(Viene de la entrada anterior)
En 2010, siete años después de “The Courtyard” y 84 después de la publicación de “Horror en Red Hook”, Alan Moore vuelve a la mitología lovecraftiana con una miniserie de cuatro números, también publicada por Avatar Press y dibujada por Jacen Burrows, con la diferencia de que en esta ocasión fue él mismo quien se ocupó del guion. Posiblemente, tenía la sensación de haber dejado sin desarrollar a su entera satisfacción algunas de las ideas exploradas en sus obras durante los años anteriores, pero su principal motivación fue algo más urgente y menos glamuroso: necesitaba dinero.
Aquel mismo año, en una entrevista y preguntado por la inminente publicación de “Neonomicón”, declaró: “Curiosamente, es una de las cosas más desagradables que he escrito nunca. Fue justo en el momento en que finalmente me separé de DC Comics por algo terrible que sucedió en relación a la película de “Watchmen”. Después de abandonar DC, Kevin [O'Neill] y yo nos dimos cuenta de que teníamos algunos problemas financieros. Yo tenía que pagar unos impuestos y necesitaba dinero rápidamente. Así que hablé con William [Christensen], de Avatar, y me sugirió que podría ayudarme si me animaba a hacer una miniserie de cuatro números. Y así lo hice”.
Mientras los comentaristas y aficionados disfrutan profundizando en obras como esta, aportando contexto y análisis sobre sus méritos artísticos y referentes culturales, resulta refrescante escuchar a un creador del calibre de Moore, y previamente al lanzamiento de uno de sus esperados comics, admitir con absoluta naturalidad y pragmatismo que lo hizo por dinero. Fue un simple trabajo.
Pero eso no implica automáticamente que “Neonomicón” carezca de virtudes artísticas e intelectuales. En aquella entrevista para la revista “Wired”, Moore siguió ampliando información sobre lo que le llevó a escribir esta historia en particular. Hubiera podido firmar cualquier tontería escrita sobre la marcha en un par de horas y, con tal de poder poner su nombre en la portada, Avatar Press le hubiera pagado un sustancioso cheque. Pero en vez de seguir el camino más fácil –y deshonesto-, escribió un comic particularmente brutal, desagradable y perturbador. “Aunque lo acepté para pagar los impuestos”, dice Moore, “siempre voy a asegurarme de intentar hacer la mejor historia posible. Con “Neonomicón”, como me encontraba en un estado anímico muy misántropo debido a todos los problemas que habíamos padecido, probablemente no estaba en mi mejor momento. Por eso “Neonomicón” es muy negro, y solo uso ‘negro’ para describirlo porque no hay un color más oscuro”.
“Neonomicón” ciertamente carece del ingenio subyacente, o incluso de la ironía, de tantos otros cómics de terror escritos por Alan Moore. Es tan implacable como “From Hell”, pero sin su complejidad estructural ni la ambición narrativa; es más grotesco que los momentos más desagradables de los primeros números de su “Cosa del Pantano” o tan feroz como el nº 15 de “Miracleman”, pero sin el efecto distanciador implícito a la deconstrucción del género que pretenden esas historias.
“Neonomicón” se asemeja más a una película snuff en la que el lector se siente como Alex, de “La Naranja Mecánica”, sin poder apartar la mirada de las horribles imágenes que desfilan ante él. Bueno, en realidad sí puede hacerlo y, de hecho y con seguridad, eso es lo que muchos hicieron tras el segundo número, asqueados por tener que contemplar los horrores de una violación. Sin embargo, esa monstruosa escena no es gratuita, tiene sentido narrativo y contextual: explicar el origen de una terrible bestia que acabará con la especie humana y ampliar el foco sobre el legado de Lovecraft para mostrar lo que éste no se atrevió sino a sugerir.
El terror cósmico o lovecraftiano ocupa un lugar peculiar en la cultura popular moderna. Por su naturaleza, se supone que debe asustarnos o, como mínimo, inquietarnos. No necesariamente en un plano físico sino intelectual o incluso espiritual al obligarnos a cuestionar nuestro propio sentido de la realidad y el lugar que ocupamos en un universo frío e indiferente. A pesar de todos los problemas que tiene la obra de Lovecraft, lo que es innegable es que creó una mitología que se ha incrustado en la cultura popular moderna mucho más allá de los límites que estableció su propia obra. Así, cuanta mayor ha sido su influencia en otros creadores y más aficionados han caído fascinados por su obra (a través de los libros, comics, ilustraciones, videojuegos o incluso algunas adaptaciones audiovisuales), las criaturas e ideas “lovecraftianas” se han convertido en mainstream con todo lo que ello conlleva. Cthulhu empezó siendo una monstruosidad aterradora e incognoscible que no sólo nos matará a todos cuando despierte, sino que ni siquiera se fijará en nosotros mientras lo haga. Ahora es un meme, una mascota que aparece por todas partes y de la que se fabrican incluso peluches.
En el terreno del cómic, el terror cósmico estuvo hasta comienzos del siglo XXI bastante infrarrepresentado. Con la honrosa excepción de “Hellboy” (y sus spin-offs), su presencia había consistido en la adaptación de su representante más conocido y fundador, Lovecraft. Sin embargo y aunque los autores encargados de algunas de esas adaptaciones han sido auténticos maestros (como Richard Corben o Alberto Breccia), normalmente no han sabido –o no han querido- ver que los mejores relatos salidos de la mente de aquél incluyen una tensión psicológica subyacente a menudo subrayada por una sexualidad reprimida y un rechazo a incluir a las mujeres como personajes mínimamente relevantes. Esto último le ha valido a Lovecraft convertirse en blanco de acusaciones de misoginia (y de racismo, por sus explícitos prejuicios trasladados a sus obras). Precisamente por eso, también fue un cebo irresistible para un autor tan iconoclasta como Moore.
Como explica Moore en la esclarecedora entrevista, “Neonomicón” “tiene todas las cosas que tienden a marginarse cuando se trata de Lovecraft: el racismo y el sexo reprimido. Lovecraft hace referencia a ritos sin nombre que son obviamente sexuales, pero nunca los describe. Yo he vuelto a poner todo eso. Hay sexualidad en esto, una sexualidad bastante violenta que resulta muy desagradable (…) Tras leerlo pasado un tiempo después de haberlo escrito, pensé: ‘Hmmm, esto es demasiado desagradable; no debería haberlo hecho. Probablemente debería haber esperado hasta estar de mejor humor’. Pero cuando vi lo que Jacen Burrows había hecho, pensé: ‘¡En realidad, esto es bastante bueno!’ [Risas] Quería volver atrás y leer mis guiones. Y sí, es tan desagradable como lo recuerdo, pero es bueno. Creo que es una visión inusual de Lovecraft que podría molestar a algunos aficionados. ¡O podría molestar a algunos seres humanos perfectamente normales!”
Por añadir algo de contexto, hay que decir que “Neomomicón” es un paso más en la evolución de Moore hacia la representación explícita del sexo. “La Liga de los Extraordinarios Caballeros”, por ejemplo, muestra ya en su primer volumen al Hombre Invisible acechando a las niñas de una escuela y dejando embarazadas a vírgenes en secuencias que quizá pretenden tener un sabor sadomasoquista pero que obvian el hecho de que lo que realmente sucede es una violación. Posteriores entregas de la serie no harían sino potenciar ese aspecto. En un intento de “elevar el estatus literario de la pornografía”, Moore escribió “Lost Girls” una novela gráfica en la que narra las aventuras eróticas de Alicia (el personaje de Lewis Carroll), Dorothy (de “El Mago de Oz”) y Wendy (la compañera de Peter Pan). Pues bien, en “Neonomicón”, nos muestra explícitamente la violación de una mujer por parte de un grimoso monstruo anfibio y una orgía protagonizada por gente corriente.
“Neonomicón” continúa lo narrado en “The Courtyard”, después de que Aldo Sax cayera en la locura a raíz de su investigación, cometiendo un par de horribles asesinatos y siendo internado en un centro de alta seguridad, donde se niega a hablar otra cosa que un extraño idioma que nadie entiende. Su jefe encarga entonces a otros dos agentes del FBI que continúen las pesquisas: Lamper es un hombre negro y casado, y Brears una mujer soltera que está tratando de superar una adicción al sexo. Sus pesquisas les llevan a realizar una redada en el club Zothique para después acudir a casa de Johnny Carcosa y encontrar allí a su extraña madre muerta de una forma grotesca. Las pistas les conducen hasta una tienda ocultista de Salem, Massachussets, que resulta ser la tapadera de la misma secta que provocó el incidente de Red Hook en los años 20. Tratando de infiltrarse mientras celebran una de sus orgías rituales en unas estancias subterráneas, son descubiertos. Lamper muere rápidamente y Brears es violada y entregada como juguete sexual a una monstruosa criatura anfibia de forma humanoide.
Como siempre, Moore presta una atención especial a la caracterización de personajes y el detalle con el que está hilada la trama y organizada cada escena y cada diálogo, mostrando un control global de la narración difícil de igualar por otros guionistas pasados y presentes. Vuelve a aparecer aquí Johnny Carcosa, un ser que se desliza entre dimensiones y cuya boca, como ya vimos en “The Courtyard”, está permanentemente oculta bajo un velo, un recurso tan sencillo como eficaz a la hora de provocar desasosiego en el lector.
También reaparece Aldo Sax en el rol de “Hannibal Lecter”: un hombre supuestamente muy peligroso aunque de actitud y aspecto educado y calmo, recluido en un centro de alta seguridad. Sin embargo, y como dice Lamper después de haber tratado de sonsacarle alguna información: “Acojona, pero no es como creía que iba a ser. Creía que iba a ser más en plan Hannibal Lecter, ya sabes, un tío que te acojona y te hace estar en vilo pensando “¿Y ahora qué va a hacer?”. Sin embargo, uno piensa más bien al verlo: “¿Pero qué cojones le ha pasado?”.
Y es que a Moore no le interesa contarnos la versión Hollywood de una investigación del FBI. Es como si el espíritu de Lovecraft hubiera imbuido esta historia de una horrenda ansiedad de la que resulta imposible evadirse. Todo se dirige hacia una desesperación irresistible en lugar de hacia un clímax repleto de acción y sorpresas y una resolución que cierre convenientemente la historia. La agente Brears, tan atormentada como inteligente y eficaz, se ve forzada a desempeñar un papel pasivo muy alejado de los de las intrépidas heroínas de las películas. Ella es la víctima, no la salvadora, y aunque su sufrimiento tiene un comienzo, un desarrollo y un final, en ningún momento ella ejerce control alguno sobre las fuerzas que la utilizan. La revelación que ella hace en la última escena nos quita la venda que Moore había colocado hábilmente en nuestros ojos: Brears no es la protagonista de esta historia, al menos en un sentido cósmico, sino el mero receptáculo de algo mucho mayor y terrible. Ella es, casi literalmente, la antítesis de la Virgen María.
Y ahí es donde Alan Moore nos deja al final del comic, expuestos a los brutales horrores que acechan bajo la superficie del mundo que perciben nuestros sentidos y nuestra mente, con un monstruo cósmico flotando en su líquido amniótico multidimensional. Moore dijo que estaba de un humor de perros cuando escribió “Neonomicón” y se nota. En las páginas finales de la historia no queda espacio para la esperanza. Sin necesidad de decirlo explícitamente, Moore se las arregla para proyectar en nuestra mente la película de los terrores que están por venir a partir de esa “conclusión”. Todos estamos condenados.
Más incluso que en “The Courtyard”, “Neonomicón” incluye abundantes referencias no sólo a Lovecraft (al que los personajes de la historia consideran un escritor que aprovechó para sus ficciones eventos reales de los que tuvo noticia) y su obra, sino también a los trabajos de otros escritores de terror contemporáneos. No cabe duda alguna de que Moore no sólo es un aficionado a este tipo de literatura sino un profundo conocedor de la misma. Ahora bien, no estamos ante una lluvia de guiños cuya única meta sea la de ser reconocidos por otros amantes del horror cósmico, sino que se trata de información relevante para la trama. Lo que Moore hace desde el principio con esas referencias es sembrar las semillas de un misterio para el que la policía aplica su metodología habitual, aunque ésta resulte inadecuada para comprender realmente la naturaleza y extensión del peligro que afrontan. Y así, conforme se desarrolla la historia, los agentes involucrados no pueden sino experimentar confusión y terror al tomar conciencia de que están sobrepasados por la situación.
Moore entiende perfectamente lo que debe de ser el horror cósmico. A los protagonistas no les ocurren cosas malas sino terribles: asesinatos, torturas, violaciones, embarazos no deseados… Las sectas no están formadas aquí por fantoches encapuchados que celebran ritos en antiguos templos, sino por un puñado de gente corriente que trabaja en una tienda y que se entrega a siniestras orgías. Investigar el misterio no lleva a descubrir respuestas, sino a toparse con más preguntas para las que nunca tendrás respuestas. Y si las encuentras, será solo después de que tu mente se haya descompuesto.
Burrows mejora aquí considerablemente respecto a “The Courtyard” y, aunque pueda achacársele cierto estatismo y frialdad en sus figuras, en mi opinión lo compensa sobradamente por la minuciosidad con la que dibuja cada escena, su capacidad para llenar de detalles y elementos cada viñeta sin avasallar visualmente y su dominio del espacio y el tempo narrativos. A priori, podría pensarse que el dibujo limpio y preciso de Burrows no se adecuaría bien a una historia tan oscura y terrorífica como esta, pero lo cierto es que, siendo fiel a su propio estilo, demuestra ser capaz de representar tanto la faceta más oscura del ser humano como la absoluta repulsión y monstruosidad de las cohortes de Cthulhu.
Es obligado destacar que su dibujo no huye ni camufla el sexo o la violencia, mostrándolos tal y como son pero sin caer en exhibicionismos gratuitos. La violación no tiene un ápice de erotismo, no es una escena excitante sino horrible. Por otra parte, Brears es miope y en esaa escena no lleva ni gafas ni lentillas, lo que le permite a Burrows jugar con su borroso punto de vista para potenciar el suspense en relación al aspecto de la criatura a la que se ha convocado para que participe en la orgía. Burrows hace un excelente trabajo en toda la serie, pero es en una secuencia tan delicada como esta donde demuestra tener auténtico talento.
The Courtyard” y “Neonomicón” (hoy habitualmente publicados ya en un solo volumen), fueron las obras más sombrías, desagradables e implacables escritas por Alan Moore hasta entonces, un material que llega tan lejos como es posible para un comic mainstream. Desde luego, no son tebeos aptos para almas sensibles o mojigatas a las que les cueste admitir que están disfrutando con un material desconcertante, perverso e incómodo, pero también entretenido, inteligente y subversivo.
Puede que “The Courtyard” y “Neonomicón” no vengan firmados por el mismísimo Lovecraft, pero ambas obras (que en realidad conforman una sola) pueden contarse sin duda como orgullosas aportaciones a los mitos de Cthulhu y citarse como una de las mejores traslaciones al comic de esa particular cosmogonía.
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