El concepto de gente ordinaria dotada de poderes extraordinarios cuenta con una larga solera dentro de la Ciencia Ficción. No hablo de superheroes, los cuales han conformado ya desde hace mucho tiempo un subgénero propio con tropos característicos (uniformes reconocibles, identidades secretas, adhesion a una causa noble y unos principios virtuosos, adversarios megalómanos…), sino de individuos que han obtenido ciertas capacidades sobrehumanas justificadas “científicamente”, como la propia evolución de la especie, una mutación extraña o transformaciones fisiológicas producto de experimentos, accidentes o intervención de alguna fuerza extraterrestre.
Si
semejantes seres vivieran entre nosotros, la reacción de gobiernos y sociedades
probablemente sería la de envidia, desconfianza, inseguridad o directamente
miedo. Por eso este tipo de ficciones se han utilizado a menudo y de forma
natural para crear alegorías de la marginación de ciertos colectivos en nuestro
mundo, ya sea por razones de religión, género, raza u orientacion sexual. Muchísimas
novelas, series, comics y películas, desde “Juan Raro” (1934) y “Slan” (1940) a
“Héroes” (2006-2010) o “Sense8” (2015-2018) pasando por el amplio universo de
los X-Men han optado por presentar colectivos que, pese a sus capacidades y su
deseo de utilizarlas para el bien, son perseguidos por un gobierno infectado por
los prejuicios de la sociedad que representa.
El problema
con esas ficciones, claro, es que juegan con las cartas marcadas. Dado el
mensaje que pretenden transmitir, son historias pensadas para despertar en el
lector o espectador simpatía por el colectivo perseguido, presentando a sus
integrantes como víctimas inocentes del odio y la ignorancia de la mayoría. Sin
embargo, si realmente llegara a darse una situación semejante, lo más normal
sería pensar que esos poderes acabaran, en el mejor de los casos, en manos de
gente normal y corriente, con sus respectivos complejos, necesidades e
inclinaciones que no tendrían por qué incluir un sentimiento de responsabilidad
en el uso de aquéllos y su uso para la defensa del débil. Si muchos ganadores
de la lotería despilfarran alegremente un dinero que no han tenido que
esforzarse para ganar, ¿por qué alguien no particularmente atractivo, por
ejemplo, debería ejercer con responsabilidad, por ejemplo, unos poderes
mentales que le permitirían manipular a otros hombres o mujeres de su gusto y
“obligarles” a mantener sexo con él?
Pues bien,
en “Una Obsesión Perversa”, V.E. (Victoria) Schwab nos presenta un mundo en el
que aquellos que han conseguido poderes los utilizan en su propio beneficio, un
mundo no con heroes sino con villanos que, eso sí, no buscan dominar el mundo
ni vengarse de su nemesis, que se mueven en la sombra y ante los que el resto
del mundo está indefenso. En esa realidad, a estos individuos se les denomina
EO, ExtraOrdinarios, y, aunque se ha organizado un cuerpo de seguridad
gubernamental encargado de rastrearlos y apresarlos, su existencia es
considerada por la mayor parte de la gente como una mera leyenda urbana.
Eliot (Eli) Cardale y Victor Vale se conocieron mientras eran estudiantes en la Universidad de Lockland. Ambos eran jóvenes tan inteligentes como impacientes con la gente corriente, así que terminaron compartiendo piso. La salud mental de Victor no es la ideal. Sus padres, famosos gurus de autoayuda, lo habían utilizado como sujeto para sus libros y esto le había terminado provocando una clara neurosis que se manifestaba en su compulsion por buscar ejemplares de esas obras en bibliotecas como la de la universidad y tachar metódicamente con rotulador indeleble todo el texto excepto aquellas palabras que formaban frases alarmantes para cualquier psiquiatra como "no hay ayuda" o "darse por vencido".
Sus
problemas emocionales, sin embargo, no afectaban a su intuición y capacidad de
observación. Nada más conocer a Eli, percibió en él algo extraño. Aparentemente,
era un estudiante popular, pero bajo la superficie acechaba algo oscuro. Era un
enigma que fascinaba a Victor incluso después de que, involuntariamente, Eli le
robara la novia, Angie. También observó que, cuando se encontraba en compañía
de ésta, Eli no era tan brusco y se comportaba como alguien incluso algo servil.
En cualquier caso, ambos se hicieron amigos íntimos, pero con un trasfondo de
desaprobación mutua, frustración y competitividad. Su amistad obedecía no tanto
a un genuino afecto como a la certeza de que se complementaban de formas que
nadie más podría igualar.
Cuando
llegó el momento de elegir la tesis de fin de carrera, Eli se decantó por la
posibilidad de crear EOs, apoyándose en la teoría de que esos poderes se
manifestaban en el momento de máximo estrés: la certeza de una muerte
inmediata. Dispuesto a llevar su teoría a la práctica, convenció a su amigo
para que le ayudara a realizar un experimento con él mismo como sujeto. Y,
efectivamente, tras su ECM (Experiencia Cercana a la Muerte), Eli se recuperó y
desarrolló poderes. Su teoría era que aquello en lo que piensas al morir, lo
que más deseas, está relacionado con el poder que manifiestas. Eli ansiaba desesperadamente
sobrevivir y se convirtió en un sanador instantáneo, pero su carácter egoísta
hace que ese talento sólo funcione sobre sí mismo, convirtiéndole en
indestructible y virtualmente inmortal.
Espoleado
por su espíritu competitivo y el aparente éxito de la experiencia de Eli,
Victor se empeña en replicarle. Pero Eli, que ha caído en una extraña apatía
autocontemplativa, le dice que no está preparado y rechaza ayudarlo. Así que
Victor recurre a Angie para que, en uno de los laboratorios de la Universidad,
le lleve hasta la muerte y luego lo traiga de vuelta. Lo logran, pero el nuevo
poder de Victor, manipular los centros de dolor tanto de su propio cuerpo como
de los ajenos, mata accidentalmente a Angie al ser incapaz de controlarlo.
Creyendo que, presa de los celos y la envidia, Victor asesinó deliberadamente a
su novia, Eli lo entrega a la policía para que pase una larga temporada en la
cárcel, donde, siendo difícil determinar la naturaleza de sus poderes –o
siquiera si los tiene- deciden mantenerlo durante años en aislamiento.
Para entonces, Eli, que en el fondo era alguien con ideas religiosas fundamentalistas, ha decidido que los EOs son una aberración contra el orden natural y que Dios le ha encomendado la misión de erradicarlos. Cambia su nombre a Eli Ever (imitando la aliteración del nombre de su amigo y replicando ese tropo tan común del género de los superheroes) y empieza a rastrear individuos con poderes y asesinarlos sin llamar demasiado la atención.
Diez años
después, Victor se evade de la cárcel con ayuda de su compañero de celda, Mitch,
a quien todo el mundo subestima porque tiene un físico de culturista y
abundantes tatuajes, pero que en realidad es un hábil hacker bastante pacífico
(el delito por el que recibió condena fue, precisamente, de tipo informático).
Mientras Victor había pasado todo ese tiempo perfeccionando el uso de sus poderes,
Eli acumulaba nombres en su lista de víctimas, ahora ayudado por otra EO, Serena,
una atractiva estudiante universitaria con el poder de someter la voluntad de
quien desee. Ambos desarrollan una turbia relación de atracción mutua, dominio,
sometimiento y cooperación. Serena utiliza sus poderes para asegurarse la ayuda
de la policía y tener acceso a su archivo de sospechosos, el cual filtran a
continuación para seleccionar posibles objetivos.
Pero cuando
Eli intenta matar a Sydney, la hermana pequeña de Serena, las cosas toman un giro
inesperado. Y es que no sólo el talento de la pequeña (ella y su hermana a punto
estuvieron de morir ahogadas) consiste en resucitar a los muertos, sino que,
fortuitamente, se cruza en el camino de Victor. Éste quiere vengarse de Eli y
Sydney, que solo tiene doce años, le ayuda. Mientras Victor y Eli entran en
rumbo de colisión y se preparan para el encuentro definitivo, todos aquellos
que les rodean son absorbidos por su malsano torbellino de odio al que algunos
no conseguirán sobrevivir.
Es famoso ese viejo adagio que reza “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Mucha gente hoy se lo atribuye a Stan Lee, que lo utilizó para dotar de motivación a “Spiderman”. Pero, en realidad, se remonta al menos al siglo I. a. C y se ha usado, en referencia a los ámbitos politico, legal y de seguridad pública. Lo que nos plantea aquí Schwab es, precisamente, un gran poder en manos de gente sin ningún sentido de la responsabilidad. Esto no es, como decía al principio, una historia de superheroes. Por eso la saga (porque en 2018 se publicó una secuela, “Una Venganza Mortal”) recibe el nombre en inglés de “Vicious”, que puede traducirse como “depravado”, “corrompido” o, en definitiva, “villano”.
Victor y
Eli se creen héroes y consideran al otro un villano, pero en realidad ambos son
unos sociópatas que buscan justificar sus brutales actos con argumentos nobles.
No son malvados hasta la médula, pero pocos villanos modernos lo son. Victor
persigue a Eli para vengarse y Eli mata a otros EOs para asegurar su propia
excepcionalidad. Todo lo demás —detener la masacre de Eli en el caso de Victor;
proteger a los humanos de los arrebatos de los EOs en el de Eli— es sólo
fachada. Aún peor, el precio que todos estos individuos han pagado por sus
poderes es el sentimiento vago pero inevitable de que han sacrificado una parte
de sí mismos relacionada con la propia humanidad, de conexión emocional con
otras personas. ¿Acaso no sucede lo mismo con tantos individuos de nuestro
entorno cuando se les invieste de poderes políticos, legales o empresariales,
por ejemplo? ¿No tienden a verse a sí mismos como situados en un escalafón
superior y ajenos a los problemas y necesidades reales de quienes están “por
debajo”?
Ni Victor
ni Eli están pensados para caer simpáticos al lector pero, lo curioso, es que,
de alguna forma, éste acaba sintiéndose cercano a ellos. Victor, que en ningún
momento se hace ilusiones viéndose a sí mismo como un héroe ni se había
esforzado tampoco antes de obtener los poderes en disfrazar su amargura y
celos, es por ello más consciente de su motivación real que Eli, quien se ha autoconvencido
de que es su deber divino es asesinar EOs hasta que toda esa comunidad secreta
y dispersa sea erradicada. Necesita ser el héroe que se mancha las manos y
condena su alma para salvar el mundo, mientras que Víctor, con razón, es capaz
de comprender que hay poca diferencia entre los dos: “Alguien puede llamarse a sí mismo héroe y aun así andar por ahí matando
a docenas. Otro podría ser tildado de villano por intentar detenerlo. Muchos
humanos eran monstruos, y muchos monstruos sabían cómo fingir ser humanos”.
Y es que uno
de los puntos fuertes de esta novela es la caracterización de sus personajes.
En manos de una autora menos diestra, Victor y Eli habrían sido los tópicos
villanos perversos que causan dolor y desgracia por doquier. Pero en lugar de
recurrir a viejos clichés, Schwab les da a ellos y también a los secundarios
que se ven enredados en su vendetta, una auténtica alma. Los dos adversarios no
son simples villanos de la vieja escuela sino personas que siguen un camino
marcado no por el nefasto destino sino por las decisiones que han tomado en
cada momento, decisiones motivadas por sus respectivas personalidades y
experiencias. Son hombres complicados, tóxicos, manipuladores, cínicos y
enojados con el mundo y consigo mismos, pero también inteligentes y decididos.
Su adquirida condicion de EOs les ha dado una excusa para ser tan arrogantes y
crueles como deseen, pero ya antes de recibir sus poderes distaban de ser las
personas más recomendables del mundo. Donde otros autores optarían por la vía
fácil, Schwab elige torturar prolongada y delicadamente a sus personajes
principales y secundarios, haciéndolos así más interesantes y merecedores del
final que les corresponde, feliz o no, aportándoles matices, rompiendo con los
moldes más convencionales y otorgándoles de este modo un carisma y atractivo
especiales que evitan que la historia caiga en el absoluto nihilismo.
Schwab
perfila a sus protagonistas con pequeños detalles muy reveladores de sus
personalidades. Por ejemplo, la mencionada inclinación de Victor por desfigurar
los libros escritos por sus padres para alterar el significado de las palabras,
lo que nos habla de la maleabilidad que esconde algo tan aparentemente
inmutable como la palabra escrita. La autora nos brinda una perspectiva más
limitada de la mente de Eli y cuando por fin el lector puede empezar a
vislumbrarla, ya es difícil separar la verdad de las opiniones que Victor nos
había transmitido sobre su viejo amigo hasta ese momento.
La otra
gran virtud de la novela es su estructura narrativa y su ritmo. “Una Obsesión
Perversa” avanza de forma gradual pero ininterrumpida, sin momentos en los que
la trama se estanque y, además y en su primera parte, principalmente de forma
no lineal, saltando adelante y atrás en el tiempo a lo largo de un periodo de
diez años entre la universidad, la prisión, la huída de la misma y el momento
presente con el que comienza el primer capítulo. El efecto es al principio desconcertante,
pero también obliga al lector a prestar atención e ir juntando las piezas y
dando sentido a las pistas que va dejando dispersas por los diferentes momentos
temporales y que ayudan a entender, una vez colocadas cronológicamente, la
razón por la que los personajes se comportan como lo hacen. La segunda parte de
la novela se centra mas en el presente, estando las últimas cincuenta páginas
enfocadas a construir el climax.
Schwab sabe también cómo construir las escenas, introducir una revelación y establecer una relación compleja y creíble entre dos personajes. Su prosa es directa, concisa, eficaz y conmovedora cuando corresponde. No cae en las florituras estilísticas ni las descripciones muy extensas. Todo ello hace de esta una novela accesible, fácil de leer y refrescante.
Superficialmente,
“Una Obsesión Perversa” puede parecer una historia más sobre individuos con
superpoderes y cómo éstos afectan a sus vidas y, en este sentido, la impresión
puede ser la de una obra poco original. Sin embargo, esto es principalmente
producto de la sobresaturación de superheroes a la que ha llegado la cultura
popular y que ha devenido en un continuo reciclaje de ideas y la familiaridad
con las mismas por parte del público generalista. Pero si se analiza más
detenidamente, lo que encontramos es una deconstrucción del mito del superhéroe
apoyada en un interesante estudio de personajes y que aborda temas como el
poder y la corrupción que engendra, el carácter autodestructivo de la venganza
y la envidia, la fina línea entre la cordura y la locura y entre lo ético y lo
inmoral. Es, sin duda, una historia oscura, pero la inclusión de ciertos
personajes que consiguen mantener vivos sus mejores rasgos a pesar de las
arenas movedizas morales en las que se ven inmersos, la salva de caer en el más
absoluto pesimismo.
Además,
“Una Obsesión Perversa” es una novela atemporal, no sólo en cuanto a la edad
recomendada para entenderla y disfrutarla, sino también en su capacidad para
trascender su época y permanecer fresca con el paso de los años gracias a sus
temas universales, su estilo ameno y unos personajes bien construidos. La mejor
Ciencia Ficción es aquella que nos hace cuestionar nuestros propios valores y
creencias. Los dos protagonistas de la historia han de enfrentarse a una
pregunta eterna: ¿Qué convierte a alguien en un héroe? ¿Cómo se crea un
villano? Y quizás lo más peliagudo: al utilizar cualquier medio disponible para
intentar detener a un villano, ¿no te estás convirtiendo tú en uno? Victoria
Schwab nos dice en la novela que “No hay
hombres buenos en este juego”. Y tiene razón. Pero claro… ¿Qué constituye
el bien? ¿Quién tiene la autoridad indiscutible para decir qué es lo correcto y
qué no? La novela no ofrece respuestas pero desafía al lector a que reflexione
sobre ello.
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