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lunes, 1 de julio de 2019
1975- ESPACIO: 1999 (1)
Revisitar la televisión de la infancia es una experiencia que a menudo resulta decepcionante. Al niño de los sesenta o setenta podían fascinarle las aventuras de “Buck Rogers en el siglo XXV” (1979), pero hoy esa serie no oculta lo que siempre fue: una space opera de segunda que parasitaba el éxito obtenido por “Star Wars”. Si la “Battlestar Galactica” (2004) de Ronald Moore ha pasado a ser un clásico imprescindible del género, su predecesor de los setenta es ahora, incluso con el auxilio de la nostalgia, difícilmente digerible tanto por sus personajes como por sus tramas. Incluso las encarnaciones originales del Doctor Who no resultan recomendables más que para fans incondicionales del héroe espaciotemporal.
¿Ocurre lo mismo con la británica “Espacio: 1999”? Desgraciadamente sí, pero el estilo espectacular y al tiempo sobrio y la decisión de sus creadores de dar prioridad a las ideas sobre la pirotecnia visual, impiden que la serie caiga en la estupidez más absoluta a pesar de la implausibilidad de su premisa y lo endeble de muchos de sus argumentos. Al menos en su primera temporada, “Espacio: 1999” supo esquivar las batallas láser y combates espaciales para tratar de construir guiones alrededor de conceptos complejos.
Gerry Anderson, figura seminal en la historia de la televisión y del propio género de la CF, era ya entonces muy conocido por sus programas realizados con marionetas, de todos los cuales “Thunderbirds” fue el más popular, descubriendo la ciencia ficción a generaciones de muchachos que miraban extasiados sus futuristas vehículos y bases secretas. Pero su ambición siempre había sido ascender a la división de aventuras en imagen real. Ya en 1960, había producido y dirigido un thriller con actores reales llamado “Crossroads to Crime”. No tuvo muy buena acogida, pero para finales de los sesenta, el éxito de Anderson gracias a sus Supermarionetas era tal que pudo producir el film de ciencia ficción espacial “Más Allá del Sol” (1969), dirigido por Robert Parrish, en el que unos astronautas viajan a un planeta recién descubierto solo para encontrar que es una réplica exacta de la Tierra. Sus siguientes incursiones en la imagen real fueron las televisivas “Ovni” y “Espacio: 1999”.
“Ovni” transcurría en el futuro cercano y narraba la resistencia humana a las incursiones alienígenas en la Tierra para cosechar órganos. Aunque funcionó bien tanto en el Reino Unido como en el extranjero, la sucursal americana de ITC, la cadena productora, se quejó de que la serie resultaba demasiado oscura y estaba más basada en los personajes que en la acción. Aún así, comentaron muy favorablemente el quinto capítulo, que estaba ambientado en la Luna y que había tenido muy buena aceptación, pidiendo que en la segunda temporada la base principal se trasladara al satélite.
Por tanto, Anderson propuso resituar la acción en el futuro, renombrarla como “Ovni: 1999” y basarla en la lucha contra una amenaza extraterrestre. Pero cuando el trabajo para ese segundo año ya estaba en marcha, los ratings de audiencia de “Ovni” en Estados Unidos descendieron tanto que Lew Grade, presidente de ITC, decidió paralizar su continuación. No obstante, Anderson lo convenció para que todo lo ya hecho pudiera reconvertirse en un producto nuevo y así se contrató a George Bellak, un guionista veterano de la televisión americana (“Cannon”. “N.Y.P.D.”), para refinar el concepto original. Bellak cambió varias de las ideas y escribió su propio guión para un posible episodio piloto en el que ya aparecían bastantes de los elementos que acabarían formando parte de “Espacio: 1999”. Se esperaba que sus aportaciones ayudaran a vender la nueva serie en el mercado estadounidense. Las series de CF, especialmente si tenían un buen nivel técnico, eran muy caras de producir y la única forma de recuperar la inversión era venderlas a otros países. Debido al tamaño de su mercado televisivo, Estados Unidos era el objetivo, especialmente en un momento en el que éste parecía receptivo a la ciencia ficción.
Y es que cuando la NBC canceló “Star Trek” en 1968, lo hizo por considerar insatisfactorios sus índices de audiencia. Simultáneamente, en aquellos últimos años setenta, muchas cadenas locales buscaban desesperadamente programas sindicados con los que rellenar sus parrillas. Y fue allí donde “Star Trek” encontró un segundo y próspero hogar, emitiéndose continuamente en cadenas de todo el país y calando en la sociedad norteamericana hasta niveles nunca antes vistos. Su éxito en el mercado sindicado llevó a su vez a la demanda de otras series de CF. Y en ese hueco es donde querían entrar Gerry Anderson y la ITC con “Espacio: 1999”.
La nueva serie comenzó su andadura rodeada de gran expectación. Su preproducción llevó dos años, el rodaje quince meses (de diciembre de 1973 a febrero de 1975), se invirtió en ella una fortuna en efectos especiales (fue el programa más caro producido por la televisión británica hasta ese momento) y se puso gran énfasis en el diseño visual. No es de extrañar que se esperara de ella el convertirse en una de las odiseas espaciales para adultos más importantes de la televisión. Pero después de 48 episodios distribuidos en dos temporadas, resultó que el programa no había conseguido encontrar su público. Tuvo cierto éxito en Estados Unidos, Japón, Francia o Italia, pero su mercado de origen, Gran Bretaña, se mostró primero titubeante y luego indiferente.
La premisa que planteaba el episodio piloto era tan simple como increíble cuando no directamente ridícula, pero si uno puede pasar ese “detalle” por alto, la situación que plantea ofrece posibilidades interesantes desde el punto de vista psicológico y de dinámica social. Tras veinte años de almacenamiento en la Luna de residuos nucleares generados en la Tierra, éstos explotan y sacan al satélite de su órbita. Los trescientos habitantes de la colonia científica lunar Alfa, son arrastrados con él hacia el espacio profundo. Como decía, que la Luna no se fragmente por semejante cataclismo, se convierta en una especie de plácido vehículo de transporte para los personajes y siempre goce de luz solar por muy lejos que estén de nuestra estrella, constituye una premisa absurda.
Lo interesante es que, salvo un puñado de pilotos, ninguno de los residentes en la Base Alfa es astronauta, explorador o aventurero, sino científicos de distintas disciplinas, astrónomos, físicos, informáticos, los imprescindibles médicos, técnicos o diversos burócratas encargados de la administración. Todos ellos estaban a la espera de regresar a la Tierra tras cumplir un largo periodo de servicio en la base cuando de forma absolutamente inesperada se encuentran vagabundeando por la galaxia sin muchas esperanzas de volver a ver sus hogares.
Empieza entonces un largo viaje en el curso del cual los “alfas” irán encontrándose con alienígenas más o menos hostiles, fenómenos cósmicos (agujeros negros, fracturas temporales hacia tiempos pasados o universos alternativos) y extraños mundos. La serie discurría, por tanto, como una especie de “Star Trek” británico, un conjunto de personajes en un viaje de descubrimiento en el que cada semana debían enfrentarse a un desafío o amenaza. Dado que es prácticamente imposible que puedan regresar a la Tierra, ponen su esperanza en encontrar un planeta habitable en el que asentarse y comenzar una nueva vida. Al mismo tiempo, la cadena de mando va diluyéndose y los miembros de la “tripulación” comienzan a tratarse más como familiares que como colegas de trabajo sujetos a una jerarquía militar. Sí, es absurdo que dadas las distancias astronómicas, la Luna encuentre a su paso tantos mundos, pero esa es la suspensión de incredulidad que la serie exige del espectador. Si no se es capaz de olvidar esa imposibilidad científica para concentrarse en la premisa de cada episodio, lo mejor es no abordar este programa.
Una de las condiciones que había impuesto una de las cadenas americanas de difusión nacional para comprar la serie era que los actores fueran caras conocidas para los telespectadores de ese país. Es por eso que los dos papeles principales estaban interpretados por sendos actores estadounidenses, matrimonio además en la vida real, que ya habían participado juntos anteriormente en “Misión Imposible”. Martin Landau encarnaba al honesto y algo frío comandante John Koenig, al mando de la Base; y Barbara Bain a la oficial médico, la doctora Helena Russell. A diferencia del Bones de “Star Trek”, Russell era una experta en casi todo, diagnosticando los problemas médicos tan fácilmente como los psicológicos, interpretando sueños y dilataciones temporales.
Completaba el trío protagonista el actor de teatro anglocanadiense Barry Morse como el paternal jefe científico, Victor Bergman, aportando un aire de serenidad que equilibraba el tono melodramático de los episodios. Es él quien hace las preguntas clave y se cuestiona el por qué de todo. Resulta asimismo curiosa su interacción con David Kano (Clifton Jones), el técnico que opera la enorme computadora de la base, un largo panel vertical repleto de teclas, conmutadores y lucecitas parpadeantes que da sus respuestas o bien vocalizándolas o bien escupiendo una tira de papel como si fuera un cajero automático. Mientras que Kano depende de la máquina para todo, Bergman hace los cálculos a mano y de cabeza sobre un tablero blanco, utilizando su propia intuición.
Hubo más problemas con la elección de actores. Lew Grade había pactado con la RAI italiana un aporte de dinero a la serie a cambio de la participación de actores de esa nacionalidad. Se viajó a Roma, se realizó un casting, Martin Landau puso problemas en los primeros ensayos, el dinero italiano se retrasó… Es por eso que uno de los principales secundarios, el piloto Alan Carter, acabó siendo interpretado por el australiano Nick Tate. Los actores italianos, incorporados tarde a la producción, sólo encontrarían hueco como “artistas invitados” en ciertos episodios.
Desafortunadamente, tanto protagonistas como secundarios hacen un papel mediocre y el apartado interpretativo es uno de los puntos débiles de la serie. Era como si los actores se sintieran ridículos debido a las situaciones en las que los colocaban los guiones, de los cuales a menudo tenían una pobre opinión, tal y como declaró Barry Morse. Landau era un excelente actor, pero no estaba hecho para ese personaje y su esposa no estaba ni de lejos a su altura. Aún peor, ambos forzaron en su contrato una cláusula en virtud de la cual, por cada tres minutos que Landau estuviera en la cámara, Bain debía estar dos. Esto no sólo limitaba la participación de otros personajes en las tramas sino que entorpecía narrativamente el desarrollo de éstas.
No solamente la premisa de partida era ridícula por imposible, sino que, como hizo notar Isaac Asimov, la ciencia del futuro que aparecía en la serie era ya entonces y de forma evidente en exceso avanzada para un año 1999 que no quedaba tan lejos. En cuanto a la tecnología, no encontramos aquí comunicadores universales o Tricorders como los de “Star Trek”. Todo el mundo lleva encima un dispositivo llamado CommLock, que sirve tanto para efectuar videollamadas como mando de control remoto con el que abrir las puertas y que están programados de acuerdo al perfil de seguridad de su portador. Lo cual da lugar a ciertos problemas porque ¿qué ocurre si necesitas urgentemente abrir una compuerta y te has olvidado o no funciona tu CommLock? Eso es precisamente lo que pasa en el capítulo “Otro Tiempo, Otro Lugar”. Por otra parte, muchos de los episodios utilizaban la sobada fórmula de la ciencia ficción espacial televisiva: se descubre un planeta, anomalía cósmica o especie alienígena; se discute e investiga el problema que plantean y se llega a una solución bastante absurda sacada de la chistera.
Eso sí, visualmente, “Espacio: 1999” fue una delicia en su época, con una factura muy superior a la de “Star Trek” u otros productos de CF contemporáneos. Los Anderson siempre habían cuidado de forma especial este apartado y aprovechando su experiencia y para mantener el nivel contrataron a un viejo conocido suyo y colaborador en los “Thunderbirds”, Brian Johnson. Fue él quien se encargó de los espectaculares escenarios –junto a Keith Wlson- y efectos especiales. Johnson había trabajado también como ayudante en “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) y luego pasaría a intervenir en películas como “Alien: El Octavo Pasajero” (1979) o “El Imperio Contraataca” (1980), lo cual ya nos da una idea de la capacidad de este profesional. De hecho, bastante del estilo visual de la serie bebía de la película de Stanley Kubrick, como se puede apreciar en el aspecto, colores y diseños tanto interiores como exteriores de la Base Alfa y las naves Águila, una mezcla de plástico y metacrilato a caballo entre Ikea y el estilo atómico de mediados del siglo XX y que le dio a “2001” su influyente estética.
Hay que decir, no obstante, que los efectos especiales, que en su momento fascinaron a toda una generación de niños, no han envejecido demasiado bien y las sucesivas ediciones en DVD y BluRay, cada vez con mayor definición de imagen, no han hecho sino socavar la ilusión dejando en evidencia las maquetas, la madera pintada y el cartón piedra tras las instalaciones de la Base Alfa, los Águila o los paneles de control.
Uno de los aspectos más extraños y hoy caducos de la serie era la música funk que acompañaba a la entradilla y que ya entonces contrastaba con la austera presentación y desarrollo de las historias que la sucedían. La música se superponía a un montaje de escenas extraídas del propio episodio, un recurso que Ronald Moore admitió haber copiado de aquí para su “Battlestar Galactica”.
También de Kubrick tomaron los guionistas su ambición metafísica para algunas historias. De hecho, varios de los argumentos revelaban cierta fascinación con el futurismo místico tan popular en los setenta. El segundo episodio, por ejemplo, “Cuestión de Vida y Muerte”, replica en lo esencial la película “Solaris” (1972), de Andrei Tarkovski, cuando miembros de la base se reencuentran en un planeta con sus seres queridos fallecidos tiempo atrás. En el caso de la doctora Russell es su esposo, quien le explica con cierto detalle que es una versión en antimateria de aquél, una imagen-espejo compuesta de la misma energía que el finado pero transformada en algo distinto.
Naturalmente, no todos los espectadores querían encontrarse en una aventura espacial televisiva con una exposición pseudomística de la Primera Ley de la Termodinámica. La primera temporada nunca se aleja demasiado de las grandes ideas aun cuando de vez en cuando adopta los esquemas argumentales de “monstruo de la semana”. En el episodio “Sol Negro”, los alfas quedaban atrapados por el tirón gravitacional de un agujero negro que creen que los va a destruir. Los guionistas convirtieron esa premisa simplona en una especulación metafísica acerca de la física cuántica y la paradoja de Schroedinger, llegando a sugerir que los humanos se topan con algo equivalente a un Dios en el interior de esa anomalía espaciotemporal. Otros episodios importantes fueron “Hacia la Tierra”, en el que Christopher Lee aparece como estrella invitada llevando una extravagante peluca (otros actores ingleses que desfilaron por aquí fueron Peter Cushing, Joan Collins, Brian Blessed, Leo McKern o Julian Glover); “Un Espíritu Atormentado” es una inquietante historia de fantasmas; y “Círculo Completo”, en el que los alfas retroceden a un estadio evolutivo primitivo, trata sobre la naturaleza de nuestros impulsos más salvajes.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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