A finales de los años treinta y principios de los cuarenta, la cultura popular se vio sorprendida por el auge de lo que iba a convertirse en un género nuevo, hijo legítimo de la ciencia ficción, la fantasía, la aventura y el folletín: el superheróico, protagonizado por justicieros con vistosos uniformes y en posesión de capacidades sobrehumanas. Pero el tema del superhombre precedía en unos cuantos años a ese fenómeno todavía hoy vigente. Fue tratado en primer lugar en la literatura de ciencia ficción y con una profundidad y lucidez que el comic tardaría décadas en alcanzar.
La idea del posthumano ha fascinado a la ciencia ficción moderna desde sus comienzos, suscitando cuestiones sobre el destino del hombre, la vida en el Universo y el sentido de ambas. Desde que Darwin enunciara su famosa y controvertida teoría, los autores más audaces se han apoyado en los dos puntales de la biología, la evolución y la genética, para desarrollar sus especulaciones.
A menudo se trataba de historias sobre el potencial humano, ya fuera como sociedad a la hora

Ya comentamos en una entrada anterior la obra “La maravilla de Hampdenshire” (1911) de J.D.Beresford; Olaf Stapledon, conocedor de esa novela, exploró la cuestión en su libro “Los últimos hombres en Londres” (1932), en el que incluyó un pasaje donde lo que hoy llamaríamos mutantes, dotados de poderes mentales, prefiguran una forma superior de la Humanidad.
Tres años más tarde, cuando Stapledon decide profundizar en ese tema con esta novela, “Juan Raro”, las implicaciones fascistas y raciales habían empezado ya a corromper el concepto del superhombre.

Pero la evolución de su mente seguía un ritmo muy diferente: su cerebro demostraba ser capaz de abordar cualquier materia, asimilarla y llegar a nuevos avances que ni siquiera los expertos sospechaban, para luego acabar aburrido y pasar a otra área de conocimiento. Acaba dominando campos como las matemáticas, biología, economía, ingeniería o psicología al tiempo que su adolescencia le abre las puertas de la sexualidad y la telepatía.
No tarda en darse cuenta Juan de que pertenece a una especie nueva de humano, superior intelectualmente al sapiens. Sin embargo, su inmensa capacidad no le hace en absoluto reflexionar sobre su responsabilidad hacia la especie humana ni le insta a poner sus poderes al servicio del bien común. Todo lo contrario: lo aleja del Homo sapiens y su moralidad, hacia los que desarrolla un sentimiento a mitad de camino entre el desprecio y la conmiseración: “Veía ahora que, aunque no divina, esa criatura era, después de todo, una bestia noble y hasta seductora, en verdad la más noble y seductora de todas. Admitía que el ser humano era superior a los animales, pero afirmaba, a la vez, que estaba condenado a ser siempre infiel a lo mejor de sí mismo”.
Juan decide entonces buscar a sus semejantes y emprende una búsqueda por todo el mundo

Stapledon convierte en narrador de su libro a un supuesto amigo de la familia Wainwright al que Juan, como si se tratara de una mascota, apoda afectuosamente “Fido”. Éste trata de disculpar la amoralidad y depredación sexual de Juan en base a su superioridad evolutiva, pero lo cierto es que ello no hace que el protagonista resulte menos antipático al lector. Fido se convierte en un patético y servil ayudante de Juan, quien lo manipula a su antojo -como a todos los que le rodean excepto a su madre y a Judy, una vecina de corta edad a la que considera el epítome de la sencillez y la inocencia humanas-.

Stapledon, sin embargo, era más abiertamente político que los autores mencionados, y la fuerza de su ficción reside en su forma de mezclar una poderosa imaginación con el compromiso político y social. Influyó en sus sucesores (la más notable de los cuales puede que sea Doris Lessing) gracias al uso del futuro como escenario para las vastas posibilidades filosóficas, morales, éticas y religiosas a que daba lugar su especulación científica en lugar de optar por el formato más frío y árido del ensayo.
A través de Juan, Stapledon nos brinda una amarga crítica al Homo sapiens, su naturaleza, su necesidad de religión, su deseo de amasar riqueza o el cáncer del nacionalismo. Cojamos uno solo de los muchos pasajes de este tipo: “(…) Primero, la necesidad casi universal de odiar algo, con razón o sin ella, descargar en él nuestro propio mal, y luego destruirlo. Los espíritus enfermizos necesitan de ese odio. Odian así a sus vecinos, sus mujeres, sus maridos, sus hijos, o sus padres. Pero se exaltan sobre todo odiando a los extranjeros; al fin y al cabo, una nación es, principalmente, una sociedad fundada para odiar a los extranjeros, una especie de club del odio”.
Y es que la situación internacional que se vivía en los años treinta estaba poniendo a prueba las


El trabajo de Stapledon se apoya, pues, en dos cuestiones de amplio alcance: primero, la

Pero ni siquiera antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial se hacía Stapledon ilusiones respecto a los sistemas políticos vigentes. Su personaje Juan se refería al “evidente desorden de la economía. Los poderosos tratan de gobernar el mundo para su propio beneficio. Hasta no hace mucho lo consiguieron, pero ahora la situación se les está escapando de las manos. El caos en que vivimos tiene esa raíz. Los pobres, naturalmente, odian a los ricos que han creado este caos y no pueden salir de él. Los ricos tienen miedo y por el mismo motivo odian a los pobres”.
Aunque, como hemos dicho, simpatizaba con el comunismo, tampoco esquiva el ataque contra sus militantes: “Los comunistas e izquierdistas en general echan la culpa de todo al capitalismo, pero aceptan en su esencia la nueva cultura. Son racionalistas, mecanicistas”. La consecuencia de las turbulencias políticas y económicas, auguraba Juan/Stapledon estaba clara: “cualquier truhán, cualquier ambicioso puede utilizar rápidamente esta mezcla de temor y odio. Así ocurrió en Italia y así ocurrirá en otras partes. Apuesto a que dentro de pocos años habrá en Europa todo un movimiento contra la izquierda, inspirado parcialmente en el temor y el odio, y en la vaga sospecha de que algo anda mal en la cultura científica. (…) ¿No lo sentiste en Alemania? (…) Una profunda repugnancia, todavía inconsciente a la máquina, la razón, la democracia y hasta la cordura. Un confuso deseo de enloquecer, de convertirse de algún modo en un poseído. Poco costará a los enriquecidos cultores del odio utilizar esas tendencias (…)".
Curiosamente, el denso contenido filosófico de “Juan Raro” está articulado como una

Stapledon toma otra decisión técnica acertada. Rechaza la narración en tercera persona por

Estamos ante una obra más escandalosa y atrevida de lo que pueda parecer a simple vista. Y ello porque Stapledon no alecciona al lector sobre cómo debe sentirse ante la aparente amoralidad de John, qué debe pensar, ni emite juicios éticos al respecto. Será el lector quien deba detenerse a reflexionar sobre ello y llegar a sus propias conclusiones, lo que nos dice mucho del respeto intelectual que el escritor sentía hacia quienes le leían.
“Juan Raro” es, justificadamente, un clásico de la literatura de ciencia ficción. Ciertamente, el lector actual encontrará para su gusto ejemplos más sugestivos y modernos de “superhombres”, desde “Flores para Algernon” hasta “Muero por Dentro” pasando por “Dune” o los mismos “X-Men”. Pero esta novela de casi ochenta años de edad merece una atenta lectura, no sólo por la profundidad de su análisis, su capacidad para hacernos reflexionar sobre las incoherencias de nuestra mente individual y colectiva o la moralidad de nuestra especie, sino por la influencia conceptual que ejerció sobre futuros autores a la hora de abordar el siempre inquietante tema de la “posthumanidad”
Interesante
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