En 1968, Paul R.Ehrlich tuvo un éxito inesperado con su libro “La Explosión Demográfica” (el título en inglés, más melodramático, era “La Bomba de Población”). En ese ensayo, el autor (o autores, porque lo escribió junto a su esposa, Ann, a la que no acreditó siguiendo las exigencias de la editorial Ballantine Books), aseguraba que si la tasa de natalidad seguía en los mismos niveles, en las dos décadas siguientes se producirían hambrunas y muertes por todo el país. Defendía la adopción de medidas extremas para impedir un mayor aumento de la población, por ejemplo, prohibiendo que las parejas tuvieran más de dos hijos, esto es, cubriendo la tasa de reposición. Como su propio título indicó, el libro cayó como una bomba en la sociedad estadounidense y vendió más de dos millones de ejemplares aun cuando fue furiosamente criticado tanto por la extrema derecha como por la izquierda norteamericana.
Ya en su momento, se tildó a Ehrlich de alarmista y hoy, más de medio siglo después de la publicación de su ensayo y, dado que sus predicciones no se han cumplido, resulta tentador verlo como otro embaucador cuyo apocalipsis nunca llegó a suceder pero que se llenó los bolsillos alimentando el miedo ajeno. Ahora bien, bromas, agendas políticas y críticas aparte, “La Explosión Demográfica” sigue ofreciendo hoy algunas ideas que no han perdido vigencia, como que la Tierra tiene una capacidad limitada para sostener una civilización consumista y hambrienta de recursos naturales que sólo se regeneran en periodos muy extensos.
Y, desde luego, lo que sí hizo el libro de Ehrlich fue, vía la polémica y debate que suscitó en la sociedad norteamericana de su época, alimentar la imaginación de los guionistas de cine. Cualquiera sabe que las películas reflejan los contextos sociopolíticos que las ven nacer y eso es lo que ocurrió, particularmente en el ámbito de la CF cinematográfica previa al advenimiento de “Star Wars” (1977).
Los subgéneros predominantes de las películas de este periodo fueron los distópicos y apocalípticos. Además de la saga de “El Planeta de los Simios” (1968-1973), encontramos la crítica social de “Zardoz” (1974) o la sátira de “La Carrera de la Muerte del Año 2000” (1975), así como un buen número de films que, de forma más o menos explícita, giraban alrededor de la superpoblación, sugiriendo “soluciones” drásticas para aliviar el problema: el telefilm “El Día que Requisaron a los Niños” (1971), “THX 1138” (1971), “Cuando el Destino nos Alcance” (1973), “La Fuga de Logan” (1976) o la que ahora nos ocupa: “Z.P.G. Edicto Siglo XXI: Prohibido Tener Hijos”.
En un futuro indeterminado, el aire está tan contaminado que apenas se puede ver a algunos metros y es imprescindible llevar mascarilla de oxígeno, la comida se sirve en tubos y los animales y plantas están extintos desde hace décadas. Todas las naciones del mundo acuerdan el Edicto de Crecimiento Cero, en virtud del cual se prohíbe a la gente tener hijos durante los siguientes treinta años. Las mujeres ya encintas deben registrarse en el Departamento de Seguridad del Estado”.
Si durante ese periodo de tres décadas una mujer queda embarazada, tiene dos alternativas: puede informar de su circunstancia al “Ab Lab” o Abortion Lab; o puede abortar en su propio domicilio gracias a un nuevo electrodoméstico instalado en todos los cuartos de baño. Pero si, por el contrario, decide seguir adelante con el embarazo y es descubierta, ella y su marido –y también su hijo si éste llega a hacer- son capturados en plena calle y ejecutados sumariamente en la vía pública por el método de asfixiarlos bajo una cúpula de plexiglás. Aquellos ciudadanos responsables que denuncien estas transgresiones, recibirán raciones extra de alimentos.
A pesar de las graves dificultades de ese futuro, muchas compañías han descubierto la forma de seguir generando beneficios. El “MetroMart” es una tienda en la que se puede comprar por televisión y que hace fortuna convenciendo a unos ciudadanos descreídos de que compren árboles de navidad. Y luego está “Babyland”, una tienda en la que venden pequeños androides con forma de niños y niñas y cuya misión es paliar la angustia que la prohibición de tener hijos genera en los matrimonios. Su lema es: “Acuden a nosotros como un hombre y una mujer y se marchan como una familia”. Una de las escenas más horripilantes de la película es aquella en la que colas interminables de parejas esperan para recibir estos muñecos, que hacen sonidos mecánicos imitando a los de un bebé auténtico, caminan, hablan y exigen atención con unos ojos tan muertos como los de un pez.
La pareja compuesta por Russ (Oliver Reed) y Carol McNeil (Geraldine Chaplin), trabajan en un museo participando en recreaciones costumbristas con las que ilustrar a los visitantes cómo se vivía en el siglo XX. Acuden al centro de reparto de niños mecánicos, pero Carol no puede soportar la idea de sustituir a una criatura de carne y hueso por otra artificial y se niega a recibir una. Se obsesiona con la idea y, finalmente, decide no utilizar la máquina abortiva doméstica tras mantener relaciones sexuales. Apoyada por su marido –sin que los dos sepan muy bien la gravedad y consecuencias de lo que están haciendo- acondicionan un bunker subterráneo bajo su casa para que ella se esconda durante el periodo de gestación y en el parto. Todo ello lo tienen que hacer sin asistencia médica ni conocimientos, puesto que hasta los libros de la biblioteca relacionados con obstetricia se hallan bajo vigilancia. Aún peor, el niño se verá obligado a pasar su vida oculto en esa oscura guarida. Pero cuando el bebé enferma, Carol, desesperada, sale con él a la calle en busca de un doctor y es descubierta por sus vecinos George (Don Gordon) y Edna Borden (Diane Cilento). Éstos, al principio, acceden a ayudarla a mantener el secreto pero no tardan en exigir compartir al niño y controlarlo.
En el momento de su estreno, la mayoría de los críticos despreciaron a “Z.P.G.” con los mismos argumentos que a “La Explosión Demográfica”. Incluso entre los aficionados modernos a la CF esta es una película que rara vez sale a colación aun cuando plantea cuestiones interesantes, acierta con algunas ideas que se materializarían décadas después y construye una atmósfera de asfixia y desesperación que permanece en el recuerdo del espectador durante más tiempo del que cabría esperar.
Aunque sus valores de producción no le permiten sobresalir por encima de la serie B y que no hay ni una sola escena de acción ni efectos especiales más allá de planos generales y aéreos de la ciudad, “Z.P.G.” tiene algunas virtudes propias de la buena ciencia ficción, en especial presentar al espectador un mundo en el que han cambiado todas aquellas cosas familiares que damos por sentadas en el nuestro. Las escenas exteriores están sumidas en una espesa neblina de smog que obliga a todo el mundo a llevar máscaras; la gente come en los restaurantes una pasta extraída de tubos y se quejan constantemente del sabor… Cuando Carol lleva a escondidas a uno de estos establecimientos un paquete de auténticas verduras, se produce una algarada…
Un momento particularmente chocante es aquel en el que el espectador “visita” el museo donde trabajan los protagonistas. Los animales, incluso los más corrientes como perros, gatos y pollos, están disecados en dioramas; un video lista a los principales criminales del siglo XX, que incluyen empresarios y el Papa; los visitantes contemplan demostraciones de cómo era llenar el depósito del coche con gasolina o acudir al dentista; y Russ y Carol escenifican una cena casera con sus vecinos, George y Edna, dejando claro que practican el intercambio de parejas y que los matrimonios monógamos eran una institución del pasado. En otra escena se ve a gente viendo en un cine un documental donde se muestran imágenes para nosotros corrientes: un picnic, una barbacoa dominical y una cena familiar, contemplados por el asqueado público como actos horrendos de una sociedad derrochadora, zafia e ignorante.
Otra idea digna de mención es cómo la gente reacciona a las grandes pantallas murales instaladas en sus salones, algo que prefigura muchos conceptos de la todavía lejana era de internet. Vemos escenas fascinantes en las que la gente interactúa con televendedores o psicólogos que tratan a sus pacientes a distancia mediante una especie de terapia hipnótica.
De hecho, más que la tesis inicial (un mundo superpoblado en el que se ha prohibido tener hijos), lo más inverosímil de la película, con la perspectiva que da el tiempo, es que todas las naciones de la Tierra se pongan de acuerdo en establecer una prohibición de tener hijos y estén dispuestas a ejecutar sumariamente a quien la desafíe; o que aquéllos más angustiados psicológicamente por tener un niño en sus vidas acepten de grado sustituirlos por muñecos de aspecto bastante inquietante.
Los diseñadores de producción consiguieron dar con una bienvenida variación de ese blanco antiséptico que ya llevaba años dominando las ficciones cinematográficas sobre futuros distópicos desde el estreno de “2001: Una Odisea del Espacio” (1968). La realización es un tanto plana, más propia de la televisión que del cine (el director, de hecho, haría posteriormente buena parte de su carrera en el medio televisivo), aunque hay momentos que están escenificados con cierto gusto artístico, como el del alumbramiento del bebé, narrado a base de siluetas y planos-detalle de objetos esparcidos por el bunker, como si el lugar fuera una caverna prehístórica en el que los protagonistas se hubieran refugiado en un metafórico comienzo.
En “Z.P.G.”, los guionistas Frank De Felitta y Max Ehrlich (sin relación con el mencionado Paul Ehrlich), tomaron las entonces vigentes especulaciones pesadillescas sobre superpoblación y las combinaron con la nueva revolución sexual facilitada en la década anterior por la invención de la píldora anticonceptiva para crear una distopía horrible que sirviera de fondo para una historia ya clásica dentro de este subgénero: la del rebelde que desafía al sistema.
Algunas de las películas mencionadas en relación al tema de la superpoblación venían más o menos lastradas por la confusión de sus mensajes morales. En “Cuando el Destino nos Alcance”, por ejemplo, se describía una sociedad tan superpoblada que recurría a comerse a sus difuntos –debidamente procesados, claro-. En el clímax, el héroe encarnado por Charlton Heston descubría el gran y terrorífico secreto cuidadosamente guardado por el gobierno, pero el espectador podía justamente preguntarse si las protestas del personaje no eran en el fondo inútiles dado que, después de todo, no había más alimento disponible.
En “Z.P.G.” ocurre algo similar. Se nos presenta un futuro contaminado y superpoblado más allá de toda medida y las autoridades no tienen otra salida que imponer medidas draconianas. Y, sin embargo, la pareja protagonista engendra un niño desafiando la prohibición. El dilema moral está claramente expuesto: ¿Pesa más el bien social y que nuestra especie tenga alguna oportunidad de sobrevivir o los sueños y aspiraciones personales de una mujer –o, para el caso, un hombre? Es difícil no pensar que, aunque el acto de Russ y Carol sea una protesta contra los dictados de un sistema cruel, también supone engordar el problema que llevó a la sociedad a esa misma situación; por no hablar del peligro en el que ponen a la criatura. (ATENCIÓN: SPOILER) Igualmente, cuando Russ y Carol escapan por las alcantarillas a bordo de un bote salvavidas hasta una base de misiles abandonada, uno no puede sino preguntarse si esto es una victoria: ¿a dónde pueden huir en un mundo superpoblado y contaminado, en el que en todas partes rigen las mismas leyes y castigos contra los infractores? (FIN SPOILER).
También está el tema del desagrado que le supone a Carol compartir con la otra pareja la alegría que le brinda su bebé. No hay que llamarse a engaño: la película se posiciona claramente del lado de Carol, pero si se rasca un poco más allá de la superficie podemos llegar a otro tipo de reflexiones que nos lleven al terreno de los grises. En último término, lo que ocurre es fácil de entender: Carol y Russ son gente ordinaria incluso en este futuro distópico. Quieren vivir con la mayor libertad posible y experimentar lo que hoy todos podemos, en especial la maternidad/paternidad. No son héroes más grandes que la vida, paladines de los oprimidos que estén dispuestos a todo con tal de derrocar al sistema opresor. Lo único que desean es un bebe. Punto. No piensan en el futuro, no sopesan los pros y contras, las consecuencias de la gratificación personal inmediata frente a la estabilidad colectiva a largo plazo. ¿Y no hacemos eso todos muy a menudo? Cometen varios errores importantes, pero eso solo los hace más humanos y, por ende, más cercanos. Hay momentos en los que resulta muy irritante la improvisación, ignorancia e insensatez con la que toman decisiones, pero al mismo tiempo queda claro su deseo de fundar una familia para llenar el profundo vacío existencial en el que se hallan sumidas sus vidas.
Además del trasunto de teletienda/internet que mencionaba más arriba, hay otros detalles en la película que resultaron de una u otra forma proféticos. Por ejemplo, en las escenas de apertura se ve un aerodeslizador que emite anuncios oficiales a la población y que recuerda mucho –en versión pobre y primitiva, claro- al que diez años después se vería en “Blade Runner” (1982) animando a emigrar a otros mundos. La idea de alentar a los ciudadanos para que espíen y denuncien a sus vecinos es siniestramente parecida a la propuesta que la administración Bush haría en 2002 bajo el nombre de “TIPS” (Terrorism Information and Prevention System), pensada para ayudar a “cada americano a participar activamente en la tarea de la seguridad interior” (programa este que, afortunadamente, fue cancelado tras registrarse numerosas denuncias de medios de comunicación).
Pero más allá de esas similitudes probablemente más casuales que fruto de un intenso trabajo intelectual de especulación, “Z.P.G.” es una película interesante por las cuestiones que plantea en relación a la oposición entre los intereses de la comunidad y los del invididuo. ¿Qué estaríamos dispuestos a sacrificar a título personal para salvar al planeta? ¿Renunciaríamos a nuestro derecho a tener hijos? Aún más, ¿Qué sacrificaríamos en pos de la libertad en general? ¿Y si alcanzar esa libertad supusiera arriesgar el futuro de toda la especie?
La película no siempre expone estos puntos con sutileza o equidistancia; tampoco tiene las respuestas (¿acaso las hay?). Tan sólo las expone de una forma sugerente y a menudo terrorifíca para que pensemos sobre ello. “Z.P.G.” no es una película brillante ni tiene una factura atractiva, pero merece más reconocimiento del que habitualmente se le da.
interesante películas que expones, dan ganas de verla, veré si puedo encontrarla en youtube
ResponderEliminargracias
saludos
La pintas prometedora. Otro punto donde se ve todo lo que hemos cambiado pese a tener los mismos problemas que hace 50 años, sólo que hoy son para mañana y no para el futuro, es que hoy a nadie se le ocurriría una historia en la que se prohíbe a un par de generaciones tener hijos sino una en que se intenta matar a un par de generaciones para solucionar el problema.
ResponderEliminarPrimera noticia de la existencia de esta película, muchas gracias.
ResponderEliminarLos maltusianos se equivocan una y otra y otra vez. Pero todavía se les tiene en cuenta y su opinión es la relevante. Anuncian catástrofes como forma de vida.
ResponderEliminarEntienden los recursos naturales, incluido el espacio, como algo dado y a repartir entre toda la población. Pero el valor de los recursos en realidad es económico.
Su error es extrapolar hasta el infinito. De esa manera cualquier situación llevará al desastre.