociedad normal…”
Así que Black, a lo largo de los siguientes meses, irá
visitando sucesivamente Flatbush, Salem (alojándose en el mismo edificio en el
que cien años después estará la agente Brears en “Neonomicón” y bajando al
mismo sótano donde ella será violada por la criatura anfibia), Athol y Boston
antes de terminar su peregrinación en Providence, la ciudad natal de Lovecraft.
Buscando el origen y paradero de un texto alquímico árabe conocido como Kitab
al-Hikmah al-Najmiyya (Libro de la Sabiduría de las Estrellas), escrito en el
siglo VIII por Khālid ibn Yazīd (y obvio trasunto del “Necronomicón” de Abdul
Alhazred imaginado por Lovecraft) su investigación le llevará a conocer individuos
problemáticos, grotescos, inquietantes, lunáticos o enfermizos: un padre y su
hija unidos por una relación incestuosa; un monstruo invisible; un pueblo de
gente con fisonomías vagamente anfibias; una adolescente poseída por la
consciencia de su padre; un pintor cuyo estudio tiene un pasadizo que le
conecta con unas criaturas devoradoras de humanos…
Robert Black es un individuo retraido y acomplejado que involuntariamente coquetea a cada paso con lo sobrenatural, sucumbiendo a ello sin darse cuenta conforme van pasando las semanas y los meses y las experiencias que tiene, los hombres y mujeres con los que se cruza y los relatos que escucha, van tejiendo una siniestra conspiración que se filtra a su subconsciente invadiendo sus sueños y espoleando su creatividad.
Como había hecho en “Watchmen”, Moore completa cada
episodio con un anexo en prosa que transcribe el diario que está llevando el
propio Black correspondiente a los días que hemos visto reflejados previamente
en las viñetas. Estos textos no son simples añadidos superfluos ni adornos
exhibicionistas, sino que ofrecen un plano de lectura diferente y esencial. Es
mucho texto, lo que hace de “Providence” una lectura no apta para cobardes.
Pero sin ese diario la obra quedaría coja. Y es que, siendo como es Black un
individuo reservado, Moore opta por, en las páginas de comic, prescindir de
textos de apoyo. La auténtica ventana a la mente del protagonista son los
pensamientos, impresiones e introspecciones que vierte en su diario personal
utilizando una prosa plana y aburrida. Es allí donde anota lo que
verdaderamente piensa de las personas que conoce y de los episodios que vive,
sus dudas, sus arrepentimientos, sus miedos… Su condición homosexual, por
ejemplo, es aquí donde aflora más explícitamente, como también las ideas para
posibles cuentos que le van sugiriendo sus investigaciones, así como los sueños
que le atormentan cada vez con más frecuencia. Es en estos complementos donde
podemos identificar la creciente alienación de Black respecto de la realidad,
la paranoia en la que va deslizándose, su ceguera a la h
ora de identificar los
espantos que le rodean y el infierno en el que, inconscientemente, se está
metiendo de cabeza.
Moore presenta un deliberado contraste entre su protagonista y Lovecraft que le sirve para abordar algunos de los elementos más espinosos de la figura de este último. En lugar de ser blanco, anglosajón y originario de Nueva Inglaterra como Lovecraft, Black es un judío gay de Milwaukee. Cuando, al final de su periplo, conoce a Lovecraft en la ciudad de Providence, Rhode Island, le presta su diario en el que, como dije, había anotado sus experiencias, pesquisas, críticas literarias e ideas para posibles ficciones. Tanto este registro personal como sus teorías acerca de la necesidad de un nuevo tipo de literatura fantástica, inspiran a Lovecraft para escribir sus obras más importantes. La ironía, por tanto, es que un escritor homófobo, racista y xenófobo, encuentra la iluminación creativa y la inmortalidad en las vivencias y opiniones de un judío gay.
Y, sin embargo y a pesar del abultado espacio que Moore le
reserva al diario personal de Black, no puedo asegurar que la caracterización
de éste sea brillante. Moore no parece decidirse sobre quién es realmente su
protagonista: un patán reprimido y timorato o un gay que acepta interiormente
su condición y no pierde la oportunidad de mantener sexo con otros hombres; es
ingenuo cuando Moore necesita que lo sea y pícaro cuando la historia así lo
requiere. Este tipo de ambivalencias contradictorias dictadas por la trama
hacen que Black nunca llegue a cuajar verdaderamente como personaje y que se
convierta más en un peón del guionista a través de cuyos ojos vamos viéndose
completar el tapiz general que un actor de peso cuyo destino termine por
importarnos.
La gran sorpresa llega hacia el final de la narración,
cuando Black se da cuenta de que todo el tiempo no ha sido más que un peón de
fuerzas ocultas y muy enérgicas que lo han convertido en el involuntario “heraldo”
(de hecho, escribe para el “New York Herald”) del “mesías” Lovecraft, un “Juan
el Bautista” para la futura Encarnación de Cthulhu. En el undécimo capítulo se
descubre también que Lovecraft fue utilizado, sin intención ni conocimiento por
su parte, como profeta de una conspiración secreta para influir poderosamente
en la cultura popular y pavimentar así el camino para el regreso triunfante de
un mundo onírico inmemorial poblado por terribles criaturas imaginadas por el
propio Lovecraft y otros escritores afines como Bierce, Dunsany o Chambers. Al
final, queda claro que “Providence”, aparte de ser una secuela-precuela de “The
Courtyard” y “Neonomicón”, es la herramienta de la que se sirve Moore para
reflexionar sobre cómo la ficción y los sueños influyen en la realidad e
incluso la modelan. El último episodio, ambientado ya en el presente, prescinde
de Black (habiendo cumplido su involuntario papel de heraldo del otro mundo
ante Lovecraft) y se centra en los personajes presentados en “Neonomicon” y la
invasión de nuestra realidad por parte de las criaturas y paisajes
lovecraftianos.
Cabría preguntarse si esa conclusión, en la que triunfan
las visiones de Lovecraft, es realmente satisfactoria. El capítulo final presenta
un debate filosófico a tal respecto entre los personajes –incluido el erudito
real en la figura del escritor, S.T.Joshi. Es sabido que Lovecraft y muchos de
sus precursores y sucesores, desde Poe hasta Burroughs, mantenían posturas
conservadoras cuando no reaccionarias, mientras que nuestro ecosistema
literario actual, en el que se incluye de forma prominente Alan Moore, es
abierta y militantemente liberal. Como muchos escritores pulp de su generación,
Lovecraft fue un racista (llamaba “Negrata” a su gato) cuya xenofobia impregna
toda su obra literaria (“El Horror de Red Hook” es el ejemplo más obvio, pero
hay muchos otros). Por el contrario, Alan Moore es un viejo cascarrabias que
escribe cómics y al que le preocupan las agresiones sexuales, tal y como
demuestra su inclusión en “V de Vendetta”, “Watchmen”, “La Broma Asesina” o “La
Liga de los Caballeros Extraordinarios”. Los tres momentos más crudos de “Providence”,
de hecho, tienen que ver con violaciones. No siendo este un comic apto para
aprensivos, esas escenas de violación están justificadas y no tienen nada de
risible o erótico (tampoco son tan brutales y explícitas como la mostrada en
“Neonomicon”. Todo lo contrario: se presentan como el gran pecado definitorio
del horror cósmico.
Tomemos como ejemplo el sexto episodio, que gira alrededor
del cuento “La Cosa en el Umbral”, escrito por Lovecraft en 1933 y cuyo protagonista
asegura una y otra vez que, a pesar de que mató a su amigo, tal acto no puede
ser considerado como un asesinato, ya que con lo que acabó en realidad fue con la
malvada entidad que había tomado posesión del cuerpo de aquél, dejando su
conciencia atrapado en un cadáver putrefacto. Es una idea espeluznante que
desde entonces ha sido utilizada infinidad de veces. Quizá por eso Moore pensó
que no era suficiente recuperarla tal cual para “Providence” y que necesitaba
una vuelta de tuerca adicional… en forma de violación.
Moore no siempre ha sabido acertar en sus comics cuando
incorporaba cuestiones sexuales. Aparte de su preocupación por la agresión
sexual, tiene una fijación con el erotismo que no ha hecho más que agudizarse
conforme iba cumpliendo años hasta degenerar en fantasías autoindulgentes y
masturbatorias que rozan peligrosamente la pedofilia en “Lost Girls”. Pero el
número 6 de “Providence” va aún más allá. En el capítulo anterior, Black había
conocido a una precoz jovencita de trece años llamada Elspeth, cuya
inteligencia le había permitido matricularse en la universidad local. La
muchacha atrae al periodista a su casa utilizando el pretexto de una tormenta.
Naturalmente, Black no sólo no es un pedófilo (bueno, si no contamos su fugaz
fornicación con un joven de 17 años algo más adelante en la trama) sino que su
condición homosexual lleva al lector a pensar que nada va a suceder entre ellos.
Y entonces es cuando Moore tira de la alfombra. En una escena profundamente
desagradable, Elspeth se desnuda enfrente de él, cambiando su tono de voz y, a
continuación, la perspectiva cambia, ya que el hablante lo hace ahora desde la
boca de Black. Lo que ha ocurrido es que la consciencia que habita el cuerpo de
Elspeth ha intercambiado cuerpo con el de Black. Esta consciencia no solo está
usando el cuerpo del periodista para violar a una niña de 13 años, sino que, al
hacerlo, también viola a éste física, intelectual y espiritualmente: utilizando
su cuerpo en una relación heterosexual no consentida y haciendo que experimente
personalmente el dolor, el miedo y la impotencia desde el cuerpo de Elspeth.
Queda tan destrozado que se convence a sí mismo de que ha sido él quien ha
cometido la violación. Es un momento horrible que impacta al lector y queda
flotando sobre Black como un oscuro espectro durante el resto de su peripecia.
Toda esta retorcida narrativa nos deja con dos posibles
interpretaciones respecto a las posturas de Lovecraft. Por una parte, a pesar
del rechazo que siente por los no blancos, los homosexuales y gran parte de la
modernidad en general, debe sus perturbadoras visiones y su éxito póstumo a
esas mismas fuerzas sociales y culturales. Gran parte de su inventiva puede atribuirse
a esos factores simbolizados en la figura de Black, quien sí comprende cuánto
le debe la ficción fantástica a las vanguardias artísticas que Lovecraft
despreciaba. Por otro lado, Moore nos dice que, en tanto que el mundo
lovecraftiano ha ido impregnando la cultura popular con el paso de las décadas,
sus colaboradores, admiradores y sucesores, desde Burroughs a Joshi pasando por
Borges o incluso el ficticio Robert Black), podrían tener algo que expiar (de
nuevo, como tantas veces en su obra, Moore utiliza la violación como metáfora).
Después de todo, tal vez no deberíamos haber arrojado tan apresuradamente al
basurero histórico la “anacrónica” novela realista de la que Black se queja en
su diario.
“Providence” nunca llega a resolver del todo este jeroglífico
sobre el valor literario tanto de Lovecraft como del tipo de literatura
fantástica que él representa. Cuando la Tierra se convierte en Yuggoth al final
de la novela (o tal vez, como Joshi dice, “siempre
fue Yuggoth”, la violada madre de Cthulhu (la agente Brears, protagonista
de “Neonomicón”) dice: "Creo que
deberíamos aprender a vivir eternamente entre la maravilla y la gloria”.
Moore recurre a las teorías de Freud sobre el inconsciente y de Jung sobre los
sueños para sugerir que ese retorno de lo reprimido, esa morada del mundo de las
fantasías, es cierto e inevitable. Sin embargo, fue conseguido con mentiras,
asesinatos y violaciones de mujeres dominadas por fascistas metafísicos. ¿Son,
por tanto, compatibles, la magia y la decencia?
Lo que Moore intenta hacer en “Providence” es ubicar la
obra de Lovecraft en el contexto cultural y político en el que fue escrita,
anclándola en un supuesto mundo real. Siendo una buena idea, hay que decir
también que la historia transcurre en una época que nunca existió, un siglo XX
recién salido de la Primera Guerra Mundial y en el que se habla del Tratado de
Versalles o la inminente Prohibición, pero al que han sido incorporados algunos
de los terrores que describía el escritor Robert W.Chambers (uno de los
precursores de Lovecraft), como esos pabellones autorizados por el gobierno a
los que pueden acudir voluntariamente quienes deseen suicidarse. Eso sí,
Lovecraft no solo existe, sino que es un personaje más al que llega a conocer y
admirar Robert Black en su época de seguidor de Lord Dunsany (quien también
interviene directamente en la trama) y antes de empezar a escribir sus cuentos
de horror cósmico –que, irónicamente y como he dicho, son inspirados por los
relatos, testimonios e información recopilada por Black en el curso de su
investigación-.
Moore consigue que el lector familiarizado con el universo
literario de Lovecraft se zambulla en la obra a través de una plétora de referencias
que van desde el nombre del protagonista (guiño a Robert Bloch, escritor de
“Psicosis”, que también era originario de Wisconsin; la homosexualidad de Black
es asimismo compartida por otros autores del “círculo de Lovecraft”) hasta las
reformulaciones de los más famosos cuentos del escritor o la descripción del
tipo de influencias y círculos que alimentaron su creatividad. Esta es tanto
una virtud de la obra como un inconveniente. Aquellos conocedores de la
mitología cósmica de Lovecraft, su vida y la trayectoria que luego siguió su
peculiar universo en la cultura popular, disfrutarán identificando personajes y
guiños, pero quienes, por el contrario, sean ajenos a ello, difícilmente podrán
apreciar la auténtica ambición, sapiencia enciclopédica y profundidad
intelectual de este estudio sobre el escritor de Providence y el desasosegante
producto de su imaginación que revolucionó para siempre el género del Terror.
“Providence” es un comic elaborado con la minuciosidad y
perfección de un mecanismo de relojería. Cuenta de una forma harto original una
historia muy enrevesada y bifurcada en genealogías familiares que se remontan
tres siglos y que va incrementando con cada episodio la sensación de amenaza,
de terror vago pero cierto. Cada brizna de información y cada personaje de
“Providence”, “The Courtyard” y “Neonomicón” tiene su importancia y
significado, aunque éstos sólo se manifiesten al final. Los dos últimos
episodios son completamente diferentes del resto y entre sí. El undécimo es un vertiginoso
y audaz recorrido temporal desde 1919 hasta la actualidad, tocando todos los
hitos y personajes relevantes en la ampliación y popularización de la obra de
Lovecraft. El duodécimo narra el comienzo del fin del mundo del Hombre, cuando
Yuggoth empieza a extenderse por nuestra realidad transformando en primer lugar
el paisaje urbano de Pittsburgh y propiciando un debate ético-filosófico entre
los personajes en torno al dilema de, o bien aceptar el cambio y todas las
consecuencias, sean las que sean, que conlleve; o bien luchar por la Humanidad
y el Humanismo.
No se espere ver en estas páginas una violencia explícita, sino más bien un miedo frío e implacable, un sentimiento de temor ante seres que acechan entre las sombras sin revelarse plenamente e impotencia ante un destino prefijado e inevitable. El enfoque de Moore da preferencia al terror psicológico y corporal respecto al “cósmico”. En este sentido, nos propone una suerte de descenso a las “cloacas” de los Mitos de Cthulhu, conocer aquellos conceptos e individuos que lo sustentan en nuestra realidad y que operan fuera de la vista de la mayoría.
En otro orden de cosas, Moore, a través de las
especulaciones de Black sobre cómo escribir ficción para la era moderna, rinde
tributo a la literatura estadounidense, enraizando cuidadosamente los logros de
Lovecraft no sólo en la vanguardia de fin de siglo, sino también en la
modernidad norteamericana encabezada por
Poe y Hawthorne. ¡Que extraño debe ser para Moore haber pasado gran parte de su
carrera escribiendo para y sobre un país en el que no reside y cuya cultura (como
el culto a Cthulhu en “Providence”) ha colonizado parcialmente la del suyo.
Moore debe amar y detestar en la misma medida los comics, la cultura popular y
los Estados Unidos. No es de extrañar que escriba ficciones tan torturadamente
ambivalentes que contrastan con la cruda franqueza con la que se expresa a
veces en las entrevistas
“Providence” no habría tenido la misma calidad de no haber
sido Jacen Burrows quien lo ilustrara. Además, siendo él también quien se
encargó de dibujar “The Courtyard” y “Neonomicón”, consigue mantener coherente
la estética y estilo de lo que ha acabado siendo una trilogía. Su
interpretación gráfica de la historia de Moore es absolutamente espléndida (hay
incluso páginas web dedicadas a analizar su narrativa para discernir hasta qué
punto ésta venía condicionada por el guion del propio Moore) y en perfecta
sintonía con el ojo clínico que el guionista aplica a la obra de Lovecraft.
Burrows había demostrado sus cualidades para el Terror en otros títulos
rebosantes de tripas y sangre, pero aquí sorprende por la sobriedad y precisión
de su trazo, la limpieza de su composición y su perfecta narrativa, una
inquietante fusión de Hergé y Otomo. Es, en el ámbito del terror, el
equivalente al Dave Gibbons de “Watchmen”. Burrows es perfectamente capaz de
plasmar imágenes terroríficas insertas en una secuencia de tensión creciente,
pero su mayor talento reside, precisamente, en suscitar en el lector una
sensación de desasosiego a través de momentos cotidianos descritos gráficamente
con una absoluta falta de efectismo.
“Providence” es lectura obligatoria para cualquiera que se
considere aficionado a la obra de Lovecraft. Es un comic inteligente y complejo
que demuestra tanto un profundo conocimiento de aquélla como de las
posibilidades del lenguaje del medio, combinando narración gráfica pura,
ilustraciones (Burrows dibujó múltiples portadas para cada número), texto,
hechos, ficción, cultismos, correlaciones literarias y metatextualidad. Eso sí,
es un comic tan referencial y anclado en un mundo literario muy concreto, que
no estoy seguro de que un lector ajeno a él pueda disfrutarlo o siquiera
comprenderlo plenamente. Por otra parte, es necesario saber que, dados los
múltiples niveles de lectura, la densidad del contenido y el abundante texto de
los complementos (para el que, además, se utiliza una tipografía caligráfica
algo incómoda a la vista), no es este un comic para quienes adolezcan de escasa
capacidad de concentración.
Sea como sea, “Providence” es una de las obras más complejas, logradas y poderosas de Moore, un comic que permanece en la memoria días después de haberlo finalizado y que con toda justicia puede figurar en el canon lovecraftiano.
La verdad me gustó mucho leer este artículo, crítica o reseña (no sé cómo calificarlo, perdón). :)
ResponderEliminarPor un lado: ¿Qué piensa usted sobre la obra y vida de Lovecraft? ¿Cree que él fue un buen escritor o no? ¿O qué su obra aún significa algo para nosotros pese a las diferencias ideológicas?
Saludos
Una obra maestra.
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