Cuando un día cualquiera entramos a un restaurante cualquiera para disfrutar de una comida, no pedimos obras de arte firmadas por un chef internacional que nos impacten los sentidos, derritan las papilas gustativas y dejen un recuerdo que atesoraremos durante el resto de nuestra vida. No, lo que esperamos es una satisfacción mucho más básica: platos que combinen los ingredientes de siempre de manera agradable, sabores con los que, estando familiarizados desde hace mucho tiempo, nos hagan levantar las cejas en gesto de aprobación por la calidad de los alimentos, la forma en que están mezclados o quizá algún toque de especia o condimento que aporta un sesgo diferenciador.
Degustar la ciencia ficción es una experiencia similar. El aficionado no puede esperar nutrirse a base de una dieta exclusiva de obras maestras, libros de conceptos rompedores y sagas fascinantes destinadas a perdurar décadas. Lo normal es que éstos sean las perlas de un collar compuesto de otras piedras menos preciosas pero sin las que el género no sería posible ni esos autores jóvenes y prometedores, quizá incluso extraordinarios, podrían llegar a florecer. Se trata de cuentos y novelas competentemente escritos, que recurren a lugares comunes, beben de ilustres y reconocibles precedentes y plantean temas ya abordados muchísimas veces; pero lo hacen con destreza e ilusión, ofreciendo una lectura entretenida, incluso absorbente, que proyecta nuestra mente hacia otros tiempos y lugares y nos hace partícipes de grandes aventuras y tragedias. Y, a la postre, ¿no es esa la esencia de la CF? Estimular nuestra imaginación, hacernos soñar con los grandes logros que la especie humana puede conseguir en el futuro y advertirnos de los peligros que nuestra propia naturaleza va a ir sembrando en el camino.
Este es el caso de “Outsphere” y su autor, Guy-Roger Duvert. Nacido en París, tras estudiar ciencias políticas en Estrasburgo y pasar una temporada en una embajada, decide pasarse al mundo de las finanzas, matriculándose en una Escuela de Negocios y viviendo una temporada como cooperante en Marruecos. Tampoco ahí encontró una dirección satisfactoria para su vida y termina decidiendo que lo que debe hacer es seguir su instinto y dedicarse a lo que verdaderamente desea. Y esto resulta ser la composición de música para películas.
Duvert pasó una etapa de vacas flacas antes de acumular una cartera regular de clientes a los que vender su música para cortos, documentales y videojuegos. En 2010, a raíz de un bache en su cartera de pedidos, viaja a Los Ángeles y se entrevista con potenciales empleadores. Se establece allí trabajando para una compañía de producción musical, aportando música para los trailers de, por ejemplo, “Transformers 3”, “Green Lantern” o “Prometheus”. Con su carrera enfilada, decide dar el siguiente paso y convertirse en director. En 2013, lanza un corto autoproducido de fantasía medieval, “Cassandra”, que es seleccionado para multitud de festivales y recibe múltiples premios.
Y en 2016, apostando su dinero y dedicándole todo su tiempo, dirige su primer largo, “Virtual Revolution”, que vuelve a complacer en el circuito de festivales aunque sin conseguir el suficiente éxito en taquilla –algo que no es tanto achacable a la calidad del producto como a las dificultades de convencer a los distribuidores para que compren un film de CF dirigido por un desconocido para el gran público y con un reparto sin estrellas.
Mientras da el siguiente paso en el mundo audiovisual, hace su debut como novelista en 2019 con “Outsphere”, que se hizo con el Premio Amazon Francia de aquel año.
El arranque de “Outsphere” tiene un sabor conocido para cualquiera familiarizado mínimamente con la CF cinematográfica de las últimas décadas: una enorme nave que surca el espacio, su interior dominado por el silencio y oscuridad. La tripulación emerge de su criosueño cuando el ordenador detecta que están arribando a destino, el planeta Edén, y nos enteramos de que se trata de una gran nave colonizadora, el Arca, la primera que ha enviado una Tierra asfixiada por problemas de todo tipo.
Los militares, al mando de la expedición, son muy suspicaces respecto a lo que pueda ocurrir cuando despierten a los miles de colonos que deben establecerse en Edén. Primero despiertan a los científicos, que se encargan de estudiar desde la órbita las características del planeta y determinar posibles regiones que explorar o lugares de asentamiento. Una primera expedición se topa con una forma de vida humanoide, a la que bautizan edénicos, pero muy primitiva y que a punto está de acabar con el equipo compuesto por una científica y unos militares de élite.
La climatología de Edén es complicada y peligrosa: grandes extensiones de la superficie están permanentemente cubiertas por una capa de nubes e interferencias magnéticas que dan lugar a enormes tormentas. Los sensores del Arca no pueden revelar lo que se oculta allí. Deciden, por tanto, establecer la colonia, bautizada Outsphere, en una zona despejada y llana. Los robots empiezan a construir la hemiesfera que separará a los colonos del medioambiente exterior, los pasajeros son transportados allí y luego despertados.
A partir de ese momento, los colonos van a tener que enfrentarse a un sinfín de crisis de origen tanto interno como externo. La tensión entre el comandante militar, encargado de la seguridad, y la líder política civil (una dinámica que recuerda mucho a la de Adama y Roslin en “Battlestar Galáctica”) generará descontento entre los civiles y un exilio no autorizado fuera de Outsphere para fundar un nuevo asentamiento en las cercanías, New Hope. Dado que no se ha determinado aún el grado de peligrosidad de la atmósfera, todo el mundo ha de seguir llevando trajes espaciales fuera de la cúpula, regla que incumplen los rebeldes. Esa imprudencia les cuesta la vida a casi todos, ya que una nube de esporas extermina a buena parte de la nueva subcolonia.
Las cosas se complicarán todavía más con la llegada de Utopía, una nave que resulta estar ocupada por atlantes, hombres evolucionados procedentes de la Tierra que, merced a una tecnología más avanzada, han tardado menos tiempo en cubrir el viaje hasta Edén. La Tierra, según dicen, ha quedado probablemente destruida por un agujero negro artificial, y su intención es establecerse en Edén. La extrañeza que causan estos atlantes (son casi clones, tienen una mente grupal, poderes telepáticos y un comportamiento tan frío que habría estremecido hasta a Spock), crea desconfianza primero y rechazo después.
No contaré más porque hacerlo desvelaría muchos giros y sorpresas. Valga decir que se suceden los ataques de bestias tremendas; un aterrador fenómeno de combustión espontánea de causas desconocidas y que amenaza con eliminar la colonia en cuestión de semanas; el hallazgo de ruinas y naves alienígenas tanto en Edén como en su satélite, Olimpo; intrigas entre humanos y atlantes; el surgimiento de grupos terroristas que agreden a estos últimos; asesinatos e incluso batallas espaciales.
La mejor virtud de “Outsphere” es su rápido consumo. Los capítulos no suelen extenderse más de dos o cuatro páginas, cambiando continua y rápidamente de escenario y personajes. El estilo es directo, sin florituras, extensos pasajes descriptivos o largos diálogos. Dado el recorrido del autor, bien podría abordarse esta novela como un borrador para un guion cinematográfico o televisivo. Sus 320 páginas se devoran tan rápido como se bebe un vaso de agua fresca en un día de verano.
Ahora bien, lo que indudablemente es una virtud, también conlleva sus propios inconvenientes. Por ejemplo, se tocan muchos temas (la Tierra Moribunda, la Colonización Extrasolar, el Primer Contacto, la Trascendencia, el Racismo y la Xenofobia, los conflictos entre militares y civiles; los límites de la lucha por los derechos), pero no se profundiza realmente en ninguno de ellos, quedándose en la superficie de unos problemas que merecerían mayor reflexión a costa, eso sí, de ralentizar el rápido ritmo de la novela.
Por ejemplo, hallar vida inteligente, los Edénicos, y encima humanoide, en otro planeta, sería un descubrimiento que cambiaría por completo nuestra visión del Universo. Sin embargo, tras un encuentro violento con esa especie, los humanos deciden ignorarla y marcharse donde no corran el riesgo de tropezarse con ellos de nuevo. No les vuelven a prestar la menor atención. El destino de la Tierra se solventa de una forma igualmente expeditiva, sin que la revelación de su posible destrucción a manos de los atlantes parezca causar el esperable impacto en los colonos.
El tema de la Trascendencia también tiene cierto aire a producto recalentado por la tendencia a recurrir a la telepatía, la mente grupal y la ausencia de sentimientos cuando se imaginan superhumanos. Aunque los Poderes Mentales conforman todo un subgénero desde los tiempos de la CF clásica, siempre me ha chirriado algo la introducción de estas pseudociencias en relatos que, por lo demás, tratan de establecerse sobre un terreno científico verosímil.
Aunque todo este asunto paranormal está repleto de agujeros de guion (los atlantes, por ejemplo, disponen de un amplio catálogo de poderes psíquicos, desde la psicokinesia hasta la piroquinesis, que nada tienen que ver entre sí y que ni se explican adecuadamente ni se utilizan demasiado en la trama), sí es cierto que Duvert les saca partido a la hora de convertirlos en una metáfora antixenófoba: los atlantes que pasan tiempo con los colonos humanos y alejados del grueso de sus congéneres, van aprendiendo el valor no sólo de las emociones sino de la propia individualidad de la que carecen. Para conocer verdaderamente al “otro”, al “extraño” –y, por tanto, comprenderlo e incluso aceptarlo- es preciso separarse de la tiranía del “pensamiento único”.
El dinamismo narrativo se consigue también costa de otros sacrificios, como la caracterización o la descripción. El reparto de personajes es muy extenso (de hecho, al principio puede resultar algo complicado situarlos a todos, aunque poco a poco el autor consigue que el lector se familiarice con ellos), lo cual, por supuesto, abre la posibilidad a introducir mayor variedad de situaciones y posibilidades de giros de guión. La mayor parte de los personajes están retratados con unas rápidas pinceladas que sirven para ubicarlos y explicar sus decisiones y sus actos a lo largo de la historia. Pero no hay tiempo ni espacio para detenerse a estudiar sus psicologías, biografías, motivaciones… y, por ende, tomarles el suficiente cariño como para sentir sus muertes –y de eso hay no poco en este libro-.
Determinados aspectos requerían asimismo una descripción algo más detallada. Por ejemplo, los edénicos, apenas definidos físicamente y cuyo comportamiento tiene poco de alienígena, pareciéndose más bien a las tribus de salvajes que acechaban a los héroes blancos en las antiguas novelas y películas de aventuras. O la organización interna de la propia Outsphere. ¿A qué se dedican todos esos miles de colonos que han pasado décadas dormidos, aparte de intrigar y reclamar sus derechos?
Por último, se plantean demasiados desafíos y problemas como para que la historia pueda ofrecer un desenlace satisfactorio a todos ellos (los edénicos, los virus planetarios, las nanomáquinas que flotan en la atmósfera y se introducen en el cuerpo, la climatologia criminal, los terroristas, los atlantes, la fauna nativa, las tensiones políticas…). Parte de los mismos, es cierto, se dejan abiertos de cara a la segunda parte de lo que por el momento es una trilogía –aunque sólo se ha traducido al español el primer volumen-. (Hablando de la traducción, éste es otro de los puntos manifiestamente mejorables. Hay demasiados errores gramaticales y de puntuación, producto de una traslación en exceso literal y la ausencia de un corrector de estilo).
Pero, a la postre, todos estos aspectos de “Outsphere” que he presentado como debilidades, hay que relativizarlos. Por una parte, estamos ante una obra primeriza y como tal hay que leerla. Por otra y como he dicho al principio, su lectura es ligera, accesible y absorbente, y esto ya es motivo para recomendarla. Y, por último y quizá más importante, consigue dejar meridianamente claro lo que quizá es el núcleo último de la historia: no importa lo lejos que, como especie, viajemos tratando de escapar de los problemas que nos hemos infligido a nosotros mismos y a la Tierra. Cualquier nuevo comienzo en otro mundo acabará minado por las taras y prejuicios que nos harán replicar los mismos errores que nuestros antepasados cometieron. Puede que no sea un mensaje muy optimista, pero quizá en las siguientes entregas de la obra descubramos que, después de todo, los colonos de Edén han aprendido a vivir en paz consigo mismos y con el planeta que ahora es su hogar.
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