martes, 1 de octubre de 2024

2003- THE COURTYARD / NEONOMICON – Alan Moore y Jacen Burrows (1)

 

H.P. Lovecraft se ha convertido en un subgénero en sí mismo. Cuando la gente piensa en horror cósmico, monstruos con forma de calamar, descensos a la locura y prosa recargada sobre ciudades decadentes, colinas boscosas no tocadas por la civilización y espacios no euclidianos, la obra de Lovecraft es la primera que viene a la memoria. Su influencia en el género del terror y en la cultura popular ha sido inmensa y, por eso, cuando Avatar Press anunció en 2003 la publicación de “The Courtyard”, una miniserie de dos números en la que Alan Moore, una auténtica leyenda del comic, se internaba en el universo de Lovecraft, la expectación fue considerable.

 

Expectación, sí, pero también una legítima desconfianza. En primer lugar, porque leer la adaptación de una historia de Alan Moore no es lo mismo que un cómic escrito por él. Y es que el verdadero guionista del comic era Antony Johnson, que llevaba a las viñetas un cuento que Alan Moore había escrito en 1994 para la antología “The Starry Wisdom: A Tribute to H. P. Lovecraft” (1995), y que también incluía contribuciones de J.G. Ballard, William Burroughs, John Coulthart, Grant Morrison y Ramsey Campbell. Inicialmente, se pensó incluir esta adaptación dentro de la miniserie de tres números “Alan Moore's Yuggoth Cultures and Other Growths”, pero fue finalmente editada bajo este formato autónomo.

 

Y es que estropear la obra original en el tránsito de la palabra a la viñeta es mucho más sencillo de lo que parece. Pero es que, además, muchos de los escritores que han seguido la estela de Lovecraft utilizando su mitología, han acabado produciendo obras decepcionantes en un sentido u otro. Es como ver a un imitador de Elvis Presley: puede ser bueno, pero no es el auténtico.

 

Con todo, “The Courtyard” resultó ser una sorpresa. No es un comic arrebatador, pero sí cautivador y respetuoso con el estilo de Lovecraft. De hecho, la trama es un pastiche que sigue las mismas pautas de tantos cuentos del escritor: una persona investiga un terror inimaginable acabando por enfrentarse cara a cara con el mismo y vislumbrando de este modo la horrible realidad que nos acecha y de la que somos ignorantes.

 

La historia -ambientada por alguna razón que se me escapa en un futuro próximo o alternativo-  es una secuela de uno de los cuentos más notoriamente desagradables de Lovecraft, “El Horror de Red Hook” (1925, publicado en 1927), en la que el horror máximo no son tanto los rituales cultistas a los que se alude sino más bien las hordas de inmigrantes incultos que se apiñan en los barrios más degradados de Nueva York y hacia los que Lovecraft sentía una gran repulsión. El escritor había llevado en Providence una vida solitaria y centrada en sus estudios. Tras su matrimonio –de breve duración- se mudó a Nueva York, donde se sintió abrumado por las multitudes que allí habitaban. Su racismo distante e intelectual se volvió entonces mucho más visceral, tal y como refleja el mencionado cuento. Así que Moore elige como modelo la que quizá sea la historia más infame y moralmente indefendible de Lovecraft.

 

El protagonista de “The Courtyard” es Aldo Sax, un agente federal encubierto que tiene un talento especial para lo que él mismo denomina Teoría de las Anomalías: encontrar conexiones entre hechos aparentemente independientes que no parecen seguir una pauta (y que, en la práctica, se traduce en su mágica propensión a elegir el camino adecuado para que Moore resuelva su trama). En concreto, está tratando de averiguar cómo y por qué han sido asesinadas dieciséis personas de acuerdo a un ritual mutilador similar perpetrado por tres asesinos confesos que no se conocían previamente entre sí ni tienen nada en común. Sax averigua que el elemento que conecta esos horrendos crímenes es un grotesco idioma desconocido que utiliza un grupo de rock underground llamado Los Gatos de Ulthar, cuyas canciones están escritas bajo la influencia de una misteriosa droga conocida como “aklo”.

 

En el club donde toca la banda, Sax contacta con un misterioso camello llamado Johnny Carcosa, que acepta venderle el aklo más tarde esa noche, si acude a su casa. Allí suceden varias cosas espeluznantes hasta que Carcosa finalmente droga a Sax con un alucinógeno suave para inducirle un estado alterado de consciencia antes de revelar el gran secreto: el aklo no es una droga, sino un lenguaje que, al escucharlo, tiene consecuencias que Moore intenta describir con una prosa recargada muy del estilo lovecraftiano. Sus efectos tienen que ver con la percepción del Tiempo, el Destino y otros conceptos demasiado grandes como para que los insignificantes humanos las entendamos.

 

El final, como era de esperar, consiste un giro sorpresa, pero introducido de forma natural y tratando de encontrar un equilibrio satisfactorio entre el melodrama y el cliché. Da la sensación de que la historia daba para más y que de haber dispuesto de cinco números, se podría haber desarrollado mejor, introducir más personajes y perfilarlos con mayor detalle. Moore haría precisamente eso en la obra que luego comentaremos y que continúa lo que aquí se deja más o menos inconcluso, pero, de todas formas, “The Courtyard” funciona bien como una obra autónoma.

 

Moore probablemente habría sido capaz de escribir la misma historia eliminando todos los tropos lovecraftianos, pero con ellos también habría desaparecido buena parte de la diversión y atractivo para los muchos seguidores de las criaturas y mundos de Lovecraft, que aquí pueden rastrear los abundantes guiños y referencias ocultas a quienes no conocen la obra de éste y sus seguidores, desde el siniestro Club Zotique al misterioso traficante Johnny Carcosa o la cantante Randolph Carter.  

 

Aunque la historia no es particularmente original (como ya he dicho, el propio Lovecraft utilizó el mismo esquema una y otra vez), Moore acierta en varios puntos. Para empezar, el no profundizar demasiado en la mitología de Cthulhu. Su historia está ambientada en el universo de Lovecraft, sí, pero transcurre en sus márgenes. Aquí no hay nadie combatiendo contra Shoggoths o invocando a Shub-Niggurath. La revelación sobre la naturaleza de los crímenes y la droga aklo tampoco utiliza como modelo nada de lo que en su día escribiera el escritor de Providence sino que es un concepto inteligente, intrigante y nuevo dentro de esa mitología.

 

Si bien la idea de una lengua capaz de abrir el cerebro a nuevos planos de la realidad ya venía dando vueltas en la CF desde hacía décadas, el juego que le saca Moore es algo que nadie –hasta donde yo sé- había intentado en el universo Lovecraft: dar voz y sentido al horrible galimatías lingüístico que rodea toda esa mitología monstruosa. Al compartir la experiencia de Aldo con el lenguaje aklo, el lector obtiene atisbos de la metaciencia oculta tras las enrevesadas palabras y frases imaginadas por Lovecraft y transcritas por Moore con lo que parece ser una “corriente de consciencia” (un método narrativo que intenta describir la multitud de pensamientos y sentimientos que pasan por la mente de un narrador). El ruido se convierte en conceptos, éstos en percepciones y éstas, a su vez, en acciones, todo ello dentro de una extraña gramática multidimensional. Es, por decirlo sin rodeos, un viaje lisérgico que sólo podría haber salido de la retorcida mente de Moore.

 

Otro acierto, este con matices, es la caracterización de Aldo Sax. La suya es la típica voz en off en primera persona tan asociada con el género negro, pero teñida de un desagradable tono elitista, sociopático y racista que le aparta de los innumerables sosias de Philip Marlowe que ha generado la cultura popular en los últimos cien años. Y si mencionaba los matices es porque no estoy muy convencido de que Moore haya integrado con éxito ese racismo del protagonista en el conjunto de la historia. Los prejuicios de Sax parecen más un guiño a los de Lovecraft tal y como los expresó en “El Horror de Red Hook” que un factor relevante en el desarrollo y desenlace de la historia.

 

El club nocturno semiclandestino que visita Sax durante su investigación es también una creación notable, descrita a través de breves textos que transmiten muy bien la experiencia pesadillesca que constituye la antesala al auténtico horror. Johnny Carcosa, en particular, es otro personaje brillante, un “hombre” andrógino y sin edad cuyo velo amarillo parece ocultar algún tipo de terrible deformidad y cuya pequeña madre tiene un grimoso parecido a un batracio.

 

El dibujo de Burrows es fluido y con una cualidad muy peculiar: su línea y narrativa es muy clara…y al mismo tiempo muy siniestra. Sus viñetas abundan en detalles bien repartidos por el espacio para que en ningún momento el lector pueda sentirse abrumado o confundido y, al mismo tiempo, transmiten un sentimiento sutil de desasosiego, de ambiente enfermizo y amenaza sin forma. Utiliza una rejilla invariable de dos viñetas alargadas verticalmente en cada página hasta llegar a las visiones provocadas por el aklo, momento en que esa estructura “se abre, como la propia percepción del protagonista, en espectaculares y sobrecargadas páginas-viñeta. Un dibujante menos competente y minucioso que Burrows podría fácilmente haber echado a perder una historia como esta, abundante en texto en primera persona y personajes y momentos que oscilan entre lo inquietante y lo aterrador.  

 

“The Courtyard” es un comic menor dentro de la ilustre bibliografía de Moore, pero es que tampoco aspiraba a ser otra cosa habida cuenta su propósito original: formar parte de una antología literaria. No es descabellado pensar que, de no contar con el nombre de Moore en la portada, ningún editor se habría animado a adaptar esta historia al comic casi una década después de su publicación original como cuento. Es una obra muy correcta y a la que se le pueden sacar pocas pegas, pero que, sin embargo y debido a la multitud de referencias, conceptos y desarrollos que hace Moore a partir de la obra de Lovecraft, no estoy seguro de que pueda ser del gusto de cualquier lector no particularmente interesado no ya en el terror, sino especialmente en ese escritor, cuyo conocimiento añade un nivel de lectura quizá incluso imprescindible para la plena comprensión y disfrute de lo que aquí se cuenta. 

(Finaliza en la siguiente entrada)


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