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martes, 30 de julio de 2019
2014-ROBOCOP – Jose Padilha
“Robocop” (1987) es un film clásico de la ciencia ficción cinematográfica. En las manos del director Paul Verhoeven, el tópico tema de un ciborg policía se convirtió en un mordaz y sarcástico análisis de aquella época, una sátira de la creciente intrusión del poder corporativo en la sociedad y política americanos. La película ridiculizaba también la militarización de los cuerpos policiales que se produjo cuando el presidente Ronald Reagan autorizó la venta de excedentes militares a los equipos SWAT. La idea de una fuerza de policía privada parecía el siguiente paso lógico tras haber privatizado varias penitenciarías americanas en aquellos mismos años.
El caso es que “Robocop” fue un enorme éxito que generó varias secuelas, como la todavía estimable “Robocop 2” (1990), una ampliación de las ideas expuestas en la original gracias al guión de Frank Miller; y la olvidable “Robocop 3” (1993), así como la decepcionante serie televisiva de animación (1994-5) que sólo duró 23 episodios. Dentro de la franquicia se incluyen también “RoboCop: Prime Directives” (2000), una miniserie de seis horas para la televisión; y varios spinoffs televisivos como “RoboCop” (1988-9) que constó de doce episodios; o “RoboCop: Alpha Commando” (1998-9), con cuarenta entregas.
Ya en el siglo XXI, los productores cinematográficos de Hollywood se embarcaron en una febril tarea de recuperación y actualización de prácticamente todas las películas de terror de los setenta y ochenta de la centuria anterior antes de dirigir su atención hacia la ciencia ficción de esa misma época. Fue en ese contexto que aparecieron los remakes de “La Cosa” (2011) o “Desafío Total” (2012) y reboots de la serie de “El Planeta de los Simios” (2011, 2014). Cuando se anunció el remake de “Robocop” allá por 2010, se creó cierta expectación al apuntar como director al personal Darren Aronofsky, que había firmado hasta ese momento películas como “Requiem por un Sueño “(2000), “El Luchador” (2008) o “Cisne Negro” (2010). Pero una vez desvinculado ese realizador del proyecto y pasados los años, la reacción generalizada de crítica y público ante la finalización de la producción del remake fue de casi absoluta falta de entusiasmo.
La corporación Omnicorp ha cosechado un gran éxito fabricando unidades robóticas de pacificación urbana en zonas de guerra que acompañan y complementan al ejército americano en sus misiones y salvan las vidas de muchos soldados. Sin embargo, en territorio de Estados Unidos, el uso de estas máquinas se topa con el rechazo del Congreso, que se niega a que puedan utilizarse para combatir el crimen y que incluso ha promulgado una ley, el Acta Dreyfus, para prohibirlas. El presidente de Omnicorp, Raymond Sellars (Michael Keaton), se da cuenta de que para convencer al público americano de las bondades de su producto, forzar la derogación de esa ley y vender sus robots a la policía de todo el país, necesita “humanizar” sus androides. Para ello, consulta con su principal experto, Dennett Norton (Gary Oldman) sobre la posibilidad de utilizar a este fin soldados o policías mutilados y compra su voluntad prometiéndole fondos para sus investigaciones médicas con prótesis.
En Detroit, el detective de la policía Alex Murphy (Joel Kinnaman) y su compañero Jack Lewis (Michael K.Williams) siguen la pista de unos traficantes de armas cuando averiguan que éstos reciben soplos y mercancía del propio departamento de policía. Su intento de arrestar al cabecilla del grupo, Antoine Vallon (Patrick Garrow) queda frustrado y Lewis resulta herido. El propio Murphy sufre luego un atentado con una bomba colocada en su coche y queda gravemente mutilado. Omnicorp decide que Murphy sería el sujeto perfecto para su proyecto Robocop. Se reúnen con su mujer, Clara (Abbie Cornish), y le informan de la situación: su marido morirá si no se le inserta en un cuerpo prostético.
Cuando recobra la conciencia –o, más bien, se la conectan-, Murphy se encuentra con que su cerebro ha sido colocado en un cuerpo casi enteramente robótico. Al tratar de convertir a Murphy en una máquina de combate, Norton descubre que las emociones y las decisiones propias de un humano interfieren con la eficacia que se espera de una creación artificial, así que diseña un sistema en el que el ordenador pasa a dirigir mente y cuerpo cuando entra en combate. Para conseguirlo, sin embargo, hay que anular las emociones mediante químicos. Omnicorp ya tiene la herramienta que le permitirá aprovechar la grieta legal del Acta Dreyfus: ésta prohíbe los robots pero, después de todo, Robocop es todavía humano.
Conectado permanentemente en directo a todas las cámaras de vigilancia urbana y los archivos policiales, Murphy comienza una asombrosamente eficaz campaña de arrestos de sospechosos y criminales buscados. Pero conforme sus emociones se abren paso a través de los controles del ordenador, desafía su programación y se empeña en encontrar y arrestar a aquellos que trataron de asesinarlo. Ello le lleva a su vez a enfrentarse con los ejecutivos de Omnicorp que intentan “desconectarlo” al considerar que sus actos guiados por la libre voluntad pueden poner en peligro su misión original: modificar la opinión pública a favor del uso de robots policías. Consideran que con él ya han obtenido la publicidad necesaria, la ley Dreyfus va a derogarse y podrán pasar a lo que realmente les interesa: vender robots. En ese plan, Murphy es un estorbo que hay que eliminar.
Cuando empezaron a verse fotos de producción de la película, le llovieron las críticas por la sustitución de la icónica armadura del héroe por un exoesqueleto más estilizado, negro y con un aire futurista que le hacía parecer una especie de ninja acorazado. Los comentarios negativos continuaron tras aparecer el tráiler, al cual se acusó de carecer de escenas de acción originales. Se puso el grito en el cielo cuando los productores recortaron el grado de ultraviolencia del film original -y que le había merecido una calificación “R”- para obtener un más amplio PG-13 (aunque los que protestaron parecieron olvidar que esto ya había sucedido con “Robocop 3”, por no hablar de que la franquicia incluía dibujos animados para niños en los que la violencia era prácticamente de chiste). Y para colmo se filtró que el director José Padilha había llamado a su colega y compatriota brasileño Fernando Meirelles para decirle que estaba viviendo la peor experiencia de su carrera y que todas las ideas que trataba de incluir en la película eran censuradas por los productores, lo que, naturalmente, indispuso al estudio hacia director y película aun cuando Padilha luego hizo declaraciones en el sentido de que algunas de sus aportaciones sí habían sido escuchadas.
La casi invariable insipidez con la que Hollywood había venido actualizando los clásicos del terror con remakes que fracasaban a la hora de impactar y dejar huella en el espectador así como la antedicha corriente negativa que había ido acompañando la promoción de la película, hicieron que las expectativas hacia este nuevo Robocop fueran muy bajas. Y, sin embargo, si se deja de lado la nostalgia ochentera y se aborda esta película con la mente abierta, uno puede llevarse una agradable sorpresa y comprobar que Robocop 2014 no es una mera repetición de la original sino que toca otros temas e introduce suficientes elementos novedosos como para considerarla una historia diferente.
Los productores tuvieron el acierto de contratar al director brasileño José Padilha. Éste era entonces un desconocido en Estados Unidos, especialmente en lo que se refiere al cine de género. Daba toda la impresión de que el estudio lo consideraba un ingenuo al que podía dar instrucciones para que manufacturara una película convencional apoyada en un éxito de los ochenta. Sin embargo, si se mira un poco más allá, Padilha resultó ser una opción peculiar. La mayoría de su trabajo en Brasil había consistido en documentales con un fuerte componente social. Sin duda, lo que llamó la atención de los productores americanos fueron sus dos films “Tropa de Élite” (2007) y su secuela (2010), una dramatización brutal y sin concesiones del trabajo policial en las favelas de Río de Janeiro que incluía una ácida crítica social. Exactamente lo que requería una película de Robocop.
El remake incluye varios cambios respecto al original. Alex Murphy es ascendido de patrullero a detective; su compañero Lewis ya no es una mujer sino un hombre negro. Los criminales que le matan ya no trafican con drogas sino con armas y, en una adición que aporta poco a la historia, están conchabados con miembros corruptos del Departamento de Policía. Todos ellos son cambios meramente cosméticos.
Más interesante, profundo y significativo es que Omnicorp parece una empresa mucho menos perversa que la Omni Consumer Corporation del original. Sigue siendo una compañía mentirosa, manipuladora y codiciosa pero en la versión de 1987, Paul Verhoeven estaba satirizando la filosofía corporativa hasta convertir a sus ejecutivos en auténticos villanos que veían la privatización de la seguridad pública como un medio de enriquecerse y que no tenían inconveniente en reclamar el cuerpo de Murphy como propiedad privada de la empresa. Este matiz ha sido eliminado en la película de 2014 y nos encontramos con que Omnicorp expone con veracidad y le solicita muy educadamente a la esposa de Murphy que firme los papeles que les otorgará el control sobre su cuerpo.
Dejando al margen que hacia el final de la historia los grises desaparecen para caer en el maniqueísmo más ridículo, en el resto del metraje la crítica al pensamiento y método corporativos está presente de una forma más sutil, como que constantemente rediseñen el cuerpo de Robocop en base a los estudios de mercado; que cambien su campaña de imagen cada vez que algo sucede frente a las cámaras de televisión; o que fabriquen al ciborg en un complejo de alta tecnología sito en una provincia china donde, junto a los muros del futurista laboratorio, los campesinos se agachan a plantar arroz con sus manos desnudas.
Quizá el aspecto más fascinante de la película y donde acierta de pleno es a la hora de explorar la naturaleza de la relación que mantiene Murphy con su lado “artificial”. El Robocop original nunca se adentró mucho en este aspecto –Murphy muere, su cuerpo es requisado, despierta como Robocop, es enviado a luchar contra el crimen y al final el lado humano emerge-. El remake amplia esa lucha entre emoción y frialdad, entre libre albedrío y control externo, hasta convertirlo de hecho en el núcleo de la historia. Mientras que en la película ochentera Murphy se ajustaba a su nuevo cuerpo y situación con bastante rapidez, en el remake pasa más de una hora antes de que veamos al protagonista recorrer las calles como Robocop. En este segmento tenemos la excelente e impactante escena en la que el doctor Norton abre la armadura de Murphy para revelar que lo único que queda de su cuerpo orgánico es la cabeza y parte del tórax.
En este proceso resulta un acierto la adición del personaje de Dennett Norton, una figura que no estaba en la película original y que permite explorar cuestiones que aquélla no tocaba. Norton (interpretado por un magnífico Gary Oldman en plena forma) se enfrenta a Sellars sobre cómo tratar a Murphy. Para él, un científico especializado en prótesis que trabaja de forma muy cercana con pacientes, Murphy es un ser humano que lleva un carísimo y complejo sistema prostético. Pero para Sellars, no es más que un robot al que utilizar para luego desprenderse de él. La parte central de la película trata sobre cómo Norton ha de modificar el funcionamiento cerebral de Murphy para que pueda operar con tanta velocidad y precisión como los robots de combate de Omnicorp. En esta versión, Murphy es totalmente humano al conservar intactos todos sus recuerdos y emociones, pero también se nos muestra lo fácilmente que puede modificarse su comportamiento con la adición de unos cuantos implantes cerebrales y la excitación o neutralización química de sus neurotransmisores.
Una de las cuestiones centrales en la película es si Murphy es verdaderamente humano una vez que Omnicorp lo ha rehecho a su conveniencia. ¿Es tan sólo un robot que cree que es Murphy? En una de las secuencias de entrenamiento, se nos dice que cuando opera en modo combate “cree que tiene el control”, pero en realidad es la inteligencia artificial la que realiza los movimientos. “Es una ilusión de libre albedrío”, dice Norton. Pero el guion es lo suficientemente astuto como para dejar al espectador con la duda de si el libre albedrío es siempre una ilusión, especialmente en una situación de estrés. ¿Acaso no hacemos siempre, hasta cierto punto, lo que nuestro cuerpo nos ordena?
Resulta también acertado cómo Padilha acalla todas las críticas que le habían llovido sobre la calificación PG-13. Lo que no tenemos aquí son los excesos sádicos y ultraviolentos de Paul Verhoeven (algo que yo considero en buena medida una mejora). Pero el director, sin caer en lo políticamente correcto, no escatima en tiroteos, muertos y acción. De hecho y debido al coste implicado, el “Robocop” original tenía relativamente pocas escenas de acción. En la nueva versión, por el contrario, tenemos algunos momentos verdaderamente dinámicos, como el tiroteo con drones robóticos en un almacén de Omnicorp o, tomado de “Robocop 2”, la batalla del clímax entre el protagonista y los ED-209. Casi con toda seguridad puede afirmarse que de haber insertado en el trailer pasajes de alguna de estas escenas se habría silenciado a los objetores.
Un temor legítimo era que “Robocop 2014” hubiera pasado por alto la mordiente sátira sobre la política y consumismo que impregnaba la cinta original y se hubiera conformado con ser una película anodina con un superhéroe ciborg. Pues bien, desde la escena de apertura podemos comprobar que no es el caso y que lo que el guionista debutante Joshua Zetumer ofrece es una actualización a la política de los 2010. Si la película de Verhoeven era una hija de los ochenta, esta lo es de la segunda década del siglo XXI. Así, Omnicorp es ahora una empresa que participa en la corriente privatizadora de los ejércitos al estilo de Blackwater o Haliburton, en su caso utilizando robots y personal de apoyo que llevan a cabo misiones de pacificación en la Operación Teherán (apuntando abiertamente a que en un futuro cercano los estadounidenses invadirán Irán), una secuencia en la que se sueltan todos los clichés alrededor de la defensa y expansión de la democracia y la libertad. “Robocop 2014” es una película sorprendentemente política. Mientras que “Robocop” 1987 salpicaba la trama con anuncios televisivos de tono satírico, el remake nos aporta a este presentador de televisión agresivo y patriotero, Pat Novak, modelado a partir de gente como Bill O´Reilly, de la Fox News Channel, que utilizan la nefasta táctica de insertar opiniones partidistas en lo que supuestamente son boletines de noticias. En un momento determinado, Novak (Samuel L.Jackson) se refiere a los robots empleados en Irán como “drones”, haciendo una clara asociación con la deplorable práctica de asesinatos a distancia con esos dispositivos en Oriente Próximo.
Igualmente destacable es cómo aborda la película el tema de la sociedad de la vigilancia. Este Robocop tiene la capacidad de descargar en su cerebro los archivos policiales y cruzarlos instantáneamente con todas las cámaras urbanas de vigilancia repartidas por la ciudad. Es un recurso narrativo útil pero absurdo desde el punto de vista de la lógica. Es implausible que el pequeño procesador conectado al cerebro de un hombre pudiera realizar tal labor más rápida y eficientemente que un ordenador de mayor capacidad en la central de la policía. Y en tal caso, ¿por qué no se había hecho antes y tuvieron que esperar a crear un Robocop?
Pero dejando aparte esto, la película da una buena perspectiva de los tiempos que vivimos, tiempos en los que todo está vigilado: software de reconocimiento facial, escaneado instantáneo de matrículas de vehículos, población controlada por cámaras omnipresentes y acceso a los metadatos de los archivos contenidos en dispositivos electrónicos portátiles. Mientras que en el mundo real, la recolección masiva de esta información por parte de instituciones gubernamentales como la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana ha causado preocupación sobre lo que es en el fondo una intrusión en la privacidad de los ciudadanos, aquí tenemos un nuevo superhéroe que es aclamado cuando recurre a esos métodos en su trabajo de defensor de la ley. El guión está escrito para que el espectador se ponga de parte de Robocop y aplauda cuando realiza arrestos y desarticula las redes de corrupción corporativa, pero opta por no entrar en las consecuencias implícitas e incómodas que de todo ello se derivan, a saber, que lo que nos presentan es casi una sociedad totalitaria que ha renunciado a su privacidad en aras de conseguir seguridad.
Paul Verhoeven satirizaba la sociedad policial que Robocop representaba y defendía, presentándolo como una tosca herramienta que dispensaba justicia brutal sin humanidad ni consideración. Ese abierto y descarnado ataque parece estar ausente de Robocop 2014. A diferencia del negro sarcasmo que alimentaba la película de los ochenta, se diría que esta nueva versión ofrece una visión sarcástica y acertada de la sociedad del siglo XXI, pero deja con la incómoda duda de si está atacándola o defendiéndola.
Es cierto, sin embargo, que conforme avanza la película y el guionista tiene que decidir qué hacer con todas las bolas que ha puesto en el aire, “Robocop” se desliza hacia el campo de la serie B. A pesar de sus excelentes escenas de acción, sus inteligentes ideas y temas aptos para el debate, está claro que ni el guionista ni el director sabían muy bien qué hacer con el final. Hay una subtrama de conspiración que se resuelve de forma excesivamente sencilla; tenemos el arrebato de “esta vez es personal”, que suena mucho a tópico; está Norton, cuya conciencia le atormenta y que amenaza con acudir a la prensa y destapar el pastel. Pero al final nada de todo esto se soluciona de forma satisfactoria y se impone la idea de que el clímax debe consistir en una explosiva escena de acción en la que, para colmo, Raymond Sellars, que se nos había presentado durante toda la película como un ejecutivo de despacho astuto y sociópata, se transforma en un matón genérico con una pistola en la mano y amenazando a la familia del héroe.
“Robocop” 2014 es, en resumen, una conseguida actualización de un clásico de los ochenta que consigue revivir ese arte perdido de las películas inteligentes de serie B: ir un poco más allá de lo que los blockbusters se atreven. Aunque carece del brutal sentido de la sátira y el humor negro de Verhoeven, Padilha (que probablemente no contó con la misma libertad creativa que el director holandés) sí renueva con acierto el marco general, plantea cuestiones éticas tanto de alcance global (la intervención en países extranjeros, la utilización de robots e inteligencias artificiales en tareas tradicionalmente desempeñadas por humanos, el uso y abuso de información privada por parte de instituciones públicas o privadas, la manipulación de la política y la opinión pública por parte de los medios de comunicación al servicio de empresas privadas) como individual (la experimentación con humanos, los límites de la fusión hombre-máquina, la difícil posición del científico honesto en la estructura de una corporación con sus propios fines) y pone en escena una película con un diseño, una factura visual y un ritmo a los que se les puede sacar pocas pegas en lo que a entretenimiento se refiere. Es cierto que el último tercio del film no escapa de los tópicos de los thrillers de acción, pero aún así puede considerarse un remake muy superior al de otras películas clásicas de CF (como el de “Desafío Total”, por ejemplo), aunque sin llegar a la calidad de otros (como los de “El Planeta de los Simios”).
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